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Qué generación, y qué destino

Qué generación, y qué destino

Cuando empezó la guerra, Miguel Delibes tenía sólo dieciséis años; Pla, treinta y nueve: suficiente como para ser su padre. Cuando terminó, Delibes ya había crecido y estaba de marinerito en un buque de guerra, como contó en Madera de héroe, y Josep Pla, entrando en Barcelona con las tropas de Yagüe en calidad de periodista (o de lo que fuese); aún no se conocían, pero acabarían en la misma editorial, Destino, un nombre digno de subrayarse. Había nacido nada más acabar la guerra, y andando el tiempo acogería a un buen puñado de escritores (y escritoras) amanecidos en la España de Franco. Como Gonzalo Torrente Ballester y Álvaro Cunqueiro, que al acabar la guerra iban a cumplir treinta años. O Cela, que con sólo veintitrés era soldado de quintas (en el ejército vencedor, por fortuna para él) y que, como los mentados, acabaría recalando también en la celebrada escudería catalana, entre otras (las aventuras editoriales de Cela, y sobre todo del Cela primerizo, darían para varios guiones de Rafael Azcona).

"El ramillete de autores que llegó a reunir la venerable editorial es impresionante, pero más impresionante aún es que tantos de ellos hayan alcanzado el raro estatus de clásico"

La lista de autores que son referencia y están en Destino, o estuvieron alguna vez, impresiona: Rafael Sánchez Ferlosio, el de El Jarama, autor también de Alfanhui, un relato sin nada que envidiar a las mejores y más hermosas fantasías de toda la historia de la Literatura. O Sender, un “rojo” lúcido y triste con una trágica historia personal a la espalda y que había acabado de teacher en una universidad norteamericana sin dejar nunca de escribir. Hay quien asegura que Nancy, esa estudiante que se embarca en una demente tesis doctoral y que protagoniza una descacharrante novela, La tesis de Nancy (más dos o tres secuelas que no he leído), está calcada de la entusiasta estudiante que fue la joven Lucia Berlin en los dorados fifties. No sé si será cierto, pero se non è vero, è ben trovato, pues en esa época la narradora fue alumna del baturro, allá en Texas. También en Destino sacó Ramón J. Sender su Crónica del alba, cuya primera versión había visto la luz en México veinte años antes, así como un relato sobre Billy El Niño que a servidor le gusta de manera especial, El bandido adolescente (1965), sentido homenaje a su tierra de acogida, Texas, y a la literatura oral.

También en Destino tuvieron su oportunidad una buena porción de “chicas modernas”, como las veinteañeras Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite y Ana María Matute de manera destacada, aunque haya más, como Dolores Medio, por ejemplo, hoy olvidada, pero que en los cincuenta y los sesenta publicó muchísimo, o Gloria de Ros, señora de Dionisio Ridruejo y (brillante) primer traductor de El quadern gris al castellano en los setenta. El ramillete de autores (y autoras, cómo no) que llegó a reunir la venerable editorial es impresionante, pero más impresionante aún es que tantos de ellos hayan alcanzado el raro estatus de “clásico”. No cabe duda de que la gente de Destino tenía un peculiar buen olfato.

"En este punto se hace imprescindible hablar de un muchachito bien de la Costa Brava, Josep Verges, cabeza visible de la pandilla de amigos que puso en marcha Destino"

En este punto se hace imprescindible hablar de un muchachito bien de la Costa Brava, como Salvador Dalí o el propio Pla, Josep Verges, cabeza visible de la pandilla de amigos que puso en marcha Destino. Verges había tenido que salir con veintipocos años camino de Francia para que no lo “pasearan” en la retaguardia republicana. Poco después, asegura la leyenda, reaparece en la España “nacional”, consigue no ser enviado al frente y acaba de redactor en una revista de Falange que, vaya por Dios, se llamaba Destino (y su redactor-jefe, ojo al dato, Eugenio Nadal). El motivo del nombre de la revista era aquello tan joseantoniano de la “unidad de destino”. Al acabar la guerra, Verges se queda con la cabecera, se une a Ignacio Agustí (el de La saga de los Rius) y con otros socios editan en Barcelona la revista Destino, que ha pasado a la historia y que terminaría siendo una referencia. Además crean una editorial con el mismo nombre y también un premio literario que bautizan con el del antiguo jefe de Verges, fallecido por entonces. “El Nadal”, como se llama ya popularmente el premio, ha dado a conocer a lo largo de los años a una buena porción de talentos, empezando por la ya mencionada Carmen Laforet, siguiendo por el mismísimo Delibes y, cuarenta años después, por ejemplo, por Lorenzo Silva con la primera entrega de su celebérrima saga Bevilacqua-Chamorro.

Subrayar, ya para terminar, que si Josep Pla existe, pese a no haber ganado nunca el Nadal, bien puede deberse a Destino, que en los años sesenta tuvo los santos perendengues de embarcarse en un viejo proyecto editorial, por entonces en vía muerta: publicarlo en catalán, su parla natural, en la que ya había tenido éxito y obtenido prestigio antes de la guerra. Si en tiempos del Caudillo, que Dios guarde, jamás estuvo expresamente prohibido publicar en catalán (de hecho es imposible encontrar en los archivos ninguna legislación en tal sentido), tampoco significa que estuviera bien visto ni que fuera fácil, que es otra manera de prohibir. Destino, en todo caso, lo logró finalmente. No se puede asegurar que la lengua catalana haya llegado al siglo XXI gracias a Pla y sus editores, pero seguro que sin ellos, y gracias especialmente a Destino, no gozaría, ni de lejos, de la envidiable lozanía de que goza pese a las constantes y tozudas agresiones del talibanismo (catalanista y no catalanista) que, a modo de penitencia, Dios nos envía regularmente a cuenta de nuestros muchos y muy grandes pecados.

En fin, mañana más.

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