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Que la vida iba en serio…

Con la ternura de las palabras necesarias regresa Juan José Tellez, una voz imprescindible de la denominada ‘Generación del 80’, que ha construido en Los amores sucios un recorrido vital tan honesto que a veces duele. Después de una década de silencio (recuerdo con entusiasmo su obra anterior, también altamente recomendable: Las grandes superficies, ganador del Premio Unicaja), muchos lectores fieles esperábamos lo nuevo de este gaditano realista, comprometido con la sociedad y sus miserias, independiente de modas y con un dominio del ritmo versal infrecuente. Y lo nuevo en Téllez es lo de siempre pero a su modo, porque el gaditano posee un discurso poemático claro y rotundo, que no se mueve al compás de las mareas que van y vienen y eso reconforta a los lectores habituales. En este tiempo de homogeneidades en lo literario, leer al algecireño es un soplo de aire fresco, un baño de autenticidad y de decencia que, en Los amores sucios, se revela a base de flashes (el prefiere llamarlos fotogramas), de instantes cotidianos que son los que construyen una vida. Aquí no se canta lo bello de la existencia, sino que se desarrolla una mirada irónica, ácida, tierna, amorosa, dependiendo del momento, para explicar las verdades hondas, esas que sólo vemos cuando maduramos, como bien decía Gil de Biedma en el emblemático ‘No volveré a ser joven’ («No somos los de antes ni fuimos los de ahora», afirma en ‘Bajamar’). Porque conforme maduramos acabamos por percatarnos de que «Algo turbio nos pasa. No vives en voz alta / ni mi alma circula como un descapotable / por la gran autopista de los sueños mejores”. Es decir: llega un momento en que te despiertas y descubres que por un lado van las películas con final feliz o los anuncios perfectos de la televisión y, por otro, el mundo real, un mundo descarnado que retrata perfectamente en el poema que da título a la obra, ‘Los amores sucios’: «Bienvenidas las sombras y el rincón marchito / al que llegó el tiempo a besarme con gula; / un coche a solas en polígonos industriales, / olor a comida, fábricas vacías, desnudos pabellones».

Y es que el amor era esto y Juanjo lo sabe; por eso no se esconde detrás de clichés o de tópicos baratos que nos venden una vida que no es, esos cuentos de los anuncios o de las redes sociales y otras hierbas que tienen poco de sinceridad y mucho de aspiración no cumplida (véase ‘Chico malo’). No me resisto a incluir algunos versos imprescindibles de ‘Horas bajas’ que lo aclaran: «Algún día recordarás/ que limpiaste letrinas en un club, / que impartías clases tediosas / en una cutre academia de idiomas, / que amanecías en cuartos / llenos de mochileros nómadas. / Todo ello ocurrió, / bien lo sabe tu agente literario,/ antes de las listas superventas,/ de tu rostro en los programas de la noche, / de los paraísos fiscales, del Oscar / o de tu carísimo divorcio». El escritor se desnuda y nos desnuda, desde su palabra franca y su voz profunda que te susurra al oído y te hace caer en la cuenta para que no se confundan laureles y lo que sucede cuando se apagan los focos, la careta pública basada en apariencias y la verdad privada, esa que se refleja en el espejo del lavabo por las mañanas al lavarte la cara, esa con la que cada cual habita.

"La esperanza leve, que desarrolla brillantemente en Presagio, todo lo que hemos aprendido en el caminar compartido, un rastro de ternura, ese saber, tal vez a destiempo, cuando ya es tarde para algunos, que la vida iba en serio..."

Por eso nuestro escritor demuestra una vez más que es un poeta valiente, con este libro que es un canto al amor en todas sus variantes (al real, no al de cartón piedra), que sirve para aprender a vivir con nosotros mismos en esa soledad que cada cual lleva por dentro, cuando la juventud se va y se lleva los anhelos, las ilusiones primera (“la libertad latía bajo nuevas banderas / y mi alma esperaba que esa vez fuese cierto”) y nos deja entre las manos esto que hoy somos, precisamente fruto de esas vivencias, de ese transitar las calles y observar en derredor, la vida que pasa, cada vez con ojos menos ingenuos, más endurecidos por las circunstancias vitales. ¿Y qué nos queda? Nos queda la poesía, el amor con sus variaciones, el mar, los atardeceres, una copa de madrugada, la nostalgia, la puerta de atrás del bar de las costumbres, las miradas de jóvenes que se parecen a las de antaño, un balcón de pecho de paloma, rastros de inocencia de un tiempo que fue. Y la esperanza. La esperanza leve, que desarrolla brillantemente en ‘Presagio’, todo lo que hemos aprendido en el caminar compartido, un rastro de ternura, ese saber, tal vez a destiempo, cuando ya es tarde para algunos, que la vida iba en serio…

Pero antes, pero antes, “yo moriré entre arrecifes / y tú en un bosque de sabinas”. Nada más se puede añadir a estos amores sucios que revelan la mano tendida de un amigo sabio, generoso y prudente que te coge del hombro y te cuenta el secreto. Aquí está Juan José Tellez en estado puro. Un poeta incontestable en esta época extraña de espejos que deforman y de penumbras intencionales que ocultan las aristas punzantes de la realidad.

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Autor: Juan José Téllez. Título: Los amores sucios. Editorial: Aguilar. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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