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5 poemas de «El portador de resinas»

5 poemas de «El portador de resinas»

“Partiendo de un elemento natural, como menciona el título, el autor utiliza el símil de la resina como pegamento natural de la vida y el arte. Poemas derivados de la contemplación de obras plásticas (pintura, escultura) y también del cine o la literatura, que simbolizan el punto de vista del autor ante la existencia: el arte y la belleza como camino hacia la explicación vital y resistencia ante el olvido. Siempre con una conciencia de clase de un autor cuidadoso con la palabra y por descubrir y reconocer en el ámbito mediático de la literatura en español. Una nueva apuesta de autor y editorial por otras miradas alternativas a las del sistema mayoritario que nos engulle, en ocasiones, con banalidad y mercantilización”. Agustín Sánchez Antequera.

De esta nueva entrega poética de Javier García Cellino, poeta y novelista, Premio de la Crítica de Asturias 2018 en poesía por Famélica Legión (Ed. El sastre de Apollinaire, Madrid), Zenda ofrece cinco poemas.

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Escribir es como la segregación de las resinas; no es acto, sino lenta formación natural…..               

JOSÉ ÁNGEL VALENTE,  Mandorla.

Las relaciones entre artes son una exposición metafórica en la que hay que dejar sentir, hay que dejar que la emoción viaje por nosotros hasta que se convierte en conocimiento”.  (Palabras de Goodman en Los lenguajes del arte.

I 

                                          (El taller de Fidias: cabezas)

(Cabeza soñadora)

 

Quien quiera penetrar en los sueños deberá convertirse antes en una cáscara nocturna.

 

Soñar con un martillo o con el canto de un loco es hundirse en el fondo de las cosas.

 

Sólo los niños sueñan con el amor puro, pues de ellos es el reino de la desobediencia.

 

La carne de los sueños está hecha de un material fibroso. Una fecha equivocada, una falsa identidad, incluso la confusión entre una herida y el frío de los caballos es un sueño al revés.

 

  II

 

(Habitación de oficios)

                                                        La tempestad, 1508 

                                            (Óleo sobre lienzo)           

            Giorgione

 

El pavoroso oboe del trueno entretejía un estupor inmemorial al que no era ajeno el derrumbamiento de los corazones.

 

El viento convertía las sabinas en tumultuosas ramas dinásticas que nos amenazaban con su afilada espada. Una lluvia desposeída de cualquier virtud a nuestros ojos no tardó en anunciarnos su velo nupcial. Era agosto para las cosechas y para el miedo que prolongaba su flor de harina negra en los pechos.

 

Pasaron muchas horas hasta que retornamos a la duplicada condición humana.

 

Como corderos al sol o astros que navegan por mandíbulas estrechas, así nos vio aquella tarde el poeta, sobrecogidos en lo alto de las colinas. .

 

(Germinal (1885). Émile Zola)

 

Lo que quedaba en pie eran las ruinas de una mina. Hasta allí no habían llegado las hordas de Atila, pero  la espada de la modernidad se había afanado cortando cabezas. Y para ello había usado todos los estilos posibles: la persuasión con lengua de pez, el peinado contorsionista, los bucles a cuchillo y hasta la guillotina cuando fue preciso.

 

Los mineros tenían mujeres e hijos; a veces recorrían playas desiertas o acariciaban a los lobos; pero, en todo caso, su trabajo resultaba necesario.

 

Las hordas de Atila no lo hubieran hecho mejor.

 

Una historia dentro de otra historia, eso es el mundo, me repetía mi abuelo todas las noches mientras me abrigaba en la cama.

 

   III

(El poema cazador)

 

El canto de la hiedra es una presunción en estado puro. Disimula las obscenidades de la pared, tapa los agujeros de la desidia, se convierte en juez de su propia naturaleza.

 

Sarmiento nocturno, su vuelo prevalece en la aldea de la alta tempestad.

 

Ah la rosa esquiva que se balancea en los goznes del trapecista.

***

Crezco a deshora entre la carne que separa mis plumas. Soy, a mitad, improbable cierzo y aurora de renovada vigilia. Quien quiera apagar mi fuego tendrá que cometer un crimen. No hay porvenir sin lágrimas en el poema.

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                                                                                           IV

(La voz doliente)

SALMO  5

 

El excelso vuelo de las aves anuncia una promesa de reencarnación. Aun sin saberlo, ascendemos desde la materia impura hasta las aguas heladas del porvenir. Todo sea por probar un traje nuevo.

 

Loor a la tierra que tuvo conciencia de sus pasos, al blasón en el que se confundieron los demonios del verbo, a cada uno de los testigos ciegos que ardieron en el pequeño diamante del mundo.

 

Bayas furiosas nos acompañan durante el largo viaje.

 

He aquí al portador de resinas que fue rey por un día.

 

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Autor: Javier García Cellino. Título: El portador de resinas. Editorial: El sastre de Apollinaire. Venta: Amazon

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