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¿Qué me pasa, doctor?

¿Qué me pasa, doctor?

Hoy vengo a pedirles auxilio. Son demasiadas cosas las que no comprendo, pero aparentemente a una parte de la sociedad les resulta de lo más normal. El señor ministro Alberto Garzón, en una de sus pocas intervenciones lúcidas, recomienda reducir el consumo de carne. No lo hace solo él, lo recomiendan también muchas instituciones y expertos. Pero dejemos esto de lado, pues los expertos lo suelen ser más de nombre que de facto. A mí que la carne les cause problemas de salud, la verdad, me la deja floja. Lo que sí conviene tener presente son las emisiones de gases efecto invernadero asociadas con la masiva producción de proteína animal, al menos si tienen hijos, o aspiran a tenerlos, y les desean un futuro a los churumbeles. Pues ni corto ni perezoso, el mismo presidente del gobierno va y se pasa al ministro y las recomendaciones por el forro de su elegante traje. Sí, ese mismo señor que le puso un nombre fancy al ministerio de medioambiente, que si transición ecológica, y no solo no ha hecho nada para contribuir a disminuir el calentamiento global, sino que encima suelta chascarrillos. Muy ufano, el gañán. Es complicado comprender muchas posiciones que aspiran a ecologistas, a animalistas, en un gobierno que solo miente y engaña, como con el caso de las corridas de toros o la supuesta prohibición de cazar al lobo, con la que han engañado una vez más. Pero no sé, esto hay a quienes les parece perfectamente plausible. Díganme por qué.

Otra cosa que me cuesta comprender son las promociones de libros. Y sí, soy consciente de la parte comercial, pero quiero presuponerle cierta integridad a los periodistas y expertillos culturales. Un año llevan dando la turra con Un amor, Panza de burro y El infinito en un junco. Vale, señores, les parecen obras de arte, maravillas que serán enseñadas en el futuro en las clases de literatura de los institutos más palurdos. Pues yo, desde mi absoluta ignorancia, les digo que les he dado la oportunidad a las obras de marras. Y que quiero que me devuelvan el dinero. Aquí en Estados Unidos venden libros nuevos por un dólar. Y no son gran cosa, pero sin aspirar ni a peo, son mejores obras. De nuevo, alguien, por favor, que me lo explique. Por qué no conectamos su intelecto y yo.

Tengo un suspenso fulminante en sacar en claro el periodismo ecologista. Es esta una cosa realizada por algún señor que escarba más o menos en temas de ecología y luego publica una información incompleta, muchas veces errónea, con titulares llamativos. Por ejemplo, hay un alguien en El País a quien le ha fascinado esto de la reducción de tamaño de los animales. Que si ballenas, ratones, salmones… El hombre debió haber dedicado más tiempo a informarse. Habría descubierto que cuando el clima se calienta, la abundancia de alimento disminuye, y por tanto el tamaño de las especies decrece. Hay otros factores fisiológicos implicados, pero con esto es suficiente. Si le sumamos a esto una plaga humana, una superplaga, que agosta los recursos del planeta, no es de sorprender que la reducción en el tamaño medio de muchos organismos se esté detectando tan pronto. Pero claro, imagino que para eso hay que saber de lo que se escribe. Igual que cuando se afirma que el salmón atlántico está —¡oh, dios mío!— reduciendo su tamaño; más adelante una columna de esto, para que me comprendan mejor. Al margen de la deficiente gestión de la conservación de esta especie en el medio natural, y del sistema de recuento intervenido por las piscifactorías, un poquillo de investigación, algo que a un periodista se le presupone, le habría explicado por qué el salmón “salvaje” presenta menor tamaño. También, espero, le habría ayudado a evitar afirmar que los científicos no tienen idea de por qué está sucediendo esta disminución de tamaño generalizada, lo que no solo es erróneo, sino que deja al medio de comunicación como una gaceta de instituto.

Y hablando de mediocridad, leí una columna de un tipo que arremetía contra los tatuajes y quienes los llevamos. Se le veía malherido al hombre, sin idea alguna de lo que hablaba, del origen de los tatuajes, o de sus muchos papeles en las diversas culturas contemporáneas. No entiendo que un señor que hace tiempo se dijo lector, no haya sido capaz de echar mano a alguno de los magníficos tratados sobre el tatuaje que existen antes de dedicarle una columna como la que publicó esta semana pasada. Que si las universidades de Cambridge y la de Oxford le han dedicado al tema estanterías enteras, estoy seguro de que un tipo que se gana la vida dando su opinión bien podría dedicarle el tiempo. Si no por el bien de los lectores, sí por el de su amor propio. Pero va a ser cierta la paparruchada que soltaba otro periodista de que hoy día ya no existen intelectuales. Lo que es a mí, me gustaría saber por qué la gente pierde el tiempo leyendo opiniones ajenas. La primera de todas, la mía.

En conjunto, lo que veo cuando observo la sociedad española contemporánea, es una miscelánea de personas airadas, escasamente meditabundas, y con una bilis preocupante. El utilitarismo se nos ha instalado en las yemas de los dedos con los que nos manifestamos, y el panorama da miedo. Algo que no entiendo, como me cuesta comprender la necesidad, si existe, de contarles esto.

En consecuencia, necesito que me ayuden a diagnosticar qué me pasa. Pero por lo que más quieran, háganlo con saber, y no con opiniones.

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