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Del Retiro a Potosí, pasando por Santander y Cataluña

Detalle de la portada de Potosí, de Ander Izagirre.

Detalle de la portada de Potosí, de Ander Izagirre.

Un par de días tranquilos entre viaje y viaje. Vamos a ver Emilia, un monólogo sobre Emilia Pardo Bazán en el Teatro del barrio. Una obra muy sencilla —aunque no para la actriz—, que no descubre nada particularmente novedoso, pero de todas maneras no está nunca de más recordar —¿recordar?— toda esa mezquindad cutre que han tenido —¿han tenido?— que soportar las escritoras. Imagino la cantidad de autores mediocres que, desde sus sillones en la Academia, negaban el ingreso a una escritora mucho más brillante que ellos y me dan ganas de abofetearlos. Imagino sus chistecitos sobre la apariencia física de doña Emilia, el escándalo sobre sus costumbres, su rabia por la superioridad de la escritora, rebozándose en su camaradería masculina. ¿Cuál era la reacción de Benito a los ataques a su amante? ¿La defendió? ¿Se enemistó con esa caterva de imbéciles? Voy a intentar averiguar algo sobre el tema.

Benito y Emilia

En Vida y ficción aparece la estatua de Benito Pérez Galdós que —y eso lo he aprendido en la obra de teatro— se levantó a iniciativa, y con la insistencia, de Pardo Bazán. Yo estaba convencido de que la de ella se encontraba también en el Retiro y la buscamos una y otra vez, hasta que descubrimos que se encuentra en la calle Princesa. Hoy lamento no haberla sacado en el documental.

Por recomendación de E. leo Potosí, de Ander Izaguirre, un doloroso ensayo sobre la explotación minera en esa zona de Bolivia, pero también sobre la brutalidad con la que las empresas, y los gobiernos, disponen de las vidas de los ciudadanos para obtener beneficios. El capítulo que dedica a Simón Patiño me interesa especialmente. Hace pocos años estuve invitado en Cochabamba por la Fundación Simón Patiño a participar en un encuentro de escritores. Fueron días agradables e interesantes en los que me trataron de maravilla. Pero ahora me pregunto por qué los escritores rara vez cuestionamos de dónde viene el dinero con el que se financia nuestro trabajo. Los industriales de la minería boliviana, y Patiño en particular, fueron responsables del expolio de las riquezas del país y de la represión violenta de cualquier intento por parte de los indios de defender sus derechos. Pero es como si al pasar a una fundación cultural ese dinero estuviese blanqueado, limpio. Algo parecido sucede, claro, con la Fundación Juan March y con muchas otras instituciones que promueven la cultura. Nos avergonzaría cenar con aquellos que amasaron la fortuna, pero no que nos inviten sus fundaciones.

"Leo Potosí, de Ander Izaguirre, un doloroso ensayo sobre la explotación minera en esa zona de Bolivia, pero también sobre la brutalidad con la que las empresas, y los gobiernos, disponen de las vidas de los ciudadanos para obtener beneficios."

Modero en el Cervantes una mesa con Kjel Westö y David Zábransky. Conversación algo correosa en la que no consigo que haya un auténtico diálogo. Zábransky es parco y responde con lo que parece irritación o desgana a mis preguntas. Como a menudo es difícil distinguir la timidez de la arrogancia, me reservo el juicio. No sé con qué sensación se habrá quedado el público. La mía es de cierto fracaso.

Al terminar, me encuentro, por primera vez, con Erich Hackl, con quien intercambié alguna carta hace muchos años —tantos, que todavía se escribían cartas—. Me dice que le gustó mucho la reseña de Este libro es de mi madre, cosa que me halaga. Nunca me he sentido a gusto ejerciendo de crítico literario y mi carrera como tal se truncó nada más empezar: exigí a un periódico que me pagara una reseña que me había encargado pero no publicó. Nunca me volvió a encargar otra. De todas formas, no tenía ni tengo espíritu de crítico literario y creo que un escritor no debe ser juez de sus contemporáneos. Si escribo de vez en cuando sobre libros que me gustan es como una manera de comunicar mi entusiasmo, nada más que eso.

Tres días dirigiendo un taller sobre la relación entre literatura y realidad en Menorca. Cuatro sesiones de tres horas cada una hablando de cómo se relaciona lo que escribimos con lo que nos rodea, cómo la literatura influye, o no, en la forma en la que vivimos. Al final de la primera sesión propongo un acertijo: ¿por qué es Goethe en parte responsable del suicidio de Larra? Enseguida alguno sonríe y asiente. En la siguiente sesión son más los que han establecido una relación después de indagar en internet. Así, medio en serio medio en broma y hablando del síndrome de Werther, empezamos a despejar esa idea extendida entre muchos de que la literatura no transforma la realidad.

"Si a mí me preocupa la independencia de Cataluña no es por cómo afecte a España, sino por cómo afecte a muchos catalanes."

Regresamos de Menorca. Una noche en Madrid. Rehacer maletas. Ahora acompañaré a E. durante la promoción de su novela en el País Vasco y Navarra. En el foro Auzolan, Roberto Valencia como siempre de amable anfitrión. Después vamos a cenar y, por supuesto, hablamos del Nobel, que se falla dos días después. A él le gustaría que se lo diesen a Thomas Pynchon. Confieso que nunca he logrado entusiasmarme por sus libros. Conozco a lectores cuya opinión aprecio que son devotos del escurridizo autor. Pero yo, al cabo de unas decenas de páginas de lectura de cualquiera de sus obras, inevitablemente pierdo el interés. Otro de esos autores sobre cuya valía hay un amplio consenso pero cuyos libros no he conseguido terminar es Malcolm Lowry. El lector perfecto no existe y la literatura universal tampoco.

En Santander. Menos banderas españolas colgadas de los balcones de lo que había temido. Cuanto menos hablen las banderas, mejor. Y sí, claro, días ocupados por el tema catalán. O por el tema español, que es casi lo mismo. Subo a FB parte de un diálogo de La comedia salvaje (remix), una obra de teatro que he terminado este verano:

-Pero entonces, todos son iguales. Lo mismo da un bando que otro.
-¡No son iguales! ¡Ni se te ocurra volver a decir eso! NO SON IGUALES. Mira bien, míralo todo con atención y lo verás. Lo que pasa es que los peores de todos los bandos siempre se parecen.

Ahora caigo en que hace un par de años subí también a una red social un fragmento de La comedia salvaje —la novela, no la obra— en el que un grupo de catalanes está cavando una gran zanja para separar Cataluña de España (sí, un desvarío, como todo en la novela) y recibí comentarios airados de algunos lectores. En aquel momento me sorprendió la rabia de alguno y sobre todo me sorprendió que por reírme del nacionalismo esencialista catalán me tomasen por españolista. Cuando si a mí me preocupa la independencia de Cataluña no es por cómo afecte a España, sino por cómo afecte a muchos catalanes.

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