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Rafael Camarasa: «En el hecho de mirar está también el hecho de verte»

Rafael Camarasa: «En el hecho de mirar está también el hecho de verte»

«Dentro de mi botella vacía fui / construyendo un faro, mientras que todos / los demás se construían barcos». Estos versos de Charles Simic, uno de los poetas preferidos del también poeta Rafael Camarasa (Valencia, 1962), preludian su libro El que mira, XLVII Premio Ciudad de Burgos 2021 y editado por Visor en 2022. El sentido de la vista y sus alteraciones son el hilo conductor de un poemario que habla de cosas graves y sencillas con una prosa depurada ajena a todo artificio. «Una sencillez en nada ermitaña o franciscana, sino urbana y antilírica», escribe Antonio Praena, para quien este libro «huye concienzuda y exigentemente de lo peor que le puede pasar a la poesía: el exceso de poesía o de lirismo».

Camarasa pertenece por edad a la generación de poetas surgidos en Valencia en los años ochenta —Vicente Gallego, Carlos Marzal, Miguel Argaya, José Luis Martínez, Antonio Méndez Rubio y Quique Falcón—, pero se adscribe a otra línea de autores alejada de los círculos universitarios, junto a Uberto Stabile, Fernando Garcín y Jesús Zomeño. Según plantea Xelo Candel en su estudio La mies y la espiga, todos ellos comparten una ambientación urbana y el gusto por el cómic, el cine negro, la música pop y una estética del análisis de la melancolía.

"Miopía trata de ser una poética de por qué o para qué sirve la escritura, mientras Presbicia habla del paso del tiempo y del cansancio. Hipermetropía, el grueso del libro, se explica por el fenómeno óptico del que habla"

Sus poemas han aparecido en revistas como Litoral, Barcarola y Estación de poesía. Ha publicado Cromos, Premio Creación poética Paiporta (Editorial Denes, Valencia, 2007), El sitio justo, Premio Internacional Palabra Ibérica (Colección Palabra Ibérica, Huelva, 2008), Cabos sueltos (Ediciones Contrabando, Valencia, 2018) y Sin noticias de Liliput, XXXII Premio Internacional de poesía Barcarola 2017 (La rosa profunda, 2019). En narrativa, Feos, Premio Otoño Villa de Chiva de Narrativa Breve (Editorial Denes, Valencia, 2009), Lo normal y El día que fui Bill Murray (Ediciones Contrabando), y sus relatos han aparecido en la antología Por favor sea breve 2, de Páginas de Espuma.

El que mira se divide en tres partes: Miopía, Hipermetropía y Presbicia. La primera y la última formadas por un poema cada una, a modo de prólogo y epílogo. Miopía trata de ser una poética de por qué o para qué sirve la escritura, mientras Presbicia habla del paso del tiempo y del cansancio. Hipermetropía, el grueso del libro, se explica por el fenómeno óptico del que habla. «La hipermetropía te hace ver bien de lejos y mal de cerca, y eso es lo que pretendo: situarme y mirar con perspectiva, casi sin ser visto, como el ángel de Cielo sobre Berlín, de Wim Wenders», dice Camarasa. «Todo con una falsa ligereza, que pienso que pronto se descubre que no es tal».

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—¿Qué te indujo a presentar el libro al Premio Ciudad de Burgos y qué ha significado para tu trayectoria el hecho de que lo editara Visor?

"No había probado nunca a enviarlo a un premio de este calibre, y quizá este fuera el momento literario de madurez y desfachatez para hacerlo"

—Aunque he ganado premios más o menos importantes, ninguno como este. Aparte del prestigio del premio, el publicar en una editorial como Visor te da una visibilidad que no tienes cuando editas en editoriales más pequeñas, que siempre me han acogido y en las que seguiré publicando. Pero todos escribimos para que nos lean, y es muy gratificante que esa distribución y esa visibilidad hagan que tus libros puedan ser encontrados en cualquier librería, cosa que con otras editoriales, por desgracia, no sucede. Tampoco es que sea ingenuo y piense que por eso va a ser un best seller: es poesía. No había probado nunca a enviarlo a un premio de este calibre, y quizá este fuera el momento literario de madurez y desfachatez para hacerlo.

—¿Qué fue primero para ti, el verso o el cuento?

—Lo primero para mí fue la necesidad de crear. De joven sentía el impulso de expresarme, y no me importaba cómo. Comencé a escribir porque era lo más accesible, físicamente hablando, pero, de haber podido, me hubiera dedicado al cine o a la pintura, quizá a la música. Diría que, más que verso o cuento, lo primero fue la conciencia de lo poético, más allá del poema. Lo demás fue circunstancial.

—Saltaste a la palestra literaria con tu poemario Cromos, en 2007. ¿Fue en esa época cuando empezaste a escribir, o mucho antes?

"Yo siempre pongo el ejemplo del corredor de cien metros lisos y el de maratón. Para escribir novela tienes que tener cierto temperamento del que yo carezco. Lo mío son las distancias cortas"

—Fue mucho antes. De hecho, tengo tres libros que abarcan desde 1987 a 1992, que ganaron premios importantes de poesía joven, entre ellos el Miguel Hernández, pero que hoy veo con muchos pecados de juventud y siento como escritos por otra persona. Algunos dicen que no se debería publicar antes de los cuarenta. Luego, salvo alguna incursión, estoy quince años sin escribir, por cambios en mi vida, entre ellos la paternidad, y es en 2007 con Cromos, y al año siguiente con El sitio justo, dos libros de poemas en prosa, cuando retomo la escritura. A partir de ahí mis poemarios ya han sido en verso.

—Tu poética es altamente narrativa y has publicado tres libros de relatos. ¿No has sentido nunca la tentación de experimentar con la novela?

—Quizá en lo de la vena narrativa influya que mi educación e influencias, incluso más que literarias, han sido audiovisuales, con lo que esto comporta. Creo que tengo una visión, nunca mejor dicho, escénica, lo que casa bien con el pequeño formato. Y donde más a gusto estoy es en la poesía. Yo siempre pongo el ejemplo del corredor de cien metros lisos y el de maratón. Para escribir novela tienes que tener cierto temperamento del que yo carezco. Lo mío son las distancias cortas, y es donde mejor me muevo.

—¿En qué periodo de tiempo realizaste los poemas que incluye El que mira?

—El libro me ha llevado casi cinco años, aunque su grueso fue escrito en la pandemia. No es muy extenso —36 poemas—, pero su escritura ha sido intensa y de una concienzuda poda. Con el tiempo he aprendido a ser paciente y escribir de una forma más pausada y pautada. El que mira surge de las ruinas de otro poemario, mi anterior libro de poemas, Sin noticias de Liliput, que ganó el premio Barcarola.

—¿El título te acredita como un voyeur, un flâneur de la vida? ¿En qué te fijas cuando paseas sin prisas por la calle?

"Si lo piensas, cualquier otro sentido, sin el de la vista, parece un sentido mutilado. Mientras que la falta de cualquier sentido, teniendo el de la vista, parece menos traumática"

—Yo creo que en el hecho de mirar está también el hecho de verte. Más que fijarme en cosas y paisajes, me interesan las conductas de la gente. Pero si las reconozco es porque las he visto o imaginado en mí como posibles. Para mirar hay que tener también un buen conocimiento de uno mismo, y reconocer las partes oscuras o menos agradables de tu persona. En el mirar hay un reconocimiento y una comparación, porque mientras miras te estás mirando.

—¿De los cinco sentidos, el de la vista es el más noble… o el más necesario?

—No sé si es el más noble, pero sí que es el sentido que completa mejor al resto. Si lo piensas, cualquier otro sentido, sin el de la vista, parece un sentido mutilado, mientras que la falta de cualquier sentido, teniendo el de la vista, parece menos traumática. La vista es el sentido con el que mejor te sitúas en el mundo y es la puerta de él hacia tu interior. Todo puede tocarse, oírse, saborearse y olerse de alguna manera con la vista.

—«Me pasé la infancia rodeado de imágenes miopes (…). El día que me pusieron gafas / ya era demasiado tarde». ¿La dificultad de visión es una «ortopedia» que ayuda a sobrellevar la fealdad del mundo? ¿Cómo lo consigue una persona como tú, especialmente sensible a la belleza?

—Creo que fue Paul Auster quien dijo que los escritores son enfermos que saben que lo están. Escribir es una especie de medicina que nos alivia de lo que vemos y no nos gusta, y que nos aclara lo que no comprendemos. Como tú dices, una ortopedia. A mí escribir me salva de mis propias taras, Desde muy joven he tenido que lidiar con trabajos frustrantes, puramente alimenticios, que nada tienen que ver con mi carácter ni mi vocación. No hubiera podido sobrellevarlo sin la poesía. Con ella he aprendido a aferrarme a las esquirlas de belleza que se producen cada día.

—El paso del tiempo, el amor, la nostalgia, captar con palabras la magia de un instante… «Un pájaro se coló por la ventana / y asustó a los comensales» («Alegría»). ¿Qué otros temas protagonizan tu obra?

"En el poema no hay tiempo, y lo que en él ocurre, aun siendo triste, no continúa. Es como un tiempo encajonado"

—Sí, el paso del tiempo es uno de los temas que hay en mi poesía, aunque creo que en la poesía de casi todos. Sin embargo, no soy mucho de echar la vista atrás, porque cuando lo hago me doy cuenta de que lo recordado, por hermoso que sea, es algo que ya está muerto, y eso me hace sufrir. Pero también me cuesta disfrutar de los momentos de belleza del presente, por una consciencia intensa de que se escapan de las manos. Puede que por eso escriba. En el poema no hay tiempo, y lo que en él ocurre, aun siendo triste, no continúa. Es como un tiempo encajonado. También me interesa la parte oscura que todos tenemos, que nos acerca a los animales y nos esforzamos en no nombrar, como digo en los poemas «El exhibicionista» y «Humanidad».

— «Sótanos» es una clara mención al confinamiento, pero la mayoría de poemas carecen de referencias espacio-temporales.

—Sí. Una de las cosas que trato de hacer cuando escribo es que estos poemas se puedan leer dentro de veinte años y tengan vigencia. Cuando escribí el poema «Sótanos» lo tuve en cuenta. Si la pandemia hubiera sido algo liviano que se olvidara con el tiempo, no lo hubiera escrito, pero lo hice porque es un fenómeno histórico que siempre se recordará, como se recuerda una guerra. En él quise reflejar no la pandemia, sino la histeria en que nos sumió el estar confinados en casa cuando, en la vida normal —hablo del primer mundo—, ya vivimos aislados de los demás. Es una metáfora sobre la incomunicación.

—¿Te sientes integrado en algún grupo o escuela poética?

"Mi gran maestro ha sido Chéjov. Creo que en él puedes encontrar toda la poesía que quieras, y más incluso que en algunos poetas. Es el gran maestro del saber mirar y observar la naturaleza humana"

—En lo literario, supongo que lo que yo hago se podría adscribir a algún movimiento poético, pero no sabría decirte cuál y nunca me ha importado, creo que son otros los que deberían decirlo. A nivel personal me he mantenido siempre al margen de grupos o camarillas, lo que, a pesar de una trayectoria literaria creo que digna, me ha mantenido un poco en el anonimato. Como detalle, y no quiero parecer quejoso, mis poemas han aparecido en revistas como Litoral, Barcarola, Estación de poesía, todas de prestigio, pero siempre fuera de donde he nacido y vivo. Y de este libro han salido muchas reseñas, todas bastantes elogiosas, y ninguna en la prensa de mi ciudad, a pesar de tratarse de un premio importante. Pero creo que hablar de esto es alejarnos de la poesía,

—¿Quienes son tus maestros? El hecho de ser autodidacta supone un gran esfuerzo de autodisciplina, pero también te habrá proporcionado una gran libertad a la hora de marcar tu propio camino.

—Sí, por esa especie de anarquía con la me he formado te diría que mis mayores referencias no vienen de la poesía, sino de la narrativa corta. Mi gran maestro ha sido Chéjov. Creo que en él puedes encontrar toda la poesía que quieras, y más incluso que en algunos poetas. Es el gran maestro del saber mirar y observar la naturaleza humana. En cuanto a la poesía, te diré que mis influencias son muy variadas y eclécticas. Mis primeras lecturas no fueron Lorca ni Machado, sino Blas de Otero, Gabriel Celaya y León Felipe. Una de mis poetas preferidas es Wislawa Szymborska, a la que descubrí mucho antes de que se hiciera accesible a todos por las redes. Últimamente me ha deslumbrado Louise Glück, y también me gusta mucho Charles Simic. De la poesía actual española me encanta Antonio Praena, que vive en Valencia y me presentó el libro, por su manera de mezclar lo mundano con lo místico.

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Autor: Rafael Camarasa. Título: El que mira. Editorial: Visor Libros. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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