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Salir de viaje sin salir de casa

Salir de viaje sin salir de casa

Aún más: sin moverse del sillón. Si lo piensas, no hay nada entre tu pueblo y el fin del mundo que no pueda encontrarse entre tu pueblo y el de al lado: alegría, soledad, sufrimiento, fe… Vamos, que en todas partes cuecen habas. Así que no pasa nada por calentar sillón. A propósito de quedarse en casa, recuerdo una divertida novela, La vida exagerada de Martín Romaña, que su autor definía como un “cuaderno de navegación” a bordo “de un sillón Voltaire”, objeto escasamente navegable que, a mi juicio, constituye el vehículo idóneo para el viaje ideal: el que nunca se emprende.

El mundo es un monstruo que se alimenta de pollitos que creen que a base de desplazarse por su machacada superficie lo van a dominar. El autor del libro que más veces leí en mi vida, Del inconveniente de haber nacido, hondo y bien humorado, la emprende una y otra vez con la funesta manía de emprender (viajes, entre otras cosas). Con lo mal que está todo, viene a decir el sabio E. M. Cioran, ¿por qué empeorarlo?

Quedémonos en casa.

"La única forma plausible de viaje es la lectura, aunque no sea más que de folletos de la Costa Azul"

A partir de esa ensoñación de que es útil patear el mundo nace la literatura de viajes, un género de larga y prestigiosa tradición que, si he usado mucho (es decir, que leí más libros de viajes de los debidos), nunca perpetré. Además, viajar está sobrevalorado; el denominado “viaje de placer” no es más que otra entelequia de clase media que sólo existe como relato, en el mejor de los casos, cuando no como perversión, que es lo más frecuente. Viajar es perverso. Habiendo literatura de viajes, ¿por qué encomendarse a las manos pecadoras de RENFE o al sádico capricho de los gestores de la actual aviación comercial? Por no hablar del azar, desagradable y hasta mortal, que el automóvil depara a sus devotos.

La única forma plausible de viaje es la lectura, aunque no sea más que de folletos de la Costa Azul. Es decir, “literatura de viajes”. Viene este largo exordio a cuento del reciente descubrimiento en mi biblioteca de un amplio fondo de literatura de esta clase y de una colección muy completa (y muy voluminosa) de la excelente revista Viajar que ha ido directamente al contenedor: limpieza de verano.

Ah, se siente.

"Y es que la otra noche se me apareció el marqués de Iria Flavia y me reveló que Pla da sentido a los libros de viajes y, aún más, que él crea la Literatura de Viajes"

Lo extraordinario de ese millar largo de libros de viajes que guardo y que llevo días hojeando y releyendo, es que no lo guardaba catalogado como tal. Ni siquiera lo guardaba unido, sino disperso por los anaqueles bajo diferentes advocaciones (hidromecánica cuántica, gastronomía montañesa, cine japonés de los años 30, y todo así). Los ejemplares de los Travels into Several Remote Nations, o sea, los Viajes de Gulliver, se amontonaban en una sección de literatura inglesa del XVIII, al lado de cosas tan poco estimulantes como el Robinson, de Defoe. Y la blanca maravilla que es El peor viaje del mundo, así, en español, del gran Apsley Cherry-Garrard, aparecía perdida en una pomposa sección de grandes viajes que incluía la primera pedantería de Fisher sobre su búsqueda del Nuestra Señora de Atocha, ese viejo galeón y nave almiranta de la flota de indias que recientemente ha inspirado a Montse Clarós una grandiosa novela (de viajes, cómo no, aunque no sólo por el espacio, sino también por el tiempo).

Lo mejor de la severa reordenación acometida para establecer una nueva sección de “literatura de viajes” ha sido juntar el imprescindible Madrid, del insigne Juan Antonio Cabezas, con el Mal de altura de ese perro desmitificador que es Krakauer, por ejemplo, o el impresionante Viaje a pie, de Pla, escrito directamente en español a finales de los cuarenta y origen de esta reordenación, junto con esas cosas que el editor de los Papeles de Son Armadans denominaba «notas de andar y ver». Y es que la otra noche se me apareció el marqués de Iria Flavia y me reveló que Pla da sentido a los libros de viajes y, aún más, que él crea la Literatura de Viajes, y eso que el ampurdanés sólo pretendía pasar el rato y ganarse la vida. Un día dedicaré una circunvolución a la sensacional revelación del Maestro Carpetovetónico; ésta ya no da más de sí y tampoco son horas: se han hecho las tantas. En fin, muchas gracias por su atención, señoras y señores. Buenas noches.

Y que Dios reparta suerte.

(NOTA: Quiero hacer constar mi agradecimiento al profesor Dimitri Chadwick por haberme permitido poner su imagen al frente de esta circunvolución. La foto fue tomada por mí este invierno en el salón de su casa de Cahill).

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