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Santidad y sangre

En el año 2021 el cardenal Carlos Osoro abrió la causa de beatificación y canonización del padre jesuita Fernando Huidobro, para muchos considerado ejemplar por lo que definen como su intento de humanización de la contienda. La bautizada como Avenida del Padre Huidobro, que se encuentra en la salida desde Madrid por la autopista de A Coruña, a la altura del hipódromo, nada más cruzar el río Manzanares, es el lugar en el que se supone que el sacerdote murió en el año 37. Allí cayó por fuego amigo.

Nacido en 1903, se encontraba estudiando en Alemania cuando estalla la guerra y decide regresar a España para apoyar con gran entusiasmo a los rebeldes por lo que, a principios de septiembre del 36, se incorpora como capellán de la 4ª Bandera de la Legión, la de Castejón. Para entonces, ya se sabía dentro y fuera de nuestras fronteras lo ocurrido en Badajoz, algo que al jesuita no solo no le había horrorizado ni desanimado, sino que incluso había llegado a justificar.

"El historiador Francisco Espinosa, con gran habilidad y fuerza narrativa, se apoya en los textos del sacerdote para avalar los acontecimientos y de esa manera centrarse en el estudio de los hechos concretos que Huidobro vio"

Espinosa, en este su último libro, 1936. La columna camino de Madrid (La Moderna), concluye su investigación sobre el avance de las tropas de Franco hacia la capital que inició en el 2003 con el imprescindible La columna de la muerte. El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz (libro fundamental y pionero). Conforman el marco de actuación de aquellas columnas varios escritos del padre Huidobro, especialmente “Sobre la aplicación de la pena de muerte en las actuales circunstancias de guerra. Normas de Conciencia” que escribió y envió el 4 de octubre al teniente coronel Carlos Díaz Varela tras haber asistido a las atrocidades de las tropas golpistas, lejos y olvidada quedaba ya aquella primera justificación.

La historia del padre Huidobro ya la había dado a conocer antes entre otros Paul Preston en El holocausto español, pero el historiador Francisco Espinosa, con gran habilidad y fuerza narrativa, se apoya en los textos del sacerdote para avalar los acontecimientos y de esa manera centrarse en el estudio de los hechos concretos que Huidobro vio, que desataron su espanto y que denunció de manera infructuosa, como sabemos, puesto que terminaron con su oportuno asesinato en manos de unos legionarios posiblemente más que hartos del jesuita que les aguaba la fiesta. Aun así, su intención, no nos engañemos, no era terminar con cualquier asesinato, sino “regularlos” de alguna manera y para ello recurrió a argumentos singulares como, entre otros, “el empobrecimiento de la fuerza productora por muerte de los braceros” (p. 24), la pérdida de prestigio internacional, o el aumento de la resistencia del enemigo “que, sabedor de lo que le esperaba, resistía hasta el final” (p.25).

Horrorizado con los crímenes que está presenciando, el jesuita da el paso que lo convierte en el narrador en primera persona de los atropellos cometidos por las columnas rebeldes y que sus palabras documentan hasta caer muerto después de insistir incansablemente en cartas a Díaz Varela y a Varela Iglesias de que transmitieran sus quejas a Franco y asustado ante la posibilidad de que la entrada de los rebeldes en Madrid siguiera esas mismas pautas de exterminio de las que había sido testigo: “Ni la matanza de San Bartolomé en Francia ni las penas de la Inquisición en España (…) tendrían comparación con el horror que supondría en la historia las matanzas de Madrid”, escribe.

"Presenta también una serie de documentos gráficos novedosos y estremecedores que demuestran el rastro de sangre que las columnas iban dejando a su paso"

Señala Paul Preston en el prólogo que “este libro tiene múltiples revelaciones (…) repleto de detalles fascinantes y desconocidos de la represión hecha por las columnas” (p. 13). En efecto, Espinosa amplía información sobre el reclutamiento y funcionamiento de las tropas procedentes de África que fueron enviadas en vanguardia para sembrar el terror y cumplir con la política de “aniquilar todos los elementos de la sociedad española que habían servido para articular aquella alternativa reformista iniciada en 1931” (prólogo de Josep Fontana a La columna de la muerte). Esas tropas moras, que llegaban “cortando cabezas”, como quedó grabado en la memoria de muchos y que yo misma recuerdo haber escuchado contar a mi abuelo. Mercenarios trasladados en vuelos que Espinosa documenta, y que no sólo asesinaban sin escrúpulos, sino que saqueaban y robaban: “práctica habitual que consideraban un derecho y que era permitida por los golpistas (…) Algunos hicieron fortuna con lo que sacaron. Lo único que debían entregar eran las armas; lo demás entraba en el concepto de botín de guerra. La lógica que salía de esta dinámica es que mientras más mataran, más podrían robar” (p.43). Presenta también una serie de documentos gráficos novedosos y estremecedores que demuestran el rastro de sangre que las columnas iban dejando a su paso. Entre ellos destaca el capítulo final, firmado por Jorge Arévalo Crespo, que analiza y describe el asesinato de 20 hombres cerca de Llerena y el de otros cuatro en la plaza mayor del mismo pueblo por las tropas al mando de Castejón a partir de las fotos tomadas por un desconocido fotógrafo portugués que acompañó a la columna. Las vicisitudes que corrieron estas fotografías forman parte de la narración por lo que nos enseñan sobre el intento de ocultación de la masacre por parte de los rebeldes y la manipulación de la opinión pública que todavía hoy se atreve, en algunos sectores, a cuestionar lo sucedido o jugar con los términos y hablar de necesidad de pasar página porque la dejación de los gobiernos democráticos desde la Transición no ha permitido consolidar con apoyo jurídico la verdad histórica que el trabajo de historiadores rigurosos como Espinosa ha documentado.

Como señala Espinosa “el interés de la denuncia del jesuita radica simplemente en que, al señalar con claridad lo que no había que hacer, en realidad estaba diciendo, desde dentro de la maquinaria golpista, lo que se venía haciendo desde el 17 de julio: una guerra de exterminio cuyos objetivos eran tanto los milicianos y soldados prisioneros como la población civil, diezmada a lo largo de la ruta” (p.89), dejemos que el tribunal para la causa de su beatificación le pregunte al abogado del diablo.

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Autor: Francisco Espinosa Maestre. Título: 1936. La columna camino de Madrid. Editorial: La Moderna. Venta: Todos tus libros.

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