Las imágenes que se quieren ocultar yacen en los lugares más obvios. Pero muy poca gente se atrevería a dejarlas por escrito. Remover las entrañas como a una masa densa duele. Nadie quiere mirar hacia dentro y escarbar, por lo que pueda descubrir.
La idea conjuga con la formación nigromántica que la acompaña: Violeta Niebla y Noelia Clavero, a izquierda y derecha de Sara. Cada una, con su hábito particular (unas sandalias negras y unos calcetines de deporte respectivamente), vigila uniformada de negro lo que está a punto de ocurrir en la librería Rayuela.
Un altar recoge ejemplares de los libros de Sara, poemarios y novelas, rodeados de regalices rojos y chuches de colores. Es la imagen más literal de lo que es Sara y su obra, porque solo se puede contrarrestar el dolor y la ansiedad con dulzura.
—Yo no leo el libro, y a la vez marcó una versión de mi vida que se convirtió en memoria oficial —resuelve Sara.
Lo que hay es un relato con hechos biográficos que pone sobre el tablero temas duros por su honestidad y trascendencia. Es un libro que apela y que sostiene la mirada fija con interrogantes claros y directos. Todas esas preguntas que no te atreverías a hacerle a tu amante, a tu madre, a tu pareja.
Los capítulos de la obra transmiten fuertes contrastes entre la inocencia y la crudeza, el placer y el vacío, el aislamiento en una cama a solas y junto a otro cuerpo. La vivencia personal de la autora no emite juicios sobre lo que está bien o lo que está mal. Se habla de desacuerdos, disonancias y encuentros.
Es posible hacer una lectura más personal, más maternal, o más primitiva. Pero lo que es claro es el replanteamiento inevitable de muchos convencionalismos sociales, familiares y estructurales.
En lo que a un lector primerizo en Sara le costaría revisitar de nuevo algunas páginas, la autora releía todo el libro cuando tenía que continuar con la escritura. Lo que hay es una historia personal y específica, y la honestidad que mantiene logra esa empatía y respeto con quien lee.
—Creo en la transformación a través del amor, pero también hay personas que no son capaces de amar —enuncia Sara.
La autora rechaza el bautismo de Lo que hay como un ensayo, mientras que concibe los capítulos como poemas. Frases tan categóricas como el arranque: “Mientras mamá moría yo estaba haciendo el amor”, son la sustancia de una masa madre.
Sara, desde pequeña, entendió la poesía como el género más puro, pero ahora confiesa haber aprendido a entrar en lo poético desde lo simbólico y no lo testimonial. Para ella, “lo imaginario no compite con lo vivido”.
La curiosidad de una niña se solapa con las inseguridades de una mujer adulta, haciendo hueco a los impulsos primarios de una adolescente. Sara decidió dejar fuera de Lo que hay la disforia corporal para tratarla en su siguiente novela La seducción.
La psique de Sara Torres es el lugar donde el escrúpulo es el mayor enemigo y la naturalidad de una “realidad no intervenida” el ideal. Cuando cada vez agobia más el hecho de estar sola, lo mejor es existir disrumpiendo la norma, contar historias, mirar a las otras, mojarte en el mal y secarte al sol. Las marcas forman parte de la piel, y todo es más fácil cuando el resto te reconoce como a una igual.




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