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Sergio del Molino explicado a nosotros mismos

Sergio del Molino explicado a nosotros mismos

Siendo justos, el premio Alfaguara me interesa tanto como cualquier otro premio: ni en lo más mínimo. Podrían torturarme y amenazar a mis hijos y no sería capaz de recordar quién ganó el año pasado. De hecho, sin torturarle ni amenazarle, nadie recuerda quién ganó el año pasado.

En esta edición, sin embargo, no pude ignorar el nombre del feliz ganador, pues empezaron a llegarme mensajes anunciándome (algunos, en riguroso directo) que Sergio del Molino había conseguido el premio Alfaguara de novela. El hecho de que tanta gente me escribiera sólo significaba una cosa: querían saber qué opinaba.

Con Leo Cano, autor encantador al que conozco desde hace años, crucé un buen puñado de mensajes, y en ellos vi que había una columna que el mundo se merecía. En resumen, esa columna es: ¿quién nos lo iba a decir?

"Al contrario de lo se pueda pensar, sobre el triunfo de Sergio del Molino, ni por mi parte ni por la de los autores con los que intercambié impresiones asomó la envidia o el rencor"

Al contrario de lo se pueda pensar, sobre el triunfo de Sergio del Molino, ni por mi parte ni por la de los autores con los que intercambié impresiones asomó la envidia o el rencor, la queja o el espanto, sino una suerte de nostalgia juvenil, de lotería por fin resuelta, un: “pues era él” casi definitivo o, cuando menos, digno de consideración. “Escribe bien y es buen tipo”, fue el asiento preliminar.

Cuando uno triunfa de más (Vilas, Del Molino, Irene Vallejo, Ana Iris Simón, por nombrar a los últimos afortunados), hay una inclinación comprensible por buscarle los trapos sucios y exhibirlos, así sea sólo en charlas privadas, como impugnando su éxito con la maldad con la que se ha conseguido, el afán trepador, los contactos, el servilismo o cualquier otro defecto humano, puesto de pronto bajo una lupa de vidrio grueso. A veces, no se lo niego, estas trapacerías son totalmente ciertas. En la mayoría de las ocasiones, sin embargo, se trata de un consuelo fabricado a toda prisa para paliar la propia frustración, que bulle como en las grandes ocasiones.

Realmente es muy frustrante no triunfar, amigos. No ser Amenábar, Rosalía o Umbral. He visto a gente odiar a Javier Cercas como a un criminal, y a Manuel Vilas. He visto a escritores vivir tras los pasos de su particular némesis, ese autor que consigue exactamente todo lo que ellos soñaban conseguir. Esto, reitero, es comprensible y humanísimo, no hay arte sin una tonelada de vanidad y egocentrismo, y la vanidad aguanta mal los golpes sucesivos. Pero no sólo la vida va dando a los triunfadores su laurel desmesurado, sino que también otorga a los perdedores (salvo a los psicópatas) alguna sabiduría primordial. Como he dicho en otros sitios, a mí me sacó de esta vía muerta la paternidad. Si no tuviera hijos, no tendría nada, salvo mi sola ambición personal destructiva.

"Lo que cualquier persona con vocación artística debe entender (por su salud mental) es que gente que escribe bien va a haber siempre mucha"

El caso es que Sergio del Molino era uno más en la foto, cuando entonces, hace doce años. Mirando la foto supuesta de 2012, nadie hubiera adivinado que Sergio del Molino abrazaría tanto cielo. Del mismo modo que Javier Cercas (como recuerda él mismo con quizá excesivo rencor) no fue incluido en la antología Páginas amarillas (1998), donde salían varias decenas de autores nacidos en los 60 bajo la vitola de un futuro deslumbrante (siendo que luego Cercas ha llegado mucho más lejos que todos ellos), Sergio tampoco contaba entonces con el beneplácito de Granta (listado de 2010), o de un sello principal en España, o de los lectores, o de los críticos. Era, como todos nosotros, nadie, un poco más nadie que yo mismo (entonces), y un poco menos nadie que otros que aparecían por los bares y eventos literarios, a cabildear decorativamente.

La interpretación errónea, como dije en otro sitio en relación a C Tangana, es creer que el mejor triunfa, siendo esa superioridad en las Letras la relativa únicamente a competencias verbales para la producción de obras narrativas destinadas a la lectura (vamos, lo que viene siendo escribir). Lo que cualquier persona con vocación artística debe entender (por su salud mental) es que gente que escribe bien va a haber siempre mucha, como habrá mucha gente que canta de maravilla o gente que sabe la hostia de cine y se cree el Buñuel venidero. Da igual. Rosalía no es Rosalía porque cante mejor que todas y cada una de las mujeres que cantan en España, sin excepción, sino porque usted, el público, quiere escuchar qué canta Rosalía. Qué canta otra vez. Plagiando a una señora que se llama Wendy Day, es el engagement, el relato, la fidelidad y la empatía hacia un artista lo que le hace subir mucho más alto que todos los demás: no es sólo cuestión de talento. No hay talento que explique la distancia en reconocimiento, a veces inmensa, entre dos artistas.

Porque esto es un mercado y el ganador, ya saben, se lo lleva todo.

"Es esa bajada a ras de suelo del éxito literario la que, a los que conocemos a Del Molino desde hace años, nos sobrecoge o perturba, como si hubiéramos estado siempre engañados"

Así las cosas, el debate con amigos sobre este nuevo éxito de Sergio del Molino (bastante previsible, su Alfaguara, por otro lado), giraba en torno a la familiar sensación de estar siendo premiados con él a pesar de no participar en modo alguno de su éxito. Algo muy raro, como les digo. Algo desmitificador, en realidad. Cuando un Muñoz Molina ganaba un premio grande, o un Javier Marías era famoso, o un Ray Loriga era guay, siempre parecían seres salidos de no se sabía dónde, y en realidad salían del mismo sitio que Sergio del Molino: del común de los mortales. Es esa bajada a ras de suelo del éxito literario la que, a los que conocemos a Del Molino desde hace años, nos sobrecoge o perturba, como si hubiéramos estado siempre engañados y pensando que nos faltaba algo, que algo aún no habíamos hecho bien, y en realidad no nos faltaba nada ni podíamos hacer las cosas mejor. No te ha tocado a ti, y eso es todo.

Le referí a Leo Cano una frase que me regaló uno de estos autores tocados (por la buena fortuna) un día que quedamos a tomar un café. Me impresionó mucho. Dijo: “Yo ya no sé lo que es la literatura”. Me estaba explicando las sensaciones vertiginosas aparejadas al éxito, y cómo su visión del arte literario se había visto zarandeada por un cosa muy simple: tener cien mil lectores, ser traducido a decenas de idiomas, ganar cantidades ejecutivas de dinero, frecuentar hoteles de lujo y viajar siempre en primera clase. Todo eso abrumó de niebla a sus certezas literarias.

"Es como vivir en un pisito de barrio y ser feliz, y pasar de pronto a vivir en un ático en el centro, y ser muy feliz; pero no poder entender ya por qué eras feliz en el pisito de barrio"

Es duro decirlo, pero para un autor de éxito, la literatura común, de vender mil ejemplares y estar contento, de estar contento ya sólo por publicar, se vuelve completamente ridícula. Esto no quiere decir que desprecien a sus hermanos de pluma (en absoluto), sino que su propio pasado como vendedor de mil ejemplares y receptor de tres mil euros de adelanto se divisa ahora como una broma de mal gusto, un no-ser-de-verdad-escritor. “¿Qué escritor eres si no tienes lectores?”, me dijo también este autor del que les hablo.

Es como vivir en un pisito de barrio y ser feliz, y pasar de pronto a vivir en un ático en el centro, y ser muy feliz; pero no poder entender ya por qué eras feliz en el pisito de barrio. “Yo ya no sé lo que es la literatura”.

Miren que, en medio de estas derivas, se me ocurrió pronunciar una frase tan delirante como la que sigue: “En rigor, es más escritor Sonsoles Ónega que Eloy Tizón”. Fíjense (como me acabo de fijar yo mismo) que decimos “más” y no “mejor”. Quizá la vida va de si uno quiere ser “más” o quiere ser “mejor”.

Pero todo esto no tiene la menor importancia.

Como dijo la señora llamada Wendy Day: “Se trata de éxito: es un negocio”.

O como he dicho yo miles de veces durante años: “El que triunfa siempre tiene razón”.

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