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‘Shakespeare: Rise of a Genius’: Hacia la cumbre del teatro

‘Shakespeare: Rise of a Genius’: Hacia la cumbre del teatro

Uno de los primeros textos que escribí para Zenda, en 2016, durante el primer mes de vida de esta página, trataba sobre las espléndidas celebraciones en la televisión británica del cuarto centenario de la muerte de William Shakespeare, aún más espléndidas cuando se comparaban con la pobreza de lo que se hizo en España con el ídem de Miguel de Cervantes.

Siete años más tarde se cumplen cuatrocientos años de la publicación del First Folio, uno de los libros más importantes de la historia, ya que fue el que recogió en un solo volumen 36 de las obras de Shakespeare. De solo 19 de ellas se conocen versiones impresas anteriores, así que de no ser por esta publicación, la mitad de la obra shakespeareana que nos ha llegado se podría haber perdido, o se habría transmitido mal recordada, mal copiada o mal reconstruida. De esta obra se hicieron solamente 750 copias, de las cuales 235 aún sobreviven, casi todas bajo fuerte custodia en museos, archivos o colecciones privadas. En conmemoración, la semana pasada la BBC se marcó seis horas y media de programación continuada, emitiendo dos adaptaciones de Hamlet (una actual, en directo desde el Bristol Old Vic, y otra clásica de 1964) y tres documentales. Sí, era la BBC 4, no la 1, y hay que ir a buscarla a los confines siderales de las ondas televisivas, pero ahí estaba, y también luego en la web de la cadena. A esto hay que añadir una miniserie documental de tres horas, Rise of a Genius, muy sentida, entretenida e informativa.

La serie cuenta con conocidos actores como Brian Cox, Helen Mirren, Judi Dench o Martin Freeman, conocidos en el cine por otros roles, pero también con experiencia shakespeareana sobre las tablas. Obviamente, a Cox se le hace hablar sobre las obras más parecidas a su papel en Succession y a Dench y Mirren sobre los roles femeninos, incluyendo una moderna versión de La tempestad que convirtió a Próspero en Próspera, pero entre todos y la narradora se lleva al espectador de la mano por la carrera literaria de Shakespeare desde que llegó a Londres con 23 años, procedente de su provinciano Stratford-upon-Avon, para hacer fortuna en eso que tan de moda se estaba poniendo últimamente, el teatro (el primero permanente del país tiene menos de diez años), hasta un retiro que hoy consideraríamos prematuro, los 50 años de edad (el Bardo moriría a los 52, así que algo ya debía de sospechar). Hasta un exprimer ministro del país Gordon Brown, se apunta a ayudar.

A pesar de que se recuerda desde el principio que no se saben muchas cosas a ciencia cierta de Shakespeare (hay quien duda incluso de que existiera, o como poco de que fuera él quien escribió todo lo que contiene el Folio), la serie hace continuos paralelos entre su vida y las obras: El rey Lear coincide con la época en que sus dos hijas se van haciendo mayores, y la frase clave es «I have taken too little care of this». Hamlet se parece en nombre a Hamnet, el hijo que se le murió a los 11 años de edad, y cuyo fallecimiento se dice que dejó rastros en Romeo y Julieta, Julio César o Noche de reyes. Macbeth fue representada en un momento en el que, tras el complot de la pólvora en 1605, los católicos fueron considerados los enemigos públicos número 1, y aunque no se sabe a ciencia cierta si William era católico o no, sí es conocido que en Stratford había presencia de unas treinta familias católicas, y que su hermana fue penalizada como recusant, o sea, que no acudía a las misas protestantes. Qué mejor manera de alejarse de todo eso, pues, que una obra en la que alguien complota para matar a un rey y fracasa. La visita de una delegación marroquí a Londres ocurre poco antes de que se represente Otelo, el moro de Venecia.

Para no convertir todo el metraje en una sucesión de bustos parlantes, la mayor parte de las imágenes son una reconstrucción histórica silente en la que un Shakespeare de mirada pensativa y melancólica camina por Londres, se sube en carreta yendo o viniendo de su pueblo, escribe en su pergamino o echa vistazos a varios escenarios de teatro. Londres aparece como una ciudad embarrada, abigarrada y peligrosa, donde todo el mundo lleva un arma blanca a mano y donde la esperanza media de vida es de 25 años. Sin embargo, a cambio de eso, ahora mismo es el mejor lugar para poder «cambiar tu estatus social, por primera vez en siglos». A todo esto, William ya estaba casado (lo hizo a los 18) y tenía tres hijos. Hoy en día podría hacerse los 160 kilómetros de ida y vuelta casi todos los días, pero de aquella se tardaba tres días, lo cual venía a significar que no volvía casi nunca. Eso sí, empezó a ganar dinero bien y pronto, y mostró talento para aprender de los mejores y de todo lo que veía.

Sin grandes triunfalismos patrióticos, no se deja de mencionar que «este hijo de un guantero llegó a ser el escritor más grande de la Historia», y Dench atribuye su valía a «su entendimiento de todo: el amor, la ira, los celos, la rabia, la melancolía… ¿Y quién lo ha hecho mejor que él?». Aparte de los actores, también hay expertos de varias universidades, que aportan un conocimiento diferente del de los intérpretes, por ejemplo la imagen de una escena teatral pionera, burbujeante y que debía de parecerse un tanto al Madrid de la Movida, con casi todo el mundo siendo un amateur autodidacta sin experiencia pero con agallas, creatividad, falta de respeto por casi todo, incluso quienes provenían de familias bien, y poco sentido del ridículo. Sin embargo, a esto habría que añadir una sensación de peligro real alrededor de la esquina, ya que las tensiones religiosas no eran ninguna broma, y como un poderoso caballero te tomara verdadera inquina si creía que una de tus obras se burlaba de él (o de su esposa), ríanse de lo que les pasa hoy a algunos por desacato e injurias. Christopher Marlowe, ateo y homosexual, era el perejil de todas las salsas, y todo un ejemplo para William.

El joven William aprende rápido cómo conjugar las grandes ideas con el entretenimiento de masas. Celos, amor, venganza, bondad, comedia, sí, pero todo con sangre, efectos especiales e hijos muertos convertidos en empanadillas para que se las coma su madre. También ha de saber que un actor tarda 27 versos en cambiarse de ropa si ha de hacer más de un papel (y TODOS hacen más de un papel), así que hay que medirlos a lo ancho y a lo alto también. Otra aportación muy interesante de la serie es usar imágenes de famosas adaptaciones de sus obras a la pantalla, y afortunadamente casi nunca los apolillados y estáticos teatros filmados en blanco y negro de los 50 y 60. Sale el Otelo con Kenneth Branagh, el Tito Andrónico con Anthony Hopkins, el Macbeth con Ian McKellen, y varios otros que muestran sabrosos trozos de las obras al espectador que las desconozca.

Helen Mirren y Judi Dench son quienes cierran las tres horas de documental con sus impresiones finales: la primera dice que «su obra es intensamente poética a veces, bella, poderosa e magníficamente poética, pero al mismo tiempo es muy accesible», y la segunda asegura que «si buscas cualquier cosa que te interese, la encontrarás en Shakespeare, y además hallarás su comentario al respecto, expresado de tal forma que te marcará para el resto de tu vida. O eso espero». En definitiva, que si en algún momento se les aparece la oportunidad de ver esta serie, resulta un buen acompañamiento a las otras cuatro maneras de acercarse al Bardo de las que ya hablamos antes en Zenda.

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