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Sobre Baudelaire

De los cuatro ensayos que se recogen en este libro escrito por uno de los grandes maestros de la crítica literaria francesa, Zenda publica un fragmento de “Jean-Paul Sartre y Baudelaire” en el que Geroges Blin cuestiona algunos aspectos del polémico libro Baudelaire, de Sartre, y le reprocha lo que este no percibió en su poesía.

Según Sartre, incluso cuando se hace el fanfarrón del vicio, Baudelaire siempre ratifica el orden y la regla establecidos. Durante el proceso de 1857, más que cuestionar la ética en cuyo nombre era juzgado, Baudelaire oculta el sentido real de su obra. Más tarde, postula diversos medios de rehabilitación: la Cruz de Honor, la Academia. Durante toda su vida acepta juzgar y ser juzgado según la medida común. No supo inventar su virtud, y esa «dimisión», ese miedo a elegir es lo que J.-P. Sartre designa como el principio de explicación más general de este hombre, o mejor como el agravio más abrumador que esté permitido achacarle. Al haber defendido su «diferencia» solo en el seno del mundo establecido, Baudelaire no merecerá ser llamado revolucionario, sino tan solo rebelde (la rebeldía respeta aquello contra lo que se rebela, puesto que halla su justificación en los abusos que causan su indignación). Baudelaire no es un iconoclasta y su nostalgia de la infancia solo oculta un ansia de tutela, una necesidad «pueril» de seguridad, el dolor de haber pasado esa edad en la que se sentía «descargado del cuidado de existir». Pues el niño queda justificado por la dogmática presencia de los padres, que son los detentores de una Verdad absoluta. Pero aun cuando juzga odiosos a los suyos, Baudelaire adulto no deja de saludar en ellos a los árbitros de la soberana Justicia y del Bien. Son los diques indiscutibles contra lo imprevisible. Él escandaliza al burgués pero sin recusar la moral burguesa. Lo que él teme no es la soledad física, sino el aislamiento metafísico.

Él no erige su alteridad en principio de secesión, solo hace lo que puede para desagradar a fin de que se ocupen de él, para quedar socialmente «situado», consagrado en la medida en que la repulsión le parece el vínculo de certificación más fuerte. Así pues, no quiere amigos, sino jueces cuyos veredictos le confieran «una naturaleza estable y sagrada». Se declara culpable porque el culpable, protegido por la seriedad del veredicto, posee una función reconocida, tiene su «dignidad religiosa», su lugar reservado en la jerarquía. Es un ser del que el cuerpo social se encarga en su totalidad, no puede ignorarlo por mucho tiempo, abandonarlo. No hay nadie que esté tan poderosamente sancionado en su ser. Por eso Baudelaire se complace en imaginar a Dios bajo las especies de un justiciero, provoca la severidad de sus amigos, o la de los tribunales, del público, de la Academia. Y como si no tuviera bastante con todos esos maestros del látigo, se coloca espontáneamente bajo la férula de Maistre. En todos los casos, reclama ser aprobado mediante fallos rigurosos. Para ese menor pasado de edad, ese aficionado a los castigos, ese maldito por voluntad propia, el consejo de familia fue un organismo necesario, reclamado tanto como odiado, que al ponerlo bajo las alas de otro, satisfacía en él una necesidad.

Y si exige tan duramente que se salvaguarde «la conciencia en el mal», es porque pretende a la vez violar la ley moral y preservarla. En el universo que él ha elegido, esta es la única manera de hacer uso de su libre albedrío. Quiere «crearse a sí mismo» pero «tal como lo ven. Quiere ser esa naturaleza contradictoria, una libertad-cosa». El único medio que le queda para demostrar su autonomía sin dejar de ocultar su gratuidad es elegir el mal por el mal. Si saludara al Mal como Bien, se vería forzado a asumir la carga de una responsabilidad infinita, pero actuando a la inversa de lo que él insiste en llamar la virtud, al mismo tiempo conserva los valores tradicionales en el eje de su voluntad más profunda, y opta provisionalmente, por derogación, por el mal. Su falta «se desliza sobre el ser», no afecta realmente las posibilidades de rescate y como «obra de lujo, gratuita e imprevisible», se da aires de creación: ¿acaso no es «buscada contra el orden establecido por una libertad que se condena para hacerla nacer»? Y así Baudelaire puede tener a la vez la seguridad que le procura la reprobación y la voluptuosidad de inventar. Objetivamente confirmado por la condena de sus jueces, se libera subjetivamente mediante la realización de un delito del que él fue árbitro, o de un poema, si es autor. Además, en la medida en que es salvaguardia de los derechos inalienables del bien, esta excursión por el mal desustancia la naturaleza, la carga de espiritualidad. Y eso concuerda con el gusto de Baudelaire por las voluptuosidades aligeradas que, en amor, no comprometen realmente al amante con el otro, realizan una posesión a distancia y permiten hipotecar el pudor de la pareja sin contrapartida de don personal.

Esta especie de «juego con el mal» satisface realmente la «doble postulación»: de ser, es decir de «hacerse cosa», y de existir, es decir de fabricar para sí mismo la propia objetividad, ser espontáneamente lo que uno es. Pero justamente Baudelaire «no puede ni quiere vivir el ser o la existencia hasta el final». «Él mantiene el Bien para poder cumplir el Mal» y comete el Mal, pero en homenaje al Bien. Vive en la huida, es decir que su libre proyecto de sí mismo es originalmente de mala fe. ¿Acaso no elige «no elegir su Bien»? De ahí su imposibilidad de tomarse jamás en serio.

Esta reivindicación de culpabilidad cuya importancia funcional acabamos de ver comporta una terapia: el autocastigo, que redime y «rejuvenece». Así, Baudelaire se inflige todas las penas que puede. No solo se toma cualquier accidente que le golpee como un castigo merecido, sino que además se atribuye vicios o ridiculeces ficticias. Ese artesano voluntario de todos sus fracasos, proveedor diligente de sus taras y desgracias físicas, no deja nunca de culpar, a toro pasado, a su Mala Suerte. De tal manera que Sartre no se compadece de sus sufrimientos. Llega incluso a dudar de que su autor haya conocido alguna vez el dolor «de veras». Porque si Baudelaire se queja, se queja a su madre: por rencor, para causarle remordimiento, o porque los tormentos que contabiliza alivian su culpabilidad, le dan credibilidad en el universo teocrático y burgués en el que acepta ser juzgado. Pero, en realidad, su desdicha constituye su mayor título de orgullo, su «nobleza única». Considera el sufrimiento como medio para acceder a un estado crónico de tensión espiritual y moral y lo saborea más que nunca cuando es inveterado, «ponderado por el tiempo», convertido en consubstancial a un ser y generalizado en forma de insatisfacción metafísica. Porque esta melancolía provocada por la trascendencia, o más exactamente por la posibilidad de superar cualquier cosa en vacío, lo libera de la culpabilidad que lleva cargada, lo erige en juez, en criatura que «se planta como un reproche frente a la creación». Esta forma de desgracia es lo que le emociona en particular en el retrato de Satán por Milton como tipo de Belleza viril. Aunque Baudelaire es también un satánico, la verdad es que el Ángel del Pecado es el orgulloso que, para obtener la consagración de su Diferencia, «ha elegido libremente cometer el Mal en el marco del Bien».

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«Georges Blin era un superdotado con una magnífica producción entre los años 1938 y 1958. Sus trabajos sobre Baudelaire y Stendhal siguen siendo insuperables e indispensables. […] Tenía talento; albergaba en su interior un Heautontimoroumenos que lo hacía cómplice de los poetas, de sus éxtasis y su padecimiento. La excesiva inteligencia puede convertirse en una maldición. Pensando en la grandeza y el sufrimiento de Georges Blin, podría decirse que tal vez sea deseable tener unas facultades regulares, contentarse con poco y permanecer en el aurea mediocritas».

Palabras de Antoine Compagnon, en el homenaje que pronunció en 2015 en el Collège de France tras la muerte de Georges Blin.

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Autor: Georges Blin. Título: El sadismo de Baudelaire. Traducción: Lluís Maria Todó. Editorial: Ediciones del Subsuelo. Venta: Todostuslibros y Amazon.

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