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Sonreír como una Miss Universo

Sonreír como una Miss Universo

“¿Eres feliz? ¿Llegados a este punto, te sientes satisfecha? Espero que las cosas vayan como te mereces. Estás en el ecuador de tu vida. ¿Qué te han regalado?

Como tantos escritores de febrero y marzo, fui concebida nueve meses antes, en los ardores de la primavera, sin embargo, no me terminan de gustar los cumpleaños… Extraños días en los que hay que sonreír como una Reina de Belleza mientras aquellos con los que una nunca habla salen de su tumba y se descuelgan sobre el cumpleañero indefenso, desde la medianoche, con cuestiones o aseveraciones trascendentes que uno jamás contestaría en presencia de relaciones intrascendentes; a veces ni siquiera ante una mismo.

Cuando se acerca mi cumpleaños me pongo cavilosa, meditabunda, procuro desbrozar esta cabeza repleta de fechas, sentimientos y sobresaltos que parecen no tener fin, saber quién soy, qué estoy haciendo… Por qué. Y miren nadie me quita de la cabeza que en mi atormentada y al mismo tiempo feliz biografía, ese 25 de febrero de 1978, con mi tía Martita disfrazada de payaso sonriente, lo cambió todo.

No me quejo, escribo esta columna hoy que es mi 47 cumpleaños, recordando los libros que me han regalado a lo largo de mis aniversarios, algunos para reírse y otros como el Ulises.

Con Ulises (que se publicó un febrero de 1922) pasa como con la Biblia y como con los que dicen que han escuchado toda la obra de Bach (nacido en marzo) ja, ja, ja… Cuando llegó a mis manos, un cumpleaños de mis veintipocos, hice un curso de meses sobre esta novela y ni así conseguí entenderla (no creo que la entendiera ni su autor y no está mal, ¿hay que entender y convertir en unos y ceros el proceso creativo?¿ha de ser el autor consciente del proceso creativo? Esto da para otro artículo).

"Un libro tan desesperante y coñazo (no es para cualquiera) como necesario para todo aquel que quiera escribir"

Sin embargo, tuve la suerte de disfrutar esta obra de vanguardia desde el primer párrafo —Tom Tom plas, sombreros cuchillos, ajonjolí, ladra la vaca, saluda monseñor, harina— que es un desafío para la paciencia, para el ego, para el disgusto y para  las entendederas de los amantes de lo figurativo. Un momento, ¿se estaba nuestro adorado James descojonando de nosotros? Pelos, hermandad, cojín, guau…Todo esto es muy Joyce. Un verdadero hallazgo por parte del irlandés nacido un febrero también, que de jovencilla consideré el Picasso de la Literatura; ahora me gustaría echar una ojeada, con sonrisa de Gioconda, a su historial psiquiátrico.

Un libro tan desesperante y coñazo (no es para cualquiera) como necesario para todo aquel que quiera escribir. Ya lo saben, los pocos que lo han leído, Ulises no es El perfume de Patrick Süskind (la novela más comercial, amena y atractiva que se me ocurre y que recomiendo a todo el mundo porque es maravillosa), que nació en marzo, ja ja. Ulises tampoco es la golosísima Cien años de soledad, para un joven y romántico lector, como el chupete bañado en anís del bebé llorica. Gabriel García Márquez, marzo.

La novela American Psycho de Bret Easton Ellis (que nació un 7 de marzo) fue publicada en marzo de 1991 y me la regalaron en mis 23 esta polémica novela, donde el protagonista es un yuppy narcisista que descuartiza tías buenas después de cenar con ellas en restaurantes carísimos en la sociedad del consumismo hipertrofiado neoyorquino de finales del XX es absolutamente incuestionable. Y lo de menos es el argumento (la película, un horror), si se conoce esta obra maestra; una de las grandes novelas de la literatura estadounidense. 576 páginas de brillantísima prosa que leí en dos días y volví a leer acto seguido.

A los 25 me regalaron El mundo como voluntad y como representación, de Arthur Schopenhauer (22 de febrero de 1788) y me obsesioné: “Hay seres de los que no se concibe cómo llegan a caminar sobre dos piernas, aunque eso no signifique mucho”; “Los amigos se dicen sinceros; ¡los enemigos sí que lo son! Por eso debiera tomarse la crítica de éstos como una medicina amarga”; “Cuantas menos razones tiene un hombre para enorgullecerse de sí mismo, más suele enorgullecerse de pertenecer a una nación”.

"Llo mejor que me ha pasado, en cualquiera de mis 47 cumpleaños fueron las Historias de San Petersburgo, de Gógol, que nació y murió también en marzo"

Esta creación indispensable de la filosofía (autores como Freud, Nietzsche, Karl Popper, Cioran y Borges son consecuencia directa de ella) se considera la más elaborada manifestación del pesimismo, pero a mí me reconforta y me hace reír a carcajadas. Durante muchos años fue mi libro de cabecera y di por hecho que era el más completo, inteligente y cómico análisis del mundo hasta que comencé con la Biblia.

La importancia de llamarse Ernesto, de Wilde fue estrenada el 14 de febrero de 1895 y a mis ojos la trajo mi ex marido un San Valentín y volví con él“Yo no soy partidaria de las relaciones largas. Dan ocasión a que los novios se conozcan demasiado bien antes de casarse, cosa que nunca es prudente”; “Si no tarda usted mucho, le esperaré aquí toda la vida”; “¡Detesto todos los argumentos! Son siempre vulgares, y a menudo convincentes”; esta obra que ironiza con milagrosa profundidad y humor sobre las costumbres y la seriedad de la sociedad victoriana fue su última comedia y creo que la mejor; pero a Wilde no hay que dejar nunca de leerlo, aunque sí de parafrasearlo. Probablemente el autor con el que más me identifico, desde la humildad (se lo aseguro) y con el que más me he reído. Le quiero, le invitaría a mi casa y le seduciría, y me casaría con él, a sabiendas de que pronto me abandonaría por un jovencito de su agrado.

No obstante, lo mejor que me ha pasado, en cualquiera de mis 47 cumpleaños fueron las Historias de San Petersburgo, de Gógol, que nació y murió también en marzo: un libro amable y sencillo pero no por eso menos sofisticado y deslumbrante en la historia de la literatura rusa que quizá sea lo mejor de la literatura en general.

Por si no lo han leído, contiene algunos de los mejores relatos que jamás se hayan escrito como «El abrigo» o «La nariz», tan divertidos como desgarradores. La obra, modernísima, ejerció una influencia loca, evidente en Herman Melville, Kafka o Dostoievski. Nabokov consideró «El abrigo» como la única obra “sin grietas” de la historia. A mí se me humedecen los ojos y se me abren, igual que la sonrisa, como las puertas con sensores fotoeléctricos de un mall,  sólo con olisquear el título. Y Dostoyevski, que murió un febrero justo en esa ciudad glacial, dijo echando mano de todo el humor de su vida, que “del abrigo de Gógol”, habían salido todos.

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