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Susana Fortes: “Algunas de las cosas más importantes que he aprendido sobre la vida me las enseñó el cine”

Susana Fortes: “Algunas de las cosas más importantes que he aprendido sobre la vida me las enseñó el cine”

Cuando llego al hotel de Madrid donde he quedado con la escritora Susana Fortes, está ya posando pacientemente y con cierta coquetería para un medio nacional. Le esperan días de no parar. Tiene una nueva novela, Septiembre puede esperar, que narra la historia de la escritora Emily J. Parker que desaparece en Londres mientras la ciudad celebra el décimo aniversario del fin de la II Guerra Mundial. Años más tarde, Rebeca, una estudiante española de filología, se marcha a Londres dejando a su pareja para realizar su tesis doctoral sobre la misteriosa escritora. Fortes maneja el misterio y la historia con una gran maestría y por esta novela desfilan personajes reales y ficticios creando una trama de espionaje en la que jugó un papel muy interesante el centro de inteligencia británico de Bletchley Park o las investigaciones de Alan Turing, el hombre que logró descifrar los códigos de la máquina Enigma. Fortes, una vez más, demuestra que es una gran contadora de historias, especialmente de esas historias de mujeres fuertes que fueron muchas veces olvidadas o relegadas a un segundo plano y además maneja el misterio con maestría.

—¿Cuál fue el germen de esta novela?

—Bueno, el verdadero trabajo de los escritores no es encontrar una buena historia, sino reconocerla cuando aparece. El día del aterrizaje de esta historia yo estaba descalza en la cocina de casa, desayunando y mirando una revista. Ahí encontré los zapatos de la protagonista. Al principio era lo único que tenía de ella. Unos preciosos zapatos de tacón de puntera abierta. Luego fueron apareciendo más datos. Su nombre, Emily J. Parker; 32 años. Pelirroja. Escritora. Desaparecida en pleno centro de Londres el 10 de mayo de 1955.

—Siempre te han gustado los misterios. ¿Por qué ubicaste la novela en el Londres de diez años después de la II Guerra Mundial?

—Es que a veces siento que nadie puede saciar la bestia de mi curiosidad una vez que esa bestia se despierta. Y la bestia se despertó a puros gritos un jueves a las siete de la tarde. En ese preciso momento empecé a escribir. Rejuvenecí algunos años hasta convertirme en Rebeca Aldán, ella es quien cuenta la historia, una estudiante de Literatura con una beca de posgrado y grandes dosis de confusión que llega a Londres en 2009 en medio de la peor nevada del invierno. La novela naturalmente tuvo que adaptarse a la ciudad, con su ritmo rugiente y caótico, sus cielos grises y sus autobuses rojos. Y está llena de guiños a su literatura y también a sus clichés y a su pasado. Un mundo que tuvo su momento de gloria, durante la II Guerra Mundial mientras resistía bajo los bombardeos, y que en buena medida ha desaparecido o está a punto de desaparecer por el desagüe del Brexit.

"Siempre me han fascinado estas historias de escritoras desaparecidas, que desaparecieron del mapa y nunca más se supo de ellas, como la autora de Matar a un ruiseñor, Harper Lee"

—Siempre has tenido predilección por los personajes femeninos y por el misterio.

—Es verdad que a mí siempre me han fascinado estas historias de escritoras desaparecidas, que desaparecieron del mapa y nunca más se supo de ellas, como la autora de Matar a un ruiseñor, Harper Lee, que escribió una novela deliciosa, aunque todos recuerdan la película, y nunca más volvió a escribir. Se murió el año pasado. Luego hay otra mujer que está en el fondo de mi curiosidad que se llama Jean Rhys. Es una escritora inglesa de principios del siglo XX, pero colonial,  de las colonias inglesas del Caribe. Esta mujer escribió una especie de precuela de Jane Eyre, la novela de Charlotte Brontë que se titula Ancho mar de los Sargazos y es una escritora que también desaparece del mapa, no se sabe nada de ella, hay un misterio en torno a su vida. También está Agatha Christie, hay unos meses de su vida que nadie sabe lo que hizo.

—Hay mucha influencia de tu amor por el cine

—Algunas de las cosas más importantes que he aprendido sobre la vida me las enseñó el cine… Hay guiños suficientemente explícitos. Además, Londres es una ciudad tan fotogénica y cinematográfica que resulta difícil abstraerse del escenario. Pero yo sólo respondo de la novela.

"Desde el Antiguo Testamento, la fascinación por el miedo está en nuestro ADN. Herodes, Abraham… Asesinos de niños, padres cuchilleros, plagas mortíferas…"

—¿Disfrutas o sufres con las películas de terror?

—Disfruto. Desde el Antiguo Testamento, la fascinación por el miedo está en nuestro ADN. Herodes, Abraham… Asesinos de niños, padres cuchilleros, plagas mortíferas…Todo está en la Biblia.

—¿Cuál fue el mayor reto a la hora de escribir Septiembre puede esperar?

—Hubo varios. Para empezar no estoy demasiado familiarizada con las desapariciones. No es un terreno literario en el que me sienta cómoda como novelista. Tampoco tenía una opinión muy clara sobre la protagonista, Emily J. Parker, no sabía si era trigo limpio. Aprendí que la impresión inicial del autor sobre el personaje puede ser tan errónea como la del lector. Por momentos pensé que no sería capaz de llegar hasta el final, porque las cosas siguieron un curso con el que no había contado ni por asomo. Más de una vez creí que el tema se me podía ir de las manos y volví sobre mis pasos, hasta que entendí que era ahí precisamente, en esa cuerda floja, donde tenía que dar el salto de altura. En eso la vida se parece a las novelas.

—¿Por qué el título Septiembre puede esperar?

—En todas las familias hay expresiones y frases repetidas que funcionan como un código íntimo. Puede ser una frase hecha del tipo: “Ancha es Castilla” o ingeniosa, por ejemplo mi abuela siempre decía: “tener un hijo es como tener una sartén siempre al fuego”. Cuando te vas de casa, esas frases, lo mismo que algunos objetos, un avión de juguete, o un sabor, un postre especial…, se convierten en símbolos de algo. Son lo único que nos queda de un mundo perdido. Pero prefiero que el lector descubra por sí mismo su significado.

—¿Tienes algún ritual para escribir?

—Escribo a puerta cerrada. Es una manera de decir en casa que no me incordien si llega un aviso de SEUR o se atasca el filtro de la lavadora. Aunque, ni caso, claro. Algunos escritores tienen la suerte de poseer un refugio frente al mar  con un escritorio colonial de persiana como el que usaba Rudyard Kipling. Yo me conformo con poder cerrar la puerta. Y gracias.

—¿Y tienes alguna manía especial?

—Me gusta escribir descalza, con el móvil en modo avión,  procuro evitar la voz pasiva y cuando me atranco, salgo a correr.

"La capital del Támesis es una ciudad contaminada, indiferente, narcisista y con un clima de mil demonios. Los mares del Sur, por el contrario, son un auténtico paraíso."

—Arrancas la novela con «Hay dos lugares en los que una persona puede desaparecer por completo: Londres y los mares del Sur.»

—La frase es de Herman Melville, un tipo de fiar teniendo en cuenta lo que hay por ahí. Entre los dos destinos no hay la menor duda. La capital del Támesis es una ciudad contaminada, indiferente, narcisista y con un clima de mil demonios. Los mares del Sur, por el contrario, son un auténtico paraíso. Yo elegí Londres, naturalmente.

—¿Dónde te escaparías si quisieras desaparecer?

—Siempre he fantaseado con la idea largarme a vivir a  algún lugar de la campiña inglesa. A ver si algún editor compasivo me brinda la oportunidad.

—¿Cómo se mezclan personajes reales y de ficción? ¿Es especialmente complicado?

—No  me parece difícil. Desde niña me he acostumbrado a convivir con personajes de ficción como si fueran de la familia. Los he tenido sentados a la mesa a la hora de desayunar, comer y cenar.

"Me gusta llevar mapa, además de brújula, preparar bien el equipaje y saber el terreno que piso."

—Te consideras escritora con brújula pero no con mapa. ¿Viajas así también? Más guiada por el instinto que por un plan cerrado?

—A la hora de escribir soy bastante disciplinada y sigo un horario de trabajo intensivo, pero si supiera de antemano cómo va a acabar la historia dejaría de interesarme, tendría un poco la sensación de estar escribiendo al dictado. Necesito el suspense para escribir, para que el monstruo de mi curiosidad se ponga a trabajar. Probablemente no es la manera más segura de hacer las cosas, ni la más aconsejable. Pero es la mía. En los viajes es algo diferente, sobre todo cuando vas a sitios peligrosos. Me gusta  llevar mapa, además de brújula, preparar bien el equipaje y saber el terreno que piso. Algunos viajes ya implican en sí mismos una dosis de azar y riesgo considerable.

—¿Cómo encajas las críticas?

—: Después de haber sobrevivido a los comentarios de mi profesor de Matemáticas de Primaria, creo que podré soportar estoicamente lo que diga el gurú literario de turno.

En breve:

Un libro: Memorias de África, claro, o La llamada de la selva, de Jack London, o Matar a un Ruiseñor.

Una película: El padrino, por supuesto.

Una banda sonora: La de Érase una vez en América, de Ennio Morricone.

Un viaje: El último fue a las Highlands escocesas.

Un personaje histórico: Si pudiera viajar al pasado y encontrarme con alguien, creo que pasaría un buen rato charlando con Leonardo Da Vinci en la Florencia del Quattrocento. Era un tipo divertido.

Un animal: A los perros, los caballos y los delfines que no me los toque nadie. Con los gatos he llegado a una entente cordial después de convivir durante toda la novela con Timothy Gordon, el gato de la señora Bartolomew.

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