A Susana Koska le aguardaba una historia en una caja de la Sociedad de Amigos de Laguardia. Las consecuencias (Pepitas de Calabaza), es una bellísima novela sobre dos familiares: María de Lera y su sobrino, el escritor Ángel María de Lera. En ellos reposa el siglo XX español, y Koska los cuenta con delicadeza, comprensión y emoción.
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—Las consecuencias resume su peripecia, pero aun así, lectores que no la hayan leído no la conocen. Cuénteme un poco cómo llega a estos dos personajes: María de Lera y Ángel María de Lera.
—Por esas cosas del destino, llegué a Laguardia, que está en la provincia de Álava y es la frontera con La Rioja y Navarra. Y allí una persona me dijo: «Mira, en nuestro museo tenemos muchas cosas de la guerra civil, igual te apetece mirar». Y me quedé. En la Sociedad de Amigos de Laguardia hay una colección de Guerra Civil, yo creo que de las más impresionantes colecciones privadas. Y allí pasé un gran verano mirando papeles de todo tipo, impresionantes, y archivando. Y cuando ya en septiembre me iba, vi una caja donde ponía «Escuela» y pensé: «Anda, mira, una maestra republicana». Y no, no era una maestra republicana, era María de Lera, con todas sus consecuencias. Y años después, siguiéndole el hilo a esta mujer, sin saber, evidentemente, nada más, que había sido monja, que había sido maestra, que fue delegada de la Sección Femenina de Falange y todas esas cosas, abriendo más cajas años después, apareció una caja donde había un montón de artículos del ABC que firmaba Ángel María de Lera. Y pensé: «Ay, tate, a ver si van a ser familia». Me extrañaba mucho, porque la primera crónica del ABC que cogí se llamaba “Al habla con Carlos Marx”. Miré en Wikipedia, porque soy una ignorante, y allí apareció un escritor que hemos olvidado, que ganó un Planeta, que escribió treinta libros, y muchos de ellos hablando de la gente que perdió la guerra, de los proscritos, de las cárceles, de los olvidados, de los emigrados y de ese lado al que no se miraba.
—Querría hablar primero de María de Lera. Vamos a hacer un poco el recorrido del libro. Aunque emocional y familiarmente estén muy conectados, son casi dos novelas en una.
—María De Lera se definía por sí misma, porque ella dejó escritas muchas cosas. Tenía guardadas sus cartas, sus escritos, los borradores que enviaba para informar a sus superiores, y ahí se dibujaba ella sola. Yo seguí sus pasos y sus acontecimientos. Y su voz, porque ya te digo, una gran parte de papelitos eran cartas que ya escribía Dios cuando era novicia. Ahí estaba su tono. Y mi formación es teatral. Entonces, para mí, fue encontrar la voz de ese personaje y seguirlo y construirlo casi desde el actor. Me ha gustado mucho desde ahí, por sus contradicciones y porque a todo el mundo le gusta una malvada, ¿verdad? Y tener en tus manos una malvada que no tiene nada que ver contigo. Yo ni siquiera he ido a un colegio religioso, o sea, las jaculatorias ni me las sabía. Y habiendo estado siempre escribiendo y trabajando con mujeres republicanas, pues para mí fue como encontrar allá a la archienemiga de todas ellas.
—Después de leer su texto, esa parte de la novela, María De Lera no parece tan mala. Ahí hay unas motivaciones, ahí hay muchas contradicciones, sobre todo.
—Es que no es mala. Ella no es mala. Ella es una víctima de su época. No eligió lo que quería hacer en la vida. Ella quería estar con Dios y no se lo permitieron. Eso para empezar. Y luego hizo todo lo que le dijeron que tenía que hacer. No creo que ella fuera una mala persona. Ella funciona siempre desde la compasión y desde la bondad. Otra cosa es que su caridad fuera una caridad de mierda, no fuera tal. Pero yo creo que ella es una buena persona. Otra cosa es que esté en un lado de malvados.
—Su collage literario respira muy bien, y eso es muy difícil. Quería hablarle sobre todo de los encabezados de las de las cartas de Las consecuencias, que dibujan una época cochambrosa. Y quería hablar de esa cierta nostalgia que hoy en día existe de una época que evidentemente era cochambrosa.
—Solamente hay que leer mi libro para darse cuenta de que eran cochambrosas y cómo se portaban con las personas a las que pretendían dar caridad, porque es cochambroso leerlo. Pues a esas personas de hoy les diría que leyeran este libro, para que se den cuenta. Y también para todos, que nos demos cuenta de que no somos inmaculados: en todos los lados hubo buenos y hubo malos, y a veces el amor fraternal estaba ahí, por encima de ese horror que fue la Guerra Civil y que separó familias que se querían. En este caso, estos dos personajes se mantienen unidos siempre, pero no toda la familia se mantiene unida.
—Hay una cosa que dice en el tramo de Ángel María de Lera: «Nuevamente pensé en lo poco que sabemos de los otros, en lo difícil que es escudriñar en la biografía de alguien que no está para contarse». En Ángel María tuvo que rellenar muchos trozos, sé que tuvo la ayuda de su hijo y demás, pero ¿cómo fue esa reconstrucción, con necesarias partes de ficción?
—Pues sí, muy, muy en parte, porque yo no tenía referencias de él. O sea, cuando me empecé a dar cuenta de que él se contaba en Las últimas banderas, de que él era el personaje principal, pude empezar a enlazar cómo era esa vida de Ángel. Y cuando lees sus libros sobre las cárceles, pues también. Y en Los olvidados está mucho de él, al volver a empezar después de salir de prisión. En sus libros está su biografía. Luego encontré unas pequeñas biografías, ya bien pequeñitas, que contaban más o menos. Y ya muy, muy, muy tarde, cuando yo tenía prácticamente el libro terminado, conseguí dar con el hijo, porque me costó muchísimo tiempo dar con ellos. Y él también me lo dibujó de otra forma, porque yo que siempre he trabajado con lo oral, me costaba mucho inventarme a un hombre o hablar de un hombre con el que no había hablado, no había oído su voz. Luego sí que he encontrado entrevistas, hay una entrevista interesantísima con Soler Serrano y hay cosas muy chulas por ahí donde él se explica. Pero no sé, me parecía como faltar a la verdad. Luego me he dado cuenta de que no, de que hacer una biografía de alguien es esto. Cuando conseguí hablar con su hijo para mí fue fantástico. Y ahora que finalmente su hija, una vez ha leído el libro, me ha escrito, pues ha sido muy conmovedor tener, por lo menos, ese lazo, o sea, ver un poco más de Ángel María.
—Ahora muchas veces se repite que en la Guerra Civil perdimos todos, pero realmente Ángel María de Lera, que era una figura que yo conocía de referencias pero sin haber leído nada, es un perdedor total.
—Sí, evidentemente fue un perdedor. Él es un joven de 25 años, se alista con lo que sea. Y yo creo que ya desde el principio empieza a haber cosas que le asombran de lo que está pasando en su propio bando. Creo que eso es muy interesante de Ángel, que hace reflexiones incómodas desde su propio bando, ya en el año 69. Es un hombre que es condenado a muerte a los 27 años. Imagina. Aunque te conmuten la pena por treinta años, calcula con la edad que hubiera podido salir, habría pasado toda su vida en prisión. Eso lo vi también mucho con mi otro libro, Mujeres en pie de guerra: las que estuvieron en las cárceles con condenas largas, que pasaron los años de juventud entre rejas. Y son personas diferentes, porque la vivencia es muy, muy, muy demoledora para la vida de ellos. Aparte de perder, ver que no hay manera de que eso se arregle, y que además pasan 20 años y cuando salen se encuentran con una realidad que les parece abrumadora.
—Usted habla en el libro de las consecuencias físicas y psicológicas de esas personas que pasaron tantos años en esas cárceles terribles.
—Eso me ayudó mucho, por ejemplo, haber hablado con María Salvo, que pasó 20 años en la cárcel. Y salir y empezar y no saber cómo funcionar en sociedad, no saber hacer absolutamente nada, porque no sabían prácticamente nada. Ángel, al menos, tenía estudios y no le fue, entre comillas, difícil ponerse a la tarea. Pero imagínate esas mujeres jovenzuelas que entraron a los 20 años. Esas gentes fueron marcadas, aparte de por la pérdida de la guerra, por esas existencias en prisión tan tremendamente largas.
—Este libro es un libro lleno de fantasmas, de personas que ya no están. De entre los que están ¿habló con Luis María Anson? Creo que también con su hijo, ¿no?
—No hablé con Anson, porque había hemeroteca suficiente. Con quien sí hablé fue con Manuel Rico, que es el presidente de ACE, la Asociación de Escritores que fundó Lera. Me facilitó los teléfonos de dos personas que habían sido muy amigas suyas y que habían sido, además, quienes recogieron el testigo en la Asociación. Pero bueno, llegamos tarde siempre. A la generación de la Guerra Civil ya llegamos muy tarde para hacer memoria, ya estaban muy al final de sus días y no conseguía hablar con ellos.
—¿A qué atribuye la rápida integración de Lera tanto en premios literarios como en un sitio así en principio, tan complejo para alguien el pasado de Lera, como el ABC y con Torquato Luca de Tena?
—El personaje de Torcuato es fundamental, porque Lera, cuando se presenta con Los olvidados, lo presenta a todos los premios literarios, que al parecer era la única manera entonces de darse a conocer. Los olvidados lo presenta al Planeta, pero lo pierde, lo presenta al Nadal, pero lo pierde. Pero él continúa, y lo edita Aguilar, y después edita Los clarines del miedo, que fue película. Y mientras se estaba haciendo el guión de Los clarines, un amigo le presenta a Torcuato, y este le ayuda a saltar los charcos de la censura, y se hacen muy amigos. Y entonces, Torcuato va a ser el director de ABC y le propone hacer El mirador literario, que es donde empieza él a escribir y después hace también la serie de Los emigrados. Torcuato es fundamental, son amigos, y de hecho, cuando Torcuato se va, Lera se va.
—La muerte de Franco. Lera, digamos, no es de esos entusiastas que abrieron champán y se lanzaron a la calle. Noto amargura en él.
—Amargura puede ser, pero yo creo que casi tenía como un miedo de que pudiera pasar algo grave, de que no fueran las cosas tan fáciles. Y tampoco lo fueron, no estaba equivocado. No va a haber champán, porque seguramente tenía la suerte de escribir en ABC y publicar, y también tenía muchos enemigos en esos círculos. Entonces, supongo que sintió no miedo, pero sí prevención, prevención por el futuro.
—En comparación con otros de su generación, Lera tiene la suerte de vivir hasta el 84 y ver el 23-F y la democracia. Le dibuja usted como un ser con una dignidad extrema hasta el final.
—Hasta el final. Hay un artículo de El País, que es lo último que escribe, donde él no exige, pero sí pide, que la generación nueva que viene a hacer la democracia cuente con ellos, que la intentaron defender. No tuvo que ser nada fácil y siempre estuvo ahí. De hecho, se presentó a las elecciones. Él siempre luchó porque hubiera un estatuto del creador. Fíjate, estamos todavía ahí todavía. Pero él ya se dio cuenta de que eso tenía que ocurrir. Yo me imagino que ya le pilló, como a todos ellos, un poco mayor para hacer más ruido.




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