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Tener la carne o cómo mis albóndigas veganas acabaron en el estómago de su amante

Tener la carne o cómo mis albóndigas veganas acabaron en el estómago de su amante

La poeta y dramaturga Carla Nyman debuta en la novelística con una ficción de tintes almodovarianos en la que una chica mata a su novio con la ayuda de su madre y, estando en la costa almeriense, arrastra su cadáver por los chiringuitos en una silla de ruedas. Todo mientras espera a que el juez de instrucción espabile y venga a buscarla. Una locura de ficción que arranca carcajadas y atrapa desde la primera página.

Carla Nyman ha escrito un making of sobre la gestación de su novela tan delirante como la propia Tener la carne (Reservoir Books).

***

Ocurre en Garrucha. No solo la novela. Es 2021 y, del mismo modo que la protagonista, yo ando de vacaciones en las playas de Almería, acompañada de mi novio de entonces, P.

Todavía no sé muy bien de dónde viene la majadería, la urgencia de hablar sobre estas cosas. Me dan una beca para escribir teatro, y de ahí va saliendo una chica desesperada, vencida por una agitación delirante que la lleva a desarrollar un instinto criminal hacia su pareja.

"Y allí estamos los dos, muy a la intemperie, con el mar muy quieto y santo, alejados de todo tipo de envites reales. Es verdad, es verdad. Solos él y yo. Muy calmados"

Yo miro a la mía. Te pone los cuernos alegremente con otra, me digo. Este pensamiento debe de ser una deformación en toda regla de un cerebro que no ve dónde poner sus inseguridades, me digo. Estás enferma, me dice. Claro, si es que siempre piensas en alto, me digo. Pero vamos a abordarlo, me digo. Vamos a decirle, me digo, que sospecho que desde hace un tiempo hay otra persona, le digo. Estás enferma, me dice. Qué dotes extraordinarias las suyas, que puede diagnosticar dolencias mentales con esa rapidez, ¡sin siquiera un breve recorrido en medicina!, me digo.

Y allí estamos los dos, muy a la intemperie, con el mar muy quieto y santo, alejados de todo tipo de envites reales. Es verdad, es verdad. Solos él y yo. Muy calmados. Con los pies metidos bajo la arena. Y aun así yo reconozco la presencia vaporosa de alguien entre los dos. Un boquete marrano con la forma de una mujer que no soy yo.

"Supongo que lo maté en el texto porque quería que se estuviera quietecito un momento. Ya valía eso de meter el rabo en tantos sitios a la vez. Qué ordinariez"

Y me pongo a teclear todo este revoltijo en la Biblioteca de Garrucha mientras P. me besa, me dice lo mucho que me quiere, me promete la vida, los testículos en compensación. Y yo lo voy asesinando de a poco en el texto, qué escribes, qué escribes, pamplinas, le digo, y yo me pienso un poco loca y desbaratada, al borde de un teclado que me pide que siga, dale, dale, y miro a los estudiantes y a los opositores de reojo, guardándome de que no me juzguen, por quién me toman, y voy viéndome delante de su cadáver, con una boca muy grande que se abre y me pregunta, ¿hoy comemos espetos de sardina?

Supongo que lo maté en el texto porque quería que se estuviera quietecito un momento. Ya valía eso de meter el rabo en tantos sitios a la vez. Qué ordinariez.

"Vuelvo al día siguiente y la casa está patas arriba, qué fervor causa el bakuninismo, pienso, pero el tupper está limpísimo. I. se las ha comido muy ricamente, me dice, que vino cansada y hambrienta y la invité a descansar"

Me resulta intrigante pensar cómo el cuerpo de alguien que ha mentido mucho, que ha dañado mucho, que ha follado mucho y mal, no engorde proporcionalmente a la cantidad de bulos que acumula en su organismo. Yo espero el momento de la eclosión. De ese cuerpo mentiroso debe de salir algo más que lefa azarosa en todas direcciones, ¿no? Me lo imagino estallando y salpicándolo todo con la mano de esta y el brazo de aquella y las falanges de la otra. Vaya carnicería, hijo.

Entonces, imagino que, como no puedo hablarlo con P. allí mismo porque me va a volver a diagnosticar otro trastorno cerebral, me pongo a espiar, desde el texto, a la mujer que se acuesta con el mismo hombre que yo.

P. invita a I. a casa una noche en la que yo no ando por Madrid. Yo le he dejado a él un tupper de albóndigas veganas en la nevera para cenar. Lo que ocurre a continuación calculo que debe de ser lo más parecido a una partida de ajedrez entre los dos, un parchís. Tal vez un debate acalorado sobre las propuestas político-económicas del socialismo utópico de la primera mitad del siglo XIX.

Vuelvo al día siguiente y la casa está patas arriba, qué fervor causa el bakuninismo, pienso, pero el tupper está limpísimo. I. se las ha comido muy ricamente, me dice, que vino cansada y hambrienta y la invité a descansar. A engullirte el escroto, pienso.

Unos días después, me encuentro a I. en un taller de dramaturgia. Oye, Carla, las albóndigas estaban riquísimas. ¿Las albóndigas o él?, pienso.

"Y yo espero ahí, sentada en la cama, tratando de entender qué clase de hechicería es esta, la de ver claramente las cosas, pero no tener el derecho de señalarlas con el dedo"

Como para P. es un desvarío, una inmoralidad, un despropósito que yo pueda sospechar una cosa así, sigo declarándole mis delirios a un juez que no existe, a una madre ficticia, a un texto que se toma ese rato para escucharme. Y entretanto pienso en la cara de I. Una cara que ha ido cambiando con los días. Una cara muy generosa por tomar la forma acostumbrada de tantas mujeres. Pienso que debe de tener algo de vulgar y divertida. Entre todas las imágenes posibles que se me pasan por la cabeza, siempre me quedo con la escandalosa, pero lo cierto es que su cara es un intrincado de caras, mezcladas y movidas, diacrónicas todas ellas, que se menean como un flubber gelatinoso.

Y ahí va otra: ya en mayo de 2022, de camino a casa de P., después de cenar juntos, nos encontramos en el portal con una tal PB o BP, de sonoridad ovípara, que asegura haberse dejado el cargador en su piso y que necesita urgentemente cargar su móvil en el estudio de P., a las doce de la noche. Él me pide que me vaya al dormitorio mientras ellos cuchichean en el salón. Y yo espero ahí, sentada en la cama, tratando de entender qué clase de hechicería es esta, la de ver claramente las cosas, pero no tener el derecho de señalarlas con el dedo, ey, que te he pillado, ey, porque él garantiza que no son más que enajenaciones mías. Qué habilidades tiene este hombre para la nigromancia. Y qué talento organizativo el suyo al juntarnos a todas como tirolesas alpinas en el Oktoberfest de Múnich, pero en un estudio de mierda del Paseo de Extremadura.

***

Hace unas semanas vuelvo a quedar con viejos amigos, suyos y míos, que no veo desde hace año y medio, desde que él rompió conmigo. Me confirman, Carla, sí, que me fue infiel con todas estas personas. Y a saber con quién más. ¡Incluso con una cantante de folk-pop! ¡Ea!

Qué torrencial el pensamiento, qué bruto y qué certero. Tengo que quitarme el vicio de pensar tan obsesivamente en las cosas. ¡Que luego resultan ser verdad!

De ahí, lo único que salió bien fue un libro. Desafortunadamente, no asesiné a nadie.

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Autora: Carla Nyman. Título: Tener la carne. Editorial: Reservoir Books. Venta: Todostuslibros.

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