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Tres poemas inéditos de Ana Merino, de fútbol

Tres poemas inéditos de Ana Merino, de fútbol

La poética del fútbol nos lleva por los rincones de los héroes que tienen miedo al fracaso. Estoy metida en una serie de poemas que se deslizan por la emoción de los partidos, pero también analizan sus penas. Esta pequeña muestra de tres poemas es un guiño a todos los amantes del fútbol para que también puedan disfrutarlo a través de la poesía. El instante del fútbol alude a evocaciones ancestrales y pulsiones efervescentes y profundamente vitales. He querido pensar en el fútbol con los ojos de la poesía, y he visto que se puede jugar con las palabras y hacer de ese universo de sensaciones un verso que regatea y lanza con la pasión más profunda que nos habita.

VESTUARIOS

La oscuridad de los vestuarios

como cuevas de sudor

donde las duchas hacen charcos

y la humedad nunca termina de evaporarse.

 

Las claves afiladas

que construyen victorias

se fraguaron primero

en ese espacio denso

de los casilleros metálicos

y la ropa mal doblada.

 

El abrazo final de los equipos,

la combustión de sus cuerpos,

los viejos rituales, los rezos más secretos

y su temblor secándolos la boca.

 

Respiración profunda

que trata de ordenar el pensamiento

y siente en cada músculo la tensión milenaria,

la sed de sus ancestros.

 

ANTES DEL JUEGO

Alinearse,

ponerse en posición

para que fluya la emoción en las gradas,

esos gritos de júbilo mezclados

con el ansia común de los deseos.

 

Cada sombra en la hierba

reconoce sus miedos cuando sale

a batirse en el duelo

de las piernas desnudas.

 

Concentrarse,

saberse en el espacio de la cancha

como pieza esencial en movimiento

que defiende y conserva posiciones,

que se adelanta y busca entre los huecos

el instante armonioso, la precisión del pase,

los ojos hermanados

que ayuden a lograr en cada intento

el gol de la victoria.

 

EL PRIMER CLÁSICO 

                  Para Oliver

 

El gol de la tristeza multiplicado por cinco,

una angustia repetida

que te enseña los dientes de la derrota

en un campo desbordado

por la victoria ajena

anudada en tu garganta

de niño de siete años.

 

Te has tragado un ocaso

de jugadores náufragos

desde la orilla fría de las gradas,

y gritabas sus nombres

y les hacías gestos con las manos,

invocabas la fuerza

que esconde la blancura de tus héroes,

pero estaban dormidos

hundiéndose en un fondo

de alientos enredados

donde todos los pases se volvían errores

y el balón se alejaba de su juego sagrado.

 

Te ha tocado crecer estrenando la pena

en ese laberinto de tiros sin entrañas

que quebraban por dentro

el anhelo invencible de tu infancia,

porque ese instante pleno

fueron goles de hielo con lágrimas de rabia

que amarraron tu llanto

a otras viejas derrotas

que fraguaron la vida de tu abuelo.

 

Dos niños en las gradas,

dos equipos que luchan

en un duelo de goles,

y el tiempo detenido

repitiendo una pena,

evocando la escarcha

que dejan los partidos

donde entregas el alma.

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