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Umbral y la metáfora como ser de lejanías

Umbral y la metáfora como ser de lejanías

Hace unos días, Juan Pinilla me regaló un libro que quería leer desde hacía tiempo: Un ser de lejanías, de Francisco Umbral. Este señor siempre estuvo a la vuelta de la esquina de mi adolescencia; fue viral, apareciendo en todos aquellos programas de zapping, con esa guillotina en las frases, la voz grave que parecía castigarte en un rincón y ese gesto de aristócrata empeñado en hacer valer sus títulos. Nunca tuve interés en leerlo hasta que vi el documental Anatomía de un Dandy hace cinco años. Entonces descubrí a otra persona muy diferente al personaje televisivo que recordaba: en sus libros encontré a alguien de extremada sensibilidad, que busca la belleza como redención.

A veces, hay apropiaciones que merecen ser celebradas. El título del libro, Un ser de lejanías, proviene de una frase de El origen de la obra de arte, de Heidegger. Este filósofo otorga un sentido ontológico a la expresión, poniendo como ejemplos una piedra o una montaña. Las cosas naturales, indiferentes a la intencionalidad humana, aparecen con una alteridad absoluta que no puede conocerse: su ser está cerrado sobre sí mismo, lejano.

"Ninguna interpretación agota el sentido de una obra de arte, del mismo modo que nadie puede saber qué significa una roca o una montaña"

A diferencia de las cosas naturales, el ser humano produce cosas que no tienen lejanía, como los artefactos, pues tienen una forma que nos sirve como instrumentos para mejorar nuestra vida en un sentido material, como la rueda, un zapato, una columna, etc. También el lenguaje puede comportarse como un artefacto cuando usamos conceptos bien definidos y acotados, sumamente útiles para comunicarnos o dictar leyes, pero pobres cuando queremos referirnos a la magnitud de los sentimientos, los miedos o los anhelos personales.

Según Heidegger, la obra de arte no es una cosa natural, pero tampoco tiene una función específica como los artefactos. El arte deshace nuestros conceptos porque es alegórico, un conjunto de metáforas que, si bien abren un mundo ofreciendo interpretación, comparten esa lejanía esencial de las cosas de la naturaleza, al poseer un misterio que jamás puede desvelarse. Ninguna interpretación agota el sentido de una obra de arte, del mismo modo que nadie puede saber qué significa una roca o una montaña (aunque un geólogo tenga una teoría muy elaborada sobre su origen y se ría de mí, de Heidegger y de todos a los que nos dedicamos a estas cosas).

Desde el mirador de la Canaleja, en Segovia, se puede contemplar una parte de la Sierra de Guadarrama y de la Sierra de Malagón. La silueta montañosa parece el perfil de una mujer tumbada con los dedos entrecruzados en su regazo. Ha sido bautizada de dos maneras: los locales la llaman la mujer muerta; para los turistas hay otra denominación más amable: la bella durmiente. Esta imagen proviene de la leyenda de una mujer que vivía en la montaña con su familia. Hubo una gran nevada y su marido e hijos salieron a pastorear, pero no regresaron. La mujer desesperada salió en su búsqueda, finalmente murió congelada.

El ser humano poetiza inevitablemente su entorno: atribuye poderes a una piedra, ve a una mujer congelada en una silueta montañosa o pinta animales en una cueva, porque el mundo yace en una lejanía que se hace insoportable si no es interpretada con constantes metáforas. Si no lo hiciésemos nos convertiríamos en cosas, algo que sucede con asombrosa frecuencia.

"Las personas que se dedican o aprecian el arte están constituidos por un alto porcentaje de añoranza, esa lejanía espacial y temporal que hace posible admirar la belleza de algo perdido"

Después de leer Un ser de lejanías, la apropiación parece dar otro significado menos ontológico a la expresión, aunque mantiene cierto aire de familia. Umbral también la utiliza para referirse a la condición estética de la escritura o el arte. La lejanía es una forma nostálgica de ver el mundo, como esos domingos en los que echamos terriblemente de menos algo. La añoranza es la negación a que algo se cierre sobre sí mismo y enmudezca. Las personas que se dedican o aprecian el arte están constituidos por un alto porcentaje de añoranza, esa lejanía espacial y temporal que hace posible admirar la belleza de algo perdido.

En un momento del libro, Umbral explica cómo se constituye este ser de lejanías por medio de metáforas. Me consuela pensar que tengo algo de esa constitución. Cuando tenía una cita siendo adolescente, la noche anterior escribía cómo sería todo. A cada gesto previo le atribuía un sentido mágico, enamorado, simbólico. Al día siguiente, si la cita era con más gente y estábamos en una discoteca, me alejaba del bullicio para contemplar a la persona deseada a cierta distancia. Y siempre, al volver a casa, escribía de nuevo, dando parte de lo real, confundido con lo fantaseado. Cuando la persona que me gustaba me regalaba una foto de carné, aquello era el clímax de la lejanía: disfrutaba contemplándola hasta que poco a poco el color se iba borrando por el sudor concentrado en la cartera y la grasa de los dedos. La lejanía previa y posterior daba sentido a lo vivido, evitando que se convirtiera en una roca inerte.

"Seguramente todos los niños sean metaforistas, pero los conceptos, como los artefactos o los objetos instrumentales, desgastan nuestra mirada creativa, y acabamos aceptando las definiciones"

Me reconozco en las palabras de Umbral cuando escribe que se ha pasado la vida acuñando metáforas. Como él, desde niño también fui metaforista: ¿Dónde está el placer de la metáfora? En la fruición de un encuentro inesperado, de dos cosas que copulan sin conocerse. Pero no soy el único: mi hermano, cuando era pequeño y viajábamos en el coche, miraba por la ventanilla y decía que la luna le quería, porque siempre le perseguía. El hijo de un amigo al ver una mariposa dijo que era un pájaro planchado.

Seguramente todos los niños sean metaforistas, pero los conceptos, como los artefactos o los objetos instrumentales, desgastan nuestra mirada creativa, y acabamos aceptando las definiciones, los utensilios y las costumbres como platos precocinados listos para ser consumidos. La metáfora es la elocuencia del mundo y si renunciamos a ella, la vida parece cerrarse sobre sí misma. A menudo, en el mundo adulto, digerimos las palabras y las cosas sin otorgarles el beneficio del sabor propio.

Para salvar la belleza necesitamos muchas metáforas, o como escribió Heidegger, citando a Hölderlin: el ser humano habita poéticamente la tierra. Las metáforas no tienen ninguna validez en un sentido científico, pero no renuncio a ellas, las busco y me las invento, porque liberan a las cosas de su insignificante anonimato y de su destino instrumental. Las metáforas me consuelan porque el mundo parece un lugar abierto, aunque sean mentira. Me las creo porque unen dos imágenes inverosímiles, como dos extraños que logran una unidad insospechada al confundirse en una cama. No  me gustaría dejar de ser metaforista, porque quiero que mi vida suspire, como lo hacen los turistas cuando descubren que una montaña puede ser algo más que un conjunto de rocas.

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Antonio Miguel López Molina
Antonio Miguel López Molina
4 meses hace

Excelente reflexión de un gran filósofo, como lo es Sergio Antoranz. El viaje de ida y vuelta que lleva cabo entre
Francisco Umbral y Martin Heidegger conduce al lector a ese mundo de las metáforas, gracias a las cuales pensamos la realidad, creativamente, convirtiendo los objetos, en ideas, pensamientos, palabras, lenguaje.