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Una habilidad innata

La semana pasada, tras acabar mi última conferencia, tuve la suerte de poder sentarme con un amigo de esos que lleva conmigo 20 años de forma distendida, que el trabajo y el día a día no nos dan respiro para esos disfrutes tan a menudo como debería ser. Hablamos de las buenas aventuras vividas juntos aquellos veintialgo años míos y alguno más suyos que quemábamos juntos en la carretera dando charlas, viajando de ciudad en ciudad para conocer a nuevos futuros amigos, y disfrutando mucho con la tecnología. Riéndonos, levantándonos muertos de cansancio en un nuevo hotel, y disfrutando sobre todo de nuestro trabajo.

Fueron años muy divertidos, porque buscábamos que los eventos, las charlas, las conferencias, fueran muy experiencias de disfrute para todos. La gente tenía que venir a aprender y pasárselo muy bien mientras nosotros hacíamos lo mismo. Años después, se comenzó a usar el término de “Edutaiment” en la industria, donde entrarían este tipo de formaciones, en las que el objetivo es que la gente aprenda con actividades entretenidas.

"También aprendí, como he dicho antes, que las charlas no eran para mí, sino para ellos. No se trataba de hacer una charla y gustarme a mí. No se trataba de demostrar que era listo"

Y es que dar una charla educativa es un ejercicio que puede y debe ser muy didáctico, pero también muy aburrido si no pones esfuerzo en hacerla entretenida. Y esto hay que trabajarlo y aprender a hacerlo. Y como todo en esta vida, nade nace sabiéndolo, y yo tuve que aprenderlo por las duras.

En aquellos años, con audiencias técnicas, con mucha juventud entre los asistentes, las charlas eran casi espectáculos y monólogos de humor. Yo me disfrazaba de casi cualquier cosa, hacía concursos, y llegué a romperle un huevo en la cabeza a un asistente que perdió una prueba en un concurso. Salí a dar una charla de azul, vestido de pitufo, con calzoncillos por fuera disfrazado de Batman, o en mallas como si fuera Mr. Fantástico de los 4F. Eran otros años. Pero qué años más divertidos.

También aprendí, como he dicho antes, que las charlas no eran para mí, sino para ellos. No se trataba de hacer una charla y gustarme a mí. No se trataba de demostrar que era listo. No se trataba emitir el mayor número de conocimientos por unidad de tiempo. Se trataba justo de lo contrario. Se trataba de que la audiencia aprendiera, que le fuera útil lo enseñado, y que yo sólo les ayudara a que la asimilación de conocimientos fuera un poco más fácil, entretenida y permanente posible. Pero el proceso debía suceder en ellos.

Había que aprender a salirte de tu cabeza y ponerte en la suya. Sentarte en la silla y pensar en la audiencia de las charlas. Y desde ese punto de vista, decidir qué debía suceder en el escenario para que todo fuera como debía.

Parece fácil. Pero me costó aprenderlo. Y mucho. Y fue por las duras.

"Ha sido un camino de trabajo y aprendizaje que ha tenido los pertinentes tropiezos, frustraciones, errores y cabreos conmigo mismo"

Hoy, algo más de 25 años después de que comenzara a dar las charlas, hay mucha gente que se acerca a mí y me dice cosas como que se ve que a mí se me da bien dar charlas. Que me sale muy natural. Que se puede sentir que me gusta y que me siento cómodo en el escenario. Que es una habilidad innata que tengo. Que valgo para esto. Y cosas así.

Pues no. No es innata. Ni es que valga para esto. Ni se me daba bien dar charlas. Ni me he sentido cómodo dando charlas siempre en el escenario. Ni lo he hecho bien siempre. Ha sido un camino de trabajo y aprendizaje que ha tenido los pertinentes tropiezos, frustraciones, errores y cabreos conmigo mismo, que es la mejor persona con la que debes cabrearte, porque siempre suele ser el que más culpa tiene en ello, en todo el proceso de aprendizaje.

Los comienzos, siempre difíciles

Comencé a hablar en público para transmitir conocimientos a gente muy joven. Con quince o dieciséis años, tomando la suplencia de una profesora de la Academia RUS de Móstoles donde yo estudiaba. Se había puesto mala, y yo estaba en otra clase, y me pidieron que diera clase al grupo que estaba aprendiendo cómo funcionaba el MS/DOS 3.20. Para mí era mi día a día, así que fue sencillo saberme lo que tenía que contar, así que dije que sí.

"Podrían preguntarme lo que quisieran de Microsoft Word que me lo sabía. Y los llevé a gran velocidad disparando conocimientos uno tras otro"

Me puse nervioso, porque eran cinco o seis personas y habían pagado a la academia por esas clases, así que como me sabía el contenido, intenté contarles muchas cosas. Demostré que me sabía el contenido, pero no estoy seguro de que ellos asimilaran todo lo que les dije. En ese momento tenía más miedo de que alguien pensara que no estaba preparado que de enseñarles.

Después de esa clase puntual, años después, ya empezada mi vida profesional, fui contratado por una empresa para dar una formación de Microsoft Word a un grupo de personas de la administración pública. ¿Microsoft Word? Poner en negrita, hacer tablas, guardar ficheros, usar plantillas, poner secciones. Chupado. Tenía 22 o 23 años e iba con mi traje y corbata, con mi pelito corto. Todo un adulto y un poco confiado, porque no me pareció difícil el contenido. Pero… aún no había aprendido que no me iban a examinar del contenido, sino de mi capacidad de ayudarlos a ellos a aprender.

Llegué al aula, y había un grupo de 20 personas. Todas mayores que yo, y muchas de esas personas me doblaban en años. Y ver a tanta gente y “tan mayor” me tensó un poco. Comencé la clase, de cinco horas, y expliqué una y otra cosa tras otra. Un ejercicio y otro, tras otro. Y cada vez más complejo, para que quedara claro que yo, a pesar de mi juventud, sabía mucho. Que era listo. Que me sabía el temario. Que tenía todo preparado. Podrían preguntarme lo que quisieran de Microsoft Word que me lo sabía. Y los llevé a gran velocidad disparando conocimientos uno tras otro.

"Hoy, con muchos años de experiencia a la espalda, estoy más que agradecido de haber pasado aquello. Fue muy duro, pero fue un aprendizaje que me hizo cambiar radicalmente"

Acabó la clase, y me fui a casa. Cansado de todas las cosas que había contado. Pensando en todas las cosas que iba a contarles mañana. Tenía una semana, y les iba a transmitir todo lo que había que conocer de Microsoft Word en aquel momento de la historia. En aquel día pensé que iba a hacerles aprender muchas cosas, pero el que iba a aprender iba a ser yo. Por la tarde me llamaron para decirme que los alumnos se habían quejado porque no se enteraban conmigo, que iba muy rápido, y no me querían de profesor. Me expulsaron. Me rechazaron. Me echaron por malo.

Os podéis imaginar el bajón. Yo, que sabía tanto de tecnología, que llevaba con los ordenadores desde los doce años, que había sacado mi Ingeniería Técnica en Informática de Sistemas en la Politécnica, había sido expulsado de un curso de Microsoft Word por ser mal profesor. Lo pasé fatal. No pude dormir. Las emociones me mordían el estómago.

Hoy, con muchos años de experiencia a la espalda, estoy más que agradecido de haber pasado aquello. Fue muy duro, pero fue un aprendizaje que me hizo cambiar radicalmente. A partir de ese momento comencé a fijarme más en los asistentes a mis cursos, a mis charlas. Les miraba las caras. Les preguntaba constantemente. Volvía a contar las mismas cosas con otros ejemplos para detectar si alguien no lo había aprendido. Aprendí que ser un ponente, un profesor, un conferenciante, consiste en un trabajo activo en el escenario que va más allá de contar cosas. Tienes que estar todo el rato capturando telemetría de tu audiencia, en forma de miradas, gestos, comentarios, acciones.

"Subirme a un escenario a hablar me daba PÁNICO. Esa es la expresión correcta. Auténtico pánico. En aquel entonces hablaba con un amigo de Móstoles y recuerdo que le decía: Pagaría por no ir"

Con eso, conseguí que cuando daba algún curso, mis calificaciones fueran subiendo. Fueron pidiéndome más cursos, más formaciones, más empresas me pedían por mi nombre. “Que venga de profesor Chema Alonso”. Y llegó el momento en que pude dejar de usar traje y corbata, volver a dejarme el pelo largo y decir algo como… “si queréis que sea yo el formador, yo soy yo, y voy como soy yo”. Y nunca más me puse traje y corbata para trabajar.

Con estas, me empezaron a pedir para dar alguna conferencia, no con demasiada gente al principio. En un auditorio que tenía la ONCE por Príncipe de Vergara y que Microsoft contrataba de vez en cuando para presentar algún producto. Y me pidieron a mí en alguna ocasión, para dar charlas a decenas de personas, sin llegar a la centena. Al poco, me llevaron a dar mis primeras charlas en una Gira Tecnológica de Microsoft, con ponentes especializados, hasta que llegué al evento de Lanzamiento de Windows XP en Barcelona, aún con el producto no en su versión final. Y ahí es cuando entré en la siguiente fase de mi aprendizaje.

El día del evento de Windows XP en Barcelona da para mucho de que hablar, así que no os voy a contar nada en este artículo de él, pero sí que os quiero contar de esos primeros eventos en la Gira Tecnológica antes de llegar al lanzamiento. Y os quiero contar dos cosas en concreto, que contradicen totalmente lo que la gente piensa hoy en día que son las charlas para mí.

"Llegué al evento, aún con el pánico en los ojos. Y cuando llegó mi momento me subí y canté las diapositivas que tenía que en mi mente aprendidas de memorieta"

La primera es que subirme a un escenario a hablar me daba PÁNICO. Esa es la expresión correcta. Auténtico pánico. En aquel entonces hablaba con un amigo de Móstoles y recuerdo que le decía: “Pagaría por no ir”. Una frase que hemos utilizado muchas veces para compartir el estado emocional en el que nos encontrábamos en aquellos años en los que éramos jóvenes abriéndonos camino en el mundo profesional de la empresa, y nos topábamos con algo que sentíamos que nos superaba.

Pues bien, sólo para que os hagáis una idea. Mi primera charla en Valencia, dentro de la Gira de Microsoft, tenía que hablar de Microsoft Office XP, y me pasé la noche entera sin dormir. A las cuatro de la mañana salí a caminar por la ciudad durante dos horas para ver si era capaz de calmarme, porque el ataque de pánico que tenía hacía que se me fuera a salir el corazón del pecho. Lo recuerdo horroroso. No sé exactamente qué día era ese, pero sí que esa noche el Club Deportivo Alavés de Fútbol jugaba su primera final de la UEFA, así que consultándolo en la Internet era el 17 de mayo de 2001 (comenzando la madrugada), y yo paseaba por el centro de Valencia a las cinco de la mañana para intentar controlar el pánico.

Llegué al evento, aún con el pánico en los ojos. Y cuando llegó mi momento me subí y canté las diapositivas que tenía que en mi mente aprendidas de memorieta. Canté para demostrar que me lo sabía, pero pensando en que ellos aprendieran, así que intenté ser didáctico con la explicación y las demostraciones. Pero cada minuto que estaba en el escenario estaba pensando en terminar. Cuando antes mejor. Quería dejar atrás ese momento tan duro de mi vida.

"Aún hice mal varios eventos, y Paco Serrano tuvo paciencia conmigo. Me revisó el contenido, cómo tenía que hacerlo, y me enseñó a no sentirme mal en el escenario"

Así que fui rápido, y cuando terminé, uno de los ponentes más veteranos preguntó a la audiencia si había alguna duda. Joder, claro que las había. Me había comido la charla completa en muy poco tiempo. Y levantaron la mano un par de personas para preguntar. Yo creí que me iba a morir sobre el escenario. Le dieron un micrófono al primero, e hizo una pregunta que estaba mal porque no había entendido algo, y me puse contento porque se estaba equivocando él, y yo me lo sabía. Así que contesté con un “Eso no es así, porque lo que dices está mal…”, y se lo expliqué. La segunda pregunta fue por el estilo, y mi reacción… igual de mala.

Cuando terminé, mi compañero Paco Serrano me leyó la cartilla. Me dijo “has ido rápido, la gente no se ha enterado, y encima le has dicho que no saben lo que preguntan y que está mal planteado. Y si no se ha enterado, Chema, entonces hemos fallado nosotros. Nunca vuelvas a hacer esto”. Me hundió. Me sentía fatal. Paco se sentó luego conmigo, y me dio consejos, me explicó cómo debía enfocarlo en el futuro. Y puse toda mi atención para aprender.

Pero no fue fácil.

"Creo que Paco Serrano hizo más por mi futuro de lo que él se atribuye, pero esos momentos de aprendizaje, de hacerlo mal y luchar contra ello son parte de lo que creo que más me ha ayudado en mi vida"

Aún hice mal varios eventos, y Paco Serrano tuvo paciencia conmigo. Me revisó el contenido, cómo tenía que hacerlo, y me enseñó a no sentirme mal en el escenario. Al final, no se diferenciaba tanto de dar una clase, sólo que había más gente y tenía que aprender a hacer lo que ya hacía bien con 20 personas, pero con 300.

Hoy en día, de vez en cuando me tomo una cerveza con Paco y le doy las gracias por aquellos momentos, por haberme dicho que lo hacía mal, por tener paciencia con el chico ese joven de 26 años que estaba aprendiendo. Creo que Paco Serrano hizo más por mi futuro de lo que él se atribuye, pero esos momentos de aprendizaje, de hacerlo mal y luchar contra ello son parte de lo que creo que más me ha ayudado en mi vida. Y esa fue la segunda cosa que os quería contar, que tuve que aprender a echarme las culpas a mí cuando algo no salía bien en una conferencia.

Un camino de aprendizaje

A pesar de lo que me dicen hoy, algo más de 25 años después de comenzar mi andadura dando cursos, charlas, conferencias, y me dicen lo que os he contado al principio, me acuerdo de lo que ha sido para mí. Me acuerdo de que me echaron por malo. Me acuerdo de que si ellos no aprenden no estoy haciendo mi trabajo. Me acuerdo de que, si ellos no se divierten, entretienen, o directamente se están aburriendo, no estoy siendo un buen ponente. Me acuerdo del pánico que me daba hacer esto al principio.

Por supuesto, como ya os conté, en el año 2006, con 31 años, y ya bastante experiencia, tuve que superar mi siguiente reto, que fue dar conferencias en inglés. E hice lo único que sé hacer cuando tengo un problema, apretar los dientes, aguantarme las emociones, y trabajar más duro. Como os conté en el artículo de La conferencia perdida que cambió mi vida.

La conferencia perdida que cambió mi vida

Así que, si te gustan mis charlas, y crees que me salen solas, que es natural en mí, que es una habilidad innata, que me siento cómodo desde siempre, que es que valgo para ello, etcétera, siento decirte que no era así al principio, y que me costó mucho aprender esta disciplina profesional. Supongo que mi habilidad innata es la de supervivencia, que no la de dar charlas, y por eso, si quería progresar tenía que aprender a hacerlo bien, y más me valía escuchar y sacar aprendizajes de mis tropiezos.

Igual que la mayoría de los escritores tienen que aprender su profesión, que los músicos tienen que aprender la suya, o que lo hacen los ejecutivos, yo tuve que aprender a dar charlas y hablar en público. Nadie nace sabiendo, que decía mi mamá. Y yo tanto menos como el que menos, que tuve que aprenderlo todo y por las duras, como incluso esos que te cuentan solo la parte buena de la historia.

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Ricarrob
Ricarrob
6 meses hace

La humildad es una de las mejores enseñanzas. No la pierda nunca sr. Alonso.

jordi
jordi
6 meses hace

Gracias por compartir. Inspirador.

elmyr
elmyr
6 meses hace

Divertido y aprendido. Gracias, siempre, por compartir. Se echan de menos tus charlas en la jubilación a tiempo completo O:)