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Una sombra que busca el rastro de su sombra

Es imposible decir tantas cosas en tan escaso número de páginas —poco más de un centenar—, escritas primorosamente por un veterano autor, por un amigo y un lector de su “víctima”. Benítez Reyes ha sido capaz de mostrarnos lo más profundo del pensamiento de uno de los grandes de nuestra literatura del siglo XX: José Manuel Caballero Bonald.

Uno de los mayores aciertos de la obra es, sin duda alguna, su estructura, que tiene muy poco de convencional. Es, a todas luces, un ensayo, un tanto misceláneo, en donde se mezcla, sabiamente, el juicio objetivo, académico, incluso, el análisis riguroso de una obra amplia, densa, nada fácil de entender, para lo que emplea una bibliografía muy selecta, y la aproximación personal en la que no se oculta el corazón de un amigo que se dirige a su amigo Pepe, y donde no faltan las palabras de admiración y, sobre todo, esas anécdotas con las que se deja bien claro que Caballero Bonald, a los ojos de Benítez Reyes, era, ante todo, por encima, incluso, de su propia creación artística, un tipo inteligente, un hombre de bien y, como su compadre Ángel González, un bebedor muy profesionalizado: “la reencarnación de un epigramista latino, sentencioso y lacónico, mordaz y lacerante si se tercia”.

"Aunque escindido en varios géneros, el autor de estas emotivas páginas deja desde el principio bien claro que Caballero Bonald sólo hay uno"

Caballero Bonald, que murió el 9 de mayo de 2021 a los 94 años de edad, se mantuvo lúcido hasta sus últimos días, aunque afligido por no poder leer por haber desgastado del todo su retina. “Es muy raro —escribe Benítez Reyes en el apartado titulado, con un inequívoco doble sentido, “Caballero perpetuo”— esto de que se nos mueran los amigos (…), porque los amigos nunca se nos mueren: sólo morirán a la vez que nosotros, no en nosotros”.

Aunque escindido en varios géneros (poesía, narrativa y memorias), el autor de estas emotivas páginas deja desde el principio bien claro que “Caballero Bonald sólo hay uno”, puesto que “aplicó una moral estética insobornable e invariable a cualquier género: el lenguaje literario entendido como un ejercicio de intensidad”.

"Estamos, como se señala aquí con toda precisión, ante un mundo mágico a través de un lenguaje igualmente mágico"

Se aborda, pues, en primer lugar, su faceta lírica, aunque ese lirismo no esté ausente en sus relatos. Y destaca el hecho de que su obra poética estuviera sometida a una revisión continua. Se deja bien claro que Caballero Bonald fue un autor muy exigente consigo mismo: la misma exigencia que aplicaba a los demás. En tal sentido, a propósito de uno de sus primeros libros, Pliegos de cordel, de 1963, el escritor jerezano aseguraba que era su obra que miraba con menos agrado, criticando, ya de paso, ciertos artificios de construcción y el realismo argumental demasiado obvio o demasiado formulario. Líneas después, Benítez Reyes justifica la voluntad de hermetismo de Caballero como un método de introspección ensimismada, “con la implicación de la memoria, de la conciencia y de la  experiencia”. En cualquier caso, la poesía, o, si se prefiere, la escritura de poemas fue para Caballero Bonald, como reconoció él mismo, “un consuelo para las afrentas de la vejez, hasta el punto de ser el único género al que se dedicó (…) en sus años últimos”.

De entre todas sus novelas —un total de cinco—, Benítez Reyes, aunque le dedica el mismo espacio en su estudio a todas ellas, destaca aquella de la que más orgulloso se sentía su autor: la espléndida Ágata ojo de gato, aparecida en 1974. Estamos, como se señala aquí con toda precisión, ante un mundo mágico a través de un lenguaje igualmente mágico. Si bien se deja claro que, por su intensidad expresiva a lo largo de sus trescientas páginas, no sea una obra apta para todos los públicos, “y que lo mismo puede fascinar que irritar”. Fue, en definitiva, su novela más arriesgada, su capricho barroco más extremado.

Al igual que sucede con su poesía, Caballero Bonald no tuvo piedad con aquello que era carne de su propia carne, pero que consideraba de un evidente tono menor. Así sucedió con una de sus obras más populares y mejor vendidas, En la casa del padre, Premio Internacional de Novela Plaza & Janés en 1988, que considera “precipitada y fallida”, por lo que Benítez Reyes intuye que, cuando se convocó el ya desparecido premio, “es posible que no estuviese reescrita”.

"Son, en definitiva, historias de fantasmas, y Caballero Bonald se convierte así, con tales premisas, en una sombra que busca, entre las sombras, el rastro de su propia sombra"

La última parte del análisis de la obra literaria de Caballero Bonald está dedicada a sus memorias, con esos dos libros en los que trabajó con mucho esmero y dedicación durante los últimos años de su vida: Tiempo de guerras perdidas y La costumbre de vivir. Para justificar la presencia de este género, tan particular y delicado, híbrido y sin ataduras, Benítez Reyes, una vez más, recurre al propio escritor implicado, del que extrae estas reveladoras palabras: “En la memoria perdura la materia prima del escritor, aun reconociendo que el que recuerda se equivoca, miente de algún modo”. A lo que, muy oportunamente, Benítez Reyes añade: “Y es que escribir unas memorias no consiste en redactar el acta notarial de una vida, sino en plantearse un relato en el que hay que contar ineludiblemente con un personaje: el espectro sucesivo en que la vida nos convierte”. Son, en definitiva, historias de fantasmas, y Caballero Bonald se convierte así, con tales premisas, en una sombra que busca, entre las sombras, el rastro de su propia sombra.

Ya en las conclusiones, se deja patente que, aunque José Manuel Caballero fue un autor reconocido en vida al conseguir premios, homenajes y distinciones de renombre, nunca fue un autor de éxito comercial, sino un escritor de ventas discretas porque sus libros, de ningún modo, podían ser comerciales.

"Pepe Caballero. Quién si no. Con anécdotas repartidas por todos los rincones. Con reflexiones de un intimismo sobrecogedor"

Es impagable la inclusión en este pequeño volumen de una animada charla entre Caballero Bonald y Benítez Reyes, llevada a cabo en febrero de 2012. Ahí, en estas páginas, Caballero, empujado por su contertulio a caer en la tentación, elabora su restringida lista de escritores “indispensables”, que van desde San Juan de Cruz, Cervantes y Góngora hasta Valle-Inclán, Juan Ramón, Cernuda y Lorca, con ese enorme vacío, casi un abismo, que deja entre el siglo XVII y el XX.

Antes de llegar al inevitable y práctico “Esquema cronológico”, el libro se cierra con el capítulo más personal y entrañable de todo el conjunto, titulado “… Y Pepe”. Pepe Caballero. Quién si no. Con anécdotas repartidas por todos los rincones. Con reflexiones de un intimismo sobrecogedor. Con recuerdos imborrables, como aquellos encuentros entre Caballero Bonald y Ángel González, “el coetáneo suyo con el que Pepe congeniaba mejor”, a pesar de ser tan antagónicos. Los unía, sin embargo, un pacto tácito de afecto y, sobre todo, el hecho de ser ambos unos bebedores profesionalizados que “parecían competir en mantener la compostura y la verticalidad cuando eso deja de ser un requisito”. Platón lo dejó dicho mejor que nadie: “Donde reina el amor, sobran las leyes”.

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Autor: Felipe Benítez Reyes. Título: Caballero Bonald. Entre el mito y el verbo. Editorial: Junta de Andalucía. Venta: Todostuslibros y Casa del Libro.

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