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Una vida en acogida, de Melatu Uche Okorie

Una vida en acogida, de Melatu Uche Okorie

Una vida en acogidarefleja la realidad de mujeres migrantes en una Irlanda oculta tras las paredes de los centros de acogida. Los relatos de Melatu Uche Okorie se inspiran en su propia experiencia y arrojan luz sobre la injusticia del sistema irlandés de provisión directa y sobre el racismo estructural. 

Zenda adelanta el prólogo del libro, publicado en España con traducción de Lucía Barahona por el sello Automática Editorial.

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NOTA DE LA AUTORA

Estado de la cuestión en el albergue de provisión directa ******:

28/03/2013 00:51

Durante años, el albergue de provisión directa ubicado en ****** ha sido reconocido como el mejor gestionado de Irlanda. Y aunque en los últimos tiempos se han producido cambios drásticos en este albergue, todo el mundo ha hecho la vista gorda. Actualmente, los residentes son en su mayoría solicitantes de asilo que han sido trasladados desde otros albergues. Para este nuevo grupo, el hecho de poder disponer de algo de privacidad compensa los problemas con los que tuvieron que lidiar en sus anteriores centros. Por eso son reacios a quejarse de cómo se gestionan aquí las cosas. Es probable que en su mayoría hayan protestado contra la dirección de sus anteriores albergues, y no se atreven a que los tachen de problemáticos en este. La realidad es que la provisión directa es como estar en una relación de maltrato. El maltrato, en sí mismo, afecta a todos, sea cual sea la raza, la clase o, en el caso que nos ocupa, el albergue asignado a la persona maltratada.

****** se gobierna con reglas que rozan lo maquiavélico, de naturaleza caprichosa. Cada mañana, al despertar, uno nunca sabe lo que se va a encontrar. Puede que la dirección haya dado la orden de reducir a la mitad de un vasito de plástico la cantidad de detergente en polvo asignada a cada residente, o puede que haya eliminado alguna prestación básica.

El comedor es lo que siempre se ve más afectado. La comida, que normalmente se servía entre las doce y las dos de la tarde, pasó a ser de doce a una y media, mientras que la cena, que por lo general se servía entre las cinco y las siete de la tarde, se cambió de cuatro y media a cinco y media. Nos adaptamos sin rechistar, tal y como la dirección sabía que haríamos, incluso después de habernos quejado y de que nos hubieran prometido «revisar» la situación, la misma respuesta de siempre.

Al igual que otros residentes, he aprendido a vivir en estas condiciones casi tiránicas. Al fin y al cabo, nadie quiere un traslado, más vale malo conocido que bueno por conocer. A los cambios arbitrarios en la rutina diaria hay que sumar la actitud de los guardias de seguridad, que tratan de intimidar a los residentes que, como es mi caso, acostumbran a protestar por las opciones de alimentación. Dos de ellos se empeñaban en ser mi sombra siempre que me ponía en la fila de la comida. Era evidente que querían desmoralizarme. En ****** hay montones de cámaras, pero aquellos guardias de seguridad me perseguían por todas partes, a veces incluso de camino a mi habitación. Siempre he estado dispuesta a soportar el comportamiento intimidante y abusivo de algunos de los guardias de seguridad y el tono condescendiente de ciertos miembros del personal, pero en las últimas semanas mi frustración alcanzó tal extremo que dejé de ir al comedor por las noches. Intenté quedarme escondida en la habitación y comprar mi propia comida solo para no tener que verlos, pero con una hija y 28,70 euros a la semana, no era una opción realista.

Llegué a Irlanda procedente de Nigeria hace doce años. Todo lo que tiene que ver con mi vida en Nigeria, con mi educación y con los motivos por los que vine a Irlanda está en las historias que escribo. Me resulta más sencillo hablar de mí de esa forma. No soy una persona muy dada a compartir sus intimidades. Estoy sumamente agradecida a Dios por haber encontrado en la escritura un medio a través del cual puedo hablar cómodamente de mí. Al principio estaba muy agradecida por el espacio de seguridad donde poder reposar la cabeza, por la cama, por tener un techo, por el anonimato. Agradecía enormemente todo aquello. Pero como sucede con todo en esta vida, las necesidades cambian y lo que antes una consideraba un lugar seguro pronto puede empezar a resultarle restrictivo. He pasado ocho años y medio en el sistema de provisión directa. En mayo de 2014 me concedieron el «permiso de residencia» [1] y, con la carta en la mano, sentí vértigo. Me asaltó la pregunta: «¿Se acabó?». La provisión directa era la única vida que había conocido desde mi llegada a Irlanda, por lo que mi temor era mayúsculo.

Desde que abandoné la provisión directa, mi vida ha sido una lucha constante. Creo que se debería ofrecer un mayor apoyo a las mujeres que crían solas a sus hijos y, tal vez, cierta flexibilidad en materia de inmigración para que los abuelos y otros familiares puedan viajar a Irlanda para ver a sus seres queridos. Muchas mujeres que crían solas a sus hijos, sobre todo las que carecen de apoyo familiar en Irlanda, libran una batalla mental, económica y emocional. En la sociedad actual, este tipo de familias a menudo están condenadas al ostracismo y pueden experimentar situaciones de intimidación y condena. Irlanda podría beneficiarse en gran medida de que sus ciudadanos se mostraran más amables con los demás.

En algún momento de 2007, poco después de que me asignaran a un albergue de provisión directa, le conté a mi amiga Audrey Crawford, que por aquel entonces trabajaba para Spirasi [2], que en mi cabeza bullían un montón de historias. Su respuesta fue simple: «Escríbelas». No recuerdo si seguí su consejo de inmediato o si me animé a hacerlo después de que me enseñara el anuncio de un certamen de escritura. Lo que sí recuerdo es quedarme despierta toda la noche escribiendo dos relatos: Gathering Thoughts [3], sobre una joven a la que someten a la mutilación genital femenina, y Matters of the Heart [4], sobre la ruptura de dos amantes. A Audrey le encantó Gathering Thoughts, así que decidí enviarla al certamen, sin editar y plagada de errores gramaticales; me entran escalofríos solo de pensarlo. Aun así, a pesar de su tosquedad, Gathering Thoughts fue la historia ganadora, mientras que Matters of the Heart permanece inédita (¡es la última vez que intento escribir novela rosa!).

Antes de saber que Gathering Thoughts resultaría premiada, yo ya había empezado a componer nuevos relatos. Me encantaba escribir historias y que mis amigos pudieran leerlas. Cada película que veía y cada telenovela que ponían por televisión se convertía en una idea para una narración. Esto puede deducirse fácilmente por los títulos que les ponía: Mi hermano químico, Un giro a tiempo, El puente de Londres, Un precio demasiado alto. Aún no había aprendido a extraer ideas de lo que sucedía en mi día a día. En cualquier caso, el pozo de esa clase de historias no tardó en secarse. Empezaba a sentir el aislamiento que implica vivir en un régimen de provisión directa. Mi hija crecía sin más familia que yo. Por mucho que intentara que no se me notara por fuera, lo cierto es que por dentro estaba desolada.

Los recuerdos de mi país fueron el origen de nuevos cuentos. No fue algo consciente. Uno de los relatos que escribí en aquel momento fue Al romperse el huevo (incluido en esta colección). Es la historia del asesinato de unos gemelos, una antigua práctica que fue abolida a mediados del siglo XX, después de que la religión llegara a mi pueblo. La idea surgió a partir de lo que recordaba de una vieja leyenda que mi madre me contó de niña sobre una mujer cuyos gemelos habían sido asesinados. Se quedó embarazada por segunda vez, y, cuando su marido y ella se dieron cuenta de que nuevamente esperaba gemelos, huyeron del pueblo en mitad de la noche. Lo último que se supo de ellos fue que se habían unido a una comunidad religiosa.

Mi manera de escribir volvió a dar un giro, esta vez a raíz de ciertos cambios que se estaban produciendo en el sistema de provisión directa. A medida que en Irlanda comenzaba a sentirse el impacto de la crisis económica, se adoptaron medidas más estrictas en materia de inmigración y se intensificaron las deportaciones. Mujeres, hombres y niños fueron sacados de sus albergues de provisión directa en plena noche y deportados. Recuerdo levantarme una mañana y descubrir que la habitación de al lado había quedado vacía. Circulan todo tipo de historias sobre lo que le ocurrió a mi vecina y a su familia. Hay quien dice que fue deportada con sus tres hijos, otros afirman que huyó a Dublín, a Belfast o a Canadá. Todavía hoy recuerdo a mi hija, que en aquel momento tenía dos años y medio, ir corriendo hasta la puerta de nuestra vecina; unas veces giraba el pomo tratando de abrirla y otras, simplemente, se quedaba inmóvil, como si oyera a alguien, antes de volver deprisa conmigo. La escena se repitió durante casi dos semanas. Mi hija era demasiado pequeña para expresar con palabras lo que buscaba. En aquella época reinaban el miedo, la tristeza, la separación, el dolor, el descontento y la rabia. Además de las deportaciones, también se hacían traslados entre los distintos albergues de provisión directa: movían a los residentes de un centro a otro sin ton ni son. El poder de los gestores de estos centros fue en aumento a medida que crecían el miedo y la paranoia entre los residentes.

Los cambios y el estado de ánimo de aquel periodo influyeron en el conjunto de historias que englobé bajo el título Asilo. Una de las piezas más ligeras de la serie es Una vida en acogida (incluida en esta colección). La historia está contada desde el punto de vista de una mujer congoleña para la que creé un lenguaje, una mezcla de inglés pidgin de Nigeria y jerga popular estadounidense que ella articula con marcado acento de Kinsala. La idea surgió después de observar cómo las diferentes nacionalidades que convivían en el albergue de provisión directa reconstruían el lenguaje para poder comunicarse entre sí. El inglés pidgin nigeriano (si bien con todo tipo de variaciones) se convirtió en uno de los más habituales, lo que no debería resultar sorprendente: los nigerianos constituían el grupo más numeroso entre los residentes.

Aunque Bajo el toldo se sitúa fuera del sistema de provisión directa, quería resaltar el racismo cotidiano que ha soportado la mayoría de las personas africanas que viven en Irlanda con las que he hablado. La idea de que fuera una historia dentro de otra nació por pura casualidad. Hacía tiempo que había participado en un grupo de escritura, y en uno de los talleres presenté lo que para mí es la trama principal de esta historia. Entre otros comentarios, los compañeros me dijeron que era demasiado dura y oscura. A medida que iba revisando mentalmente las distintas observaciones, apuntándolas de cualquier manera, se me ocurrió que podía enmarcar la historia principal alrededor de aquellos comentarios.

Pese a ser una obra de ficción, las historias recogidas en Una vida en acogida son, de alguna manera, un reflejo de mi vida en Irlanda. Lo bueno de los libros es que cada relectura te transporta a lugares nuevos. Por eso me gustaría empezar dando las gracias a todos los que han leído, debatido, impulsado, solicitado o recomendado este libro.

La primera edición de Una vida en acogida se publicó coincidiendo con el Festival Internacional de Literatura de Dublín de 2018. La colección suscitó numerosos temas de debate durante las lecturas y charlas celebradas en los eventos literarios. Lo más comentado por el público fue el racismo, seguido muy de cerca por la presión cultural y, en tercer lugar, por la vulnerabilidad de ser mujer. Confío en que con esta nueva edición surjan nuevos temas de interés para los lectores.

Tengo la suerte de que la colección apareciera publicada por vez primera en Skein Press, una editorial joven capitaneada por dos mujeres increíbles: Grainne O’Toole y Fionnuala Cloke. Uno de los mayores placeres de mi vida ha sido ver crecer a Skein Press. También me sentí particularmente afortunada cuando Ailah Ahmed (Virago/ Little Brown) se hizo cargo de la publicación de Una vida en acogida fuera de la República de Irlanda. Ahora que se reconoce y se fomenta cada vez más la importancia de dar cabida a nuevas voces, el papel de editoriales como Skein Press y Virago para dar a conocer al mundo historias infrarrepresentadas se vuelve más pertinente que nunca.

Por esta razón, me gustaría también dar las gracias a la Ópera Nacional de Irlanda por el estreno de la producción operística de Evangelia Rigaki basada en las historias incluidas en Una vida en acogida, y por demostrar que una pieza artística puede funcionar en múltiples niveles; y también a DMC Films por trabajar en busca de un nuevo futuro y, con un poco de suerte, de nuevos públicos para Una vida en acogida. Por último, no puedo escribir sobre Una vida en acogida sin mencionar a John Sutton. Gracias por leer todos los extensos documentos sin proferir una sola queja.

Melatu Uche Okorie
Julio de 2021

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[1] En Irlanda, el permiso de residencia (leave to remain) puede concederse a personas a las que se les ha denegado la condición de refugiadas o de protección subsidiaria, pero que no son devueltas a su país por razones humanitarias o apremiantes de otro tipo.

[2] Centro Nacional de Rehabilitación para Víctimas de Tortura de Irlanda.

[3] En español: Recopilando ideas.

[4] En español: Asuntos del corazón.

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Autora: Melatu Uche Okorie. Traductora: Lucía Barahona Lorenzo. TítuloUna vida en acogida. Editorial: Automática. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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