En palabras de Enrique Lynch, los «nubarrones» son las «ensoñaciones u ocurrencias separadas de otras, cavilaciones interrumpidas, trazos de escritura rápida, observaciones muy escoradas y, en ocasiones, un punto amargas» que publicó en la revista digital Las Nubes desde el 21 de marzo de 2006 al 22 de marzo de 2020.
A Lynch le producía curiosidad todo, sin restricciones; quienes conocían su temperamento y sus críticas furibundas a cualquier asomo de vulgaridad, estrechez de miras o vaguedad argumental, podrán pensar que su gusto era muy reducido, pero sus «nubarrones» dan cuenta de lo contrario: desde la tensión entre contrarios a la fatalidad de la existencia, pasando por la esencia de la experiencia carnal o la irracionalidad de las convicciones. No hay que hallar unidad temática o de sentido en esta obra, no existe, aquí sólo hay un ejercicio de lucidez, una posición, una mirada a propósito de lo que los últimos quince años de una vida dedicada a la reflexión dan de sí.
En el primer volumen los «nubarrones» son eminentemente filosóficos, ya sea por sus reflexiones metafísicas, morales, teóricas o sobre la propia tarea del filósofo y el quehacer de la filosofía. En el segundo se recogen los que versan sobre arte, cine, música y literatura, además de una suerte de «nubarrones» biográficos, que se han ordenado intentando dar un sentido descriptivo y cronológico de la vida (y no de los textos) de Enrique Lynch; desde la infancia bonaerense, su período de militancia, el posterior exilio, pasando por Brasil, Londres, París… hasta Barcelona, y recalando en temas como la salud, el amor y la familia.
***
Dos «nubarrones»:
1.-
Escribir bien
2005-05-12
Escribir bien, es decir, escribir con lo que se suele llamar «estilo», con eficacia y precisión y la elocuencia justa, no tiene nada que ver con una destreza gramatical o sintáctica. Tampoco tiene que ver con la cultura libresca del escritor. Escribir es como montar a caballo, porque el lenguaje es como un corcel brioso y arisco (no como una yegua dócil y delicada): dos seres vivos de especies diferentes e inteligentes se encuentran, se rozan, se sienten el uno al otro y, de común acuerdo o a la fuerza, deciden moverse juntos. Entre ellos se plantea una lucha cuerpo a cuerpo en la que uno busca dominar al otro. El jinete cree que es él quien lleva las riendas, pero es el caballo el que reconoce al buen jinete y, finalmente, decide complacerlo.
2.-
La Pampa
2011-12-22
El frío de la mañana golpea la comisura de mis labios mientras recorro el malecón de la Barceloneta y me trae de golpe una sensación muy antigua, que seguramente es infantil, como casi todos los recuerdos.
(Hay, sin embargo, muchos tipos de recuerdos; qué bueno sería poder clasificarlos.)
Tardo unos minutos en afinar la torpe memoria. A diferencia del calor, que es indistinto e indiferente —salvo, como apunta Wittgenstein, cuando irradia de las partes del cuerpo— el frío es muy exacto y determinable, no en vano se asocia una mente fría con la precisión. Este es un frío afilado por el viento y la humedad del mar que no obstante me seca los labios y se infiltra por mis dientes. He sentido este frío muchas veces: en los andurriales del Gran Buenos Aires, tarde en la noche, entre las fábricas, esperando a veces durante más de una hora a la intemperie una cita que acabó por ser fallida; y en el campo, muy de madrugada. Recuerdo haberme preguntado cómo hacen el cardo y el abrepuños, el cuis o el charabón, para soportar la rudeza del frío pampeano.
(Todo es rudo en la pampa: la hierba es pasto y lastima la piel cuando la rozas, como hacen sus gentes, que también son ásperas y a menudo despiadadas.)
La pampa es una llanura desconcertante. No tiene límites, todo en ella es horizonte y perspectiva inútil sin demarcaciones y sin más presencia que la propia soledad. La pampa es el verde del pasto y los yuyos salpicados del marrón de las manchas de barro que asoman entre los cañaverales o en las calles desoladas de los barrios obreros, un marrón tan intenso que a veces parece negro porque en la pampa el barro casi nunca está del todo seco. Es una tierra muy fértil, pero tan inhóspita como un desierto. Eso es precisamente lo que quiere decir «pampa»: desierto.
El frío de la Barceloneta me recuerda que de ese desierto vengo yo; y allí —seguramente— iré a parar.
—————————————
Autor: Enrique Lynch. Título: Nubarrones (2 volúmenes). Nubarrones I: Una filosofía a retazos, y Nubarrones II: Arte, música, cine y literatura… seguidos de lo que pudo haber sido una autobiografía. Editorial: Ladera Norte, 2025.



Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: