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Vargas Llosa sube al escenario

Sergio Vila-Sanjuán, periodista y novelista, premio Nacional de Periodismo Cultural 2020, recoge en su último libro 81 perfiles de creadores a los que ha tratado a lo largo de los años. En este texto explica las razones de su selección, su sistema de trabajo y algunas anécdotas de su trato con ellos.

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Un día de primavera de 1977 subí a una achacosa Vespa de color dorado sucio detrás de mi primo Pepus, que la conducía, y después de  seguir hasta su fin la avenida de la Diagonal barcelonesa tomamos la autopista hacia la salida de Esplugues, desde donde nos dirigimos al polémico edificio conocido como Walden 7. Allí nos esperaba Ricardo Bofill, por aquel entonces y pese a su juventud ya el arquitecto español con más proyección internacional, quien nos atendió amablemente durante un par de horas. Pepus, además de preguntar, fotografiaba. Algunos días más tarde publicábamos la entrevista resultante en Mundo Diario, rotativo barcelonés que ya no existe (y donde costaba mucho cobrar las colaboraciones pero que, en fin, constituyó mi primera plataforma).

Con esa entrevista arrancó mi existencia de periodista cultural, que se ha mantenido activa hasta el presente. En los años que han seguido, según calculé en cierta ocasión no muy lejana, habré publicado más de dos mil artículos, textos y reportajes de distintas extensiones sobre temas de literatura y edición, pensamiento y artes (a sumar a los miles de páginas supervisadas y editadas como responsable de sección en El Correo Catalán y El Noticiero Universal, y de los sucesivos suplementos literarios de La Vanguardia desde 1993 hasta el presente).

"La necesidad de encontrar un hilo conductor me llevó a ensamblar en el año 2003 un primer libro recopilatorio del trabajo periodístico realizado"

Se trata de muchísimo papel y, hoy, supone incontables bits. ¡Qué angustia retrospectiva! Para mí ha resultado muy enriquecedor y gratificante desde distintos puntos de vista pero… ¿quedará algo de todo eso?, me pregunto a menudo. Y sigo preguntándome: ¿qué línea conductora, qué relato ofrece, si lo vemos en su conjunto, todo ese trabajo que tantas horas me ha ocupado?

La necesidad de encontrar —sobre todo, lo admito, de cara a mí mismo— un hilo conductor me llevó a ensamblar en el año 2003 un primer libro recopilatorio del trabajo periodístico realizado, Crónicas culturales (editorial De Bolsillo), donde volqué una amplia selección de entrevistas y crónicas. Desde mis encuentros con la gauche divine y Salvador Espriu al aciago verano de Salvador Dalí en 1980; de Octavio Paz a Patricia Higsmith, Isaiah Berlin, Juan Gil Albert, John Irving o Georges Duby; del nacimiento del movimiento “políticamente correcto”, que presencié en EE.UU., a la campaña de insultos contra las esculturas de Josep Maria Subirachs en la Sagrada Familia, la visita al taller de Antonio López en el extrarradio madrileño o la presentación del cuarto libro de Harry Potter en el Royal Albert Hall de Londres, a donde viajé acompañado de mi hija Leticia, que era la verdadera experta en el tema.

Aitana Sánchez Gijón, Sergio VSJ y Mario Vargas Llosa, Barcelona 2005

Muchos de esos textos, destinados inicialmente a la sección cultural diaria de distintos rotativos, eran relativamente breves, dos o tres folios de extensión (entonces contábamos en folios). En los tiempos que siguieron a la publicación de Crónicas culturales me impuse la obligación de trabajar, al menos de tanto en tanto, en reportajes más largos, de diez o quince folios que me permitieran emplear el tono narrativo y trabajar con mayor profundidad.

"“El perfil” es algo muy debatido en la teoría de los géneros periodísticos. Se describe en primer lugar por negación: no es ni una entrevista, ni una crónica ni un reportaje"

Una selección de escritos de esta siguiente etapa la recogí en un nuevo volumen, La cultura y la vida, publicado por Libros de Vanguardia en el 2013. Allí se codeaban el paseo de varios días por el Bucarest de Mircea Eliade, un abordaje a la americanización de cultura española a través de las becas Fulbright —que yo mismo había disfrutado—, mis recuerdos de la familia Donoso y su tragedia, la evocación del revolucionario pedagogo Francisco Ferrer Guardia o una introducción a la leyenda dorada de Tuset Street.

Han vuelto a pasar casi diez años, he seguido cultivando también el periodismo cultural en varios libros de carácter monográfico, y me percato de que existe otra vertiente rescatable —al menos a mi interesado entender— de la labor realizada: los perfiles.

“El perfil” es algo muy debatido en la teoría de los géneros periodísticos. Se describe en primer lugar por negación: no es ni una entrevista, ni una crónica ni un reportaje. Si nos ajustamos a mínimos, podemos estipular que se trata de un texto en tercera persona de un periodista sobre un personaje. Pero a partir de aquí empieza el debate sobre si resulta imprescindible el contacto directo entre ambos, periodista y personaje; si el perfil ha de ofrecer o no declaraciones; hasta qué punto debe plasmar de modo general la personalidad del retratado; qué porcentaje incluir de biografía, de análisis de la obra y de anécdota; cuántas voces deben intervenir…

Cena anual de Pérez Reverte con los periodistas barcelones 2007. Enrique Turpin, APR, Sergio VSJ, Toni Iturbe y Jacinto Antón

Me abstengo —prudentemente—- de entrar en ese debate. Solo diré que las piezas aquí reunidas son todas, en efecto, visiones escritas en tercera persona —pero con frecuentes incursiones de la primera— sobre integrantes del mundo cultural. De figuras que me han parecido interesantes. En algunos casos he tratado de ofrecer un bosquejo general de su trayectoria; en otros, un momento acotado de ella. En ocasiones busqué simplemente resaltar una anécdota relevante, un recuerdo personal, una conversación, un flash o una tranche de vie. O  un rasgo que me llamara especialmente la atención, y que pudiera arrojar algo de luz sobre una trayectoria.

"He recogido varios obituarios, ese momento periodístico de despedida que obliga a la mirada sintética e interpretativa"

Habitualmente traté de aplicar los criterios del periodismo cultural que admiro,  y que resumí en otro lugar: curiosidad amplia, atención a lo nuevo —o  al menos ensayar una  mirada fresca a lo ya conocido—; documentación in situ; combinación de lo trascendente y lo anecdótico…

Los escribí con distintos motivos. La mayoría, para el suplemento Cultura/s, sea en formato amplio o de forma más sucinta para mi columna semanal “Latidos”. Otros con vistas a la presentación de un libro o una exposición. He recogido varios obituarios, ese momento periodístico de despedida que obliga a la mirada sintética e interpretativa y a la vez, dependiendo del grado de proximidad con el desaparecido, es difícil que no genere algún grado de (legítima) emotividad y hasta de cariño. Así ocurre con los textos sobre Noah Gordon, Enrique Badosa o Stephen Vizinczey.

Con Miquel Barceló en Ginebra, 2007

Incluí varias entrevistas y algún reportaje reconvertidos en perfil, como los dedicados a Margaret Atwood, Arturo Pérez-Reverte (en el museo imaginario de su propio domicilio), Javier Cercas o Carla Guelfenbein; entrevista es esa situación con ecos del diván y del confesionario, donde de pronto pueden surgir inesperadas intimidades. También hay unas pocas evocaciones históricas —de la relación de Henry James con los artistas o el amour fou de Ava Gardner en la Costa Brava— y reseñas de obras memorialísticas o biográficas, como las de Gregorio Marañón o José Luis de Vilallonga.

El panorama de disciplinas abordado refleja, constato ahora, la reiteración de mis intereses. He cultivado a historiadores veteranos, últimos grandes sabios de un mundo que se nos desvanecía: con Marc Fumaroli compartimos una comida horrorosa en el comedor privado de la Biblioteca Nacional de España, y a Martín de Riquer le acompañé en su última entrevista pública, donde explicó la historia medieval del corazón rustido.

"Mi pasión por la pintura figurativa se manifiesta en los encuentros con Miquel Barceló, viejo conocido a quien dediqué un librito ya en 1984"

Me han privilegiado con su tiempo novelistas de muy distintos géneros, entre ellos a menudo el más negro —Don Winslow, Ferdinand von Schirach—, pero también algún futuro premio Nobel como Kazuo Ishiguro, y otros que aportaban una mirada fresca que me llamó la atención: ese fue el caso de Pauline Dreyfus, Milena Busquets o Arno Geiger. Aparecen biógrafos (el formidable John Richardson o Donald Spoto) y periodistas, de Tom Wolfe a Juan Cruz o la admirable y combativa Joumana Haddad, pasando por el fallecido Frank Schirrmacher, estrella del Frankfurter Allgemeine Zeitung con quien compartí unas jornadas surrealistas en Manaos.

Mi pasión por la pintura figurativa se manifiesta en los encuentros con Miquel Barceló, viejo conocido a quien dediqué un librito ya en 1984; el último fue en Málaga, viéndole hacer y deshacer un cuadro de diez metros en cuarenta minutos. O en el retrato de Enrique Santana, el artista de Lepe convertido en el gran pintor de Chicago.

Con Noah Gordon en el Penedés. Foto: Pedro Madueño

Con la mayoría entablé en algún momento un contacto directo. Otros me han atraído de forma insistente hasta verme casi obligado a escribir sobre ellas, aún sin haberles conocido personalmente. Unos me enriquecieron, otros me sorprendieron, otros reafirmaron la opinión que de ellos ya tenía, de todos aprendí.

Ciertos artículos reflejan una relación muy larga, unos cuantos son frutos de un simple encuentro o una comida. Figuran al menos tres de mis maestros (J. E. Ruiz-Domènec, Carme Riera, Peter Berger) y también algunas personas ya desaparecidas que fueron muy importantes para mí, como el ya aludido Pepus Vila-San-Juan o el pintor y poeta Xavier Prat, mi gran amigo de juventud y la persona de más talento natural que conocí en aquellos años, aunque nunca llegó a profesionalizar sus aptitudes.

"El entorno de los retratados remite a distintas etapas o episodios de mi propia vida"

Casi todos son contemporáneos, pero hay excepciones como la imaginaria pareja Jeeves-Wooster del humorista P. G. Wodehouse, al que tantos buenos ratos debo, o el escurridizo bandolero catalán que inspiró a Cervantes.

El entorno de los retratados remite a distintas etapas o episodios de mi propia vida: la estancia en la Universidad de Boston, donde asistí a las clases del ex espía checo Lawrence Martin-Bittman, experto en desinformación, o los viajes a la feria de Frankfurt, a Estocolmo o Teherán. El comisariado del Año del Libro y la Lectura 2005 me brindó un trato que fue más allá del periodismo con un autor admirado desde la temprana juventud, Mario Vargas Llosa; la peripecia teatral que derivó de nuestra relación, y que le facilitó subir por primera vez como actor al escenario,  me pareció sugestiva para titular este libro.

Con Marc Fumaroli en la Biblioteca Nacional. Foto: Asís Lazcano. Madrid, 2013

Mi padre era publicitario, yo he trabajado ocasionalmente en publicidad, la relación entre este oficio y la literatura siempre me ha fascinado. Queda patente en los perfiles de Arturo San Agustín y Carla Guelfenbein. Y en la revelación que me hizo Gabriel García Márquez sobre su etapa mexicana y su papel en un célebre eslogan de la casa Bimbo, que he intentado poner en su contexto.

He pulido —solo un poco— la mayoría de textos respecto a la versión original publicada. El más antiguo data de 1998. El de Margaret Atwood corresponde a enero del 2020, y empecé a redactarlo durante aquel delicioso festival Hay de Cartagena de Indias, en un mundo aún alegre y confiado, o al menos notablemente ignorante de la que nos iba a caer encima tan solo un mes y medio más tarde. Todo cambió, la normalidad se suspendió y se restableció, y aún he podido añadir unos cuantos posteriores. ¡La vida sigue!

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Autor: Sergio Vila-Sanjuán. Título: Vargas Llosa sube al escenario y otros perfiles de escritores y artistas de los que he aprendido. Editorial: Libros de la Vanguardia. Páginas: 309. Precio: 19,95 euros. Venta: Amazon.

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