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Detalle de la portada de Viaje por el Guadalquivir y su historia

Prólogo de Viaje por el Guadalquivir y su historia, de Juan Eslava Galán, obra publicada por La Esfera de los libros que lleva por subtítulo «De los orígenes de Tarteso al esplendor del oro de América y los pueblos de sus riberas».

Decía mi buen amigo Néstor Luján que un libro de viajes debe ser como un pisto, el maridaje de distintos elementos que concurren en una impresión sensorial para el comensal, en este caso el lector.

En lo que atañe al Guadalquivir el pisto requiere unas páginas de explicación previa sobre el origen de la receta antes de que el viajero que escribe y el lector que lo acompaña se aventuren en los seiscientos y pico kilómetros de su curso fluvial y en sus tres milenios de historia.

"... forma, junto con el Rin y con el Danubio, el trío de ríos culturales que configuran el devenir de Europa"

El Guadalquivir forma, junto con el Rin y con el Danubio, el trío de ríos culturales que configuran el devenir de Europa. En sus riberas florecieron el histórico Tarteso, quizá trasunto de la mítica Atlántida, la provincia romana de la Bética que daba emperadores a Roma, la Córdoba califal, que un día deslumbró a Occidente, y la Sevilla que fue sucesivamente capital de los imperios bereberes, emporio comercial en el prerrenacimiento europeo y puerto exclusivo del comercio americano.

En este libro, junto a la cultura y al devenir humano, el via­jero recorrerá en el Guadalquivir el medio natural más potente de Europa: nace el río en la sierra de Cazorla, el bosque más denso del continente, y va a morir en el coto de Doñana la mayor reserva de biosfera de Europa y una de las primeras del mundo.

Esta era la receta. Buen provecho y que el viaje, como el de Kavafis, esté lleno de experiencias.

Capítulo 1. Que trata del descubrimiento del Guadalquivir

Hace algunos años asistí a una charla sobre los descubrimientos de miembros de la Royal Geographical Society en África. Por los labios del erudito conferenciante desfilaban lagos, ríos, montañas, cordilleras desiertos descubiertos por este o aquel explorador en tal año y en tales circunstancias. No le quedó un rincón del continente africano por descubrir. En el turno del público un estudiante negro, o subsahariano como ahora se dice, levantó la mano y dijo:

Quisiera precisar, en el mismo orden de cosas, que mi bisabuelo Mnomgo descubrió el puente de Londres en 1896.

En la intervención del bantú había, como se ve, una crítica a la tradición eurocéntrica de la Historia, la misma que nos permite afirmar que Colón descubrió América el 12 de octubre de 1492 y Vasco Núñez de Balboa el Océano Pacífico el 25 de septiembre de 1513.

Incidiendo en el mismo pecado eurocéntrico, del que, a nuestro juicio, no hay por qué arrepentirse, nos preguntamos ¿Cuándo y quien descubrió el Guadalquivir?

Al igual que América y que el océano Pacífico, el Guadalquivir existía desde la formación de la tierra o,  si queremos ser precisos, desde que se creó la depresión bética en el neógeno (entre fines del periodo Terciario y a lo largo del Cuaternario).

Al igual que América y que el Pacífico,  las riberas del Guadalquivir estaban pobladas por indígenas más o menos felices, pero ¿quién y cuándo colocó en la Historia al río grande (الوادي_الكبير al-wādi al-kabīr)?

Dicho de otro modo ¿Quién lo mencionó por primera vez y legó el conocimiento de su existencia a las generaciones posteriores, a nosotros, a usted que lee y a este que escribe?

"... no andamos muy alejados de la verdad si decimos que al Guadalquivir debieron descubrirlo los fenicios"

No tenemos una fecha ni un nombre a los que podamos acudir con absoluta certeza, pero seguramente no andamos muy alejados de la verdad si decimos que al Guadalquivir debieron descubrirlo los fenicios en torno al año mil, quizá en competencia con los micénicos.

Fenicios fueron, en efecto, los primeros exploradores históricos que llegaron al sur de Andalucía y como venían en busca de metales y eran excelentes navegantes hay que concluir que remontarían el Guadalquivir que es un río además de navegable de raíces argénteas[1], o dicho más llanamente, que en su nacimiento abunda la plata (y otros metales). No obstante, con ser los inventores del alfabeto, los fenicios no dejaron ningún testimonio de ese descubrimiento que haya llegado hasta nosotros (los romanos destruyeron casi todo lo que les olía a púnico).

Las primeras noticias históricas de la existencia del Guadalquivir corresponden a sus competidores los griegos que unos tres siglos después se apropiaron del mérito de haber descubierto aquellas tierras.

Cuenta el historiador Heródoto que un mercader jonio llamado Coleo de Samos que hacía la ruta entre Grecia y Egipto se vio sorprendido por una borrasca. Durante seis días con sus noches la frágil nave estuvo a merced de los vientos afeliotas. Cuando la tormenta amainó, Coleo descubrió con asombro que habían rebasado las Columnas de Hércules (el estrecho de Gibraltar), las dos montañas que señalaban los confines del mundo.

Acabamos de decir que los fenicios precedieron a los griegos en la exploración de estos confines. Seguramente ellos erigieron un templo a su dios Melkart en el estrecho de Gibraltar, en el que realizaban sacrificios propiciatorios para asegurarse una feliz navegación. Los dos pilares de bronce, de unos ocho metros de altura, que solían franquear la entrada de los templos fenicios (por influencia de los pilonos de los templos egipcios[2]) son las que más tarde darían lugar a la denominación “columnas de Melkart” que los griegos transformaron en “columnas de Hércules”.

Las columnas de Hércules eran Calpe (actual Gibraltar), y Abila, (actual monte Musa, en Marruecos). Los griegos creían que África y Europa habían estado unidas por una cordillera hasta que su héroe Hércules, famoso por su fuerza y por sus trabajos, separó estas montañas permitiendo que las aguas del océano irrumpieran en la cuenca que hoy conocemos como mar Mediterráneo (Pomponio Mela. Corografía, 15, 27[3]).

Como casi siempre, el mito y la poesía se adelantan a la ciencia porque, en efecto, “en su formación, el valle del Guadalquivir es un territorio liberado tectónicamente de África, regalo de las fuerzas telúricas a Europa[4]”.

¿Qué había venido a hacer Hércules en este confín del mundo?

Hércules, temprano practicante de la violencia de género, había asesinado en un pronto a su esposa, a dos de sus hijos y a dos sobrinos[5]. Cinco muertos en una tacada. Como penitencia por tan horrible crimen, la sibila de Delfos, una adivina a la que los griegos acudían para conocer el futuro y la voluntad de los dioses,  lo condenó a realizar los doce trabajos que le encomendara Euristeo, su peor enemigo[6].

Hércules peregrinó al ignoto occidente para realizar dos de esos trabajos: robar los bueyes de Gerión y sustraer las manzanas doradas del Jardín de las Hespérides que aseguraban la inmortalidad a su poseedor.  Dos empresas nada fáciles porque Gerión era un gigante con tres cuerpos que resultó complicado de matar y las manzanas estaban vigiladas por tres ninfas celosas y un diligente dragón[7].

Regresemos a Coleo de Samos al que dejamos perplejo frente a la costa andaluza, contemplando aquella  invitadora franja  verde y arbolada, con playas de doradas arenas bajo un limpio cielo azul. En alguna parte de aquella costa estaba el jardín de las manzanas doradas, o sea, la inmortalidad, pero, por otra parte, para llegar a él había que arrostrar el peligro de enfrentarse con gigantes como Gerión y con el temible dragón que vigilaba las manzanas.

Ambicioso, pero cauto, aquí tenemos a Coleo indeciso entre regresar a su mundo cotidiano, el griego, o arriesgarse a explorar este mundo nuevo que hasta ese momento solo existía en el mito.

Quizá la necesidad pudo más que la tentación. Una nave tan baqueteada por la tormenta necesitaba reparaciones y su tripulación agua y descanso. Coleo decidió desembarcar en la tierra ignota.

"¿Qué era Tarteso? Probablemente un reino de imprecisos límites sucesor de las culturas megalítica y argárica"

Imaginemos una trirreme griega embarrancando en una playa de finas arenas doradas. Para  sorpresa de Coleo aquella tierra está poblada por unos nativos hospitalarios e ingenuos a los que cambió la pacotilla griega que lleva a bordo le llenan la bodega de plata, cobre y estaño.

Imaginemos la escena tantas veces repetida a lo largo de la historia: el ávido mercader pregunta al indígena por la procedencia de la  preciada mercadería y el indígena le indica por señas un lugar tierra adentro al tiempo que pronuncia la mágica palabra: Tarteso, como suena en griego (Τάρτησσος), o Tarshish (תַּרְשִׁישׁ) como suena en el hebreo de la Biblia[8].

¿Qué era Tarteso? Probablemente un reino de imprecisos límites sucesor de las culturas megalítica y argárica florecidas en la zona. Si ese reino se articulaba en torno al Guadalquivir, como parece, es razonable suponer que ese fuera en nombre del río.

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Viaje por el Guadalquivir y su historia

Viaje por el Guadalquivir y su historia

Sinopsis: En este nuevo libro, Juan Eslava Galán invita a los lectores a acompañarle en un viaje extraordinario a lo largo del río Guadalquivir y sus tres milenios de historia. Un periplo cuajado de vivencias, paisajes y, sobre todo, testimonios de todas las civilizaciones que se asentaron en sus riveras. En él florecieron el histórico Tarteso, quizá trasunto de la mítica Atlántida, la provincia romana de la Bética que daba emperadores a Roma, la Córdoba califal que un día deslumbró a occidente, y la Sevilla que fue sucesivamente capital de los imperios bereberes, emporio comercial en el prerrenacimiento europeo y puerto exclusivo del comercio americano.

Notas del texto:

[1] “Estesícoro, hablando del pastor Gerión dice que había nacido enfrente de la ilustre Eriteia, junto a las fuentes inmensas de Tarteso, de raíces argénteas, en un escondrijo de la peña.» (Estrabón, Geografía 3,2,11).

[2] Recordemos que el Templo de Salomón, obra del arquitecto fenicio Hiram de Tiro, estaba precedido también por dos columnas famosas, Jaquín y Boaz

[3] En la antigüedad las columnas de Hércules marcaban el fin del mundo. Persistentes leyendas divulgadas por los fenicios para desaconsejar la navegación a sus competidores insistían en que más allá no era posible la navegación porque el mar estaba infestado de terribles monstruos y el agua era tan caliente que derretía el calafateado de las naves y las hundía. Por este motivo se dibujaban las columnas de Hércules con una cinta que rezaba, en latín, Non Plvs Vltra (“No más allá”). Cuando las navegaciones portuguesas  y la circunnavegación de la Tierra por Elcano demostraron que el océano era navegable el emperador Carlos V añadió a su escudo de armas las columnas de Hércules con la cartela “Plvs Vltra”, demostrativa de que se había pasado “más allá”. Estas columnas empezaron a ilustrar el reverso de algunas monedas españolas, a veces superpuestas a dos orbes (los Dos Mundos que abarcaba el imperio de los Austrias). Una de estas monedas, el prestigioso Real de a Ocho, moneda internacional –como el dólar lo es ahora- hasta el siglo XVIII, se conocía en el mundo anglosajón como Spanish Doller, de donde procede la palabra dólar e incluso su símbolo bancario ($) que no es sino una esquematización de las dos columnas de Hérculés y la cartela que las envolvía en la antigua moneda española.

[4] Bernal, A-M., en Gwynne, 2006, p.10.

[5] Obnubilado, dicho sea en su descargo, por un ataque de locura que le provocó  un sortilegio de la celosa Hera, esposa de Zeus. La señora se la tenía jurada porque era hijo de su marido, el zascandil Zeus, y de Alcmena, un señora muy decente a la que Zeus accedió bajo la figura de su marido, el paciente Anfitrión. Para mayor escarnio, Zeus detuvo el tiempo y alargó cuanto le plugo la tempestuosa noche de amor, hasta que Alcmena, ya escocida y exhausta, le dijo, “Hijo, Anfitrión, ¿qué te pasa hoy que te veo constante como el batán del arzobispo de Manila?” (Esto último lo he imaginado yo, caro lector, en mi afán por completar el relato mitológico sin salirme de las leyes de la lógica).

[6] Otra versión de la leyenda, más in y concordada con los tiempos que vivimos, quiere que Hércules y Euristeo fueran amantes y que los trabajos fueran una prueba de amor.

[7] Un autor siciliano Estesicoros de Rimera (hacia el -600) escribió un poema dedicado a Gerión en el que precisaba que el monstruo había nacido en Erytheta, una cueva junto a las fuentes del río Tarteso, “de raíces argénteas”. El poema original se ha perdido pero Estrabón da noticias de él.

[8] Todas las copas de beber del rey Salomón eran de oro y toda la vajilla de la casa del Bosque del Líbano era de oro fino; la plata no se estimaba en nada en tiempo del rey Salomón, porque el rey tenía una flota de Tarshish en el mar junto con la flota de Hiram y, cada tres años, venía la flota de Tarshish, trayendo oro, plata, marfil, monos y pavos reales. (Reyes, 1, 10, 21-22);  Tarshish comerciaba contigo por la abundancia de todas sus riquezas; con plata, hierro, estaño y plomo comerciaba en tus ferias. (Ezequiel, 27, 21).

Título: Viaje por el Guadalquivir y su historia. Autor: Juan Eslava Galán. Editorial: La esfera de los Libros. Edición: Papel y Kindle

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