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Vida. Biografía y antología de José Hierro

Vida. Biografía y antología de José Hierro

Este 2022 se conmemora el centenario del nacimiento de José Hierro. Para contribuir a esta importante efeméride, el sello Nórdica Libros publica el primer gran libro para descubrir la vida y la obra de uno de los más importantes poetas españoles del siglo XX. No existen biografías sobra el poeta, así que este será un libro de referencia para conocer los orígenes, la evolución y la obra de Hierro. José Hierro no solo fue un excepcional poeta, sino que también destacó en su dominio del dibujo. Este volumen, escrito por Jesús Marchamalo, con una amplia selección de poemas, artículos periodísticos, relatos, etc., recopilados por el experto Lorenzo Oliván, incluye, además, numerosas fotografías y material pictórico de José Hierro.

Zenda adelanta las primeras páginas de Vida. Biografía y antología de José Hierro.

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Del Madrid castizo

Le recuerdan quienes le conocieron caminando deprisa, enérgico, apurado, con una premura que resultaba a veces impostada. Iba y venía, eléctrico, nervioso: hacía muebles, pintaba, cocinaba… Lo mismo escuchaba a Schubert que paseaba, aéreo, por el campo, o recitaba a Lope y a Machado. ¿A dónde corres, Hierro?, le preguntaban, sonriendo, sus amigos. Imponía, es cierto, esa presencia suya, hierática y fibrosa, su aspecto de viejo boxeador, de caudillo otomano, de forzudo de circo: la calva rojiza, puntiaguda, el bigote poblado, los ojos vivarachos y unos rasgos —la nariz, la barbilla, pronunciadas ojeras— parecería tallados en madera.

Prevalecía en todo caso un aire sencillo, afable, maneras campechanas, toscas en ocasiones —ese refugio inconfesado de la timidez—, que ocultaba un íntimo refinamiento. Unas manos poderosas, de gestos expresivos, y una voz de locutor de radio, mullida y modulada y que podía ser también atronadora.

Se llamaba José Hierro Real y había nacido en 1922 en el Madrid castizo de la calle Andrés Borrego, en la casa de su abuela paterna. Una calle a espaldas de la Gran Vía, estrecha, que comunica la calle de la Luna y la del Pez en ese barrio popular, ruidoso y concurrido, de fruterías, obradores de pan y pequeños talleres, carros de mano, cestos y bicicletas.

Hay una foto suya, de niño, en la que le da la mano a su abuela, Isabel Jimeno Polo, recién peinado con una raya al lado, pantalón corto y un abrigo que parece un disfraz. Y otra, probablemente de la misma sesión, con sombrero de lazo del que escapa, travieso, un rizo, en la que está sentado en una mesa junto a un peluche de color oscuro —un oso, un perro…—, en lo que podría ser el estudio del fotógrafo. Un niño de carita redonda, rasgos dulces, ojos despiertos, pelo lacio y sonrisa complaciente.

El pequeño Pepín, le llamaban, que con apenas dos años se fue a vivir a Santander: su padre, Joaquín Hierro, era empleado de Telégrafos y la familia se trasladó al norte, a la ciudad de su madre, llevados por un cambio de destino. Allí, Hierro descubrió el mar, y el «divino gris» de la bahía, tan importante en su vida y en su obra. Ese mar que puede ser remanso soleado, de un infinito azul, pero que se convierte súbitamente en espuma, agitación feroz, mar picado que golpea en la escollera. Y allí, junto a las grúas del muelle, en Puerto Chico, situaba uno de sus primeros recuerdos que plasmó muchos años más tarde en un poema, Historia para muchachos, del Libro de las alucinaciones. Son los últimos versos:

[…] un hombre esbelto,
con su cadena de oro en el chaleco.
Habla con alguien. Detrás de él, un fondo
de grúas en el puerto. Y hay un niño
que soy yo. Él es mi padre.
«El niño tiene cuatro años»,
acaba de decir.

Hierro, de niño, arriba, con su abuela Isabel, y abajo, con su perra Nelly.

Hierro en la playa con amigos, acariciando un perro. Y sobre con su dirección en la calle Vargas de Santander.

Santander y el mar

En Santander nació su hermana Isabel y la familia se trasladó varias veces de domicilio: de la calle Carvajal al Sardinero, cerca de La Cañía, después a la cuesta de la Atalaya y, finalmente, a la calle Vargas.

A los seis años, el pequeño Pepín se matriculó en el Colegio de los Salesianos. Era, cuentan de él, un niño tímido, reservado y de pocos amigos, pero también alegre y vivaz: le gustaba ir a la playa, nadar, y salir de acampada con los scouts. En una de ellas, en Suances, ganó el premio a la mejor paella y siempre presumió de ser un paellero consumado.

De esa época mencionan las biografías su temprana afición por el dibujo, la música y el teatro. Su padre pertenecía a la Asociación de Amigos del Arte, y Hierro empezó a colaborar con el grupo Fábula —el «chico», o «el chino» le llamaban por sus rasgos de vago aire oriental— donde hacía de apuntador y representaba pequeños papeles. También empezó a dar clases de francés en el Ateneo Popular, donde recibió su primer premio literario en un concurso: un libro de Gabriel Miró, Años y leguas, que obtuvo por un relato titulado «La leyenda del almendro». Un cuento «cursi», reconoció años más tarde «y afectado de estilo», tan engolado y rebuscado, tan poco infantil que el jurado no acabó de creerse que lo hubiera escrito sin ayuda un chico de apenas catorce años.

En esa época había empezado ya a leer a Darío, a Villaespesa, El Alcázar de las perlas y, sobre todo, a Gerardo Diego —uno de sus maestros admirados, de quien le deslumbró Versos humanos y después su Poesía española contemporánea—, y a Juan Ramón Jiménez, con quien, años más tarde, mantendría una fraterna relación epistolar.

Leyó también a Barrie, Peter Pan, y más tarde a Dostoievski y a Dickens, y empezó a escribir versos y a publicarlos: en enero de 1937 un poema, «Una bala le ha matado», en la revista de la CNT de Gijón bajo el epígrafe de la Unión de Escritores y Artistas Revolucionarios, (Santander). Unos meses más tarde publicó otro en El diario montañés, «Lejos del río», y en El Cantábrico un soneto dedicado al general Miaja. En estos últimos sustituyó —por timidez, apuro— su primer apellido por la inicial, de modo que los firmó como José H. Real, lo que probablemente, sin pretenderlo, pudo acabar salvándole la vida.

En 1935, con trece años, decidió interrumpir sus estudios en los Salesianos y con la oposición de su familia, que prefería que continuara cursando el bachillerato, se matriculó en la Escuela de Industrias en la especialidad de Peritaje Electromecánico, estudios que se vio obligado a abandonar porque en julio del 36, con catorce años casi recién cumplidos, estalló la guerra.

Su amigo Hidalgo

En 1935 José Hierro y el poeta José Luis Hidalgo se conocieron y casi de inmediato se hicieron amigos inseparables, y juntos empezaron a escribir y a publicar sus primeros poemas.

En marzo de 1938 se celebró en Santander, en el Cinema Soldado, un concierto de piano en el que Gerardo Diego ejerció de presentador. Ambos fueron a verle, le hablaron de sus escritos, y él les citó unas semanas más tarde en su domicilio.

Hierro —Hidalgo estaba ya movilizado— acudió a la cita y le llevó un regalo: un cuadernillo de poemas manuscritos suyos y de Hidalgo, también pintor y dibujante, que los había ilustrado.

Por un malentendido, Gerardo Diego —pensó que se trataba de un préstamo— le devolvió pocas semanas después el cuadernillo cuando Hierro fue a visitarle para recabar su opinión. Y Hierro, apenas un muchacho todavía, tampoco se atrevió a decirle que se trataba de un regalo y aceptó, tímido y azorado, que se lo devolviera. El cuaderno, finalmente, se extravió.

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Autores: José Hierro, Jesús Marchamalo. Título: Vida. Biografía y antología de José Hierro. Editorial: Nórdica Libros. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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