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Violencia y revolución en México

Violencia y revolución en México

La semana pasada, la diputada federal por Veracruz, Carmen Medel, entró en crisis en plena sesión en el Palacio Legislativo de San Lázaro al recibir la noticia de que su hija Valeria, de 22 años, había sido asesinada. Un grito maldiciendo a la delincuencia llamó la atención de sus compañeros, quienes tuvieron que auxiliar a la legisladora de Morena, partido político que asumirá el control gubernamental el 1 de diciembre próximo. Hasta el momento, el número de homicidios en México supera los 23 mil en lo que va de 2018, con un promedio de 77.5 asesinatos al día en todo el territorio nacional. Paradójicamente, la sociedad mexicana parece mirar hacia otro lado para no resolver lo que en este momento más importa: que las instituciones mexicanas son incapaces de ofrecer un mínimo de seguridad y estabilidad social a sus ciudadanos, que sería la traducción elemental de una convivencia cifrada en la confianza de que dichas instituciones desempeñan honestamente sus funciones de interés público en beneficio de su ciudadanía. La sociedad mexicana en su conjunto parece ausente, borrosa, sin significación alguna, distraída, irresponsable, apenas enervada mientras presencia en primera fila una tragedia de límites insospechados que se desarrolla frente a sus ojos. Ya ni siquiera muestra asco. Solo pequeñas reacciones a lo indeseable, a la insoportable cotidianidad de muertes que se suceden una tras otra sin razón, por equivocación o directamente por implicación en un sistema que ha infectado a la población entera. ¿Es esta la sociedad que queremos los mexicanos? ¿Existe otro destino diferente al que parecemos abocados? En este trance sería indispensable reflexionar sobre lo que Hannah Arendt, una de las pensadoras más influyentes del siglo XX, apunta en su ensayo La libertad de ser libres, recientemente publicado por Taurus, donde explica que las revoluciones no son respuestas necesarias, sino respuestas posibles a la delegación de poderes de un régimen; no la causa, sino la consecuencia del desmoronamiento de la autoridad política. “En todos los lugares en los que se ha permitido que se desarrollen sin control esos procesos desintegradores, habitualmente durante un periodo prolongado de tiempo, pueden producirse revoluciones, a condición de que haya un número suficiente de gente preparada para el colapso del régimen existente y para la toma del poder”. ¿Es el momento en México de una nueva revolución? Los hechos parecen impeler a los mexicanos a pensar en ello y, sobre todo, a actuar en consecuencia.

VIEJA CIUDAD DE HIERRO

"¿Es esta la sociedad que queremos los mexicanos? ¿Existe otro destino diferente al que parecemos abocados?"

Poca gente sabe que en 1522 Hernán Cortés estuvo a punto de decidir que no se construyera ningún templo ni edificación encima de la vieja Tenochtitlán, lo que sin duda habría cambiado el destino de la vieja capital azteca. Pero los conquistadores mantuvieron su idea de derruir el Templo Mayor y arrasar los espacios prehispánicos para borrar su memoria y erigir en su lugar otros edificios que sirvieran de emblema a una nueva ciudad cuyo destino estaría regido por otra imaginería arquitectónica, lo que dio lugar a construcciones que, con el correr de los siglos, han adquirido una dimensión histórica fundamental para la identidad de la urbe. Pero la memoria es frágil y en la actualidad vivimos en un mundo donde le damos poca importancia a esas historias, dado que por lo regular todo el mundo camina por el Centro Histórico de la Ciudad de México y, aunque pasa a un lado de edificios tan simbólicos como el Palacio Nacional, las ruinas del Templo Mayor o sus calles y barrios aledaños, muy pocos conocen cuáles han sido sus avatares. Por eso son dignas de elogio obras como La ciudad imprescindible: Crónicas esenciales de la Ciudad de México, un volumen que acaba de editar el sello Cal y Arena. Compilado por Luis Franco Ramos, el libro reúne diecinueve historias de la vida cotidiana, de las calles y de los personajes de la capital mexicana, escritas por autores como Bernal Díaz del Castillo, José Joaquín Fernández de Lizardi, Manuel Payno, Guillermo Prieto, Francisco Zarco, Manuel Gutiérrez Nájera, José Vasconcelos, José Juan Tablada o Carlos Pellicer, quienes han creado espléndidos relatos de cómo era la ciudad cuando la vieron por vez primera los españoles, cómo nació el México colonial, cómo era la vida de los cafés durante el siglo XIX, cuál llegó a ser la odisea de un caminante que decidía recorrer las calles desde San Cosme hasta el Zócalo y cómo describía el poeta Carlos Pellicer el paisaje de lo que un día Alfonso Reyes llamó “la región más transparente del aire”, esa vieja ciudad de hierro a la que el trovador Rockdrigo González dedicó estos versos:

“Capital de mil formas
de bellezas que se pierden entre el polvo
de tus carros, de tus fábricas y gentes
que se hacinan y tu muerte no la sienten.
¿Qué harás con la violencia?
De tus tardes y tus noches en tus calles
y tus parques y edificios coloniales
convertidos en veloces ejes viales…

Ya que…

Te han parado el tiempo
te han quitado la promesa de ser viento
te han quebrado las entrañas y el silencio
ha volado como un ave sin aliento
se ha marchado lejos
tu sonrisa clara y en tus azulejos
han morado colores que son añejos
y ahora ya no brillan más”.

EL NUEVO FOTOPERIODISMO MEXICANO

"En manos de los Valtierra, una imagen sí que vale más de mil palabras"

La familia Valtierra es una de esas brillantes estirpes de fotógrafos en cuyas miradas hay un claro reconocimiento al mundo del campo, a los indígenas, a su integración en las grandes urbes, a los ciudadanos, a los oficios, y también una crítica política frente a las desmesuras e injusticias del poder. Esta familia, integrada por los hermanos Pedro, Eloy, Rodolfo y Victoria, ha jugado un papel protagónico en el desarrollo del nuevo periodismo gráfico mexicano, y su historia ha servido de punto de partida al libro El sentido de mirar: Los hermanos Valtierra en el fotoperiodismo mexicano (Ediciones Sin Nombre/Eikon), obra en la que, además de repasar la actividad de los Valtierra y la importancia de otras familias de fotógrafos, su autor, Eloy Valtierra, se detiene a indagar en las razones, puntos de vista y desarrollo del nuevo fotoperiodismo mexicano. La obra parte del cuestionamiento y la búsqueda de significados sobre el oficio fotográfico y el fotoperiodismo, actividad que para el autor está un tanto marginada en el mundo de la fotografía, aunque haya vivido una especie de auge en los últimos tiempos, por lo que también ha intentado “resignificar” el fotoperiodismo como una de las especializaciones más importantes en el campo de la imagen. Según el propio Eloy, en el linaje de los Valtierra hay dos rasgos característicos: por un lado, el origen visual de su tierra natal, Zacatecas (aunque a Rodolfo y Victoria los ve influidos por el ambiente urbano); y por otro, una mirada de corte social cercana a los más vulnerables, reivindicando sobre todo a los campesinos, los indígenas y el movimiento LGTB. No cabe duda de que el mayor de los Valtierra, Pedro, ha sido el mascarón de proa de esta familia de fotógrafos, desde que iniciara su trabajo en la década de los años 70 y, más tarde, cuando se dedicó a fotografiar a la guerrilla nicaragüense y regresó a México para fundar la agencia Imagen Latina, ya desaparecida. Fue por esos años cuando, con el surgimiento del periódico La Jornada a mediados de los años 80 y adonde Pedro se trasladó con todo su equipo, cuando formuló un método de trabajo muy personal para la imagen, el cual influyó de manera decisiva en las posteriores generaciones de fotoperiodistas mexicanos. Luego, al salir de ese diario, creó la agencia Cuartoscuro, en donde intervino su hermano Eloy y donde ha seguido haciendo un trabajo que no solo dignifica el oficio fotoperiodístico, sino cada contenido que retrata. En manos de los Valtierra, una imagen sí que vale más de mil palabras.

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