Inicio > Libros > No ficción > ¡Viva la Comuna!

¡Viva la Comuna!

¡Viva la Comuna!

En estos días se conmemora el ciento cincuenta aniversario de la Comuna de París. Los hechos ocurridos en la capital francesa fueron descritos por Prosper-Olivier Lissagaray, protagonista del alzamiento, en su libro La historia de la Comuna de París de 1871, que se convirtió, una vez superada la censura inicial, en la obra de referencia para comprender lo acaecido.

Todo empezó al declararse por Napoleón III la guerra al imperio prusiano. La derrota del emperador de Francia, en la batalla de Sedán, le obligó a capitular, acabando como prisionero del emperador Guillermo I. Sin embargo, la rendición no fue aceptada por Francia. El emperador fue derrocado y se constituyó la Tercera República. El pueblo siguió luchando, incluso cuando en septiembre los prusianos cercaron París. Ante el vacío de poder, decenas de miles de habitantes de la ciudad, que en un momento dado habían pertenecido a la Guardia Nacional, deciden vestir sus uniformes, tomar las armas y engrosar los batallones que van a defender París.

Otto von Bismarck, general al mando del ejército prusiano, al ver la férrea resistencia ofrecida por los parisinos, decide sitiar la ciudad y someterla a un asedio, logrando su objetivo en enero. Los soldados prusianos entran en París. El autor, Lissagaray, lo describe con estas palabras:

El hambre arreciaba cada vez más fuerte y la carne de caballo se convirtió en una exquisitez. La gente devoraba perros, gatos y ratas. Las mujeres buscaban una ración de náufrago durante horas con un frío de 17º bajo cero o entre el barro del deshielo. Los pequeños morían pegados a los pechos exhaustos de sus madres.

Como el Gobierno de Defensa Nacional de la República se trasladó a la ciudad de Tours, para reorganizar la defensa de Francia, en París se produjo un vacío de poder. Esta situación hizo que los habitantes de París, hartos del desgobierno, iniciasen revueltas populares por la situación tan desesperante a la que se encontraba sometido el pueblo.

Cientos de miles de obreros y trabajadores a los que no les quedaba nada deciden que todo debe cambiar.

El día 8 de marzo, los ciudadanos de París no reconocen al gobierno de la República y deciden repudiarlo; no admiten que sus autoridades se rindan a los prusianos. La chispa que desató la revolución se provocó el 18 de marzo, cuando el Gobierno presidido por Adolphe Thiers ordenó desarmar al pueblo y retirar los cañones que se habían fundido por suscripción popular. Así lo relata Lissagaray:

Alrededor de las lecheras y ante las bodegas la gente habla en susurros, señala a los soldados y las metralletas que apuntan. Como en los días de 1792, las mujeres, el 18 de marzo, doblemente castigadas por la miseria del sitio, deciden no esperar a sus hombres. (…) Rodearon las metralletas y apostrofaron al sargento al mando de las mismas: “Esto es una vergüenza. ¿Qué hacéis ahí?”. Los soldados callaron, hasta que por fin un suboficial respondió: “Vamos, señoras, márchense”. Pero no lo hicieron.

El pueblo se apoyó en la Guardia Nacional, que redujo al ejército, hecho que permitió a la Comuna convocar elecciones. Así da comienzo la toma del poder por parte de los ciudadanos de París. Deciden que se constituyen en Comuna con el objetivo de demostrar que el pueblo puede sustituir al Estado.

En la plaza del Hôtel de Ville, el 28 de marzo de 1871, proclama Gabriel Ranvier, uno de los dirigentes del movimiento revolucionario:

«¡En nombre del pueblo, queda proclamada la Comuna!”

Un eco de miles de voces, formado por las vidas de doscientos mil pechos responde:

«¡Viva la Comuna!»

En algo más de dos meses de gobierno comunero, el primer órgano de poder comunista de la historia de Occidente haría correr ríos de sangre y tinta. Sin embargo, la Comuna se encontró con que, de repente y de forma violenta, los despertaron de su sueño utópico. El 2 de abril sufrieron el ataque de las fuerzas del Gobierno y la artillería bombardeó las posiciones de los comuneros, que mantuvieron a duras penas sus defensas en las murallas hasta el 28 de mayo. Relata el autor:

Las humildes barricadas de la Comuna, improvisadas, no resistirían más de una semana. Estaban construidas con unas cuantas piedras dispuestas unas sobre otras, que apenas alcanzaban la altura de un hombre. Detrás, a veces, había un cañón o un rifle y, en medio, calzada entre dos piedras, la bandera roja, color de la venganza. Docenas de regimientos se enfrentaron a estas miserables murallas.

Como epitafio a la batalla, escribe:

El tiroteo se fue apagando poco a poco y los silencios eran cada vez más largos. El domingo 28, a mediodía, se oyó el último cañonazo de los federados desde la rue de París, tomada ya por los versallescos. El doble disparo exhaló el último suspiro de la Comuna de París.

Cuando entran las tropas versallescas se desata una cruel y brutal represión. La cifra de muertes en la llamada Semana Sangrienta oscila alrededor de treinta mil personas. Lissagaray, que había empuñado el fusil en las barricadas para defender la Comuna, huye, poniéndose a salvo en Londres.

Durante este primer experimento de gobierno proletario nadie imaginaba que se iban a desarrollar, durante las siguientes décadas, unas ideas tan novedosas. Fue un ensayo que acabó en desastre, pero que libros como el que nos ocupa hicieron que se convirtiese en leyenda y sirviese de referencia a muchos revolucionarios para luchar por cambiar el mundo.

Los miembros de la Comuna pudieron realizar varias reformas políticas y sociales:

  • Mantener los servicios públicos y hallar alimentos.
  • Abolición de la guillotina.
  • Condonación de los intereses de las deudas.
  • Rebaja de los alquileres.
  • Concesión de pensiones a las viudas de guerra.
  • Control por parte de los trabajadores de las empresas abandonadas.
  • Expropiación de los bienes eclesiásticos.
  • Supresión de la enseñanza religiosa en las escuelas.
  • Utilización de las iglesias como centros cívicos tras los oficios religiosos.

Todo fracasó, pero quedó el aura revolucionaria. Fueron setenta y dos días de revolución que se convirtieron en referente de otras revoluciones.

Es conocida la anécdota protagonizada por Lenin en 1917. El día en que su revolución en Rusia llegó al día setenta y tres, lo festejó bailando en la nieve frente al Palacio de Invierno. Cuando le preguntaron que qué hacía, respondió que estaba celebrando que “su revolución” desde ese día era más longeva que la de París y que, por lo tanto, a partir de esa fecha, desplazaba a la Comuna como referente, convirtiéndose la Revolución Rusa en el nuevo modelo  a seguir por las revoluciones  futuras.

—————————————

Autor: Prosper-Olivier Lissagaray. Título: Historia de la Comuna de París de 1871. Editorial: Capitán Swing. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

4.6/5 (18 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios