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¿Y si un libro pudiera leerte?

¿Y si un libro pudiera leerte?

Lucio tiene 50 años, trabaja en el mantenimiento de un parque eólico en la ciudad marroquí de Fez, rodeado de brazos robóticos. No habla árabe, no tiene relaciones valiosas más allá de una librera, Azucena Gualdabar, que regenta una librería donde se dedica a vender libros que son collages de otros libros. Lucio es un migrante “inverso” en una ciudad distópica y utópica a la vez donde quienes menos tienen, leen. Internet se ha convertido en un montón de no-lugares ruinosos, con enlaces que no funcionan como callejones muertos. Ya nadie escribe, todo el mundo copy-pastea. De forma que a veces los libros pueden leerse como quien lee el tarot, y a veces como el I Ching, pero sobre todo son puertas… ¿hacia dónde? Hacia nosotros mismos y los demás. Así que cuando Azucena regala a Lucio tres obras copy-pasteadas muy misteriosas, cuyos argumentos están inexplicablemente trenzados, Lucio ya no es simplemente un migrante precario que se gasta el sueldo en porros en una espiral de pobreza y letargo infinito, sino también, y a medida que avanzan las historias, es el depositario de algo eterno. Entonces, los molinos ya no son molinos, ni gigantes como los que creyó ver Don Quijote, sino derviches danzantes. Y los libros ya no son libros, sino sigilos mágicos. Sellos. Espejos. Cuerpos. Lo único a lo que aferrarse cuando estamos tan solos y perdidos que nos sentimos extranjeros en nuestro propio pellejo.

Un ejercicio de empatía salvaje, poético y político; una meditación sobre leer para leer(se) y leer el mundo, y en realidad un libro condenadamente esotérico y bello, así es De la luz negra (Aristas Martínez, 2023), la última y especialísima novela de la barcelonesa Manuela Buriel. Una obra que, de un modo un poco mediocre por mi parte, podría ser descrita como La historia interminable meets El péndulo de Foucault meets El Aleph de Borges meets Las mil y una noches meets Burroughs, y todo enlazado a través de la mística y la espiritualidad sufí. Pero además es una reelaboración de la historia de Marsha P. Johnson, la activista trans afroamericana que prendió la llama de Stonewall, y una fábula sobre la memoria y la identidad a veces impuesta, sobre soñar los sueños de otros, la literatura como forma de penetración o niebla erótica, y una fuente infinita de ideas radicales:

“Igual que se atiende a los sueños porque vienen de dentro, podríamos hacer lo mismo con el vómito”, escribe Buriel. Y también: “Un libro que no está siendo leído es como si se encontrara fuera de nuestro universo. Como un objeto eterno e inconcebible. Igual que un río quieto. En cambio, esos marcadores entre sus páginas le dan un sentido, una corriente temporal”.

Las novelas anteriores de Buriel Lo Danzante y Animales feroces, además de las escritas como parte de Colectivo Juan de Madre (La insólita reunión de los nueve Ricardo Zacarías, New mYnd y El barbero y el superhombre), la han hecho destacar como una de las escritoras más prominentes de esa otra literatura barcelonesa que no precisa de marquesinas en el Paseo de Gracia para ser leída, invisiblemente visible, política porque no tiene agenda más que sus propias preocupaciones que, siendo Manuela Buriel quien es, suelen ser las de una parte de la sociedad más soterrada que subterránea. Pero la luz, aunque negra, brilla. Y joder si lo hace.

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Autor: Manuela Buriel. Título: De la luz negra. Editorial: Aristas Martínez. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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