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Yo que tú, de Juan Vicente Piqueras

Yo que tú, de Juan Vicente Piqueras

«Hay poesía en todo lo que el lenguaje dice o escribe, incluso en un acento, en una coma, en dos puntos. Y de esa convicción, que es más emoción que convicción, nace este libro».—Juan Vicente Piqueras

Dice Juan Vicente Piqueras que «no pertenece a nada». Vivir sin capillas, sin secta, sin patria, vivir en las palabras, en la lengua, le ha permitido, ahora y siempre, volar por las gramáticas: la agrícola, la botánica, la escolar, la parda. Y lo ha hecho con las alas de la poesía, que, además, es anterior a todas ellas. Dice también Juan Vicente Piqueras que la poesía es «un carácter, y carácter es destino». Y él lo acepta sin tragedias, al contrario, con el humor propio de aquel que juega, y al jugar nos recuerda algo olvidado: que gramática y poesía se alimentan mutuamente. Este manual de poesía y gramática que tienes entre manos es una invitación al banquete de la miel y la norma, de la inteligencia y la emoción. Y su ingenio verbal es el pago de la deuda que Piqueras tiene con ambas.

Zenda adelanta el prólogo y cinco poemas del libro.

***

PRÓLOGO

POESÍA Y GRAMÁTICA

I. LA PALABRA GRAMÁTICA

Cuando yo era pequeño (es decir, cuando el pronombre de primera persona del sinlugar todavía tenía un lugar y eran pequeños los dos, el lugar y él) la palabra gramática tenía tres acepciones.

La primera era agrícola y botánica. En un alarde de ironía muy próximo a la guasa los agricultores de mi aldea llamaban gramática a la grama, hierba intrincada y tenaz que crece en los majuelos con la maldita costumbre de enredar sus raíces a las de la cepa, lo cual hacía especialmente difícil, por no decir imposible, la labor de extirparla de las viñas.

También la gramática enreda sus raíces con las de nuestra vida, nuestra vid, en nuestro cerebro, y es difícil de desintrincar (verbo que, si no existe, debería existir como inolvidar, indecidir, inesperar, y tantos otros que ahora no es el caso), de comprenderla, de separarla de nuestra condición.

En fin, como iba diciendo, cuando pasaba alguien con la azuela al hombro porque iba a rozar hierba (así se llamaba la labor de quitar las malas hierbas de la viña para que no se bebieran la savia que necesitaban las uvas) se solía comentar: Ese va a estudiar gramática.

O se le preguntaba saludando y él lo corroborara:

¿Ande vas?

A estudiar gramática.

Asimismo, cuando un niño no iba muy bien en la escuela la guasa se podía convertir en sarcasmo: Este, de mayor, va a estudiar gramática, decían para dar a entender que su futuro estaba en la agricultura y no en la cultura. Conceptos estos, cultura y agricultura, que eran entonces antónimos y enemigos. Y así nos ha ido, así nos va. Pero este es otro tema.

Para mí, como digo, gramática y agricultura siempre fueron sinónimos. Cuando abandoné la agricultura de mi infancia seguí cultivando la poesía, que en parte heredé de ella y de allí. Y he pasado media vida estudiando y enseñando gramática española a estudiantes extranjeros como yo.

La segunda acepción, adjetivada, no era estrictamente rural pero sí popular. Era la famosa gramática parda. De los más listos sin haber estudiado, de los que eran capaces de afrontar todo tipo de trances y salir airosos de ellos, de los que sabían ser, estar y parecer, de aquellos cuya única escuela era la calle y habían aprendido bien en ella la lección, de los que tenían mano izquierda y sabían tomarse las cosas con filosofía, se decía que tenían gramática parda.

La tercera acepción era la peor porque se trataba de la gramática real: una materia ardua que era obligatorio estudiar en la escuela. Era una retahíla de conceptos que intentaban explicarnos cómo funcionaba la lengua que ya hablábamos, una serie de leyes que había que observar con escrupuloso celo para hablar y escribir correctamente. Se trataba, y eso era lo fascinante, de pararse a pensar cómo se construían las frases que decíamos cada día sin pensarlas. Gramática viene del griego gramma que significa letra, nos dijo el maestro. Y sus dificultades venían de antiguo cifradas en aquel refrán que, en un alarde de delicadeza didáctica, rezaba: La letra con sangre entra.

Era aquella una concepción fiscal de la gramática que, por desgracia tal vez inevitable, ha llegado hasta nuestros días. Según los jueces de la lengua la gramática es un conjunto de leyes que hay que conocer y respetar y todo error será penalizado con un boli rojo y una nota baja. Te voy a poner un cero rojo, amenazaba un profesor del instituto, el más fervientemente entregado a las tareas policiales que, al parecer, conlleva la enseñanza. Especie próspera, todavía hoy podemos encontrar profesores que, a pesar de su apacible apariencia, disfrutan lo indecible con su boli rojo (mitad cetro, mitad látigo) subrayando errores gramaticales o encerrándolos en un círculo vicioso del que no conseguiremos salir mientras no seamos capaces de advertir la belleza del error, su origen a veces sabio, su encanto y la ocasión única que nos brinda para aprender y para enseñar. A menudo el que se equivoca está reinventando la gramática, incluso corrigiéndola. Pero este también es otro tema que me permite, al vuelo, proponer un acercamiento compasivo y poético a los errores del alumno, y no olvidar jamás que el error es la ocasión mejor de aprendizaje que el destino nos depara.

La gramática como materia imprescindible para expresarse bien en una lengua es un mito dudoso. Nadie camina o baila mejor porque conozca la anatomía humana y el nombre de los huesos que la componen. Nadie aprende a respirar mejor estudiando radiografías de pulmones. Nadie aprende a navegar mirando mapas. Desengañémonos. Puede ser de enorme ayuda conocerla pero no creo que nadie pueda aprender a hablar y a escribir solo estudiando gramática.

La gramática es otra cosa: estudio a posteriori del acto lingüístico, filosofía del lenguaje, reflexión sobre lo dicho y lo escrito, lo escuchado y lo leído, y hasta lo meditado. La gramática no es canto, es estudio del canto, no es música, es solfeo, exploración, recuerdo, devoción por la voz. La gramática es un tratado del alma. Estudia las maneras que el cerebro humano tiene de decirse a través de esos poemas que llamamos palabras.

La poesía es, claro, anterior a la gramática. Aún no existía la palabra gramática y ya existían poemas, y voces que los cantaban de memoria.

La gramática nació probablemente para intentar entender el misterio de las palabras, la poesía que encierran y crean y transmiten las palabras.

Llevo más de treinta años dedicándome a la gramática y a la poesía. A la primera, pensé siempre, más por obligación. A la segunda por total devoción. Durante años me mentí creyendo que esta doble vocación (perdón por tanta palabra terminada en ción) era, en vez de una riqueza, un suplicio que me obligaba a una especie de esquizofrenia profesional. Los trabajos del profesor le quitaban tiempo al poeta. El poeta se veía obligado a robarle tiempo al tiempo del profesor. Cuando estaba dando o preparando una clase sentía que le estaba quitando espacio a la poesía. Cuando estaba leyendo o escribiendo poesía lo hacía de manera furtiva, culpable, porque estaba eludiendo la obligación. Etcétera, etcétera. Cuando un hombre decide torturarse a sí mismo toda la culpa judeocristianalaboral acude a echarle una mano.

Tarde he comprendido que no era así, que poesía y gramática se alimentaban mutuamente, se prestaban ayuda, se intrincaban como la grama y la vid. Que obligación y devoción son caras de la misma moneda, como el día y la noche, la luz y la sombra. Ahora (más vale tarde que nunca) me doy cuenta con gratitud de cuánto debe a la poesía mi enseñanza de la gramática, y en general de la lengua, y de cuánto le debe mi poesía a la reflexión (y a la emoción) gramatical.

***

Dieta lingüística

Use cada día verbos de movimiento.
Evite los pronombres reflexivos.
No hable entre comillas.
Evite el porque, el pero y el o sea.
Calle con más frecuencia.
No pronuncie palabras que no sepan a nada.
No hable de dietas durante las comidas.
No le hable al espejo y si lo hace
no espere que el espejo te responda.
No abra nunca paréntesis que no pueda cerrar.
Dé gracias en ayunas.
Suspire suspensivo.
Y ponga lo que ha escrito de rodillas.

***

Soneto del señor pluscuamperfecto de subjuntivo

Se dispone a partir y se indispone.
Lo que comienza no lo lleva a cabo.
Acaba de empezar y dice: acabo.
Nunca consigue lo que se propone.

Podría hacerlo y no le da la gana
por pereza o cansancio, no sé, ceja
cuando la cosa se complica, deja
lo que puede hacer hoy para mañana.

Y mañana dirá: si hubiera hecho
lo que quería, si hubiera querido,
si en vez de dudar tanto hubiera ido.

Pero él es el eterno insatisfecho.
Los verbos se le pudren en el pecho.
En vez de un ser es un hubiera sido.

***

Romance indeciso

Entre ya no y todavía
y ya y todavía no
se nos va yendo la vida
como arena entre las manos
mendigas de más amor,
de más amor, no me digas
que no, que sí pero no,
que ya no, que todavía
queda vida por perder
en nosés, en tonterías
que amenazan al amor
con asfixiarlo, los días
pasan con afán de ser
nuestros, pero luego no,
no se sabe por qué herida
se nos va yendo la sangre,
se nos va yendo la vida,
entre ya no y todavía
y ya y todavía no.

***

Yo que tú

Yo que tú me amaría, llamaría,
no perdería tiempo, me diría que sí.
No dudaría más, escaparía.
Daría lo que tienes, lo que tengo,
por tener lo que das, lo que me dieras.
Me soltaría el pelo, lloraría
de gozo, cantaría descalza, bailaría,
le pondría a febrero un sol de agosto,
moriría de gusto, no pondría
ningún pero a este amor, inventaría
nombres y verbos nuevos, temblaría
de miedo ante la duda de que fuese
solo un sueño, me iría
para siempre de ti, de allí, conmigo.
Yo que tú me amaría.
Me diría que sí, me faltaría
tiempo para correr hasta mis brazos,
o al menos, qué sé yo, respondería
a mis mensajes, a mis tentativas
de saber qué es de ti, me llamaría,
qué va a ser de nosotros, me daría
una señal de vida, yo que tú.

***

Mudanzas S. A.

A Borges y a los traductores que no traicionan

Son una tribu extraña dispersa por el mundo
porque mudan el mundo.
Trasladan mundos de una lengua a otra.
Ese es su oficio.

Hacen nevar en árabe,
cambian el nombre al mar,
llevan camellos del Sahara a Suecia,
hacen que don Quijote cabalgue a Rocinante
de La Mancha a Manchuria.
Hacen cosas extrañas, casi casi imposibles.
Dicen en su lengua cosas
que jamás esa lengua había dicho antes,
cosas que no sabía que pudiera decir.

Nacieron de un derrumbe, ocurrido en Babel,
y de un sueño: que un día
las almas hoy antípodas
se conozcan, se entiendan y se amen.

Son una tribu muda:
dan su voz a otras voces.
Se hicieron invisibles a fuerza de humildad.
Durante siglos su labor fue anónima.
Los que viven de nombres y entre nombres,
no tenían un nombre.

En la liturgia de la literatura
son tratados como los monaguillos.
En cambio, son pontífices: los que tienden los puentes
entre las islas de lenguas lejanas, los que saben
que todas las lenguas son extranjeras,
que entre nosotros todo es traducción.

Son una tribu extraña dispersa por el mundo
porque están mudando el mundo,
porque están salvando el mundo.

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Autor: Juan Vicente Piqueras. Título: Yo que tú. Manual de gramática y poesíaEditorial: Los Aciertos. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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