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3 poemas de Mahmud Darwish

3 poemas de Mahmud Darwish

Considerado el poeta del pueblo palestino, Mahmud Darwish es uno de los escritores más importantes de la literatura árabe contemporánea. La edición ahora publicada por Cátedra reúne dos de sus libros más importantes: ¿Por qué has dejado solo al caballo? es una autobiografía personal que muestra los rasgos biográficos de toda su trayectoria, y Estado de sitio muestra el esfuerzo por atrapar un presente demolido por bulldozers.

En Zenda reproducimos tres poemas de esta edición bilingüe a cargo de Luz Gómez.

***

Las golondrinas de los tártaros

El cielo es mi montura. Lo he soñado:
era pasado el mediodía. Los tártaros
avanzaban bajo mí y bajo el cielo: nada veían
más allá de sus jaimas bien plantadas. Nada sabían
del futuro de nuestros rebaños, a merced del invierno inminente.
La tarde es mi montura. Como golondrinas,
los tártaros escondían sus nombres en los tejados de las aldeas,
dormían apacibles entre nuestras espigas,
sin soñar con después del mediodía, cuando
el cielo vuelva a los suyos
poco a poco en la tarde.

Tenemos un único sueño: que el aire pase
como un amigo, difundiendo el olor del café árabe
por las colinas expuestas al verano y al forastero…

Yo soy mi sueño. Cada vez que mi pecho se encoge,
como una golondrina extiendo las alas. Soy mi sueño…
Entre la multitud, me ha bastado con mirarme al espejo,
preguntándome por los astros
que deambulan a los pies de quien amo…
En mi soledad hay caminos para el que peregrina a Jerusalén
—sobre las piedras, palabras arrancadas como plumas.
¿Cuántos profetas necesita la ciudad para preservar el nombre
de su padre y acabar claudicando: caí sin combatir?
¿Cuántos cielos combina con cada pueblo
para que le quede bien su chal carmesí? Oh sueño mío…
¡No nos claves así la mirada!
¡No seas el último mártir!

Temo por mi sueño y me asusta el fulgor de la mariposa
y las manchas de mora del relincho del caballo.
Por él temo al padre y al hijo, y a los que pasan
por las orillas del Mediterráneo buscando dioses
y el oro de sus predecesores;
por mi sueño me dan miedo mis manos
y una estrella que aupándose
a mis hombros espera el canto.

Tenemos, nosotros, pueblo de noches antiguas, nuestros ritos
para ascender a la luna de la rima.
Creemos en nuestros sueños y mentimos a nuestros días
—no todos nos acompañan desde que llegaron los tártaros.
Pero ya se preparan para marcharse,
¡y se dejan detrás nuestros días! Dentro de poco bajaremos
a poblar nuestros campos. Haremos banderas
con sábanas blancas. Si hemos
de tener bandera, que sea así, limpia
de símbolos que la arruguen… No nos movamos,
no echemos a volar nuestros sueños detrás del carromato del forastero.

Tenemos un único sueño: dar con
nuestro sueño, como cada muerto
con su estrella.

***

Ha pasado el tren

Ha pasado veloz el tren
—yo esperaba
en el andén a que pasara un tren—
y los viajeros se han encaminado a
sus días… Yo…
he seguido esperando.

En la lejanía lloran los violines:
me lleva
una nube venida de lejos,
y se deshace.

Una oscura nostalgia
iba y venía,
mas no me abandonaba el olvido,
no me podía el recuerdo
de una mujer:
Yo soy la luna —gritaba
si se embebía de luna.

Ha pasado veloz el tren
—el tiempo no estaba
de mi lado en el andén—
y las manecillas se han movido.
¿Qué hora es?
¿En qué día se bifurcan
el pasado y el mañana?
¿Cuándo se fueron los gitanos?

Aquí nací, pero a nadie he dado vida:
este tren
culminará mi terco nacimiento,
los árboles caminando a mi lado.

Aquí me dieron el ser que a nadie he dado:
hallaré en este tren
el alma mía colmada
de las orillas de un río muerto en su cauce,
como muere el joven.
Ojalá el joven fuese piedra…

Ha pasado veloz el tren.
Ha pasado junto a mí, y yo,
como la estación, no sé
si despedir o recibir a la gente:
hola, mi andén tiene
bar,
librería,
rosas,
teléfono,
bocadillos
y prensa,
y música,
y una rima
para un poeta futuro que sepa aguardar.

Ha pasado veloz el tren.
Ha pasado junto a mí, y yo…
sigo esperando.

***

El fénix mortal

Hay en los himnos que entonamos
una flauta,
y en la flauta que nos serena
un fuego,
y en el fuego que encendemos
un fénix verde,
pero en la elegía del fénix no hallo
el rastro de tus cenizas.

Una nube de lilas basta
para ocultarnos
la cabaña del Pescador. Camino
como el Señor sobre las aguas. (Ella me dijo:
que el desierto no invada el recuerdo con que te sueño,
ni otros enemigos las rosas
que despuntan entre las ruinas de tu casa.)

Parecía agua el anillo que rodeaba
la cima del monte. Tiberiades
era una plaza menor del primer paraíso,
y yo dije: con unos ojos verdes
se culminó la Creación.
Y ella dijo: oh príncipe mío prisionero,
pon mi vino en tu copa.

Arden los dos extraños que nos habitan.
Los mismos
que querían aniquilarnos hace nada.
Los mismos
que volverán a sus espadas de aquí a nada.
Los mismos
que nos dicen: ¿quiénes sois?
—Dos sombras de lo que fuimos, dos nombres
del trigo que brota en el pan de las batallas.

No quiero volver, no soy
un cruzado que vuelve,
soy el silencio absoluto
que habita entre dos caras:
la del dios
y la de quien se hace
un nombre.
Soy la sombra que camina sobre las aguas.
Soy el devoto y la devoción,
el templario y el templo
en la tierra que me asedia y te asedia.

Sé mi amante entre dos guerras en el espejo
—me dijo—, no quiero regresar ahora
a la fortaleza paterna… Llévame a tu viña
con tu madre, perfúmame con agua de albahaca, viérteme
en cálices de plata, péiname, que me encierre
la cárcel de tu nombre, que me mate tu amor,
despósame, emparéntame con los ritos del campo,
hazme diestra en la flauta y que tu fuego me abrase: que como el fénix
renazca de mi fuego y el tuyo.

Algo que parecía el fénix
lloró sangre
antes de caer al agua,
a un paso de la cabaña del Pescador…

¿De qué sirve mi espera y la tuya?

—————————————

Autor: Mahmud Darwish. Título: ¿Por qué has dejado solo al caballo? y Estado de sitio. Traducción: Luz Gómez. Editorial: Cátedra. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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