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5 poemas de Rosa Berbel

Rosa Berbel es una poeta nacida en Estepa, Sevilla, en 1997. Graduada en Literaturas Comparadas por la Universidad de Granada, en 2016 resultó ganadora de la IV Edición del Certamen Ucopoética. Ha aparecido en antologías como La pirotecnia peligrosa: 11 poetas sevillanos para el siglo XXI (Ediciones en Huida, 2015), Supernova (Bandaàparte Ediciones, 2016) o Algo se ha movido (Esdrújula Ediciones, 2018). Ha antologado junto con Juan Domingo Aguilar la muestra de poesía joven Piel fina (Maremágnum, 2019). Su primer libro, Las niñas siempre dicen la verdad (Hiperión, 2018), fue ganador del XXI Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal, y ha sido asimismo galardonado con el Premio de la Crítica de Andalucía a la mejor Ópera Prima y el Premio Ojo Crítico de Poesía de RNE.

PLANES DE FUTURO

Tenemos cuarenta años y un trabajo que odiamos
que nos hace pagar las facturas,
llegar a fin de mes,
tener eso que llaman dignidad
y que se siente igual que la tristeza.

Tenemos un trabajo y un piso en la playa,
pero ante el mar soñamos
un milagro:
nuestra ropa en la arena como entonces
y quedarnos así a la intemperie, uno
enfrente del otro,
con toda la extrañeza de los cuerpos desnudos,
con esta luz precaria,
con un amor que existe y no nos basta.

Tenemos cuarenta años y dos hijos que corren,
que gritan y que lloran
porque la arena está demasiado caliente,
porque nosotros discutimos,
porque no hay nada aquí que nos divierta.

Tenemos casa, hijos y demasiado miedo
a la muerte, a los contratos temporales,
como la gente normal, miedos
de gente feliz, miedos felices,
como este insomnio dulce de los días
antiguos o esta nostalgia común
y rutinaria.

Tenemos cuarenta años y un país que no nos nombra,
no cogemos aviones
porque hemos olvidado
cómo decir te quiero en otras lenguas,
la violencia del viaje,
cómo dormir tranquilos en hoteles lejanos
donde nadie nos llama por las noches.

Tenemos cuarenta años y una vida feliz
feliz sin contratiempos,
una vida segura,
equilibrada.

Pero después del amor, de la rutina,
la propiedad privada y el verano,
la realidad regresa
inconformista.

PRIMER AMOR

Era verano entonces y a nosotros
nos picaban las piernas del sudor
y la euforia.

Desde aquel día parece que los demás
tan tibios
se quieren siempre menos.

MANUAL DE SUPERVIVENCIA PARA SALIR DEL NIDO

 

1. Hablar más de la cuenta. La calidad
sucede en la abundancia.
Cuídate del silencio de los otros.
2. Acumular tarjetas de visita
como valiosos restos arqueológicos.
Nunca sabes qué pueden revelarte.
3. No perdonar jamás a quien olvida
tus fechas importantes.
No acumules amores sin memoria.
(No olvidar este punto).
4. No simular congoja ni tristeza
cuando olvides las fechas importantes.
No acumules amores rencorosos.
5. Al menos una vez cada dos meses,
redescubrir objetos olvidados.
¿Sigue siendo posible, todavía,
la ilusión fantasmal de los descubrimientos?
6. No olvidar tus orígenes.
Escarba, si es preciso, la tierra de los parques
con manos de urbanita.
7. Mantener intachables los prejuicios.
Las cosas suelen ser, salvo excepciones,
igual que parecían.
8. Cuidar la superficie.
Líbrate de quien teme las fachadas.
El interior real de las cosas reales
provoca claustrofobia.
9. No tener nunca ganas de marcharse.
Decir adiós es triste y es mentira.
10. Dejar que entre la luz.
Deja que entre la luz
y te despierte.

CRECER ES

Andar más, con más miedo,
por calles más vacías,
no creer en otros mundos
posibles o imposibles,
hacer daño a los otros sin palabras,
comprar cosas usadas por el placer
extraño de su tacto,
vender cosas,
romper cosas que nunca hemos tenido,
arrojarlas al fuego como quien cambia
la hora
de todos los relojes de la casa
para poder perder un poco el tiempo.

QUEMAR EL BOSQUE

Nos observo en la calle un día nublado,
como niños muy viejos jugando sin permiso
junto a máquinas sucias de conservas.

Estamos en el centro de la imagen,
nuestros rostros pequeños en el centro de todo,
con una luz encima.

Todo está muerto aquí, y sin embargo,
la basura expandía los límites del mundo,
como una geografía improvisada.

Inventamos un juego,
que consistía primero en pedir algo,
en estricto silencio.
Un deseo, tal vez,
una idea primera de la suerte.

¿No era esto madurar: elegir cosas
y esconder la elección a los demás?

Girábamos después sobre nosotros,
distraídos y torpes,
con todas nuestras ganas, una vuelta
tras otra,
el máximo posible de minutos.
Ganaba el que aguantara
por más tiempo,
esquivando el mareo o el cansancio.

Tú y yo siempre perdíamos.
Hemos vuelto a perder en esta escena.

Pero el hallazgo era nuestra suerte:
descubrir que los trazos del cuerpo y sus excusas
condicionan el resto del paisaje.

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