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6 poemas de Francisca Aguirre

Francisca Aguirre fue una poeta nacida en Alicante en 1930. Creció en el seno de una familia de artistas y se formó de manera autodidacta. Al finalizar la Guerra Civil, su padre, el pintor Lorenzo Aguirre, fue condenado a muerte y ejecutado a garrote vil en 1942. Comenzó a trabajar con quince años de telefonista y frecuentó las tertulias del Ateneo de Madrid y el Café Gijón, donde estableció relación con autores como Miguel Delibes o Antonio Buero Vallejo. En aquel ambiente conoció a Félix Grande, con quien se casó en 1963. Ambos eran amigos íntimos de Antonio Gala. Fue una militante política activa y perteneció, por su fecha de nacimiento, a la generación del 50, aunque la tardía publicación de su primer poemario supuso que su nombre se viera excluido de las antologías y que sólo desde hace unos pocos años se haya hecho justicia reconociéndola como una autora de primera línea. Algunas de sus obras más destacadas son Ítaca (Premio de Poesía Leopoldo Panero, 1972), que fue un hito de la poesía escrita por mujeres en la segunda mitad del siglo XX, Trescientos escalones (Premio Ciudad de Irún, 1976), La otra música (1978), La herida absurda (2006), Nanas para dormir desperdicios (Premio Alfons el Magnànim, Hiperión, 2008) o Historia de una anatomía (Premio Internacional Miguel Hernández-Comunidad Valenciana, Hiperión, 2010), por el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía en 2011. En prosa publicó el libro de relatos Que planche Rosa Luxemburgo (1995) y las memorias Espejito, espejito (1995). En 2018, la editorial Calambur publicó su obra completa bajo el título Ensayo general. Poesía Reunida 1966 – 2017, y en noviembre de ese mismo año recibió el Premio Nacional de las Letras. La propia autora afirmó que esperaba que ese reconocimiento sirviera para reivindicar la herencia de todas esas voces femeninas que fueron quedando de lado por doble motivo: por ser mujeres y por estar exiliadas. Murió en Madrid el 13 de abril de 2019.

***

TESTIGO DE EXCEPCIÓN

Un mar, un mar es lo que necesito.
Un mar y no otra cosa, no otra cosa.
Lo demás es pequeño, insuficiente, pobre.
Un mar, un mar es lo que necesito.
No una montaña, un río, un cielo.
No. Nada, nada,
únicamente un mar.
Tampoco quiero flores, manos,
ni un corazón que me consuele.
No quiero un corazón
a cambio de otro corazón.
No quiero que me hablen de amor
a cambio del amor.
Yo sólo quiero un mar:
yo sólo necesito un mar.
Un agua de distancia,
un agua que no escape,
un agua misericordiosa
en que lavar mi corazón
y dejarlo a su orilla
para que sea empujado por sus olas,
lamido por su lengua de sal
que cicatriza heridas.
Un mar, un mar del que ser cómplice.
Un mar al que contarle todo.
Un mar, creedme, necesito un mar,
un mar donde llorar a mares
y que nadie lo note.

***

LOS BIENAVENTURADOS

[…] ellos poseerán la tierra

Los fieles, los constantes,
los condenados a lo eterno,
los asombrados de una sola vez,
los que solo confían en el miedo,
los que edifican sobre el desengaño,
los cuidadosos que cosechan pasos,
los fareros de la rutina,
los cómplices tenaces del trabajo,
los que se mueren razonablemente,
esos que en tantas ocasiones
desearían con urgencia
que hubiese un dios al que pedir socorro.

***

DESPEDIDA

Decir adiós quiere decir tan poco.
Adiós dijimos a la infancia
y vino detrás nuestro como un perro
rastreando nuestros pasos.
Decir adiós: cerrar esa obstinada puerta que se niega,
la persistente cicatriz que destila memoria.
Decir adiós: decir que no; ¿quién lo consigue?
¿quién encontró la mágica llave?
¿quién el instante que nos desliza hacia el olvido,
la mano que extirpará raíces
sin quedarse para siempre cerrada sobre ellas?
Decir adiós: volver la espalda; pero
¿quién sabe dónde está la espalda?
¿quién conoce el camino que no muere en el pisado atajo?
Decir adiós: gritar porque se está diciendo
y llorar porque no se dice nada;
porque decir adiós nunca es bastante,
porque tal vez decir adiós completamente
sea encontrar el recodo donde volver la espalda,
donde hundirse en el no definitivo
mientras escapa lentamente la vida.

***

NO OS CONFUNDÁIS

Y cuando ya no quede nada
tendré siempre el recuerdo
de lo que no se cumplió nunca.
Cuando me miren con áspera piedad
yo siempre tendré
lo que la vida no pudo ofrecerme.
Creedme:
todo lo que pensáis que fue destrozo y pérdida
no ha sido más que conjetura.
Y cuando ya no quede nada
siempre tendré lo que me fue negado.
No os confundáis: con lo que nunca tuve
puedo llenar el mundo palmo a palmo.
Tanto miedo tenéis que no habéis advertido
la riqueza que se oculta en la pérdida.
Desdichados,
poca ganancia es la vuestra
si nunca habéis perdido nada.
Yo sí he perdido:
yo tengo, como el náufrago,
toda la tierra esperándome.

***

NO CONTESTES

Tú que no crees en lo eterno
ni tampoco en lo fugitivo
¿qué podrás ofrecerte?:
exorcismos, conjuros,
el viejo rito de la digestión,
la sonrisa que no te pertenece,
la ofuscación del árbol,
el candor de la piedra.
No contestes,
acógete a las reglas
y que den testimonio de ti
los puntos suspensivos.

***

UNA MALA DISPOSICIÓN

Quizás tuvo la culpa
una mala disposición de mi esqueleto.
Seguramente me falló la osamenta.
Debo de tener la tráquea demasiado estrecha
y cualquier cosa le molesta
se irrita y trago mal.
El caso es que aquel hombre
estaba hecho una furia y todo le estorbaba:
los mendigos los chinos los rumanos.
Estaba hasta los pelos de las quejas de las mujeres.
Y se puso a decir que
lo que hacía falta era una mano dura como antes.

Y a mí me dio por toser
y terminé escupiéndole.

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