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Los godos del emperador Valente

Patente de corso de Arturo Pérez-Reverte

Este artículo ha recibido el XIII Premio Don Quijote de Periodismo al trabajo mejor escrito en la XXXIV edición de los galardones Rey de España, concedidos por la Agencia EFE y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, el día 24 de enero de 2017. Esta “patente de corso” de Arturo Pérez-Reverte fue publicada en XL Semanal, el 13 de septiembre de 2015.

En el año 376 después de Cristo, en la frontera del Danubio se presentó una masa enorme de hombres, mujeres y niños. Eran refugiados godos que buscaban asilo, presionados por el avance de las hordas de Atila. Por diversas razones -entre otras, que Roma ya no era lo que había sido- se les permitió penetrar en territorio del imperio, pese a que, a diferencia de oleadas de pueblos inmigrantes anteriores, éstos no habían sido exterminados, esclavizados o sometidos, como se acostumbraba entonces. En los meses siguientes, aquellos refugiados comprobaron que el imperio romano no era el paraíso, que sus gobernantes eran débiles y corruptos, que no había riqueza y comida para todos, y que la injusticia y la codicia se cebaban en ellos. Así que dos años después de cruzar el Danubio, en Adrianópolis, esos mismos godos mataron al emperador Valente y destrozaron su ejército. Y noventa y ocho años después, sus nietos destronaron a Rómulo Augústulo, último emperador, y liquidaron lo que quedaba del imperio romano.

Y es que todo ha ocurrido ya. Otra cosa es que lo hayamos olvidado. Que gobernantes irresponsables nos borren los recursos para comprender. Desde que hay memoria, unos pueblos invadieron a otros por hambre, por ambición, por presión de quienes los invadían o maltrataban a ellos. Y todos, hasta hace poco, se defendieron y sostuvieron igual: acuchillando invasores, tomando a sus mujeres, esclavizando a sus hijos. Así se mantuvieron hasta que la Historia acabó con ellos, dando paso a otros imperios que a su vez, llegado el ocaso, sufrieron la misma suerte. El problema que hoy afronta lo que llamamos Europa, u Occidente (el imperio heredero de una civilización compleja, que hunde sus raíces en la Biblia y el Talmud y emparenta con el Corán, que florece en la Iglesia medieval y el Renacimiento, que establece los derechos y libertades del hombre con la Ilustración y la Revolución Francesa), es que todo eso -Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare, Newton, Voltaire- tiene fecha de caducidad y se encuentra en liquidación por derribo. Incapaz de sostenerse. De defenderse. Ya sólo tiene dinero. Y el dinero mantiene a salvo un rato, nada más.

Pagamos nuestros pecados. La desaparición de los regímenes comunistas y la guerra que un imbécil presidente norteamericano desencadenó en el Medio Oriente para instalar una democracia a la occidental en lugares donde las palabras Islam y Rais –religión mezclada con liderazgos tribales– hacen difícil la democracia, pusieron a hervir la caldera. Cayeron los centuriones -bárbaros también, como al fin de todos los imperios- que vigilaban nuestro limes. Todos esos centuriones eran unos hijos de puta, pero eran nuestros hijos de puta. Sin ellos, sobre las fronteras caen ahora oleadas de desesperados, vanguardia de los modernos bárbaros –en el sentido histórico de la palabra– que cabalgan detrás. Eso nos sitúa en una coyuntura nueva para nosotros pero vieja para el mundo. Una coyuntura inevitablemente histórica, pues estamos donde estaban los imperios incapaces de controlar las oleadas migratorias, pacíficas primero y agresivas luego. Imperios, civilizaciones, mundos que por su debilidad fueron vencidos, se transformaron o desaparecieron. Y los pocos centuriones que hoy quedan en el Rhin o el Danubio están sentenciados. Los condenan nuestro egoísmo, nuestro buenismo hipócrita, nuestra incultura histórica, nuestra cobarde incompetencia. Tarde o temprano, también por simple ley natural, por elemental supervivencia, esos últimos centuriones acabarán poniéndose de parte de los bárbaros.

A ver si nos enteramos de una vez: estas batallas, esta guerra, no se van a ganar. Ya no se puede. Nuestra propia dinámica social, religiosa, política, lo impide. Y quienes empujan por detrás a los godos lo saben. Quienes antes frenaban a unos y otros en campos de batalla, degollando a poblaciones enteras, ya no pueden hacerlo. Nuestra civilización, afortunadamente, no tolera esas atrocidades. La mala noticia es que nos pasamos de frenada. La sociedad europea exige hoy a sus ejércitos que sean oenegés, no fuerzas militares. Toda actuación vigorosa -y sólo el vigor compite con ciertas dinámicas de la Historia- queda descartada en origen, y ni siquiera Hitler encontraría hoy un Occidente tan resuelto a enfrentarse a él por las armas como lo estuvo en 1939. Cualquier actuación contra los que empujan a los godos es criticada por fuerzas pacifistas que, con tanta legitimidad ideológica como falta de realismo histórico, se oponen a eso. La demagogia sustituye a la realidad y sus consecuencias. Detalle significativo: las operaciones de vigilancia en el Mediterráneo no son para frenar la emigración, sino para ayudar a los emigrantes a alcanzar con seguridad las costas europeas. Todo, en fin, es una enorme, inevitable contradicción. El ciudadano es mejor ahora que hace siglos, y no tolera cierta clase de injusticias o crueldades. La herramienta histórica de pasar a cuchillo, por tanto, queda felizmente descartada. Ya no puede haber matanza de godos. Por fortuna para la humanidad. Por desgracia para el imperio.

Todo eso lleva al núcleo de la cuestión: Europa o como queramos llamar a este cálido ámbito de derechos y libertades, de bienestar económico y social, está roído por dentro y amenazado por fuera. Ni sabe, ni puede, ni quiere, y quizá ni debe defenderse. Vivimos la absurda paradoja de compadecer a los bárbaros, incluso de aplaudirlos, y al mismo tiempo pretender que siga intacta nuestra cómoda forma de vida. Pero las cosas no son tan simples. Los godos seguirán llegando en oleadas, anegando fronteras, caminos y ciudades. Están en su derecho, y tienen justo lo que Europa no tiene: juventud, vigor, decisión y hambre. Cuando esto ocurre hay pocas alternativas, también históricas: si son pocos, los recién llegados se integran en la cultura local y la enriquecen; si son muchos, la transforman o la destruyen. No en un día, por supuesto. Los imperios tardan siglos en desmoronarse.

Eso nos mete en el cogollo del asunto: la instalación de los godos, cuando son demasiados, en el interior del imperio. Los conflictos derivados de su presencia. Los derechos que adquieren o deben adquirir, y que es justo y lógico disfruten. Pero ni en el imperio romano ni en la actual Europa hubo o hay para todos; ni trabajo, ni comida, ni hospitales, ni espacios confortables. Además, incluso para las buenas conciencias, no es igual compadecerse de un refugiado en la frontera, de una madre con su hijo cruzando una alambrada o ahogándose en el mar, que verlos instalados en una chabola junto a la propia casa, el jardín, el campo de golf, trampeando a veces para sobrevivir en una sociedad donde las hadas madrinas tienen rota la varita mágica y arrugado el cucurucho. Donde no todos, y cada vez menos, podemos conseguir lo que ambicionamos. Y claro. Hay barriadas, ciudades que se van convirtiendo en polvorines con mecha retardada. De vez en cuando arderán, porque también eso es históricamente inevitable. Y más en una Europa donde las élites intelectuales desaparecen, sofocadas por la mediocridad, y políticos analfabetos y populistas de todo signo, según sopla, copan el poder. El recurso final será una policía más dura y represora, alentada por quienes tienen cosas que perder. Eso alumbrará nuevos conflictos: desfavorecidos clamando por lo que anhelan, ciudadanos furiosos, represalias y ajustes de cuentas. De aquí a poco tiempo, los grupos xenófobos violentos se habrán multiplicado en toda Europa. Y también los de muchos desesperados que elijan la violencia para salir del hambre, la opresión y la injusticia. También parte de la población romana –no todos eran bárbaros– ayudó a los godos en el saqueo, por congraciarse con ellos o por propia iniciativa. Ninguna pax romana beneficia a todos por igual. Y es que no hay forma de parar la Historia. «Tiene que haber una solución», claman editorialistas de periódicos, tertulianos y ciudadanos incapaces de comprender, porque ya nadie lo explica en los colegios, que la Historia no se soluciona, sino que se vive; y, como mucho, se lee y estudia para prevenir fenómenos que nunca son nuevos, pues a menudo, en la historia de la Humanidad, lo nuevo es lo olvidado. Y lo que olvidamos es que no siempre hay solución; que a veces las cosas ocurren de forma irremediable, por pura ley natural: nuevos tiempos, nuevos bárbaros. Mucho quedará de lo viejo, mezclado con lo nuevo; pero la Europa que iluminó el mundo está sentenciada a muerte. Quizá con el tiempo y el mestizaje otros imperios sean mejores que éste; pero ni ustedes ni yo estaremos aquí para comprobarlo. Nosotros nos bajamos en la próxima. En ese trayecto sólo hay dos actitudes razonables. Una es el consuelo analgésico de buscar explicación en la ciencia y la cultura; para, si no impedirlo, que es imposible, al menos comprender por qué todo se va al carajo. Como ese romano al que me gusta imaginar sereno en la ventana de su biblioteca mientras los bárbaros saquean Roma. Pues comprender siempre ayuda a asumir. A soportar.

La otra actitud razonable, creo, es adiestrar a los jóvenes pensando en los hijos y nietos de esos jóvenes. Para que afronten con lucidez, valor, humanidad y sentido común el mundo que viene. Para que se adapten a lo inevitable, conservando lo que puedan de cuanto de bueno deje tras de sí el mundo que se extingue. Dándoles herramientas para vivir en un territorio que durante cierto tiempo será caótico, violento y peligroso. Para que peleen por aquello en lo que crean, o para que se resignen a lo inevitable; pero no por estupidez o mansedumbre, sino por lucidez. Por serenidad intelectual. Que sean lo que quieran o puedan: hagámoslos griegos que piensen, troyanos que luchen, romanos conscientes –llegado el caso– de la digna altivez del suicidio. Hagámoslos supervivientes mestizos, dispuestos a encarar sin complejos el mundo nuevo y mejorarlo; pero no los embauquemos con demagogias baratas y cuentos de Walt Disney. Ya es hora de que en los colegios, en los hogares, en la vida, hablemos a nuestros hijos mirándolos a los ojos.

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francisco
francisco
4 años hace

Posiblemente tenga Vd. toda la razón del mundo; más antes sería pertinente asegurarse; ¿quién es el bárbaro?
¿Hay algo más bárbaro, que un B52?
¿Es que nos bombas no hacen añicos a los niños de allá?
J.M. Coetzee, parece que no lo tiene muy claro. G. Sorman piensa que emigrantes (yo soy uno) y drogados, serian nuestros barbaros del interior, preconizando la tolerancia y el respeto.
Creo, entre víctima y verdugo es preferible la opción primera, la que corresponde al civilizado, aptitud que va en sentido de más humanización, ¿No cree?
Un navegante, de los que según creo Vd. admira, siendo atacado por salvajes prohibio a los suyos de responder, diciendoles: “si, pero nosotros somos los civilizados”
Hubo un político, de esos de un poco al norte, que propuso si necesidad llegaba poner carteles a lo largo de la frontera dando la bienvenida al enemigo; evidentemente no era español, no estamos todavía ahí.
Bien que simple legionario, (CLP) que no cuenten conmigo para defender les limes del imperio, pues pudiera ser que traspasando la empalizada se aperciba uno, en definitiva, que al interior de limes el color dominante es el “braun”… que los bárbaros ya se instalaron.
Creo que Vd. dijo algo así, como, que el hijo puta es el que tiene el fusil. He bien estamos de acuerdo.
Con todo mi respeto…y admiración.
Francisco Yubero

Pepe Cuervo
Pepe Cuervo
4 meses hace

Luego ves en el día del orgullo, ese que se celebra en pelotas encima de una carroza, a tipos con camisetas del Ché y banderas Palestinas, lugar donde los enseñan a volar desde lo alto de una terraza. Al menos parece que la juventud, que sufre esta invasión en el día a día, en las calles y barrios, está empezando a despertar.

José Alvarado
4 meses hace

Es un artículo de pre visión predictivo y profetico. El Infinitum perpetuo del eterno retorno. Bárbaros (extranjeros migrantes) como refugiados, exiliados desplazados. Luego disponiéndose a rebelarse e insurreccionarse, para saquear al imperio. Cuando la guerra causa desolación, se migra a áreas seguras y “civilizadas” Los imperios romanos del pasado; o los futuros, como el imperio europeo, el norte americano y euro asiático. Que desencanto encontraron bárbaros de diversas etnias germanas en el interior del imperio, con clases de dominantes y dominados, ocupantes y ocupadores, escases de riquezas, acumulación de providencias y prebendas, corrupción, clases de ciudadanos de primera segunda y tercera. Una elite económica, politica y social corrupta, una servidumbre esclavista letigitimada. Centuriones y legionarios mal pagados, cansados; como ocurre hoy en día, también clasificados por facciones de gobiernos Patricios, plebeyos y libertos, explotando a los nuevas servidumbres de bárbaros migrantes. Que ven una clase ciudadana dividida en facciones como se ve en muchos países, derechas e izquierdas, monárquicos y republicanos, una clase gobernante débil, propensa al clientelismo romano, amancebados a una conveniente elevada legislacion tributaria.
Las invasiones bárbaras están en marcha, las guerras más allá de las fronteras de los imperios, favorecerán las oleadas de los bárbaros del presente, migrantes mano de obra barata, soldados para la guerra, jóvenes para repoblar regiones abandonadas, servidumbre necesitada de prestaciones por obediencia, aún prevalece la arrogante actitud Patricia de señores y nobles ciudadanos del mundo en el trato hacia los bárbaros. Que tiempos aquellos: los del imperio español, dónde el mestizaje unía orígenes, razas, etnias y naciones fundiendo las en los nuevos reinos de Hispania. Pero las independencias que separaron nueva España del imperio por ejemplo, fueron ocasionados, por la cultura de la explotación tributaria, por la ideología clases de súbditos, derechos graduados según condiciones, una política mercante, que hacia ricos a unos y a otros les hace pagar quintos, tributos, prebendas y alcabalas.
No es distinto lo que ocurre en el presente; lo que ocurrió en el pasado. Pero es verdad que el mestizaje, la educación y una cultura de integración de las nuevas generaciones pueden lograr cierta estabilidad en la civilización. Mezclar a ciudadano del mundo civilizado con bárbaros, y que sus descendientes, hagan mejor las cosas.
El imperio europeo y norte americano se está asinando por la debilidad de sus dirigentes, por las migraciones y por sus legislaciónes de servidumbre. Por los acumuladores de riqueza a expensas de las masas. Cuando las fuerzas armadas y policiales ya no puedan ejercer su política selectiva y comiencen a empadronar extranjeros, allí los centuriones del presente, comprenderán el dilema injusto que han vivido y colaborado a proteger. Pronto los imperios agobiados de Oeneges diversos, con corporaciones y recaudadores fiscales tendrán la necesidad de ver hacia el este y las grandes extensiones de tierra, recursos y riquezas que aún conserva el imperio euroasiatico. Mientras los imperios actuales no están preparados para el eterno retorno del infinito perpetuo, volverán a ver las vivencias del imperio romano en el interior de sus civilizados dominios. Solo las fortificaciones bien defendidas e integradas podrán prevalecer. Un artículo predictivo preciso y previsor de lo que ha de venir.

Frank
Frank
4 meses hace

Gracias Maestro, fatalista pero muy cierto.