Si los insultos fueron parte sustancial del Siglo de Oro, un silogismo nos permitiría deducir que la corrección política hará irrepetible aquel periodo de esplendor, como puede concluirse ante el Diccionario de insultos extraídos y trasvasados de las obras de D. Francisco de Quevedo (Editorial Verbum).
Inasequibles a esa “criminal estupidez” parecen también Climent y González-Haba, quien en la brevísima introducción que escriben a la colección de “perlas” de Francisco de Quevedo se autodefinen como “unos Don Nadie”, y no es eso lo que más sorpresa causa en un tiempo tan estrecho que acota las parcelas de conocimiento, ya que ambos proceden del mundo científico. Con formación en biología, Climent es un ecólogo que se ha desempeñado en esa labor por media Europa, y González-Haba es un ingeniero que trabaja en el sector del cemento, de modo que este diccionario que han entresacado de las obras completas de Quevedo es fruto de la amistad que ambos trabaron en su todavía no tan lejana época universitaria, por un lado, y de que los dos descrean de esa división del conocimiento por parcelas, por otro.
Su diccionario es doblemente satisfactorio, porque si por una parte ofrece el rescate de los insultos del Siglo de Oro, o sea términos clásicos, por otra las definiciones de Climent y González son actuales, o sea de ahora mismo, como demuestra la expresión clásica “a lo ministro”, a la que corresponde la definición: “Hecho con rigidez y cerrazón de mollera, como cerril plenipotenciario o con mayoría”.
No menos actual resulta la definición de la expresión “abultador de apellidos”: “Que exagera las virtudes de su mercancía, en especial de las de honra y forma; comisario vendedor de Espacios Transversales y Artes Contemporáneas”, y la del término “águila”, que aún hoy se emplea con sentido similar al clásico y a la que corresponde la siguiente definición: “Fullero de modales corteses, habilísimo para escapar a la justicia o para esconder cartas en la manga; frecuentador de palcos y selectos clubs de golf; quien usa sus garras para aferrarse al escudo del euro”. Otras definiciones no carecen de carga de profundidad social o política, como “zampalimosnas: Pedigüeño sin fondo; incluidas Organizaciones dedicadas a tal fin”, o “vaciado a lo catalán: Expolio completo”.
Climent ha dicho a Efe que su insulto favorito de los recogidos en el diccionario es “necio de tres suelas y por chueca”, cuya definición reza: “Quien, hipócrita y calculador, mide el alzamiento del sombrero, mano o voz según a quien salude”, mientras que el preferido de González-Haba es “bufón en racimo”, al que pertenece la siguiente definición: “Cómico de bululu, actorzuelo de compañía y errante que actúa poco y mal en plaza pública y se contenta con algún mendrugo; artista que firma manifiestos o encabeza manifestaciones”. Tampoco el prologuista se abstiene de destacar un par de insultos: “cornicantano”, que se define como el “marido al que su mujer pone cuernos por primera vez, como quien canta misa”, y “de encaje de lechuza” que en este caso se aplica al “escritor afecto a dárselas de interesante empleando expresiones oscuras”.
De Quevedo recuerda en su prólogo el Marqués de Tamarón que “fue fiel incluso a las causas perdidas”.



Precioso resumen, me imagino que para un precioso libro, que nunca llegará a las costas de esta ínsula barataria. Solo difiero con el prologuista en que, como esto siga así, muy pronto ni los escritores muertos estarán a salvo de la estúpida corrección política. No se me olvida que la versión de Las mil y un noches que me llegó en mi infancia había sido prolijamente espulgada por los censores de la época y en ella nadie se follaba (ni deseaba follarse) a nadie. ¡Quién sabe qué nos falta por ver!
Muchos creen ser irreverentes y lo cierto es que no arriesgan casi nada, porque un “bueno” o “malo” de un desconocido en la Internet es casi nada. El gran Francisco de Quevedo, Genio Español y Universal, Poeta Predilecto de Costromo, sí arriesgó su hacienda, su libertad y su vida en sus tiempos de Inquisición Papal con sus sucursales nacionales, de Monarquía Absoluta y duelos por honor en pleno Barroco.
Muchos tenemos la convicción que Vladimir Nabokov plagió «su novela Lolita» del cuento «Lolita» publicado en 1916, durante la Primera Guerra Mundial (de la colección de cuentos «La Maldita Gioconda»), del escritor alemán Heinz von Eschwege, fallecido en 1952, tres años antes de la publicación de «su Lolita» por el deslenguado Nabokov, quien escribió pestes y disparates contra El Quijote y Miguel de Cervantes porque nunca entendió la genial novela que le abrió las puertas del género a todos los novelistas del mundo moderno desde el siglo XVII.
Quizás Nabokov atacó inconscientemente (!Sabrá Freud!) todo lo español porque el autor original de «Lolita», el alemán Heinz von Eschwege, ambientó su cuento en España y de allí el nombre «Lolita», que suena tan falso, engañoso y fuera de lugar en el mundo anglosajón del plagiario Vladimir Nabokov, quien desarrolló una oda en prosa a los pedófilos.
Aclaro que Vladimir Nabokov era ruso y emigró a Estados Unidos, país en el cual se convirtió en un escritor famoso. Antes de establecerse en Estados Unidos vivió en Alemania y en Berlín fue contemporáneo del escritor alemán autor del cuento «Lolita» (publicado en 1916) que desarrolló como novela en un ejemplo de plagio de la idea central y hasta el nombre de la obra y el personaje protagonista.
Nabokov se exilió de su Rusia natal por el triunfo del comunismo de Lenin y Stalin, de la Revolución Bolchevique de 1917.
Nabokov escribió tantas estupideces contra Cervantes y El Quijote y muchos lo creyeron un «crítico erudito» y en realidad fue un plagiario, un presumido y un ignorante de la literatura en lengua española. Para Nabokov solo existían los escritores rusos y británicos y por su ignorancia murió desconociendo que Cervantes, Quevedo, Lope de Vega, Góngora y Calderón de la Barca fueron maestros de los grandes novelistas y poetas británicos, rusos, franceses y alemanes. Y que los modernistas anglosajones como James Joyce y Virginia Woolf bebieron de las fuentes españolas de los Siglos de Oro. Nabokov fue tan errado en sus críticas contra Miguel de Cervantes que nunca se enteró de la admiración pública de Dostoyevski y Tolstói por El Quijote y que ambos literatos rusos se declararon orgullosos discípulos de Miguel de Cervantes. Tampoco el sobrevalorado Vladimir Nabokov supo jamás que el Infierno de la novela «Ulises» de James Joyce no es una parodia del Hades homérico ni del Infierno dantesco sino la imitación del Infierno de Quevedo, un burdel administrado por el Diablo, «El Gran Cabrón».
?Cómo podía saberlo el ignorante de Vladimir Nabokov sí éste sobrevalorado plagiario nunca leyó al gran Francisco de Quevedo?
Claro “Lolita” y Nabokov no deben ser censurados porque la censura es un mal en sí misma.
Así como no debe ser censurado éste poema del genial Francisco de Quevedo, Genio Español y Universal y Poeta Predilecto de Costromo:
“EL GRAN CABRÓN”
“Señor Belcebú, Satán, Lucifer
O cómo quiera os llaméis,
Vos sóis un Gran Cabrón,
Los atestiguan tantos pintados retratos,
Y esos cachos,
Gigante cornamenta
Que vuestra cabeza ornamenta,
No es regalo de Dios
Ni del Cielo,
Seguro casado estáis,
Quizás contáis cuñados,
Suegra y suegro.
A una mujer llamáis esposa,
A una mujer no santa,
Una mujer bella,
Vanidosa y casquivana,
Tan hermosa, tan apetitosa,
Que verla es querer montarla,
Por ella tenéis los cuernos.
Ya conocéis vuestro propio Infierno”
FRANCISCO DE QUEVEDO
Quevedo inspiró al patafísico Alfred Jarry en “Ubú Rey”, a su contemporáneo Miguel de Cervantes en el episodio de Sancho cagado de miedo por el ruido de los batanes, a James Joyce y a García Márquez al final de “El Coronel no tiene quien le escriba”.
Quien crea que el sobrevalorado Nabokov con su plagiada “Lolita” era un escritor atrevido no ha leído a Quevedo, quien escribió con absoluta libertad en la España del siglo XVII, muchas veces bajo anonimato o pseudónimo, porque no tenía sangre de mártir ni era pendejo y en esos tiempos vigilaban los poderosos censores del Estado y de las Iglesias (la Inquisición Papal tenía sus sucursales nacionales y los Protestantes también tenían sus órganos de censura).
Tampoco saben los poemas que escribió Francisco de Quevedo que aún escandalizan y conocen la censura del siglo 21 porque seguramente nunca han leído su tratado satírico “Gracias y desgracias del ojo del culo”.
Quién no ha leído a Homero, a Virgilio, a Dante, a Cervantes ni a Quevedo, es un ignorante de la Literatura Occidental. Así de simple