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Una de piratas

Antes de que se acabe el verano les quiero recomendar una de piratas. No encontrarán ningún tesoro oculto, patas de palo, mar Caribe, galeones desarbolados ni islas Tortuga; o tal vez sí, quién sabe, eso depende de la lectura de cada cual. En realidad se trata de la historia de un lugar que ya no existe, un farallón de tinta en mitad del oleaje del paseo del Prado de Madrid poblado por maleantes, buscadores de pelas, secuestradores de damas, saqueadores de noticias: lo mejor de cada casa. Piratas de pueblo capitaneados desde las hemerotecas, las charlas y la memoria por quien podía haber sido, si hubiese nacido entonces, uno de ellos. Un astuto grumete llamado Jesús Fernández Úbeda.

Tres de los supervivientes, veteranos piratas de aquel diario Pueblo desaparecido, compartieron mantel, vino y jamón con unos cuantos privilegiados del periodismo de ahora que, esta vez y como excepción singular, no acudimos seducidos por los manjares sino por devoción a ellos: Raúl Cancio, gran maestro de la fotografía, Raúl del Pozo, maestro de casi todo y Arturo Pérez-Reverte, el reportero más duro del lugar.

"Un periódico así había triunfado en un momento muy concreto de la historia de España, pero hoy en día no tendría sentido (Arturo Pérez-Reverte)"

“Nido de piratas no es la historia de un periódico” —aclara Úbeda, su autor— sino la historia de un mundo desaparecido, una isla casi escenográfica con un director mítico, Emilio Romero, que ejercía el papel ambivalente y paternalmente distante de emperador de la información, capaz de sentar en la misma mesa a su esposa y su amante del momento, olfatear el talento periodístico a distancia y al mismo tiempo y con idéntica eficacia, y capitanear un mundo de reporteros independientes que vendían a su madre por firmar en primera página. Por eso, por la deuda que todos los españoles tenemos con aquel periodismo, yo he querido rendirle homenaje en este libro que recoge no el amarillismo de la noticia, sino el rojo y el negro del periodismo”.

Toma la palabra Arturo Pérez-Reverte, reportero de guerra del diario Pueblo: «Era una redacción que vibraba, que estaba llena de vida: el olor del plomo fundido de las linotipias, el taca taca de las máquinas de escribir, el ring ring de los teléfonos, los insultos, las madrugadas pobladas de maleantes y sinvergüenzas… Un periódico así había triunfado en un momento muy concreto de la historia de España, pero hoy en día no tendría sentido».

“Es que la política no existía —apunta Raúl Cancio, uno de los veteranos fotoperiodistas de Pueblo—. Una vez al año se abría el congreso, salía el abuelo (léase Franco) decía «hola» y «adiós», y ahí se acababa toda la política. Este periódico conectó de lleno con la sociedad”.

Pilar Reyes, la responsable de que este libro vea la luz, introduce la imprescindible mirada editorial: “Esta historia del diario Pueblo era muy necesaria. Es, además, un libro divertido y, sin caer en el destripe, debo decir que en este libro van a encontrar las más extravagantes estratagemas para conseguir una exclusiva, un lenguaje no exento de “trucos y tacos”, aventuras, trampas, anécdotas, pero sobre todo periodismo del bueno, tanto de la mano que escribe como de lo que se cuenta. Por eso Jesús Úbeda era la persona idónea para este libro, pues de haber nacido en aquella época habría sido uno más del nido de piratas. Además, creo que es un momento muy bueno para publicar un libro como este, donde el autor incluye una reflexión sobre el periodismo actual y todas sus variantes, controversias, crisis y contradicciones”.

"No se concentró nunca tanto talento del periodismo como en aquel periódico (Raúl del Pozo)"

Jesús Úbeda asiente, emocionado: «Es sobre todo un libro de periodismo. Estamos hablando de un mundo perdido, como dijo Jorge Fernández Díaz, periodista y novelista argentino, y es que las redacciones ya no son garitos, sino lugares serios donde si te fumas un cigarrillo te meten en la cárcel. Las anécdotas son la salsa del libro, pero el filete es mucho más importante. En él yo he apostado por la categoría; he entrevistado a más de 30 personas de Pueblo o a sus hijos, además de consultar libros de periodistas de entonces y pasar meses en las hemerotecas».

Le toca el turno al gran Raúl del Pozo: “No se concentró nunca tanto talento del periodismo como en aquel periódico; un auténtico nido de piratas conformado por una pandilla de bucaneros cuyo cielo era la primera página. Tenía un poco de garito, con la churrería de San Ginés como sucursal, de madrugada, llena de putas y borrachines. Era una profesión inmersa en una escuela de vida y de escritura. Un periódico del régimen, sensacionalista, pero era un periódico lleno de aventuras porque el periodismo era una pasión. Además, y creo que esto no debemos olvidarlo, el diario Pueblo tenía vocación popular. Llegaron a venderse 300.000 ejemplares, y eso es una responsabilidad. Primaba la noticia, la exclusiva, el bombazo, sin importar si venía de izquierda o de derecha. Yo mismo entrevisté a Alberti varias veces y a Allende en Chile. Era un periódico muy progresista en política exterior y en cultura”.

Arturo toma la palabra:Nunca fui tan feliz como cuando estuve en Pueblo. Fueron doce años de felicidad aprendiendo el viejo oficio de buscarte la vida para ser el mejor, tratando con todo tipo de personajes, moviéndote por el mundo como por tu casa y codeándote en la redacción con todos ellos, aprendiendo de ellos: golfos, puteros, dipsómanos, genios. Eran (éramos) la élite».

"Estaban todos los que tenían que estar: Tico Medina, Ors y un jovencísimo Juan Luis Cebrián, que cortaba telegramas con unas tijeras y los montaba, y ponía las comas y los acentos (Raúl Cancio)"

Raúl Cancio recuerda los nombres al hilo de las palabras de Reverte: «Yo entré en el año 63 en Pueblo, soy veterano de verdad, sin tiros en la espalda, pero casi veterano de Vietnam. Estaban todos los que tenían que estar: Tico Medina, Ors y un jovencísimo Juan Luís Cebrián, que cortaba telegramas con unas tijeras y los montaba, y ponía las comas y los acentos. Llevaba chaleco con pitillos de Bisonte y yo le robaba cigarrillos cuando se iba a mear. Era rápido y era bueno: con 21 años ya era redactor jefe de reporteros de Pueblo y con 31 director de El País. Era listo desde que lo parieron, pero se llevaba muy mal con Emilio, el director, y me dice Úbeda que no ha querido hablar para el libro. Él sabrá por qué. En fin. El caso es que cuando volví de Nueva York, ya lo hice a la redacción de la calle Huertas, la mítica redacción del diario Pueblo. En esa etapa dejé de ser pelagra (becario) y me hicieron fijo con mi sobre de algunos miles de pesetas (tampoco demasiados miles, aunque no estábamos mal pagados para la época. De hecho, con el primer sueldo me compré una moto Montesa). Parece que lo estoy viendo: los sillones, las mesas, el sonido de la redacción cuyas puertas se abrían como las de John Wayne».

Continúa con el recuerdo de aquella redacción el reportero Reverte: “La falta de respeto por la autoridad era una máxima. Aprendías a no respetar a la jerarquía establecida, porque aquello era una especie de legión extranjera donde no faltaban chaperos, putas y asesinos, que después se prolongaba en los bares de alrededor. Ese ambiente bohemio, duro, transgresor construía la vida, la noticia, el periodismo y la amistad. La gente vibraba escribiendo la información, golpeando la máquina de escribir. Uno se sentía parte de una familia singular”.

“Golfería, gamberrismo y eficacia narrativa. Éramos compañeros, pero a la hora de matar se mataba por la primera página. Llorábamos, nos emborrachábamos, nos queríamos y nos jugábamos la nómina. Pueblo era el sitio más adictivo que había; la gente no iba a trabajar allí, iba a vivir. La gente no tenía infancia, tenía Pueblo«, sentencia Raúl.

Úbeda cuenta el final: «Pueblo es un periódico que refulge en la dictadura, que recibe un golpazo con Juan Fernández Figueroa y que remonta con José Ramon Alonso. Y ya con Ramón Cruz, muy buen periodista y muy buena persona, le pilla el gobierno de Suárez, que odiaba a Emilio Romero, y allí se acaba la historia de Pueblo. El periódico muere de una forma muy traidora, pero nobleza obliga: cuando cerraron Pueblo nadie fue a la calle, todos fueron recolocados«.

El periódico murió cuando tenía que morir —apunta Cancio— pero murió mal: «Marlasca llorando el 17 de mayo del 84 tirando el último periódico. “Acordaos de Solana”, que fue el que lo cerró, gritaba mientras se limpiaba las lágrimas. Esa última foto como de quien apaga la luz la hice yo», añade con melancolía.

Sin embargo —concluye Raúl del Pozo— un trozo de su memoria ha quedado fijado en la literatura. Este Nido de piratas de Jesús Úbeda está escrito con una precisión y un talento impresionantes. Es un gran final para el final.

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