El escritor y crítico Alberto Olmos (Segovia, 1975) acaba de publicar Tardes tontas con la chica que te gusta (Círculo de Tiza), una recopilación temática de sus artículos de opinión en diversos medios. Frente a otros libros de semejante intención, una sorprendente unidad en donde se alternan diversas etapas vitales: el amor, el ligar o el divorcio.
—En el libro, como habrás visto, los textos dibujan un arco o recorrido, no sé si llamarlo amoroso, por no ser cursi, bastante común en nuestros días, desde la juventud, pasando por la atracción, el cuerpo, los hijos, y en un momento dado se desemboca en el divorcio. El divorcio… ¿Tú no te has divorciado nunca?
—No, todo sería currármelo (nos reímos).
—El divorcio creo que es una especie de fin de historia, realmente. En mi caso, formalmente, no lo llamaría divorcio porque no estaba casado con papeles, me suena como muy serio “divorcio”. Cuando terminas una relación, superados los cuarenta años, con alguien con quien además tienes hijos, sí que parece como el punto final de la primera historia de tu vida, de la historia más importante, de hecho. Un cierre tremendo. La vida luego parece de segunda división, aunque tiene cosas también interesantes o curiosas: el regreso al mundo de las parejas, al mundo de las otras personas. Y en ese mundo uno descubre que sabe más cosas. Creo que ahora comprendo mejor cómo funcionan los hombres y las mujeres, y cómo se relacionan. No sé si será una sensación falsa, pero como que uno se siente más experimentado para volver a una especie de soltería. Quizá es lo que decía Ray Loriga sobre comprender a las mujeres, que tiene más que ver con vivir con una mucho tiempo que con cambiar cada semana de novia. Y luego hay cosas muy raras, como que tus hijos tengan dos casas. Tener hijos en dos casas es raro, muy raro. Yo nunca había oído nada detallado sobre esta situación, porque los niños lo llevan muy bien, pero es como tener dos regímenes, una autoridad bicameral. En esta casa se hace así una cosa y en la otra casa se hace así, de otra manera. Cada una con sus leyes. Uno ahí comprende la función de los dos padres de toda la vida: discutir. Es lo más sano. Porque en la casa de cada uno sólo manda él. Y si yo digo que en esta casa se hace algo a las seis de la mañana y hay que ponerse de pie, pues es así. Y no hay nadie que me pueda hacer entrar en razón cuando los niños son muy pequeños. Al divorciarte te das cuenta de que tienes demasiado poder con los niños, porque es realmente lo que tú digas. No hay una madre, un cónyuge en todo caso, que discrepe de un viaje, que discrepe de una manía del otro. Es realmente curioso.
—Importan mucho en este libro las relaciones amorosas y, en concreto, el ligar o el regresar a ligar. ¿Qué le queda de aquel joven que salía a ligar?
—Bueno, pues de joven yo creo que me queda bastante poco, aparte de que yo nunca he salido a ligar; ni siquiera ahora salgo a ligar. No firmaría una expresión como “salir a ligar”, la verdad. En todo caso, muchas urgencias de la juventud han desaparecido y yo me siento mucho más experimentado y mucho más tranquilo. Creo que ser hombre es una ventaja en este sentido. También tiene que ver con que a partir de los cuarenta y pico años entiendes que todo es una gran catástrofe (nos reímos). Yo me veo solo y amargado a los ochenta años, es casi mi objetivo.
—Me descojono.
—Sí, sí, si lo tengo claro, no me veo acompañado.
—Por lo que he hablado con personas cercanas, cuando acabas un ciclo tan potente, ya no aguantas lo que aguantabas. No sé si es cansancio o exigencia.
—Somos tan poco dados a aguantar a nadie… Y estás tan a gusto con tus historias… Recuerdo aquello que decían los modernos hace años sobre las parejas de “cada uno que viva en su casa”, y no lo veo tan mal.
—Como Woody Allen y Mia Farrow, ya… Frente a otros libros de artículos, este tiene una sorprendente unidad.
—Un reto interesante es la defensa del libro. Porque se suele pensar que estas compilaciones de artículos son libros menores, para fans… Hay gente que le puede parecer siempre un libro secundario. Sin embargo, por la biografía de Josep Pla que premiamos en Zenda supe que un libro de Pla que todos conocemos como unitario, Viaje en autobús, es en realidad un libro de artículos. Los juntó, los retocó y luego le añadió más textos y cerró el texto definitivo. Y ahora mismo no se considera un libro de artículos. Quiero decir que algunos de los que escribimos en los periódicos damos a los artículos una mayor proyección en el tiempo, un poso de futuro; son una especie de anticipación de un texto que está en marcha, nos demos cuenta o no. Yo, por ejemplo, no me daba cuenta de que no paraba de escribir acerca del cuerpo, la atracción, el sexo y los hijos. De pronto lo vi, y pensé que todos juntos, retocados y ordenados y con algunos añadidos, eran un libro valioso. También recuerdo otro de artículos que me gusta mucho, como es La guapa gente de derechas, de Francisco Umbral. Son artículos, pero tú lo vas leyendo y es un retrato de los españoles de los setenta, divertidísimo. Funciona perfectamente como un libro unitario pasado más de medio siglo. Hay cierta magia ahí, que tiene que ver con algunas obsesiones o, tal vez, con la coherencia de un estilo.
—Además de los temas centrales, divididos perfectamente en el libro, hay subtemas relacionados. Uno de los más espinosos y que se suelen despachar: el consentimiento en las relaciones amorosas.
—Es un tema espinoso, sin duda. Mi punto de vista, digamos, diferencial, es que no asumo la tesis predominante según la cual a las mujeres se les presupone una voluntad firme y cristalina; yo creo que nadie sabe realmente lo que quiere en la vida, y que todos vamos decidiendo o dejándonos llevar según surgen las oportunidades o se dan las circunstancias. Si uno conociera su deseo al milímetro, las relaciones serían como una oposición, donde simplemente se cruzarían datos y se formarían las parejas. Por eso funciona la seducción, el misterio, eso de «la noche me confunde». Y por eso se cometen errores y por eso hay arrepentimientos, claro. Tenía un título alternativo para este libro que me hacía mucha gracia, aunque seguramente sólo me hacía gracia a mí: Amor normal. Vivimos un bombardeo de correcciones y enmiendas a todo lo que siempre se ha considerado normal. El otro día leía no sé dónde: «No hay que preguntarles a los hijos qué quieren ser de mayor». Y así todo. Siempre hay un titular que concluye que hacemos todo mal, desde querer a nuestros hijos a comentar el físico de otra persona. Y entre las prescripciones que recibimos hoy, la que más me sorprende es la que defiende una vida en soledad pasados los cuarenta, sin pareja y sin hijos. Hay titulares en esa dirección casi cada semana. Recomendar estar solo es bastante demencial, la verdad. Pero se exhibe una encuesta hecha no se sabe por quién donde se establece que las personas más felices del mundo son las mujeres solas y sin hijos, y se da la matraca sin cesar con eso. Es como descubrir que lo que toda la vida se llamó «solterona» es en realidad el modelo máximo de felicidad. ¡No sé yo!
—En el libro, salvo alguna referencia pop a Pedro Sánchez y su belleza, no tocas mucho el tema político. Quizá lo más político es tu rechazo a la gestación subrogada en un artículo muy contundente.
—Sí, no hay política propiamente dicha en el libro, o sea, no hay actualidad. La gestación subrogada puede ser lo más cercano. Es un debate que no entiendo, porque vender y comprar niños no debería estar permitido en ningún Estado civilizado y sensato. Esta práctica se enmarca dentro de la comercialización de la intimidad y de nosotros mismos, que vemos cada día, con las redes sociales o las aplicaciones de ligar. Mucha gente cree que puede comprarse todo, incluido un bebé. Es algo repugnante que no sé por qué se puede debatir siquiera.
—¿Tener hijos es franquista?
—Es algo que acaba pareciendo, que tener hijos es de extrema derecha, o algo peor, cuando cíclicamente se pone de moda arremeter contra los niños, ya sea por el cambio climático, ya sea por el capitalismo o cualquier otra excusa peregrina. Como digo, las cosas más naturales se persiguen en función de teorías cada vez más insostenibles y acaba siendo posible tener que debatir con alguien si uno puede tener hijos o no. Es ridículo. Por otro lado, yo digo siempre que no recomiendo tener hijos. Hay una frase de Instagram que me gusta: «Ser padre no es duro, lo duro es ser un buen padre». Si a los niños no se les presta atención ni cuidado, obviamente puedes tenerlos a lo tonto y sin preocupación, y acabarán siendo muy desgraciados y dando muchos problemas. Yo creo que uno de los mayores focos de problemas de la sociedad es todos esos niños a los que sus padres no quieren. También me hace gracia todo ese debate sobre niños y niñas, sobre sus diferencias o no diferencias, cuando es evidente que un niño y una niña, en términos generales, son muy diferentes, ya sólo por su singularidad biológica. Los padres, y no digamos los profesores o las cuidadoras de una guardería, lo vemos a diario con nuestros propios ojos. Cómo el niño, sin más, se vuelve loco con los coches, el fútbol y los superhéroes, y las niñas no tienen el menor interés por esas cosas y, yo qué sé, se ponen a leer libros. Casi todos los niños tienen unas inclinaciones previsibles y casi todas las niñas tienen sus inclinaciones previsibles.
—Otra cosa muy divertida: ese pequeño diccionario amoroso con términos de moda en internet. ¿Usted usa ese lenguaje?
—El diccionario de términos amorosos importados del mundo anglosajón surge por todas las horas que paso en Instagram, donde veo las modas que hay en Estados Unidos, donde todo se conceptualiza, hasta las cosas más naturales, como que alguien no quiera estar contigo. A eso lo llamaron ghosting durante un par de años, y todo el mundo aquí hablaba de ghosting a nada que alguien no le contestaba un mensaje.
—Cambiando un poco la frase de Woody Allen: «La vida no imita al arte. Imita a los vídeos malos de Instagram».
—Es así, ciertamente. «Red flag». O la manía de calificar el físico de alguien de 1 a 10, y decir, «nosequién es un 7»; o «si eres un 6 puedes ser un 8 si vas al gimnasio y cambias tu alimentación». Nuevamente, es como poner precio a las personas. Podríamos decir que el libro muestra cierta aversión a lo que sea que llamamos moderno, y que defiende lo que sea que llamamos normal, que probablemente no sea otra cosa que el sentido común, más que lo tradicional.





Don Alberto, comparto también su “casi objetivo”, y aprovecho para saludar a Edu Galán, que me he cruzado bajando hacia los comentarios.
El Estado nos ha dejado en la estacada, así que quizá haya otro 2 de mayo, aunque puede que caiga en junio.
Un saludo, queridos amigos de Zenda, y perdonen si a veces parece que hago “spam”. No es ésa mi intención, es sólo que odio las injusticias que nos asolan.
No hay q ser hombre o mujer para ser diferente somos personas diferentes unicas
Bien, coño bien. Enhorabuena al entrevistado y al entrevistador.
Un tema importante (como las relaciones amorosas), y la habitual dosis de cinismo y frivolidad del señor Olmos. No digo que aborde el asunto con la profundidad de Octavio Paz en “La llama doble” o con la belleza de “El collar de la paloma”. Pero salir del yo ismo infantil y la matraca del discurso woke y sus falacias se agradecería… aunque sean artículos de costumbres.