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Pedro Herrasti: “Los personajes históricos aportan mucha autenticidad a la narración”

Pedro Herrasti: “Los personajes históricos aportan mucha autenticidad a la narración”

Pedro Herrasti propone en su última novela, Los crímenes del Retiro (Salamandra, 2025), una ruta trepidante por la Madrid de 1900 con un guía de excepción, Pío Baroja, que a la sazón regenta con desgana una tahona heredada de una tía suya tras negarse a ejercer la profesión de Medicina que había estudiado en Madrid y Valencia, doctorándose con una tesis sobre el dolor. Su anhelo es ser escritor y con ese objetivo frecuenta los cafés cantantes, puntos de encuentro de ilustres literatos como Valle-Inclán, Cansinos Assens, Alejandro Sawa… y recorre cual flâneur del horror los barrios más deprimidos de la capital de España para acopiar materia prima que trasplantar a la ficción. En uno de esos paseos coincide con Miguel Herranz, un joven policía, héroe del sitio de Baler, superviviente de las Filipinas, que investiga la muerte de una mujer que aparece degollada junto a un poema de Rubén Darío y una flor. No será la única víctima de un asesino que siembra de cadáveres una ciudad que lame sus heridas tras las batallas que le han llevado a perder un imperio pero que derrocha vitalidad. Cual versión castiza de Holmes y Watson, ambos sabuesos siguen los rastros que les conducen desde los barrios más ínfimos, como Las Injurias, Peñuelas o Cambroneras, a los palacios y mansiones de la aristocracia. Desde el río Manzanares, donde multitud de lavanderas ejercen su duro oficio, al cementerio de la Almudena, tugurios y burdeles invadidos de humo por los que circula la morfina. Además de los escritores célebres, numerosos personajes históricos se cruzan en su camino, desde el poderoso marqués de Salamanca a otro héroe de las Filipinas, José Millán Astray o la Fornarina. En contraste con su título anterior, Madrid era una fiesta, Herrasti crea una atmósfera sombría, resaltando los ángulos más hirientes de la vida en un homenaje al escritor vasco, cuyas obras más conocidas (Vidas sombrías, La busca, Aurora roja y Mala hierba) dan título a las distintas partes de un relato que alcanza un sorprendente desenlace, mucho más cruel del que el lector se atreve a imaginar.

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—La acción de Los crímenes del Retiro transcurre en Madrid a lo largo del mes de abril de 1900. ¿Por qué ese marco espacio-temporal tan concreto?

"Es esa época lo que he intentado captar a través de los ojos de un excombatiente de Filipinas"

—Ese año fue el cambio de siglo y también el momento en que se desarrolla en España eso que se llamó “crisis del 98”. El llamado Desastre es un momento decisivo en la historia de España, por sus consecuencias económicas, sociales y culturales. Es esa época lo que he intentado captar a través de los ojos de un excombatiente de Filipinas, que trata de reponerse de los efectos de la guerra, y de Pío Baroja, un joven que sueña con ser escritor y recorre los barrios miserables que rodeaban la ciudad para documentarse para escribir La busca. En la novela el encuentro casual con un policía que acude a investigar un asesinato en Las Injurias constituye el inicio de la narración. El que transcurra durante un mes tiene el fin de imprimir un ritmo rápido que atrape al lector. El mes de abril está elegido a propósito, porque durante la celebración de la Semana Santa la ciudad se paraliza para ofrecer un espectáculo llamativo y un tanto sombrío, afín al ambiente de la novela.

—En esa época circulaban por Madrid escritores famosos como Valle-Inclán, Cansinos Assens, Alejandro Sawa y muchos otros. ¿Elegir a Baroja como protagonista tiene algo que ver con el origen vasco de tu apellido?

—No en absoluto. Baroja nació en San Sebastián, pero creo que no se sentía demasiado vasco, en parte porque su abuela era italiana, en parte porque vivió la mayor parte de su vida en Madrid. Lo mismo me sucede a mí: mi abuelo era vasco, y aunque he veraneado muchos años en San Sebastián y tengo un gran cariño a esa tierra, no me siento intensamente ligado a ella. Si elegí a Baroja es porque describe de manera excepcional el Madrid de 1900 en su trilogía de novelas La lucha por la vida. Hace algo inusual entre los intelectuales de la época: visita las barriadas más humildes, habla con mendigos, obreros, artesanos… Descubre la miseria que estaba allí y que nadie había mostrado anteriormente. Esa mirada, tan compasiva como realista, es la base de su primer gran éxito, La busca, y del resto de su obra. También me interesa su personalidad: tímido, retraído, huraño. No debía de ser un hombre carismático, o ni siquiera de trato fácil. Estoy casi seguro de que apenas intervendría en las tertulias. Aun así, lo prefiero a personajes narcisistas como Unamuno, al que le gustaba practicar en los cafés lo que llamaba “diálogos”, cuya característica principal era que sólo hablaba él. Además, Baroja era un hombre humilde, algo extraño en un mundo como el literario, repleto de egos sobredimensionados.

—¿Cómo te has documentado para describir con tanto detalle y precisión la capital de España al filo del siglo XX?

—Hoy en día resulta muy fácil documentarse gracias a internet, pero no todo lo que está allí es fiable. Wikipedia tiene muchos errores. Siempre es mejor contrastar. La fuente principal de información de mi novela ha sido la obra de Baroja, literatura de la época, libros de historia y prensa. Los periódicos son el segundero de la historia: mucho de lo que hay allí es desechable o sin interés, pero nos da una idea certera de la sociedad en ese momento.

—El otro protagonista, Miguel Herranz, es un joven superviviente de Baler, uno de los Últimos de Filipinas, que arrastra una cruel enfermedad, un triste pasado y no desmerece al lado de Baroja. ¿Cómo lo compusiste?

"Mi referente para construir el personaje es Eloy Gonzalo, Cascorro, uno de los héroes de la guerra de Cuba"

—Mi referente para construir el personaje es Eloy Gonzalo, “Cascorro”, uno de los héroes de la guerra de Cuba, que tiene su estatua en la plaza de Cascorro, en la cabecera del Rastro. Eloy fue abandonado en la inclusa. Se presentó voluntario para ir a combatir a ultramar, donde protagonizó una hazaña heroica en Cascorro, una localidad cubana. Al igual que Eloy, Miguel es huérfano, combate en ultramar y protagoniza un acto heroico, el sitio de Baler, la última resistencia española en Filipinas. Aunque con problemas de salud, regresa vivo a España, algo que Eloy no pudo hacer, porque fallecería de las enfermedades tropicales que causaron la mayor parte de los muertos del conflicto: nueve de cada diez.

—Literatos, políticos, artistas, militares… Por la novela desfilan numerosos personajes históricos, como es habitual en tus relatos. ¿Qué ventajas e inconvenientes te supone mezclar historia con ficción?

—Llevas razón; por lo general utilizo personajes históricos en mis ficciones. Me gusta que el relato esté lo más pegado posible a la realidad, y el introducirlos aporta mucha autenticidad a la narración. Tal y como dices, este método tiene ventajas e inconvenientes. Por un lado, algunos personajes tienen historias tan curiosas que parecen idea de un guionista excelente. Esas peculiaridades te ayudan mucho a construir la personalidad e incluso la trama. Por otro, tiene la desventaja de que hay que escarbar mucho para encontrar a los sujetos que sean adecuados para el relato. A pesar de eso, me parece que el esfuerzo merece la pena.

—“Solo hay dos tipos de libros”, le dice Baroja a Herranz: “la literatura de evasión y la que nos despierta”. ¿Compartes esa visión?

"Palabras como orwelliano, kafkiano o quijotesco provienen de esa gran literatura que moldea la realidad e, incluso, la lengua"

—Por supuesto, la literatura tiene una doble función. Por un lado, el divertimento, por otro indagar en la realidad social y humana de la época. La Odisea, el Quijote, Macbeth, Madame Bovary, Los miserables fueron grandes éxitos de público, que se solazaba con esas historias, pero también cada una de ellas es una indagación en la época y las personas que las protagonizan. Esa es la que nos despierta, la que nos hace pensar y plantearnos cuestiones que de otro modo no haríamos. Palabras como orwelliano, kafkiano o quijotesco provienen de esa gran literatura que moldea la realidad e, incluso, la lengua. Junto a ella está la literatura de género, más popular y asequible, centrada en el entretenimiento del lector. La que le sumerge en una duermevela grata que le ayuda a afrontar una vida por lo general gris. La primera hace pensar, la segunda soñar. Ambas me parecen necesarias.

—Tu anterior título, Madrid era una fiesta, ambientado también en el Madrid novecentista pero unos años más tarde, es una historia luminosa, incluso humorística. En este, en cambio, la atmósfera es bastante sombría. ¿No has cargado demasiado las tintas al describir la miseria y sordidez? ¿Tal vez un deseo inconsciente de emular a Baroja?

—Sí, lo que dices es muy cierto. Madrid era una fiesta es un libro luminoso, alegre, con mucho sentido del humor. Al estar ambientada en la Residencia de Estudiantes era inevitable que la protagonizaran personajes como Lorca, Dalí o Buñuel. Pepín Bello, que era una especie de líder del grupo, dijo que Buñuel era el hombre más divertido que había conocido. Lorca era un personaje luminoso. Dalí alguien que resultaba cómico a su pesar. Los personajes, el ambiente y el optimismo de la juventud hacen que sea una novela luminosa. Los crímenes del Retiro es lo opuesto, un Madrid sombrío y duro, muy adecuado para una novela negra. Desgraciadamente, la miseria y sordidez que reflejo es real. Uno de los libros que leí era de un médico higienista que visita los arrabales de Madrid. Sus descripciones no dejan lugar a la duda de que vivir allí era un infierno. La falta de higiene hacía que proliferaran todo tipo de enfermedades. Si a eso añadimos la deficiente alimentación el resultado fue una mortalidad altísima. En cuando a lo de emular a Baroja, ¡ya me gustaría!

—La novela es un thriller con un fuerte componente de denuncia social. ¿Piensas que el escritor tiene una responsabilidad en ese aspecto?

—El único compromiso que tiene el autor es el de contar una buena historia. Kurt Vonnegut tiene un libro en que da consejos de cómo escribir, titulado Apiádense del lector. Es la mejor recomendación posible. El fin principal de cualquier autor es no aburrir y, si es posible, fascinar con una historia que interese y conmueva. El que la literatura tenga cierto compromiso social me parece estupendo, pero debe evitar caer en el panfleto o el catecismo.

—¿Qué sentimientos albergas hacia Madrid? Da la impresión que hubieras preferido vivir en la ciudad de hace un siglo.

"El Madrid de aquella época debía de ser terrible. Lo que hoy es el distrito centro era toda la ciudad. Un lugar sucio y desastrado donde la mayor parte de la población vivía hacinada"

—De ninguna manera. El Madrid de aquella época debía de ser terrible. Lo que hoy es el distrito centro era toda la ciudad. Un lugar sucio y desastrado donde la mayor parte de la población vivía hacinada en muy malas condiciones. Se estaba empezando a construir el ensanche planificado en Argüelles y el barrio de Salamanca, pero los alrededores eran un conjunto miserable de chabolas o barriadas obreras. Lo que Baroja llama un “aduar africano”. Lo que sí es cierto es que la vida intelectual debía de ser mucho más animada. Uno de los personajes que sale en la novela, Rafael Cansinos Assens, relata de manera maravillosa las anécdotas, personajes y ambiente de esas tertulias en su obra La novela de un literato.

—¿Piensas recuperar al personaje de Jorge Blanco, que aparece en tus obras anteriores y ha sido comparado con el cobarde y presuntuoso Harry Flashman creado por George MacDonald Fraser?

—Tengo mucho cariño a Jorge Blanco. Efectivamente, para crearlo tuve presente a Harry Flashman, un personaje que me fascinó con sus aventuras desenfadadas y políticamente incorrectas. Tengo otra novela ya terminada de Jorge ambientada en los primeros años de la II República que espero sea publicada en breve.

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Jaime
Jaime
5 meses hace

Muy buena entrevista y muy sabias reflexiones e investigaciones. Hay personas que están tergiversando la Historia. No sé si llamarlos neomodernos o neotarados. A mí también me ocurre como a Baroja que no me siento de ningún sitio.