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28 años después: El zombi y el verdadero cáncer de Inglaterra

28 años después: El zombi y el verdadero cáncer de Inglaterra

El número 28 nunca había resultado de tanto provecho como en la trascendental 28 días después, que en 2002 reintrodujo la figura despersonalizada del infectado, o “el otro”, para tiempos de terrorismo y guerra. Tras una secuela, la dirigida por el español Juan Carlos Fresnadillo, la epidemia zombi ha sido exprimida hasta el tuétano por series como The Walking Dead, todavía caminando en diversos spin-offs, y otros muchos relatos que viven de la figura de este trascendental monstruo. La tardía tercera parte, 28 años después, llega de parte de los mismos responsables de la primera, el director Danny Boyle y el guionista Alex Garland, que algo han debido de ver en la situación actual de las islas para que el relato postapocalíptico continúe.

"La fantasía semi-medieval de Boyle se tropieza con los golpes de timón de un guion que trata de apelar a lo sensible"

Y lo hace a medio camino de El guardian entre el centeno y El corazón de las tinieblas, dos paradigmas literarios que parecen encajar como metáfora de la Inglaterra del Brexit y el COVID, que la película vertebra a través del rito iniciático del joven Jimmy (Alfie Williams), que descubre la verdadera cara de su padre y su madre en un relato de maduración filmado por Boyle a golpe de imagen deshecha y vital de un iPhone 15.

El británico, lejos de utilizar el instrumento como una herramienta para afinar la imagen digital, aprovecha la cámara móvil para deshacer la imagen, emborronarla y ensuciarla, y por qué no, realizar histéricas filigranas como posar un objetivo sobre la espalda de un zombi. No hay, pese a esta labor de deconstrucción, un solo plano desechable en una película que funciona como alegoría nacional pese a los abruptos cambios de marcha que impone el guionista Garland.

Y es que fuera de este detallismo visual, de las ideas vitales que el film disemina aquí y allá (por cierto, el primero de una trilogía cuya segunda entrega ya ha rodado Nia DaCosta) la fantasía semi-medieval de Boyle se tropieza con los golpes de timón de un guion que trata de apelar a lo sensible pero que antepone ciertas conmociones estructurales al conjunto. Cuando Ralph Fiennes aparece en escena y (algunas) respuestas se suceden, Garland no quiere o no sabe conceder al espectador unos pocos instantes para asentar sus ideas.

"Es ese sustrato el que enriquece una serie B de lujo que rejuvenece el género para un par de años más"

Menos mal que Boyle adorna el film con secuencias para el recuerdo, la principal de ellas una histérica persecución sobre el agua de aliento mítico y que parece, en cierto modo, una pesadilla surreal de William Hope Dodgson. La brutalidad de ciertos pasajes, incluyendo la creación de una nueva criatura alfa que da lugar a imágenes de categoría icónica, y la buena labor de Fiennes y el joven Williams agitan la conciencia de un film un tanto frustrante que no acaba de atar los cabos y al final deja un final abierto que, sí, continuará en futuros episodios. Todo en 28 años después versa, en cierto modo, del descubrimiento de una mentira, una que parece llevar la enorme ínsula a tiempos de las cavernas, quizá lo único realmente saludable y vigoroso, mientras el cáncer devora el corazón y la mente de una decadente madre patria. Es ese sustrato el que enriquece una serie B de lujo que rejuvenece el género para un par de años más y que, quizá, con suerte, quizá tenga realmente algo que decir.

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