De las muchas iluminaciones que nos prodiga Giuliano da Empoli, quizás las que más refulgen en la Argentina sean las que refieren al fenómeno Orban, y no sólo porque el caudillo de Hungría es socio ideológico de los libertarios sino porque su “dictadura perfecta” representa el ya no tan inconfesable sueño húmedo de las “fuerzas del cielo”. En su célebre ensayo Los ingenieros del caos —arrasador best seller en nuestro país— se narran las peripecias de un consultor ubicuo y enigmático a quien CNN ha comparado alguna vez con Keyser Söze, aquel siniestro villano de Sospechosos habituales: “Digno de Hollywood, un personaje capaz de abatir al adversario más poderoso, pero tan secreto que muy pocos lo han visto en realidad”. Aluden, con perdón de la escala, al Santiago Caputo de Víktor Orban: el norteamericano Arthur Finkelstein, otrora niño prodigio del ala dura de la derecha que no da entrevistas, se registra con alias en hoteles, vuela bajo el radar, y es experto en campañas negativas y en conjuras de trastienda. Durante las campañas electorales en las que participó sus creativos trucos de demolición rozaron el arte: en cierta ocasión, como manejaba a un candidato muy mediocre, lo escondió de las tribunas y del periodismo y se concentró todo el tiempo en presentar al adversario demócrata, que era fiscal general de Estado, como un “progresista sin perspectiva, apartado de la realidad y enfrascado en dictar leyes con el dedo meñique en el aire, mientras que Estados Unidos había basado siempre su grandeza en la iniciativa personal, liberada de marcos normativos y de burocracias”. La palabra “progresista” se convirtió allí en un insulto, y los marcos legales instituciones, en jaulas que oprimían a los ciudadanos de a pie.
Más tarde este mismo “Keyser Söze” de la política viajó a Israel y, con nuevo cliente y mucho marketing, logró cristalizar a Shimon Peres como “un traidor a la patria, imbuido en las habituales ilusiones piadosas que caracterizan a los liberales de todo el mundo”. Contrariamente, el slogan inventado para su nuevo patrón sonaba de este modo: “Netanyahu es bueno para los judíos”. La idea de Finkelstein consistía, según Da Empoli, en dar a en entender que “sólo Netanyahu era un auténtico patriota y sólo aquellos que lo apoyaban podían ser considerados auténticos judíos. El resto era progresista, débil o, peor aún, cómplice de los árabes”. Finalmente, Finkelstein aterrizó en Budapest, y descubrió que él y Víktor Orban tenían el mismo dios: Carl Schmitt, duro cuestionador del parlamentarismo liberal, miembro del partido nazi y promotor de la idea de que “la política consiste, ante todo, en identificar al enemigo”. Recordemos que Ernesto Laclau y Chantal Mouffe —teóricos del kirchnerismo y portavoces del “socialismo del siglo XXI”— también fueron devotos de Schmitt: el populismo es así. Don Víktor se dio cuenta de que no le resultaba funcional a esas premisas seguir siendo proeuropeo, pegó entonces un giro de 180 grados y con ayuda de su flamante asesor desplegó una intensa operación para instalar la ocurrencia de que “los liberales habían traicionado al pueblo y conducido al país a la bancarrota debido a su corrupción y sumisión a intereses foráneos”. Orban arrasó en las urnas, destrozó a los viejos partidos de centro y presentó su triunfo no como una alternancia democrática sino como el comienzo de una revolución popular. La mayoría automática del Congreso le permitió modificar la Constitución para acelerar sus procedimientos y aprobar leyes en horas, para establecer por parte del Poder Ejecutivo una tutela absoluta sobre los tribunales y para lograr el control de los medios de comunicación, tanto privados como públicos. Un discurso de 2014 muestra su pensamiento: “El nuevo Estado que estamos construyendo en Hungría es un Estado iliberal, y no un Estado liberal. No niega los valores fundamentales del liberalismo como la libertad, pero no hace de esta ideología el elemento central de la organización estatal”. Más adelante, el ídolo de los libertarios argentos declaró: “El liberalismo europeo no gira en torno a la libertad, sino sobre la ‘corrección política’. Se ha convertido en una ideología esclerótica y dogmática. Los liberales son enemigos de la libertad”. Y se refirió específicamente a los contrapoderes republicanos como “una invención estadounidense que Europa ha adoptado por mediocridad intelectual”. Tres años más tarde le daba una vuelta de tuerca a su retórica: “Antes pensábamos que Europa era nuestro porvenir, ahora tenemos la impresión de representar el propio futuro de Europa”. Para que se entienda: la democracia occidental fracasó, pero el “verdadero Occidente” resurge de las cenizas con una nueva “democracia iliberal”.
El también autor de la novela El mago del Kremlin asevera, volviendo al titiritero en las sombras, que Finkelstein “nunca se ha dejado amedrentar por la realidad” y rescata una conferencia que el consultor maquiavélico alguna vez dio en Praga; allí el Rasputín de Orban dijo: “Lo más importante es que nadie sabe nada. En política, es lo que se percibe como verdadero lo que acaba siéndolo, y no lo que es verdad…Un buen político es un tipo que nos dice una serie de cosas verdaderas antes de empezar a decirnos una serie de cosas falsas, porque de esa manera creeremos todo lo que dice: verdades y mentiras”.
El texto que nos presenta Giuliano da Empoli está cargado de significados no sólo sobre nuestro tiempo, sino también acerca del formato más acabado que logró hasta ahora la Nueva Derecha. Más allá de las originales nominaciones, la nueva fraseología y los métodos derivados de la revolución tecnológica para inducir odio y división, y redireccionar al votante, no hay nada realmente novedoso. De hecho, provoca risa que ciertos voceros del kirchnerismo se muestren hoy escandalizados frente a la “deriva autoritaria” o la “perspectiva Orban”, cuando ellos llevaron a cabo un gradualismo hegemónico de similar naturaleza, donde cualquier objetor era un cipayo y un enemigo, y donde de lo que se trataba era de generar un modelo feudal sin alternancia posible. A igual que muchos libertarios, los camporistas tenían en su cabeza esa utopía, que iban negociando con la realidad. La sociedad les permitió avanzar hasta determinado punto; luego los frenó. Es imposible saber en este momento si los libertarios tendrán mejor suerte, pero es imprescindible una vez más lanzar alertas tempranas sobre el diseño maximalista que persiguen.
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*Artículo publicado en el diario La Nación de Buenos Aires


Gracias Jorge! Después no dirán que nadie avisó….el huevo de la serpiente está bien a la vista de todos.
El mundo está girando hacia la derecha… lo bueno o consolador, dentro de esta debacle, es saber que quienes hemos disfrutado algo de los valores republicanos y hemos crecido en un país que mal o bien propicio el ascenso social, somos mas que los estúpidos e ignorantes que vivaban tanto al kirchnerato como a las huestes libertarias. Es que se ha generado un caldo de cultivo tan espeso, que durante estos últimos 50 años, hemos pasado de estar sometidos violentamente a no saber vivir en libertad. Obviamente que algunos sectores han disfrutado y utilizado la retórica del libertinaje para poner en franco ascenso a cuidadoras de perros o a incestuosos personajes en la línea de sucesión al poder. Somos, soy tan responsable como cualquiera de los ciudadanos, pero como indique… me consuela ser parte de los que creemos en los valores de una república y en la fuerza de la división de poderes. Ojala no haya mas Milei, Trump… Putin u Orban…. que esos caudillos no prosperen… no quiero ver eso para mis nietos.