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La huella del mal

Desafiante y diferente. En Los mensajeros de la oscuridad, el irlandés John Connolly propone una inquietante variación del policial contemporáneo, fundiendo un relato de investigación con lo gótico y lo sobrenatural. Esta nueva entrega de la saga protagonizada por el detective Charlie Parker —sí, el nombre del legendario saxofonista de jazz, el de los destructivos excesos— se erige como una de las más densas y ambiciosas de su recorrido seguido por muchos lectores. Como en las anteriores entregas de la serie, el crimen se muestra no solo como una transgresión legal sino como la expresión de una oscuridad omnisciente, al punto que el texto articula varias tramas y símbolos que se entrelazan, ofreciendo distintas claves de lectura.

El disparador de la trama es sencillo y brutal al mismo tiempo: la desaparición de un niño de dos años y la inmediata sospecha sobre su madre, Colleen Clark. Cuando la policía encuentra una manta ensangrentada en el coche de Colleen, la mujer, silenciosa e intrigante, queda marcada por una culpabilidad impuesta antes de cualquier juicio formal. Connolly describe con precisión el asedio mediático, político y judicial que recae sobre ella, mostrando cómo una narrativa eficaz puede imponerse incluso antes de cualquier juicio.

Ricardo Piglia, en Formas breves, dice que el policial siempre es “la narración de una investigación y, al mismo tiempo, la historia secreta del investigador” y el personaje de Parker encarna esa doble línea: mientras descifra claves y rastrea verdades ocultas, su trabajo no es solo iluminar el misterio externo, sino convivir con su propio hueco emocional.

"El autor consigue un notable equilibrio entre una trama compleja, rigurosamente documentada y una atmósfera creada entre malos en singular y plural"

Debe decirse por ello que el autor consigue un notable equilibrio entre una trama compleja, rigurosamente documentada y una atmósfera creada entre malos en singular y plural. Son varias las piezas que deben encajar a medida que avanza el libro. Tzvetan Todorov indicaba que el relato policial clásico nace de una dinámica optimista. “Todo misterio es resoluble, todo crimen tiene un culpable que será revelado”, escribió el crítico y filósofo en La tipología del relato policial. Connolly rompe esa premisa: sus novelas insisten en que no todo puede ser dicho, que hay zonas del alma —y del mundo— que no admiten traducción. La fragilidad del vínculo materno, el miedo primitivo y el silencio de lo inexplicable atraviesan la novela y colocan al lector ante preguntas que exceden la lógica del crimen. El por qué alguien querría hacerle daño a un niño, la principal. Una casa en los bosques de Maine y la conformación de una secta vienen a explicarnos el título de este libro y también ese interrogante como lectores.

En tiempos en que algunos de los autores más leídos dialogan en clave sobrenatural, la novela incorpora, casi con la previsión y complicidad del lector, el personaje de una médium para desentrañar la verdad en este caso, porque también quizá —a esas alturas del libro—también él esté ya convencido, como Parker, que la madre ha sido incriminada por alguien —o mejor, varios— que se mueven entre las sombras. Y este personaje que en otras manos podría resultar un cliché se integra aquí de manera natural.

En este sentido, Los mensajeros de la oscuridad se acerca más a William Peter Blatty o a Stephen King que a Raymond Chandler. O incluso se vincula con ciertas narrativas contemporáneas, como la de True Detective en su temporada primera, donde la investigación es también un recorrido a los márgenes del conocimiento racional. Con dos sólidos personajes secundarios que ofician de contrapunto de Parker, el texto transita por lugares donde se siente el miedo, donde parece no haber redención posible pese a una genuina búsqueda dolorosa de sentido. Sin ser un autor de terror, Connolly opera con herramientas del gótico moderno: lo ominoso, lo sagrado degradado, la ruina emocional.

Por otro lado está el estilo del irlandés, el de una prosa cargada de atmósferas, de espacios de inframundo, descripciones sombrías, y un lirismo que convive con la violencia más cruda. Parker se mueve entre escenarios degradados —casas silenciosas, lugares abandonados— que parecen observarlo y recordarle lo frágil de su misión.

"Parker no es un antihéroe al uso sino, como sucede cada vez más en este género, alguien que se arrastra por la noche porque todavía cree —contra toda evidencia— que algo puede ser salvado"

Y sin embargo, también hay luz, hay compasión. Parker no es un antihéroe al uso sino, como sucede cada vez más en este género, alguien que se arrastra por la noche porque todavía cree —contra toda evidencia— que algo puede ser salvado. Eso queda de manifiesto en el sorprendente final contado a los largo de varios capítulos, donde se muestra el carácter vulnerable del personaje, unido a su lucidez investigativa. Umberto Eco afirmaba que “el lector del policial no busca una solución, sino la restauración del orden perturbado por el crimen”. Connolly, por el contrario, sugiere que ese orden es precario y que, a veces, el verdadero sentido está en la búsqueda. Tal vez por eso, los seguidores de esta serie ya esperan el próximo libro.

Los mensajeros de la oscuridad es mucho más que una novela de detectives. Es un descenso a un averno, una meditación sobre el Mal con mayúsculas, y una de las propuestas más singulares del género de los últimos tiempos. Al cruzar fronteras entre lo policial, lo gótico y lo espiritual, Connolly amplía los límites de lo que el género puede narrar. Y en ese gesto nos recuerda que, aunque la oscuridad no siempre pueda vencerse, al menos puede ser referida en la ficción de manera notable.

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Autor: John Connolly. Título: Los mensajeros de la oscuridad. Traducción: Vicente Campos González. Editorial: Tusquets. Venta: Todostuslibros

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