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Detective de vidas

En mi próxima novela, un novelista escribirá una novela donde el protagonista comenzará siendo él. Al principio, ese protagonista llevará su nombre, trabajará en su empresa, y su familia y amigos serán los suyos: «Así avanzar será más fácil» —se dice mi novelista—. «Cuando el relato haya cuajado y los conflictos resulten creíbles, el protagonista cambiará de nombre, trabajará en otra empresa, su familia y amigos también serán otros, aunque en esencia sean los mismos…».

Al comenzar la lectura de Misterio en el Barrio Gótico —último premio Fernando Lara de novela— el protagonista, Víctor Balmoral, parece un trasunto de su autor, Sergio Vila-Sanjuán. Balmoral ejerce el periodismo cultural en el diario apócrifo La Voz de Barcelona, desde cuyas páginas compite con La Vanguardia, cuyo suplemento Cultura/s coordina Vila-Sanjuán. Esta es una de las ironías que cuajan el relato.

¿Qué es, en realidad, Misterio en el Barrio Gótico? ¿Se trata de un best seller de intriga? Lo es y no lo es, porque su autor emplea las convenciones del género como si de un juego literario se tratara: se suceden las muertes misteriosas y los mensajes en clave que Balmoral recibe en su domicilio, pero la intriga es solo un esqueleto en el cual se asientan los órganos vitales de la obra. Su corazón es el ejercicio del periodismo.

"Según él, una buena novela nunca debe dar respuestas ciertas o cerradas, sino formular preguntas al lector"

Balmoral se dedica a investigar por encargo las vidas de ciertos personajes de la burguesía catalana. Si en la anterior novela de Vila-Sanjuán, El informe Casabona, el investigado fue un empresario, mecenas y político de la Transición con ese apellido, en Misterio en el Barrio Gótico lo será la desaparecida Regina Suelves, por encargo de su hija, Benita Bach.

Ante el fantasma de su amigo fallecido, Tomás Riquelme, Víctor se define como un «detective de vidas», un «detective sin delitos». Esta definición me ha recordado a Javier Cercas, quien en su Loco de Dios en el fin del mundo afirma que le gusta pensar en el novelista como un detective, pero no porque indague asesinatos o adulterios, sino porque su labor es investigar. Cercas concibe sus entrevistas con personajes del Vaticano como una indagación en la vida y la personalidad del papa Francisco. Según él, una buena novela nunca debe dar respuestas ciertas o cerradas, sino formular preguntas al lector que pervivan en su imaginación una vez concluido el libro.

Así es también la narrativa de Vila-Sanjuán en su Misterio en el Barrio Gotico, a caballo entre la novela, el periodismo cultural y la historiografía. Balmoral no solo investigará por encargo a la jipi de la gauche divine Regina Suelves, sino también a otros personajes tan poco previsibles como Fernando el Católico y el payés que atentó contra él en la plaça del Rei de Barcelona; o a la bella aristócrata catalana Isabel de Requesens, retratada al alimón por Rafael y Giulio Romano; o narrará la misteriosa desaparición y aparición del obispo barcelonés Manuel Irurita durante la Guerra Civil. El autor emplea una técnica digresiva, que salta de un relato a otro sin solución de continuidad, en un estilo que me recuerda a Baroja o a Pla.

"Hasta ahora ha nadado con comodidad entre la clase acomodada, pero de pronto siente más que nunca que existen los desheredados, los enfermos, la vejez..."

Otro acierto del libro es la caracterización de los personajes a través de diálogos, más que de descripciones. Esta idea la leí también hace poco en El verano de Cervantes, de Antonio Muñoz Molina. El autor de Úbeda observaba que en el Quijote rara vez se describe in extenso a los personajes, sino que los visualizamos a través de lo que dicen. El paradigma fundamental es el de Don Quijote y Sancho, pero este ejemplo se transmite a un sinfín de secundarios. Cuando el lector lee una descripción se ve obligado a recrearla en imágenes, y a menudo la recreación falla en un relato largo como es la novela. En cambio, los diálogos resultan tan visibles que apenas requieren ser recreados: escuchamos a los personajes, los comprendemos y, de pronto, se nos aparecen…

Sucede con las conversaciones entre Víctor Balmoral y dos gemelas muy dickensianas, aparecidas en un capazo a las puertas de la catedral de Barcelona hace veintiocho años. Eva y Eugenia son, respectivamente, monja de la orden de la Buena Fortuna y guía turística del Gótico. Ante ellas, Balmoral expresa su mala conciencia burguesa. Hasta ahora ha nadado con comodidad entre la clase acomodada, pero de pronto siente más que nunca que existen los desheredados, los enfermos, la vejez… El fantasma de su íntimo amigo, Tomás Riquelme, se lo recuerda: «Un día te pueden caer encima de golpe todos los años que has ido disimulando».

"Tras recorrer el Barrio Gótico tantas veces con mi padre, he redescubierto sus calles leyendo esta novela"

Tras recorrer el Barrio Gótico tantas veces con mi padre, he redescubierto sus calles leyendo esta novela. Ignoraba que casi todo el distrito, incluida la catedral, fuera un pastiche neogótico inspirado por el arquitecto neorromántico Viollet Le Duc. Durante los siglos XIX y XX, muchos de sus edificios fueron reconstruidos o trasladados piedra a piedra desde otros lugares para recrear su inimitable ambiente medieval, hoy aderezado por enjambres de turistas, locales vacíos, tiendas de souvenirs, repartidores de Glovo…

En mi próxima novela, el novelista recordará cómo desde joven leía las columnas de Sergio Vila-Sanjuán en Cultura/s. Un buen día, el protagonista de su novela se encontrará al periodista en una presentación literaria y este le propondrá escribir críticas para La Vanguardia. Cuando el relato haya cuajado y los personajes resulten creíbles, Vila-Sanjuán pasará a llamarse Vilajoana, y ya no escribirá para La Vanguardia, sino para un diario apócrifo de la competencia: el Heraldo de Barcelona.

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