Llegué a este libro, de una editorial independiente pequeña, Disbauxa, por un post de Instagram de uno de los autores que colaboran en él. El título, sin duda, fue el primer reclamo: Poesía guarra. En estos tiempos de delicadeza sexual y de brutalidad política, encontrar un libro que emplee la brutalidad desde el mismo título para hacer —además de literatura— política me resultó reconfortante.
Como ocurre siempre con las antologías, Poesía guarra es desigual. Desigual y heterogénea. Pero cada lector encontrará hallazgos diferentes a los míos, porque el nivel poético es notable.
Hay que aclarar antes de nada que la guarrería o la guarrez no se refiere solo a la coyunda sexual, sino también a la escatología más mundana: algunos autores prefieren follar (o ser follados) y otros se tiran pedos y mean en la boca. Las dos acepciones clásicas del diccionario están perfectamente representadas.
Yo suelo tener un estómago robusto y con buena flora intestinal, pero aun así algunos episodios me han hecho levantar los ojos del papel e hiperventilar antes de seguir leyendo.
Cada uno de los doce autores comienza con una pequeña biografía / bibliografía / poética en la que desvela qué le ha convertido en guarro merecedor de estar ahí. “Lesbiana promiscua de energía mamarracha”, dice una. “Para mí lo guarro es un disfrute donde perder del control que tanto me gusta, donde me chorrean las manos de comida o fluidos, donde crear a través de la carne, el sexo, el corazón, la piel, el sudor o la mierda”, explica otro.
Habría varias tipologías que podemos explorar: el famoso guarromántico, que ha cambiado la posición del misionero por el sadomasoquismo de segunda generación pero que en el fondo busca que le abracen (o al menos que le estrangulen mientras llega el orgasmo). O el guarropolítico, que convierte cada fricción en una consigna y hace de la poesía un acto de insumisión para defender la identidad queer. Y por supuesto el guarrotecnológico, que vive el deseo a través de las pantallas y las notificaciones.
Aurora Camero, desde la creatividad lingüística y el cuidado milimétrico, explora una guarrería de amplio espectro, aunque centrada en la obediencia sumisa. La distancia irónica alivia la mirada.
Para leer con aprovechamiento a Samuel Merino, uno de mis favoritos, hay que tener millas recorridas en determinadas prácticas de pajero gourmet.
ava cívico [sic] es poeta y activista. Sus versos saben bien cómo mantenerse en ese terreno en el que “la oscuridad conjura conjuros nauseabundos para invocar un orgasmo”. El regreso de la provocación literaria.
Aníbal Martín no puede disociar el acto sexual del inmediato acto literario, lo que a mi juicio le va a dejar un reguero de amantes abandonados o le va a condenar a follar solo con poetas, lo cual es aún peor.
Juli Mesa utiliza también en sus poemas —“@magical_girl_XVI” es a mi juicio excelente— el BDSM de aliento irónico para poner en pie su guarrería.
Alfonso Blanco Santos, uno de los autores de los que más textos se incluyen en la antología, entra sin tabúes en el mundo de la prostitución masculina, remedando los comentarios digitales de páginas web que valoran a chaperos.
Marta Vusquets, la “lesbiana promiscua de energía mamarracha”, nos presenta en uno de sus poemas el sexo digital, mediante algoritmo, de dos hormigas robóticas. Erotismo binario de unos y ceros. Es guarrería sin fluidos.
Bruno Cimiano Matilla, según confiesa, pretende reapropiarse del morbo. Desde una mirada trans y no binaria, expresa un deseo nada espiritual: “Lo mejor contigo es lo ambiguo: / que nunca me quede claro quién de lxs dos tiene polla”.
Gloria Fortún, la más clásica de todos los antologados, es seguramente la menos guarra en un sentido transgresor, aunque la transgresión nunca es en sí misma un valor literario.
Ángel Valenzuela abraza también un lirismo de corte más clásico para cantar el amor entre hombres.
No sé con qué criterios se ha ordenado la antología, pero parecería que en el último tramo se produce una cierta desguarrificación. Juanpe Sánchez López es probablemente el más romántico de los poetas, sin renunciar del todo por ello a la mirada erótica heterodoxa.
Aida González Rossi, que cierra el libro, habla de lo guarro-tierno y comienza con pedos y mocos como objetos eróticos.
En conjunto, Poesía guarra es algo más que una reunión de excesos: es una toma de palabra política. Reivindica cuerpos, deseos y lenguajes que la moral y el higienismo no se atreven normalmente a abordar o a reunir. La obscenidad no es un recurso de escándalo —ya no hay escándalos como los de antes—, sino un modo de decir que la poesía no puede seguir confinada al territorio de lo bello o lo sublimado, porque el cuerpo que ama —o que folla— también exige su propia gramática.
Quizá la moraleja de esta antología es que la guarrería, lejos de ser mero desahogo, puede convertirse en una estética duradera: ensuciar las palabras para que digan cosas vivas. O incluso cosas más limpias.
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Autor: VV.AA. Título: Poesía guarra. Editorial: Disbauxa. Venta: Todos tus libros.


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