Inicio > Actualidad > El otro lado > El Barroquista: “La historia no es un concurso de Trivial”

El Barroquista: “La historia no es un concurso de Trivial”

El Barroquista: “La historia no es un concurso de Trivial”

Hablar con Miguel Ángel siempre es un placer. Posee la gran virtud de narrar lo excepcional y complejo de manera sencilla y cercana, y la capacidad de transportarnos a diferentes épocas de la historia como si hiciésemos un sencillo transbordo de metro.

Este coruñés afincado en Santiago de Compostela es un fiel defensor de la cultura y, en concreto, de la historia del arte, disciplina que defiende por tierra, mar y aire, desde las plataformas digitales y los medios de comunicación. Su trayectoria profesional es amplia y variada, y sólo hace falta un vistazo en Google para encontrarse con una variedad de proyectos divulgativos, entre los que destacan sus libros Otra historia del arte y Otra historia de la arquitectura y sus participaciones en radio y televisión.

Apasionado de su trabajo, en el que se vuelca los siete días de la semana, destila una humildad profesional muy difícil de encontrar a día de hoy.

En pleno mes de agosto, en un Madrid tranquilo y casi desierto de lugareños, quedamos para comer en el mítico café Varela. Hicimos algunos retratos y realizamos este reportaje.

***

—Durante la comida hemos hablado mucho de creación y consumo cultural. ¿Crees que la cultura nos hace libres? ¿Por qué?

"Sinceramente, pienso que el verdadero clasismo está en lo contrario: en quitarle valor a la cultura, en restarle relevancia social"

—Creo que no somos del todo conscientes del enorme esfuerzo que ha supuesto la democratización de la cultura en el último siglo. Si te paras a pensar, hace apenas cien años el acceso a la cultura estaba muy restringido en prácticamente todo el mundo. Y hoy en día, en cambio, muchísima gente puede disfrutar de música, arte, literatura… con una facilidad que antes era impensable. Por supuesto que todavía queda mucho por hacer. Pero el hecho de que ahora podamos acceder a la cultura y a la ciencia —una accesibilidad que es un derecho reconocido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos— yo diría que es una de las grandes revoluciones de la historia de la humanidad. Al final, la cultura no es solo entretenimiento. Nos ayuda a tener una mirada crítica, a interpretar la realidad y a procesar los relatos que recibimos de una manera más razonada. Y además, también está todo lo que tiene de disfrute estético, de construcción de identidad, tanto individual como colectiva, y de comprensión de personas o comunidades diferentes. No sé si todo eso te hace más libre, pero creo que mejora tu vida.

—¿Crees que la cultura es clasista?

—En los últimos tiempos tengo la sensación de que se ha puesto de moda ese pensamiento. Sinceramente, pienso que el verdadero clasismo está en lo contrario: en quitarle valor a la cultura, en restarle relevancia social, porque en el momento en que hacemos eso lo que conseguimos es que el acceso a la cultura vuelva a convertirse en el privilegio de unos pocos. No hay que olvidar que, durante la mayor parte de la historia, la cultura ha sido algo reservado a las élites, para quienes tenían dinero o poder, y el tiempo libre para poder consumir cultura. Creo que si caemos en la trampa de despreciar la cultura, de verla como algo elitista, o incluso innecesario, abrimos la puerta a que se repita ese patrón. Y eso sería dar un paso atrás enorme. Por eso, a través de mi actividad de divulgación, mi prioridad es defender la cultura y hacerla accesible a cuanta más gente mejor.

—¿Qué papel juega la creatividad en tu trabajo?

—Como historiador del arte, la creatividad es algo que necesito constantemente. La utilizo, por ejemplo, para interpretar lo que ha pasado en la historia de la creación artística desde ángulos que a lo mejor no se habían tenido en cuenta antes. También recurro a la creatividad cuando comunico, porque, en el fondo, mi trabajo depende de la capacidad de contar historias; lo que hago es construir narrativas a partir de conceptos, de datos, de ideas, y darles una forma que resulte atractiva y comprensible. Además, hay una tercera relación más obvia con la creatividad, porque mi oficio consiste precisamente en analizar la capacidad creativa de otras personas, ponerla en contexto y ayudar a que su mensaje o sus ideas sean comprensibles de la forma más digerible posible por un público amplio. Como ves, al final la creatividad está muy presente en prácticamente todo lo que hago.

—En mi oficio la luz es fundamental. Lo es casi todo. ¿Qué herramienta sería similar en tu trabajo?

"Por supuesto, todo este proceso hay que hacerlo con rigor, apoyándose en hechos y en datos. Pero cuidado, porque los datos nunca deberían convertirse en los protagonistas absolutos"

—La primera respuesta que me viene a la mente es la palabra. En mi trabajo es fundamental tener un buen manejo del lenguaje, tanto oral como escrito, porque es mi principal herramienta. Pero también creo que esa capacidad, por sí sola, no serviría de mucho sin otra cosa que está en el centro de todo lo que hago: la empatía. Si yo quiero transmitir un concepto cultural o una idea histórica a alguien necesito ponerme en su lugar, entender cómo puede recibir ese mensaje, y a partir de ahí elegir el tono más apropiado. Solo de esa manera puedo asegurarme de que lo que pretendo comunicar llega realmente a alguien. Por eso, si me preguntas cuáles son mis dos herramientas principales de trabajo, te diría sin duda: el lenguaje y la empatía. A mucha gente quizá le sorprenda que, siendo historiador, no elija como principal herramienta los datos y los hechos documentados. Por supuesto, los datos son la materia prima con la que trabajo, pero no las herramientas. El problema es que, cuando se instrumentalizan los datos, se pierde de vista lo más importante: que el objetivo de cualquier disciplina histórica no es acumular información, sino comprender los hechos del pasado y, a partir de ahí, poder interpretar mejor los del presente.

—¿Qué papel tiene el rigor en ese proceso?

—Por supuesto, todo este proceso hay que hacerlo con rigor, apoyándose en hechos y en datos. Pero cuidado, porque los datos nunca deberían convertirse en los protagonistas absolutos. De hecho, me atrevería a decir que uno de los grandes problemas de las disciplinas históricas, a la hora de conectar con la gente, ha sido precisamente usar los datos como si fueran armas para demostrar erudición, en vez de darles el valor que realmente tienen, que es el de ser fuentes de información con las que trabajar y a partir de las cuales interpretar el pasado lo mejor posible y construir un relato accesible. De nada sirve que yo me sepa de memoria la sucesión de emperadores romanos o de los reyes y reinas de España si luego no soy capaz de explicar qué significaron en su contexto, qué papel jugaron en los procesos históricos en que se vieron envueltos o cómo podemos mirarlos desde distintas perspectivas de análisis. Al final, la historia no es un concurso de Trivial, es una herramienta para comprendernos mejor como sociedad y para aprender a interpretar el presente con más criterio. De igual manera que te puedes saber de memoria los nombres de todos los huesos y músculos del cuerpo humano e identificarlos en un esquema y eso no te convierte en médico.

—Ahora dejamos tu faceta de historiador del arte y te planteo estas preguntas al amante del arte que llevas dentro. Confiesa: ¿a qué artistas del Barroco te hubiese gustado conocer?

—Uno de los primeros que se me viene a la cabeza es Rembrandt. No solo por la calidad inmensa que tuvo como pintor, sino porque en su obra hay algo profundamente humano, una especie de ternura que aparece donde menos te la esperas. También me habría gustado conocer a Artemisia Gentileschi. Imagínate la personalidad que tenía que tener para llegar tan lejos en una sociedad en la que nadie esperaba que una mujer pudiera triunfar en el mundo artístico, por mucho talento que tuviera. Luego está Anthony van Dyck, que siempre me ha dado la sensación de ser un tipo con chispa, alguien agudo que sabía pasarlo bien. Tomarse un café con él seguro que habría sido muy entretenido. Pero tengo claro que si pudiera espiar un momento histórico en el que se viesen envueltos artistas del barroco, aunque fueran solo unos minutos, elegiría Madrid en el instante en que Velázquez conoce a Rubens. Piensa en esa escena: cara a cara, probablemente el mejor pintor del mundo en ese momento frente al que acabaría siendo su gran heredero. Si te soy sincero, creo que Rubens me caería mucho mejor que Velázquez…

—¿Hay algún artista que detestes como persona, pero te enamore su obra?

"Ahí está el riesgo: juzgar con criterios morales a figuras históricas es bastante tramposo, porque los estándares éticos cambian constantemente, incluso dentro de una misma sociedad"

—Caravaggio era un tipo manifiestamente detestable. De hecho, su “mala vida” en los márgenes de la sociedad es parte de la fascinación que provoca su obra. Paul Gauguin tampoco era un gran tipo, mientras que su pintura es maravillosa. Tamara de Lempicka tiene una obra atractiva y muy agradable, pero según su propia hija fue una madre bastante discutible. En el plano estrictamente personal, las dos personalidades artísticas más influyentes del arte del siglo XX distaban mucho de ser “buenas personas”: Frida Kahlo y Pablo Picasso.

—Entonces… ¿dónde queda aquello de separar obra de artista?

—Se habla mucho de separar la obra del artista, pero se olvida que esa precaución es un requisito a practicar exclusivamente en la crítica artística o en el juicio histórico. No significa ignorar que muchos grandes creadores fueron personas muy cuestionables. Por otro lado, es cierto que a veces se usa el presentismo de una manera cuestionable, porque de los artistas recientes conocemos hasta sus sombras más íntimas, con todo lujo de detalles, mientras que con los de épocas pasadas o bien no tenemos tantos datos o se les perdonan sus miserias personales porque sucedieron hace mucho tiempo. Ahí está el riesgo: juzgar con criterios morales a figuras históricas es bastante tramposo, porque los estándares éticos cambian constantemente, incluso dentro de una misma sociedad, y no son una medida estable para valorar a personas que vivieron hace décadas o siglos.

—Si tuvieses que elegir la trayectoria de un artista, ¿cuál sería para ti la más interesante?

—Para mí, la trayectoria más interesante es la de Goya, por muchas razones. Fue un artista de enorme influencia, pero que solo alcanzó el reconocimiento cuando ya era bastante mayor, después de muchos años de trabajo. Además, fue de los primeros en usar su obra como comentario crítico de la sociedad, aportando su propia mirada. Siempre digo que, en lo personal, Goya no me gusta demasiado, porque no siento una conexión fuerte con su obra. Pero eso no quita que lo valore como una de las grandes cimas de la creación europea, con una carrera realmente fascinante. Otra trayectoria artística que me parece interesantísima es la de Sofonisba Anguissola, una mujer del Renacimiento, socialmente predestinada a ser, con suerte, dama en alguna corte. Prácticamente autodidacta, se convirtió, con todo en contra, en una retratista destacada y un modelo para artistas posteriores. Llega a España como dama de la reina Isabel de Valois y acaba retratando a Felipe II en la imagen más famosa que ha pasado a la posteridad de este monarca. Un cuadro con tanta calidad que durante décadas estuvo erróneamente atribuido a Sánchez Coello, el excelente pintor de cámara del rey.

—¿Cómo es tu proceso de creación a la hora de empezar un nuevo libro?

"A veces, leyendo a Gombrich o a Mary Beard, se me ocurren enfoques o estrategias de análisis que nada tienen que ver con los temas que ellos tratan"

—Mis libros empiezan a gestarse mucho antes de que me ponga a escribirlos. Por ejemplo, incluso antes de empezar a redactar mi primer libro, Otra historia del arte, ya estaba recogiendo materiales e ideas para el segundo, Otra historia de la arquitectura, y para el tercero, que llega a librerías en pocos días. Durante ese tiempo tomo notas de historias que me parecen útiles para explicar conceptos culturales importantes. Pero también leo muchísimo, tanto ensayo como divulgación. Esas lecturas no solo me aportan temas o contenidos, sino que me sirven como estímulo creativo. A veces, leyendo a Gombrich o a Mary Beard, se me ocurren enfoques o estrategias de análisis que nada tienen que ver con los temas que ellos tratan. De hecho, hay capítulos suyos que releo muchas veces, porque me ayudan a pensar y a ordenar mejor mis propias ideas.

—Siempre se escribe con un propósito. ¿Cuál es el objetivo de tus libros?

—Mi objetivo con mis libros es acercar la crítica artística a la mayor parte del público. No me dedico tanto a explicar los “secretos” de una obra de arte concreta, un trabajo que ya hacen otras personas muy bien, sino que pretendo que quien me lea comprenda para qué sirve la historia del arte como disciplina. Con este objetivo, a partir de ese trabajo de lectura y recogida de ideas que te comentaba antes, diseño el esqueleto básico del libro, que normalmente no cambia mucho hasta el final del trabajo. Pongo todo en orden y es entonces, y no antes, cuando investigo con detalle los datos que necesito. Cuando todo está en orden, me pongo a escribir, cuestionando cada palabra y cada frase para que sea comprensible y, al mismo tiempo, precisa con mi pensamiento.

—Parece un trabajo laborioso. ¿Te lleva mucho tiempo?

—Cada libro me ocupa alrededor de un año y medio de trabajo, del cual la escritura estricta del manuscrito representa el último semestre, como máximo. Rara vez escribo partes del texto antes de esta fase final, aunque sí que registro frases y párrafos que luego acabarán en el libro, porque en ocasiones, durante la investigación, se me ocurre una forma de expresar una idea que me parece valiosa. Es un proceso intenso, porque no es mi principal actividad profesional: mis libros, como toda la divulgación que hago, son proyectos que tengo que desarrollar en mi tiempo libre. Así que todo esto lo hago en fines de semana y vacaciones, en tiempo robado a mis seres queridos, que tienen una paciencia infinita.

—Para terminar, cuéntame sobre los nuevos proyectos que tienes entre manos.

—Mis próximos proyectos se centran en un campo que hasta ahora había dejado de lado, pero que tenía muchas ganas de explorar: la música. Como te comentaba, en pocos días se lanza mi nuevo libro, Otra historia de la música, que cierra, junto con sus “hermanos mayores”, una trilogía divulgativa sobre las artes y la cultura. Como músico, quería que este libro fuera transversal, ofreciendo una manera diferente de acercarse a la historia musical. Creo que aún hay una gran deuda pendiente con lo que seguramente es la expresión artística más popular del mundo. Al mismo tiempo, además de las presentaciones del libro por toda España, participaré en varios programas musicales con algunas de las orquestas e instituciones más importantes del país, para llevar la historia de la música a distintos públicos y contextos. Trataré de acercar la música y su historia desde cualquier lugar y de manera accesible, porque me parece injusto que un arte que nos acompaña tanto y nos hace tan felices sea visto como algo accesorio o menos importante en nuestra sociedad.

4.8/5 (30 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios