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Verbenas por encima de nuestras posibilidades

Verbenas por encima de nuestras posibilidades

“BUFTA, BUFTA, BUFTA.”

Me despierto otra vez con el martilleo constante de ese soniquete que me taladra la cabeza y parece salido de las páginas de algún cómic de Ralf König. Me siento como en una rave noventera, donde sólo faltan las luces estroboscópicas, las pastillas y Chimo Bayo explicando cómo le gustan las cosas. Busco la luz a tientas para ver qué hora es: las cinco y media de la mañana. Parece ser que la fiesta aún no ha terminado.

Me pregunto a qué volumen deben tener la “música” y dónde exactamente para que llegue hasta La Casita y atraviese sus paredes de piedra de sesenta centímetros. Más que atravesarlas lo que provoca el sonido es una vibración constante que también está afectando a las ranas del estanque cercano: croan como locas. No han dejado de hacerlo en toda la noche. Supongo que piensan que están siendo atacadas por algún ser gigantesco e invisible. Lo que consiguen es un extraño efecto apocalíptico en el que el chunda, chunda se acompasa con sus croac. En todo caso lo que logran es una composición disonante, totalmente carente de encanto. Nada que ver con el “We All Stand Together” de Paul McCartney, por si alguien se estaba imaginando otra cosa.

"No queda otra más que la resignación. Así fue todo el verano, porque Galicia es, ahora más que nunca, Mundo Verbena"

No queda otra más que la resignación. Así fue todo el verano, porque Galicia es, ahora más que nunca, Mundo Verbena. Siempre lo ha sido, pero estamos llegando a extremos que dejan en pañales la escena bakaladera de los años 80 y 90. Con la explosión del turismo llega la “necesidad” del entretenimiento verbenero por encima de nuestras posibilidades.

La cultura de las orquestas en Galicia es longeva: son parte fundamental de las fiestas patronales y verbenas, con una tradición y popularidad indiscutibles. Se trata de una gran industria musical y logística que vive gracias a las celebraciones locales. Algunos de los nombres más populares son, entre otros muchos, la Orquesta Panorama, París de Noia, el Combo Dominicano o la América de Vigo. Auténticas instituciones con legiones de fanes capaces de seguirlas de pueblo en pueblo y hacer cuestaciones durante todo el año para sufragar sus actuaciones en los días grandes. El fervor se ha trasladado de la iglesia al escenario.

Sin embargo, en estos últimos tiempos ha entrado en juego una nueva figura que ha hecho tambalearse a las que hasta ahora parecían reinar en el Olimpo verbenero: la discomóvil. La némesis de la orquesta es una suerte de discoteca ambulante, como su propio nombre indica: mucho más barata que una orquesta, pero infinitamente más ruidosa. Con un DJ —o los que hagan falta— se aseguran de dar la matraca durante toda la noche, armados con un equipo de sonido que ya hubieran querido las tropas norteamericanas para desalojar a Noriega. En lugar de haber tardado diez días, seguro que dos les habrían bastado.

"Lo que importa es que la fiesta dure cada vez más: si antes se celebraba hasta las dos o tres de la mañana, ahora debe prolongarse hasta las cinco"

Para instalar este tipo de atracciones en la plaza del pueblo no hacen falta insonorizaciones de ningún tipo ni licencias especiales: para eso son las fiestas populares, para saltarse las normas y fastidiar a quienes no tienen el más mínimo interés en escucharlas, aunque vivan a diez kilómetros del epicentro festivo. Lo que importa es que la fiesta dure cada vez más: si antes se celebraba hasta las dos o tres de la mañana, ahora debe prolongarse hasta las cinco o incluso hasta las siete, para poder empalmar con el after. Para que vaya la juventud, que es lo que importa: los votos del futuro, dicho de otro modo.

Para conseguir que el ritmo no pare y que la fiesta dure toda la noche, como decían Sonia & Selena (no se preocupen, a ellas no las traerán, son demasiado mayores y se han separado), lo importante es empezar a las ocho o a las nueve con una primera orquesta, seguida luego por otra más importante. Hay que dar de comer a todos y mantener contento a todo tipo de públicos. Después de las actuaciones de las orquestas, —hasta las doce de la noche, salvo que el contrato les obligue a dar bises hasta las dos— entra en juego la discomóvil. Y ahí empieza el chunda-chunda hasta las siete de la mañana. Así ocurre en los pueblos más potentes, monetariamente hablando.

En los menos afortunados, sólo contratan a la discomóvil, y suena el bufta-bufta desde las seis de la tarde hasta las cinco de la mañana. Ininterrumpidamente.

"La hipocresía de los ayuntamientos que dicen solidarizarse con las personas con discapacidad, —entre las que me cuento— es épica"

Que sean las comisiones de los pueblos, con los ayuntamientos a la cabeza, quienes promueven unas fiestas que se alejan cada día más de las tradiciones para beneficiar comportamientos que no son precisamente edificantes, es como mínimo criticable. Las fiestas patronales son cada vez más sólo para una parte de los jóvenes, que no para todos, y mucho menos para toda la familia. No fomentan la unión intergeneracional, por mucho que se programen actividades por separado a diferentes horas (porque, precisamente, son actividades por separado).

La hipocresía de los ayuntamientos que dicen solidarizarse con las personas con discapacidad —entre las que me cuento— es épica. Realizan actividades “en silencio” durante un rato, o reparten auriculares con cancelación de ruido, como si eso compensara el gran barullo que comienza poco después y se prolonga durante horas. Porque aquí es todo o nada: hacer una celebración con un volumen que no rompa los cristales de los edificios ni siquiera se contempla. La verdadera inclusión no se mide en minutos de silencio ni en gadgets con esponjitas. Se mide en respeto, en empatía y en la capacidad de pensar en todos, incluso cuando hay fiesta.

"Para rematar la fiesta nunca faltan los cohetes, ni siquiera cuando todo lo verde se ha transformado en paja y basta una chispa para que todo arda"

El bufta-bufta no se detiene ni ante el fuego, la contaminación sonora y lumínica se fomenta incluso en entornos especialmente vulnerables. No en vano, estas fiestas se celebran en pueblos del rural y de la costa rodeados de paisajes naturales que el resto del año nos invitan a cuidar. ¿Qué podemos esperar si incluso cuando media Galicia estaba ardiendo por sus cuatro costados, la otra mitad seguía celebrando sus fiestas patronales como si no ocurriera nada, como si no pudieran ser ellos los siguientes?

Para rematar la fiesta nunca faltan los cohetes, ni siquiera cuando todo lo verde se ha transformado en paja y basta una chispa para que todo arda. Aún cuando no se deben lanzar, la pirotecnia estalla una vez más para avisar que la verbena ha llegado a su fin.

Lo que no llega a su fin al acabarse el verano, es la fiesta. La Navidad es el nuevo tiempo de perreo infinito, y vivir en un centro urbano puede ser la peor de las pesadillas: semanas y semanas con villancicos a todo trapo, millones de luces de colores capaces de provocar epilepsia, imposibilidad de llegar al portal de casa sin sacar un machete… Los que una vez fueron entrañables mercadillos navideños en muchos casos no son más que carpas cutres con colgajos brillantes donde la única cultura que se fomenta es la del chillido, el volumen desaforado y el consumismo atroz.

En fin… A cualquiera que haya tenido la paciencia de llegar hasta aquí le deseo una Feliz Navidad y, sobre todo, una Noche de Paz.

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