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Warren Oates: carne de cañón elevada a la gloria

Warren Oates: carne de cañón elevada a la gloria

Recuerdo a Warren Oates incorporando a Lyle Gorch en el burdel de Grupo salvaje (Sam Peckinpah, 1969). Su hermano Tector (Ben Johnson) y él acaban de compartir a la misma mujer, una infeliz que les reclama el doble de lo que le han pagado. Han sido dos trabajos y ellos solo le han abonado uno. En los otros catres, la prostituta que acaba de dar placer a Bishop (William Holden) ha cobrado lo acordado y se peina a la espera del nuevo cliente. Y en algún espacio del segundo término, en algún inserto, creo recordar, vemos a un niño —o a su escorzo—, hijo de otra meretriz de aquel prostíbulo.

Es una secuencia brutal. Aquel chamizo de Grupo salvaje no tiene nada que ver con esos otros lupanares que el western nos muestra por docenas. Recuérdese, por poner un ejemplo, el del pueblo minero de Los vividores (Robert Altman, 1971) mientras escuchamos “The Stranger Song”, la pieza que Leonard Cohen escribió para el score de aquella cinta. Y recuérdese a los cientos de chicas del salón que bañaban con mimo al vaquero: sus clientes eran tipos tan sucios que ellas los tenían que lavar a fondo antes de entrar en materia.

"Cuando conocemos a Bennie en Quiero la cabeza... es un perdedor estadounidense que malvive en Ciudad de México tocando Guantanamera en un club para turistas, hoy de Noruega, mañana de Ohio"

Bennie, el papel de Oates en Quiero la cabeza de Alfredo García (Peckinpah, 1974), acaba de copular con su novia —Elita (Isela Vega)— en el cuchitril donde cohabitan. Están fumando. Mediados los años 70, se fumaba en el cine y en la vida real como se hacía antes, nunca mejor dicho. Y en aquellos pitillos de la tristeza postcoital —que, ya en los 80, habrían de llamar a ese momento que sucede a los placeres recién satisfechos las revistas femeninas—, Bennie descubre que su chica acaba de trasmitirle unas ladillas. Su reacción tiene gracia: lejos de enfadarse con Elita, le pellizca un muslo con cariño y se acurruca junto a ella. Eso sí, previamente, el viejo Sam nos refiere, mediante una acción oculta bajo la sábana, que Bennie se ha rociado el pubis con un chorro de tequila, en la idea de que eso habrá de matar a los parásitos que comparten. Raro es el plano de Quiero la cabeza de Alfredo García en que los personajes no aparecen con un arma o una botella de tequila. Probablemente sea ésta la cinta más representativa —y exaltada— del cine de su realizador.

Naturalmente, la suciedad no implica villanía alguna. Así como la escatología, tan frecuente en el cine de Pasolini como recordado es este cineasta italiano en los últimos meses, a raíz del cincuenta aniversario de su asesinato, siempre me ha repugnado —y no digamos el gore y el slasher—, la suciedad, como las de los personajes encarnados por Warren Oates en los filmes de Peckinpah, suele sugerirme que el tipo recreado es alguien que, tras una primera caída, se ha abandonado. Cuando conocemos a Bennie en Quiero la cabeza… es un perdedor estadounidense que malvive en Ciudad de México tocando Guantanamera en un club para turistas, hoy de Noruega, mañana de Ohio. Nunca ha estado en ningún sitio al que quisiera volver. No sabe que, en breve, tendrá que ir a decapitar el cadáver del tipo que, probablemente, le contagió las ladillas a Elita.

"Ya interesándose por la interpretación, dado su pronunciado acento de Kentucky, alguien le dijo que se dedicase al western. Su colaboración con Peckinpah se remonta a Duelo en la alta sierra"

Quien sí sabía del abandono y la parsimonia que podía llegar a expresar Warren Oates, convenientemente acicalado para ello, era el gran Peckinpah. A todas luces, en ese exilio mexicano en que vivía entonces, medio muerto por sus excesos, el cineasta había visto cómo lavarse, esa higiene diaria que es preceptiva para cualquiera que se precie a sí mismo y quiera ser respetado por quienes le rodean, es una de las primeras cosas que pierde quien ha decidido matarse bebiendo.

Strother Martin, Dub Taylor, L. Q. Jones, incluso Edmond O’Brien, intérprete de alguno de los borrachos más entrañables de John Ford… La galería de actores de reparto con la que contaba el gran Sam para encarnar a los perdedores más desesperados estaba bien provista. Pero había algo en Warren Oates que le abocaba a recrear a los personajes más miserables: el que no pagaba a las prostitutas, uno de los racistas confederados de Mayor Dundee (Peckinpah, 1965) y uno de los policías, no mucho más tolerantes, de En el calor de la noche (Norman Jewison, 1967).

"Intérprete de reparto en los 60 y protagonista de cintas marginales en los 70, parecía que las manecillas del reloj iban a dar su hora en los 80 cuando la muerte se lo llevó prematuramente con 52 años"

Hijo de la Gran Depresión, nació en Depoy (Kentucky), en 1928 y vio como sus padres lo perdían todo. Ya nos hablan de él como de un tipo violento las noticias que nos lo describen cursando la enseñanza media. Como tantos actores de su generación —Steve McQueen, George Peppard…—, o el propio Peckinpah, cumplió con sus obligaciones militares en la infantería de marina estadounidense. Ya interesándose por la interpretación, dado su pronunciado acento de Kentucky, alguien le dijo que se dedicase al western. Su colaboración con Peckinpah se remonta a Duelo en la alta sierra (1962), una de sus propuestas más comedidas. Con Monte Hellman lo hizo por primera vez en El tiroteo (1967). Para Hellman, el otro gran outsider del Hollywood de su tiempo que confió al actor personajes de altura, intervino en una road movie canónica: Carretera asfaltada en dos direcciones (1971), todo un clásico, a su vez, del cine hippie. En aquel reparto coincidió con James Taylor, Dennis Wilson —el batería de The Beach Boys— y Laurie Bird, toda una referencia del underground neoyorquino de la época.

En fin, Warren Oates llegó a colaborar con Joseph L. Mankiewicz en El día de los tramposos (1970), John Millius en Dillinger (1973) y Terrence Malik en Malas tierras (1973). Intérprete de reparto en los 60 y protagonista de cintas marginales en los 70, parecía que las manecillas del reloj iban a dar su hora en los 80 cuando la muerte se lo llevó prematuramente con 52 años. “Nadie pierde siempre”, dice el Bennie de Quiero la cabeza… Pero a Bennie la suerte no ha de sonreírle ni cuando una fabulosa recompensa le obligue a convertirse en un ladrón de tumbas.

Siempre que me preguntan por mi secuencia favorita, digo que hay muchas, que no puedo elegir solo una. Pero que una de las que más me conmueven es aquella de Grupo salvaje localizada en Agua Verde, en la Ciénaga del Carmen, el exterior que sucede al interior del burdel ya referido. Pike Bishop (William Holden) y su gente se disponen a ir en busca de Ángel (Jaime Sánchez), el compinche con el que han galopado, atracado y cruzado el Río Grande, al que saben víctima de los suplicios del general Mapache (Emilio Fernández), el más corrupto del ejército federal, y su tropa.

"Total, que cuando los buitres ya empiezan a sobrevolar la Ciénaga del Carmen, Sam Peckinpah había dotado a la violencia en el cine de una nueva épica"

Pike y los suyos, tras la última mujer —a excepción de Dutch Engstrom (Ernest Borgnine), que no visita el prostíbulo—, montan las armas y se disponen a morir matando por la improbable liberación del compinche. Los gringos comienzan a avanzar precedidos por el tomavistas, que los retrata en un plano entero, mientras el redoble de un tambor se confunde con la tonada que cantan borrachos los federales de Mapache. Y después la sublimación de la matanza en el tiroteo final, una balacera en la que Bishop y su gente, mera carne de cañón, pivotando desde el honor de los forajidos, de lealtad aún más trágica, se alzan como los héroes de los tiempos de Aquiles sobre el caos, la derrota y la corrupción del crepúsculo del western.

Total, que cuando los buitres ya empiezan a sobrevolar la Ciénaga del Carmen, Sam Peckinpah había dotado a la violencia en el cine de una nueva épica. Pese a quien pese, en 1999 la Biblioteca del Congreso estadounidense incluyó una copia de Grupo salvaje en el programa de conservación del Registro Cinematográfico Nacional por su “importancia cultural, histórica y estética”. Y bien es cierto que la impronta del viejo Sam —nunca he de dejar de ovacionar su cine— se registra tanto en el John Woo de la primera versión de The Killer (1989) como en el Park Chan-Wook de la Trilogía de la venganzaSympathy for Mr. Vengeance (2002), Oldboy (2003), Lady Vengeance (2005)—. Y en medio de tanta épica, yo veo a quien no es más que carne de cañón, pero es fiel a su honor de forajido, alcanzar la misma gloria de los griegos caídos en la Guerra de Troya.

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