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No nos dan miedo las ruinas

Frente al fin de la historia de Fukuyama, que nos quiso convencer de que vivíamos en una especie de clímax civilizatorio, las tesis colapsológicas se han venido revelando mucho más dignas de tomar en serio. En otras palabras, todo el mundo sabe que estamos en El otoño de la civilización (Antonio Turiel y Juan Bordera, 2022). Pero, al contrario de lo que se pueda pensar, las cartografías del desastre, como se las llama en Ruinas y descampados (2025), son también los mapas dialécticos del día después. En esos mapas se habla de Juan Benet, escritor abstruso donde los haya, o de Deleuze y Guattari y Lyotard, siempre socorridos, aunque dejando una cierta sensación de últimos pensadores de una época. El libro mismo tiene ese aire de colapso descontado, a medio camino entre la belleza pasada a lo Wordsworth, y la futura, que florecerá una vez que todo pase.

Sin embargo, en estos momentos monstruosos, como si de un juego de contrastes se tratara, las periferias se revelan como opción. En lo baldío, en las arquitecturas industriales agotadas, en las franges de las que habla Pere Sala i Martí, emergen dialécticas. Un denominador común de la miscelánea sería el que, a partir de diversas sensibilidades y aproximaciones, todos los textos sondean de algún modo la cuestión del progreso técnico, proponiendo redescubrir el detritus que produce u oponiéndole la errancia y la frontera. Como Ignacio Castro Rey escribe en «Demuestra que no eres un robot», “hemos elegido el totalitarismo de la velocidad”, así que ahora necesitamos una interrupción; el redescubrimiento de un paisaje emborronado por una travesía demasiado rápida.

"La compilación se divide en tres partes: la puesta en valor de las ruinas y los procesos de fragmentación, las propuestas teóricas y finalmente la práctica, que quizá sea la más urgente"

De hecho, las cosas se han precipitado mucho desde Volverás a Región (1967) y las presas de Benet, por las que también se pasa en Ruinas. Sobre esto, Alberto Ruiz de Samaniego procura desentrañar una tensión de fuerzas que se sospecha lejana, de tanta y tan rápida disrupción posterior, pero que sienta una base consistente: “en la marcha del progreso la naturaleza es su último antagonista” ayer y hoy, solo que la aceleración, la velocidad terminal sobre la que Virilio reflexionó, es ahora insoportable. Mientras los milmillonarios horadan búnkeres con teatros y cultivos hidropónicos, se nos sugiere redefinir las antítesis de ese privilegio crepuscular; barbechos y descampados, pero también el laberinto o la ruina romántica revisitada.

"Inevitablemente, es mucho lo que se deja a descubrir por el lector, que ya sabemos que será selecto, teniendo en cuenta que cualquier historia del paisaje es siempre una contrahistoria"

La compilación se divide en tres partes: la puesta en valor de las ruinas y los procesos de fragmentación, las propuestas teóricas y finalmente la práctica, que quizá sea la más urgente. Por ejemplo, Anna Zahonero se refiere a tres casos catalanes de recuperación paisajística y Pedro del Llano escribe sobre la artista María Nordman en Serralves, siempre dando pie al desarrollo de conceptos como el de adaptabilidad o el del posantropocentrismo. Como curiosidad, Matías G. Rodríguez-Mouriño introduce la misteriosa variable del sonido, tan desatendida en este tipo de estudios. En lugar de la habitual relación de referencias bibliográficas, este último autor recurre a una discografía, lo que ejemplifica la variedad de las colaboraciones, que van de la biología a la estética, pasando por la metafísica de los lugares que Jean Marc Besse y Gilles A. Tiberghien vienen a proponer.

Inevitablemente, es mucho lo que se deja a descubrir por el lector, que ya sabemos que será selecto, teniendo en cuenta que cualquier historia del paisaje —y una tan caleidoscópica como esta en particular— es siempre una contrahistoria. Puede que el colapso de nuestro modelo de civilización traiga otras perspectivas, lo que exige de nosotros que no nos den miedo las ruinas, como decía Durruti, y no solo las dejadas por la mera obsolescencia material. Recurriendo a una coda compatible con la anterior: ser terrestre significará algo, que es lo que escribió Marc Augé en la última página de Los no lugares (1992). Ambas citas servirían para acuñar una síntesis poética del libro editado por Federico L. Silvestre y Sergio Meijide Casas, y casi solo posible en una editorial tan exquisita como Abada. Absolutamente recomendable.

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Autores: Federico L. Silvestre y Sergio Meijide Casas (eds.). Título: Ruinas y descampados. Editorial: Abada. Venta: Todos tus libros.

Fotografía de Borja Ballbé (2016)

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