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A mi novia no le gustan mis novelas

A mi novia no le gustan mis novelas

A mi novia no le gustan mis novelas. Piensa que «tengo talento y un don para escribir», pero mis novelas no terminan de enloquecerla. Le parecen «un poco de broma». Opina que «no me creo los personajes». Dice que no me pega escribir esos libros —según ella, la mayoría de cosas que hago no me pegan; quizás tiene otra idea de cómo soy yo—. Me pregunta si pienso que la nueva novela —la que estoy escribiendo— le gustará. Le contesto que «no, porque también es rara».

O sea, ¿cómo definiría yo tus novelas? Son historias poco reales sobre personajes raros en donde metes reflexiones de la vida tuyas y donde ocurren historias raras.

María Hawaii, novia

Impecable. Yo mismo podría haber firmado esta exactísima definición.

Continúa María: «Entonces, aunque hay cosas que dices que están bien, no son historias que capten. Las veo como una forma de tratar temas o meter reflexiones tuyas. […] Quizás los lectores busquen leer historias que lleguen a su alma, con las que empaticen».

Y finaliza: «Tu público te reclama, Rafael. Queremos tu best seller. No más reflexiones ni ideales de vida».

«Pero vosotros no sois mi público», apunto. Es decir: si quieres leer algo tipo [introduce aquí el nombre de tu escritor de literatura mainstream favorito], ¿por qué no lo lees directamente a él?

No recuerdo si ha sido en un libro o en un vídeo leído o visto recientemente, donde dicen que un genio es alguien que hace cosas que solo puede hacerlas él. Esa es la genialidad a la que yo me refiero cuando hablo de ser un genio. No se trata necesariamente de ser mejor que los demás, sino de intentar mantener la originalidad, eso que nos hace diferentes. De no perder tu esencia en pos de sabe Dios qué objetivos.

Solo los genios creen realmente en sí mismos. […] Si el genio no cree en sí mismo, no puede expresar su arte. Obviamente, eso lo lleva a adoptar una actitud que puede parecer arrogante.

Anelka el incomprendido

Lo que sucede con la mayoría de los escritores de masas es que las páginas de sus exitosas novelas no se pueden distinguir de las de otros dos, tres, cinco mil escritores de best sellers. ¿Es esto algo negativo? No tiene por qué. Es solo que a mí me gustaría aportar algo más que una mera historia bien estructurada con intriga y buen ritmo.

Me viene a la cabeza James Patterson. En un artículo de 20 minutos se afirma que el prolífico escritor de best sellers publicó, solo en 2011, catorce libros. ¿Cómo puede hacerlo?, se pregunta el autor del artículo. Y da la clave: «Patterson cultiva muchos de sus libros en una fábrica o una suerte de taller de escritura formado por un nutrido equipo de coautores que trabajan aleccionados por las directrices del famoso autor».

¿Es esto a lo que debería aspirar? ¿A escribir una novela de aséptica eficacia algorítmica?

Se me ocurre que un libro se puede clasificar en función de su calidad y de su destino —de peor a mejor— de la siguiente manera:

  1. Que sea malo y que no venda.
  2. Que sea malo y que venda.
  3. Que sea bueno y que no venda.
  4. Que sea bueno y que venda.

Escribir bien y no vender, por tanto, sería lo segundo mejor que te podría pasar. Por encima de escribir mal y vender.

Mucho se ha dicho sobre la rivalidad existente entre José Mourinho y Pep Guardiola. Uno de los comentarios más recurrentes que he leído es aquel que postula la superioridad del primero sobre el segundo en base a que Mourinho ha sido capaz de ganar trofeos con equipos supuestamente de poca calidad. «A ver si Guardiola iba a ser capaz de ganar una Champions League con un equipo de jugadores mediocres, como lo era el Inter de Milán», sentencian.

Yo, que soy más guardiolista que mourinhista, le doy la razón a su hipótesis; pero no a su conclusión: Seguramente Guardiola no habría ganado ningún título con un equipo mediocre. Pero no porque sea peor entrenador que Mourinho sino porque para ganar de la manera en que Guardiola quiere hacerlo —jugando bonito—, es imprescindible disponer de jugadores de máximo nivel. Si tu juego se basa en el pase y tienes jugadores que no son capaces de dar dos seguidos, es imposible llevar a buen término tu propuesta.

Como guardiolista considero innegociable jugar bien —o bonito, como quiera decirse—. Por eso, aunque sepa que ganar jugando mal es más fácil que ganar jugando bien —lo primero requiere menos talento que lo segundo—, yo siempre voy a intentar jugar bien. Luego podré ganar o podré perder. Pero el estilo no se negocia.

Lo que quiero decir con esta enésima alusión a Guardiola y a su fútbol es que yo no quiero escribir un mal libro —defender— y vender —ganar—. Yo quiero escribir un buen libro —atacar—. Y a ser posible, vender —ganar—.

Y esta asunción me lleva a un conflicto. Porque algunas de las características que a mí me gusta introducir en mis novelas —personajes extraños, reflexiones más o menos sesudas— van en contra de los mecanismos propios de un best seller —en todo momento, cuando digo best seller, me estoy refiriendo a aquellos superventas pertenecientes del género conocido como misterio—. No caben reflexiones profundas en un pasapáginas. Y es difícil sentirte próximo a un protagonista que no tiene nada que ver contigo.

No se puede analizar el juego defensivo de un equipo sin analizar el juego ofensivo de un equipo. Dicho de otro modo: es muy fácil defender bien si uno decide no atacar. […] Si el estilo es valorado hay que aceptar que tenga consecuencias que no son deseadas.

Marcelo Bielsa

¿Cómo resolver este conflicto? La única solución que se me ocurre es alcanzar un punto de encuentro. Hacer como Guardiola en el Manchester City: adaptar el estilo. Es decir: aplicar el estilo futbolístico —literario— teniendo en cuenta la idiosincrasia del escenario: el fútbol inglés —las reglas de un best seller.—

En verano le dije a María que en mi próxima novela trataría de escribir un best seller. El propósito sigue vigente.

Curiosamente mi amigo Manolo me preguntaba el otro día que por qué no intentaba colaborar en algún periódico escribiendo artículos.

—Es que tendría que escribir sobre la actualidad —respondí—. Y a mí la actualidad no me interesa nada. Para mí sería como un trabajo. Y yo ya tengo trabajo. La literatura es mi espacio de recreo.

—Pero podría ser algo positivo. Yo creo que se te podría dar bien, porque les darías tu toque. Y tener esas imposiciones te ayudaría a sacar cosas buenas de ti.

A Manolo le debo un libro de relatos. Le gustan mis relatos. Siempre le gustaron. Lleva años esperando ese libro. Espero no tardar muchos más en satisfacer ese deseo.

Me compro Seis cuatro, de Hideo Yokoyama. Traducción al castellano esperada largamente, un millón de ejemplares vendidos en Japón durante la primera semana. Primer párrafo: «Los copos de nieve danzaban en la penumbra del anochecer.» Elmore Leonard en «Las diez reglas para escribir»: Primera regla: «Nunca inicies el libro con el clima».

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