Inicio > Actualidad > Entrevistas > Antonio Álvarez de la Rosa: “Flaubert consiguió convertirnos a todos en Madame Bovary”

Antonio Álvarez de la Rosa: “Flaubert consiguió convertirnos a todos en Madame Bovary”

Antonio Álvarez de la Rosa: “Flaubert consiguió convertirnos a todos en Madame Bovary”

Un dibujo / caricatura de Achille Lemot, “Gustave Flaubert diseccionando a Madame Bovary” (1869), muestra al escritor sosteniendo con su mano izquierda alzada un cuchillo que atraviesa el corazón de aquella mujer cándida, ilusionada, apasionada después, engañada y al fin desesperada por encontrar algo más que la rutina de una vida previsible. En la mano derecha, el escritor aprieta una enorme lupa. El cadáver de Emma está tendido sobre una mesa de operaciones, apenas se aprecian los dos pies enfundados en unos botines. En el suelo descansa lo que podría ser un enorme tintero. Todo está ahí.

“No sé si es la primavera, pero estoy de un mal humor prodigioso; tengo los nervios tensos como hilos de latón. Estoy rabioso sin saber por qué. Quizá mi novela [está escribiendo Madame Bovary] es la causa. Esto no marcha, no funciona. Estoy más cansado que si empujase montañas. Hay momentos en que tengo ganas de llorar. Hace falta una voluntad sobrehumana para escribir, y sólo soy un hombre”, escribe Flaubert a su amante Louise Colet el 3 de abril de 1852. Tiene ese sábado 30 años.

Y sigue: “¿Sabes cuántas páginas habré escrito dentro de ocho días, desde mi regreso de París? Veinte. ¡Veinte páginas en un mes, trabajando al menos siete horas al día! ¿El resultado? Amarguras, humillaciones internas, y nada para sostenerse más que la ferocidad de una fantasía indomable. Pero envejezco, y la vida es corta”.

La entrega de Gustave Flaubert (1821-1880) a su escritura desarbola, asombra. Es admirable por su combate diario desde su soledad voluntaria en aquel mirador de Croisette (cerca de Ruán, desde cuyos ventanales veía discurrir el Sena) para desentrañar las vísceras y el alma humanas. Se lamenta constantemente a través de sus cartas que “la humanidad no evoluciona”, su “maldad”.

“Flaubert no andaba desacertado cuando criticaba la noción de progreso tan en boga en el siglo XIX y, por el contrario, pensaba que la barbarie y la violencia resurgen en cuanto nos descuidamos; es decir, en cuanto creemos que lo inhumano no pertenece a lo humano”. Son palabras de Antonio Álvarez de la Rosa, catedrático de Filología Francesa en la Universidad de La Laguna, a Zenda con la excusa de la reciente publicación de su libro Flaubert a la carta: Una brújula en el laberinto (Páginas de Espuma) y galardonado con el XVI Premio Málaga de Ensayo José María González Ruiz.

***

—Asombra que se conserven 4.500 cartas. ¿Escribió aún más? ¿Por qué tantas?

—Sí, escribió más, bastantes más. Por ejemplo: de común acuerdo Flaubert y Maxime du Camp, que fue amigo íntimo muchos años, decidieron destruir una parte de su correspondencia (unas doscientas cartas, en el caso del novelista). Desaparecieron también muchas cartas a Maupassant, su hijo espiritual. También las familias pueden ser grandes destructoras de cartas. Por ejemplo, el hijo de Louis Bouilhet, su amigo del alma, destruyó unas 400; la familia de Juliet Herbert, su amante inglesa, destruyó todas las cartas que Flaubert le había enviado.

—En ellas, Flaubert se desnuda, habla de todo. ¿Qué necesidad late debajo?

—Flaubert es un novelista que se esfuerza al máximo para que no se le vea en la ficción de sus novelas, para que el lector no tenga ni idea de sus opiniones, filias, fobias, manías… Por el contrario, en sus cartas vuelca toda su visión de la condición humana y todo su ideario artístico.

"Madame Bovary es una novela de hoy mismo. Con ella, logró, en su tiempo y en el nuestro, convertirnos a todos en Emma Bovary, es decir, en esa búsqueda de lo que no tenemos"

Decir Flaubert es decir Madame Bovary. Aunque se repita que nunca dijo “Madame Bovary c’est moi!” dará igual porque en el fondo él sí fue Bovary. Y Emma Roault y Frédéric Moreau, el protagonista de La educación sentimental, y Felicitas, de Un corazón sencillo. Todos, y ninguno, son él. (Inciso: el capítulo que Nabokov dedica a Madame Bovary en su Curso de literatura europea, ahora en Ediciones B, es asombroso por su inteligencia y sagacidad, por cómo desmenuza el libro: ve lo que no se suele ver. Cuestión aparte es que se esté de acuerdo con él o no).

—¿Qué destacaría de Madame Bovary? ¿Por qué cree usted que es tan respetada y aplaudida? Diríjase, sobre todo, a quien aún no la haya leído.

Madame Bovary es una de las primeras novelas modernas por la que todo escritor debe pasar antes de emprender su propio camino. La perfección de su estilo, “la forma es el fondo”, la prosa hecha poesía, la elección de las palabras a la búsqueda de sus efectos sinfónicos, las innovaciones técnicas, la misma intensidad del foco narrativo sobre las personas que sobre los objetos, el vuelco que le da a la forma de contar una historia, el monólogo interior, los tiempos verbales de siempre utilizados para conseguir nuevos efectos, el tempo de Flaubert que, más adelante, Joyce o Proust estirarán hasta casi el infinito, la abstención y el punto de vista del narrador, toda una serie de hallazgos que convierten a esa novela en una de las piedras angulares de la literatura contemporánea. Por cierto, el lector español cuenta con La orgía perpetua, un ensayo de Vargas Llosa que supone una magnífica introducción a sus entresijos. Madame Bovary es una novela de hoy mismo. Con ella logró, en su tiempo y en el nuestro, convertirnos a todos en Emma Bovary, es decir, en esa búsqueda de lo que no tenemos.

—¿Qué libros de Flaubert no están suficientemente valorados o ninguneados?

—Por supuesto, soy subjetivo. Durante muchos años pensé que la cumbre de su cordillera novelística se llamaba Madame Bovary. Desde hace ya unos años, la he sustituido por La educación sentimental. Por su parte, Un corazón sencillo, que forma parte de Tres cuentos, me parece una obra maestra desde su frase inicial. Entrañable historia, homenaje a una sirvienta normanda del siglo XIX.

—¿Por qué su obsesión con La tentación de san Antonio, de Brueghel, qué veía Flaubert en él?

—En el fondo, es la obra de toda su vida; de la primera a la edición definitiva transcurren algo más de dos décadas y tres redacciones diferentes. Como es sabido, Flaubert contempla el cuadro de Brueghel en Génova. Se siente fascinado por la extravagancia, el gran desfile de personas históricas o legendarias, dioses, animales que discuten sobre las herejías. Tiene uno la tentación de pensar que la literatura fue su religión y que la religión le sirvió, en esta obra, para dar rienda suelta a su fantasía literaria.

Cualquier excusa es buena para regresar a Flaubert, para releerlo; bien sus cartas, bien dejarnos llevar por el tobogán de Madame Bovary o adentrarnos en la espesura fresca de La educación sentimental, un tour de force donde cabe la melancolía, la minuciosidad histórica, las pasiones con sus engaños, el desencanto, la descripción de fiestas y cenas galantes, la detallada fotografía de platos, cuberterías y cornucopias, de vestidos y lámparas. No se trata de ver el escenario a vuela pluma desde la veranda.

***

Veamos este pasaje en traducción de Hermenegildo Giner de los Ríos (sí, hermano de Fernando, el impulsor de la Institución Libre de Enseñanza) de 1891 que Mondadori recuperó en 2005: “Mujeres negligentemente recostadas en sus calesas y cuyos velos flotaban al viento desfilaban delante de él, al paso de sus caballos, con un balanceo insensible, que hacía crujir las capotas charoladas. Los carruajes aumentaban, y yendo más despacio desde Rond-Point, ocupaban toda la vía. Las crines junto a las crines, los faroles junto a los faroles; los estribos de acero, las barbadas de plata, las hebillas de bronce, despedían puntos luminosos entre los calzones cortos, los guantes blancos y las pieles que caían sobre los blasones de las portezuelas”.

"El microscopio crítico de Sartre convirtió a Flaubert en el prototipo del escritor burgués que vive en una fortaleza y no practica el compromiso social"

Pero a veces basta con cuatro palabras para contemplarlo todo desde la primera fila: “Frédéric, al ver a Deslauriers, se puso a temblar como una mujer adúltera ante la mirada de su esposo”. O nos sonreímos al leer: “Para vejar a un colega que inauguraba otro periódico de pintura con un gran festín, rogó a Frédéric que escribiera a su vista, un poco antes de la hora de la cita, cartas en que se desconvidaba a los convidados”. No se trata, por supuesto, de contraponer Una educación sentimental y Madame Bovary, sino de que la segunda no opaque la primera.

Sigamos con Una educación… Para el lector paciente, interesado o aburrido, recojo la simpática descripción de un periódico (recordemos que la novela se publicó por primera vez en 1869): “Un día, muchos números de Le Flambard cayeron en sus manos. El artículo de fondo se hallaba consagrado, invariablemente, a echar por tierra a algún hombre ilustre. Venían enseguida las noticias del mundo, los “se dice”. Después, se bromeaba acerca del Odeon, Carpentras, la piscicultura y los condenados a muerte, cuando los había. La desaparición de un barco suministró materia de broma durante un año. En la tercera columna, un correo de las artes daba en forma de anécdota o consejo reclamos de sastres, con crónicas de salones, anuncios de ventas, crítica de obras, tratando con la misma tinta un volumen de versos y un par de botas. La única parte seria era la crítica de los teatros pequeños, en la que se encarnizaban con dos o tres directores; y con los intereses del arte se invocaban a propósito de las decoraciones, de los funámbulos o de una dama joven de Los abandonados”.

***

—Sartre y Flaubert. Desarrolle su visión del primero sobre “el idiota de la familia”.

—Flaubert fue una obsesión para Sartre. En su novela Las palabras comprobamos que a los diez años ya leía y releía Madame Bovary. El microscopio crítico de Sartre convirtió a Flaubert en el prototipo del escritor burgués que vive en una fortaleza y no practica el compromiso social. Dedicó, casi en exclusiva, diez años a escribir los tres tomos de El idiota de la familia, una obra inacabada, dicho sea de paso, cuyo cuarto y último tomo debía estar dedicado a analizar Madame Bovary y a mostrar cómo ese “idiota de la familia” se convirtió en un escritor excepcional. Confieso que los leí, sobre todo, por militancia flaubertista, pero me sigue pareciendo que es, esencialmente, un autoanálisis de sus propias neurosis.

—¿No se anticipó Flaubert a Sartre en abordar el “aburrimiento”, ese “mal” que Flaubert pudo ver un siglo antes de que Sartre lo desarrollara en La náusea?

"La misoginia de Flaubert es la misma enfermedad social que aqueja a la inmensa mayoría de los hombres en el siglo XIX para quienes la mujer, además de ser madre, es la fuente de la sensualidad y del hedonismo"

—El tedio, aburrimiento, hastío; el ennui está presente en la correspondencia de Flaubert desde sus cartas de infancia, influido, sin duda, por sus lecturas románticas. Continúa con esa carga existencial en su etapa de joven adulto y rebelde. Me parece que, también en este sentido, lo importante, lo que puede transmitir a los lectores de ahora mismo es, por resumirlo demasiado, la pintura del hastío en un personaje como Emma Bovary, prisionera de su bovarismo; es decir, de creerse alguien que no es. La necesidad de la ilusión, que todos llevamos dentro, llevada hasta consecuencias indeseadas.

—En su libro aborda la supuesta misoginia de Flaubert. Escribe usted sobre “la aversión social hacia las mujeres”.

—La misoginia de Flaubert es la misma enfermedad social que aqueja a la inmensa mayoría de los hombres en el siglo XIX para quienes la mujer, además de ser madre, es la fuente de la sensualidad y del hedonismo. El “tercer sexo”, expresión que aparece en las cartas a lo largo de toda su vida, es el deseo de, digamos, virilizar a las mujeres, despojarlas de una femineidad que, en su opinión, las debilita, literariamente sobre todo. Hay que subrayar, como demuestra su correspondencia, que también están las amigas. Además del caso de Leroyer de Chantepie, a la que no llegó a conocer en persona y quizá por eso fue, a la distancia y a lo largo de unos veinte años, la destinataria de reflexiones de mucho calado, está el caso de George Sand por la que sintió un hondo respeto y admiración como demuestran los cuatro centenares de cartas que se intercambiaron.

***

Quizá sea el momento de recordar que el profesor Álvarez de la Rosa publicó en 2021 una amplia selección de cartas con todos sus corresponsales (no sólo con Louise Colet) y que cuenta con un prólogo esclarecedor, El hilo del collar: correspondencia (Alianza Editorial, 670 páginas), entre las que figura este párrafo a Leroyer de Chantepie en 1857: “Cuanto más perfectos sean los telescopios, más numerosas serán las estrellas. Estamos condenados a rodar en medio de las tinieblas y las lágrimas”. Por cierto, el título del libro, El hilo del collar, viene de una carta (en realidad lo repitió en varias ocasiones) a Colet: “¿Así que te interesa el bueno de San Antonio? Sabes que me mimas con tus halagos, pobre querida mía. Se trata de una obra fallida. Hablas de perlas, pero no son las perlas las que forman el collar, es el hilo”.

***

—¿Cómo podría resumir la tesis de su libro?

—Mi intención es invitar al lector a pararse y reflexionar. En este primer cuarto del siglo XXI, el mundo se ha asomado a un vértigo tecnológico que nos hace caminar como pollos sin cabeza y, por si fuera poco, nos han acelerado el tiempo y reducido el espacio a unos niveles hasta ahora desconocidos. Creo que necesitamos más, mucha más Literatura, más Ensayos (con mayúsculas como quería Flaubert) que nunca, porque nuestro entorno se mueve tan deprisa que apenas entendemos lo que está pasando. Por ejemplo: el capitalismo destruye el lenguaje, reduce el valor de la palabra a su dimensión más esmirriadamente informativa. Crece el desprecio por las humanidades; la filosofía ha acabado siendo pasto de frases políticas (“la filosofía de la basura municipal”, “la filosofía de este gobierno”, etcétera). Incluso la libertad de expresión, que tanto costó conseguir, se está ahogando en las pantallas líquidas de la tecnología, manipuladas por los correspondientes aprendices de brujo.

—No entiendo muy bien este fragmento de una carta de Flaubert que incluye en su libro: “Ningún genio ha concluido y ningún libro concluye, porque la propia humanidad está siempre en marcha”. ¿Se refiere a que no responde a algo absoluto, que toda obra literaria es fragmentaria, que aborda sólo un aspecto del ser humano?

"Como todo ser humano, los novelistas son poliédricos. No solo porque en el territorio de la ficción puedan meterse en la piel de un asesino o de un pacífico benedictino, sino porque como ciudadanos no son de aluminio inoxidable"

—Me refiero, más bien, a que, según Flaubert, concluir —“la rabia por concluir”— es ponerle piedras a la maquinaria del pensamiento y, en el fondo, es la mejor expresión de la idiotez. La bêtise (la estupidez) debe ser una de las palabras más presentes en su correspondencia y, desde luego, es su bestia maldita, la consecuencia de nuestra tendencia a pensar poco, a apoyarnos en las muletas de los tópicos, de las “ideas recibidas” sin pasarlas por el tamiz de nuestra inteligencia. Él decía —cito de memoria— que concluir es como querer contar los granos de arena en las orillas de los océanos cuando sería mucho mejor arrodillarse, maravillarse o pasear por ellas.

—Dice usted que cuestiona algunos clichés: “ciudadano antipático”, “enemigo de la modernidad, un conservador”; que en realidad fue un “insumiso” y un “inconformista”. Imagino que según qué fragmentos se escojan de algunas cartas darán para una opinión y la contraria. ¿Es así?  

—Resumir nunca es fácil, pero menos ante una cuestión como esta. Como todo ser humano, los novelistas son poliédricos. No solo porque en el territorio de la ficción puedan meterse en la piel de un asesino o de un pacífico benedictino, sino porque como ciudadanos no son de aluminio inoxidable. En todo caso, creo que nunca debemos enjuiciar a un escritor con nuestras gafas monofocales. Lo importante, me parece, es que lo que Flaubert opinó pueda servirnos de brújula para comprender mejor nuestro tiempo. Una frase como “Todo el sueño de la democracia es elevar al proletario al nivel de la estupidez de la burguesía” puede parecerle a algunos reaccionaria. A mí, con perdón, me hace pensar, por ejemplo, en cómo 72 millones de norteamericanos votan a un presidente necio.

***

Acabemos con Un corazón sencillo, esa delicia. En la muy asequible (por el precio) edición de Tres cuentos del Club Bruguera de 1981 a cargo de la fina Consuelo Bergés, la también traductora de buena parte de En busca del tiempo perdido aclara que Flaubert “no luchaba contra la palabra, sino por la palabra, no la perseguía para darle muerte, como el héroe de los cuentos da muerte al dragón, sino para cogerla viva, palpitante”.

Pues bien, Consuelo Bergés sitúa el momento de la escritura de Un corazón sencillo (ella prefiere titularlo Un alma de Dios) cuando el autor ha perdido su hacienda, a su madre, a sus amigos, a su hermana y a sus amantes. “Está tristemente tranquilo”. El libro se publica en 1877, apenas le faltan tres años para morir. El relato no se parece a nada de lo que ha escrito con anterioridad. En él, Felicidad, que tuvo su historia de amor, “creía estar viendo el paraíso, el Diluvio, la Torre de Babel, las ciudades envueltas en llamas, pueblos que morían, ídolos derribados. Y de este deslumbramiento conservó el respeto al Altísimo y el temor a su cólera”.

Turba al lector el alma cándida de Felicidad, una mujer de buen parecer, aunque también algo limitada. Su ensimismamiento con el loro Lulú, que además ha venido de América, la perturba aún más hasta confundir el Espíritu Santo con el loro al entrar el sol por una claraboya que daba en el ojo del pájaro.

Qué magnífico relato. Qué asombroso delirio.

4.8/5 (28 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

1 Comentario
Antiguos
Recientes Más votados
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios
Pablo75
Pablo75
11 ddís hace

Los fanáticos de Flaubert pueden consultar el sitio extraordinario dedicado a él por la Universidad de Rouen, en el cual se encuentra, entre muchos otros tesoros, su Correspondencia completa.

https://flaubert.univ-rouen.fr/