Julián Hernández (Madrid, 1960), cofundador de Siniestro Total, aparece por las oficinas de la productora de Álex de la Iglesia y Carolina Bang, Pookepsie Films, y se integra, como camaleón, en toda esa decoración pop, rellena de pastiches, imágenes y peluches del Curro de la Expo 92 de Sevilla. Acaba de publicar Han de caer del todo (Trama), una novela libérrima, excesiva y completamente loca donde despieza ese franquismo pre-Transición y toda —ejecuciones, conspiranoias, guerras frías— la costra circundante de la época.
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—Hace exactamente diez años, en mayo de 2015, Oscar Mariné y yo le presentábamos su primera novela, Sustancia negra, en Madrid. Es evidente que es el mismo autor, pero los puntos comunes entre ambas novelas son muchos. ¿Se puede explicar Han de caer del todo?
—Fue acabar Sustancia negra y no poder parar. En cuanto le di a enviar a mi editora, Belén Bermejo, que fue la culpable de todo, empecé a escribir lo siguiente. Lo hablé con Albert Pla: lo de escribir engancha. Y empecé ya solamente con una idea que parte de la aventura en territorio hostil. Es decir, la idea viene de Objetivo: La Luna, de Tintín, porque hay un elemento que se infiltra en un recinto que está vigilado, que está cerrado, con un objetivo determinado. Aquí no era la Luna, sino que el objetivo era salvar a alguno de los condenados a muerte, de los que los fusilaron el 27 de septiembre de 1975, muy pocas semanas antes de la muerte de Franco. El dictador tenía un Parkinson terrible, pero no le temblaba la mano para firmar sentencias de muerte. Curiosamente, leí también El paciente de El Pardo, un libro de José Luis Palma, uno de los médicos, el médico más joven del equipo médico habitual de Franco.
—Está bien ese libro, además de bien escrito.
—Es el que mejor está. Los otros tienen una pinta de coñazo…
—Y algunos un poco sensacionalistas también.
—Unos más sensacionalistas y otros de lameculos. Y este cuela mejor. Mi historia mezcla esas cosas y sobre todo una profecía que encontré de los testigos de Jehová: en 1966 dijeron que el sexto día de los mil años, es decir, el Armagedón, iba a ser, seguramente, vamos, con toda certeza, a más tardar, en el otoño de 1975. Todo eso junto es lo que construye la aventura por el monte de El Pardo: el protagonista se mete en el monte de El Pardo y pasa una aventura para intentar salvar a algún chico de los fusilados. Uno era de Vigo. Lo de los fusilamientos del 27 de septiembre, yo tenía 15 años y la verdad es que aquello fue muy duro. Fue duro porque nosotros conocimos al hermano de uno de los fusilados, al hermano de Sánchez Bravo. Era de la zona del Calvario, donde yo estudiaba en el instituto. Y luego, con el tiempo, venía al bar cuando estábamos por allí, y con el tiempo se suicidó, se tiró por la ventana. La verdad es que fue una historia tremenda, los fusilamientos. Entonces, también este libro es un poco de venganza.
—Por edad, yo viví de adolescente el asesinato de Miguel Ángel Blanco y, sin comparar ambos, la sensación de injusticia y de pena fue tremenda.
—Y mira tú también el secuestro y la muerte de Aldo Moro, que también tuvo ese componente muy traumante. En el caso de España, de todas formas, se montó un pifostio internacional, hasta el papa, y dio igual: cinco fusilados. Las ejecuciones por parte de grupos ilegales son horribles. Pero claro, una cosa oficial de un país reconocido en las Naciones Unidas, en Europa, fusilando a cinco chavales de 20 años…
—En mis notas de Sustancia negra la asocio fuertemente a Gonzalo Suárez, un héroe para mí, como usted, y este libro me devuelve al mismo sitio con sus parecidos con Operación Doble Dos (1974), de Gonzalo, basado en un guión que escribió con Sam Peckinpah sobre un atentado contra Franco y Eisenhower.
—¿Por qué no he leído a Gonzalo Suárez?
—Parece increíble. Porque la escritura del libro, ¿cómo la plantea? Sigue siendo fragmentada, como en Sustancia negra, porque tiene poco que ver con la escritura de canciones, en ese sentido.
—Sí, poco. Hombre, ¿sabes lo que pasa? Por enlazarlo con Gonzalo Suárez, hay un cuento largo, una novela corta de Max Aub, La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco, y Sanco Panco, de Salvador de Madariaga.
—Me encanta su reescritura ficticia de la historia, pero verosímil. Por ejemplo, poner fotos falsas de las instalaciones secretas del programa de la bomba atómica española o mensajes cifrados en anuncios de los periódicos.
—Es que me divierte mucho. En Sustancia negra cogí un cuadro de Tiziano y no sé qué carallo inventé. No sé si tiene que ver, pero cuando me dijo Manuel Ortuño, mi editor en Trama editorial, «¿y qué hacemos con tu novela?», porque sabía que existía, le contesté: «No sé, ¿cómo? ¿Tú? No. Trama, no. Trama es una editorial, fundamentalmente, de ensayos, clásicos, cosas muy serias…». Y me suelta: «¿Que no es de ficción?». Y se descojonó de la risa.
—Hablemos de la época. Esa época conspiranoica de los sesenta y setenta que retrata tan bien Óscar Aibar en Platillos volantes.
—A partir del libro de El retorno de los brujos, de Pauwels y Bergier, creo que empezaron… Porque se ampliaba, más allá de los ovnis a muchísimas más cosas. Como luego ya te descojonas de la risa con El péndulo de Foucault, creo que es la mejor de Umberto Eco. Por eso en mi libro a los testigos de Jehová los puedes mezclar con los ovnis sin ningún problema, porque al fin y al cabo… Es lo mismo.
—Y luego hay otra cosa que me gusta mucho: que rompa la narrativa clásica. Porque a usted tampoco le ha interesado nunca la narrativa.
—Es que no me sale tampoco. Es que yo no sé escribir novelas. Es que vamos a ver, joder…
—Creo que tengo el titular: «No sé escribir novelas».
—Claro. Entonces, ¿qué hago? ¿Empiezo en primera persona y mantengo la primera persona? Eso no lo hace ni Moby Dick, porque, joder, es que es un Cristo. Tampoco pasa en el Quijote, con narraciones distintas y tal. Bueno, ya el Ulises ni te cuento.
—Aparte de las fotos, es muy jugón con las tipografías.
—Era aún más lo de las tipografías. Pero creo que también cansaba y quedaba ya demasiado como un collage dadaísta. Ahí me lo dijo Íñigo García-Ureta: «Mira, macho, esto que envías, vale, sí, queda muy bonito un día, pero te acabas hartando». Porque el leer también tiene una cierta cadencia, así que una tipografía general del tinglado yo creo que es más llevadera.
—Escribe: «En el extranjero ni siquiera saben dónde está España». Este libro es muy español.
—No lo sé. Hay una cosa que me sigue sorprendiendo y que algún personaje dice: «Pero qué religión más rara tienen aquí». A mí me sigue llamando la atención una Semana Santa, de verdad. ¿De verdad? ¿En serio? No estáis de coña, ¿verdad?
—Quiero también hablar del otro libro que ha hecho con Trama: Folla con él: Todas las versiones de Siniestro Total y sus circunstancias. Una delicia. Salió a la vez que Filosofía de la canción moderna, un libro de Dylan analizando canciones, y creo que van a la par en calidad e inteligencia.
—Bueno, si usted lo dice… La idea parte de Xosé Manuel Blanco, nuestro manager en Siniestro Total, porque las versiones de Siniestro Total las hicimos con todo el papo, es decir, las robamos. Así, ya, directamente, no hace falta más. Pero sí que faltaba como un reconocimiento de que las letras de las versiones venían de un sitio. Entonces, como escribí yo todas las letras salvo una, empezó a crecer con los comentarios a ese trabajo.
—Mucho mejor en ese sentido que una biografía cronológica, u oral.
—Ahí está la autobiografía esa de Elvis Costello que publicó Malpaso muy mal traducida. Tengo que comprar la versión original porque estaba traducido demasiado rápido. Me dio una sensación…
—Costello sigue en la carretera. ¿A usted le apetece volver a salir a la carretera?
—No. Ni a la carretera y me temo que al escenario casi tampoco. Me obligó Albert Pla no hace mucho a salir por primera vez desde la despedida de Siniestro Total en el Wizink, y me costó un trabajo pero del copón. Y nada, cantamos dos canciones, pero la verdad es que después de salir con Albert Pla, dije: «Yo tengo que salir, porque no puedo seguir en el agujero aquí metido». La historia es que en un momento dado lo de Albert Pla pues me sentó bien. Y luego volví a salir al escenario, porque me lo pidió Budiño, el gaitero gallego, que es amiguete. Me costó mucho más, porque había como más barullo en el camerino, era tremendo. De todas formas, yo encantado de hacerlo con Budiño también. Pero después de las dos experiencias de Albert Pla y Budiño, que no se parecen nada uno al otro… Es que uno, yo, anda con David Summers y al día siguiente con Fermín Muguruza, macho, depende del bar que vayas. De repente me invitaron para un homenaje en Bueu a Javier Krahe. En Bueu fue el último concerto de Krahe, y entonces lo que pasa es que la historia no es fácil. Joder, salir al escenario me está empezando a costar un montón. En cambio, la verborragia, como ves, no para.
—Para terminar, como el título de tu libro, ¿tiene la sensación de que actualmente estamos en un momento también en el que han de caer del todo?
—Si nos atenemos a la frase, la frase es el final del Quijote. Entonces, el final del Quijote habla de los libros de caballerías. Han de caer del todo, sin ninguna duda. Joder, es que la frase es muy buena, coño. Pensé: “Tiene que haber alguien que se le haya ocurrido robarla”. Y resulta que no, no encontré a nadie que se le haya ocurrido robarla. Pero si ya tenía esa sensación Cervantes en el siglo XVII… Y entonces, la sensación que tengo ahora es que estamos entrando en el siglo XXI, ahora, después de la pandemia. A lo mejor el siglo XX empieza después de la Primera Guerra Mundial. Y aún habría que analizarlo bien, porque la capacidad gregaria de la gente ha crecido exponencialmente. Y una cosa que sé que crece de ese espíritu gregario, pues necesariamente también tiene que influir en una opción política y en el delirio. Y luego también la socialdemocracia está cayendo en unas cosas tremendas. Tú ya sabes que yo muy partidario del sistema no soy: creo que ahora mismo el sistema se está autofagocitando a sí mismo.
Creo que entiendo por qué no quiere salir a la carretera ni al escenario. Y me parece que ahora es mejor escribir novelas que lo otro.
A mí me cuesta -imagino que a todos nos pasa- escribir un buena novela. Me suelo perder antes de empezar, así que escribo pequeños relatos que me rinden poco, pero bueno, ¿qué le hago si no sé montármelo mejor?