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Antonio Soler: «Mi mirada del mundo es la de un pesimista que intenta pasárselo bien»

Antonio Soler: «Mi mirada del mundo es la de un pesimista que intenta pasárselo bien»

En un caluroso día de agosto, de esos en los que “el terral se ha hecho el amo de todo y gobierna las cabezas”, aparece en un descampado un hombre moribundo cubierto por miles de hormigas “pequeñas, rojizas, absolutamente omnívoras”, que se introducen por los diferentes pliegues y orificios del cuerpo que intentan devorar.

Con esa impactante imagen comienza Sur, la nueva novela del escritor malagueño Antonio Soler, que se mete bajo la piel de decenas de personajes para indagar en sus sueños y deseos, en sus frustraciones y miserias, al tiempo que le toma el pulso a una ciudad actual a lo largo de un día, para retratar el mundo a través de ella y desentrañar los enigmas y las zonas de penumbra de la realidad.

Esa ciudad no se identifica, pero todo hace pensar que es Málaga, el lugar donde nació en 1956 este escritor al que le gusta arriesgarse al máximo en cada libro porque, como ha dicho en alguna ocasión, nunca le ha interesado “ser un burócrata de la literatura”.

Antonio Soler: Foto: Jeosm.

Y riesgo máximo ha corrido Soler con Sur, una obra coral que ya ha sido calificada por el crítico Santos Sanz Villanueva como “una gran novela, dura y tierna, desencantada y moderadamente positiva; una completa imagen de la vida misma”. “Una espléndida novela”, asegura por su parte Juan Ángel Juristo.

"En Sur está la idea, que a mí de niño me impresionó mucho, del Diablo Cojuelo, es decir, alguien que llega y levanta los tejados de Madrid y realmente ve quiénes son los otros y con quiénes estamos viviendo"

Publicada por Galaxia Gutenberg, Sur es la obra más compleja y ambiciosa de Antonio Soler. Y lo es por la cantidad de personajes (hay 220 en total, aunque el peso de la novela recae en diez) cuyas vidas se entrelazan a lo largo de casi 500 páginas; por las múltiples técnicas narrativas que despliega el autor y por los diferentes lenguajes que emplea, desde el más popular al culto, pasando por mensajes de whatsapp. También deslumbra la maestría con que Soler logra encajar las numerosas piezas de ese puzle que es su nueva novela, reconocida hace unos meses con el I Premio de Narrativa Alcobendas Juan Goytisolo.

Esa distinción se suma a la larga lista de galardones que ya posee el autor, entre ellos el Herralde y el Nacional de la Crítica por Las bailarinas muertas; el Primavera de novela con El nombre que ahora digo, o el Nadal por El camino de los ingleses, llevada al cine por Antonio Banderas.

El hecho de que la trama se desarrolle en un día —dieciocho horas, para ser más exactos— y que tenga como escenario una ciudad de nuestro tiempo hace pensar en la influencia de obras como Ulises, de James Joyce; Manhattan Transfer, de John Dos Passos, o Berlin Alexanderplatz, de Alfred Döblin, novela esta última que le apasiona a Soler. Pero “también hay mucha calle, haber conocido a mucha gente, haber vivido aquí y allí”, dice el autor en una entrevista con Zenda.

"Yo creo que nací con una mirada de extrañeza hacia el mundo, de no entenderlo muy bien y eso te hace mirarlo con más atención"

“Hay mucho de lo vivido por mí en Sur, algo que también tiene que ver con que sea una novela de madurez, porque con treinta años no has tenido ese recorrido vital y no has sabido a lo mejor captar la esencia de la gente con la que te has ido cruzando. Hay bastantes personajes que tienen un trasfondo real. Por eso, cuando me preguntan que de dónde he sacado gente tan variopinta, les digo en broma que es mi novela más autobiográfica”, afirma el escritor, que ha incluido al final del libro un interesante censo de personajes, de casi 40 páginas, en el que, con ironía y humor, da unas cuantas pinceladas de cada uno de ellos. En esa larga lista aparece el propio Soler, apodado “El pajarito”, y amigos del escritor como Eduardo Lago o Malcolm Otero Barral. Los tres son miembros de “la convulsa” Orden de Caballeros del Finnegans, fundada en Dublín en 2008, y a la que también pertenecen Enrique Vila-Matas, Jordi Soler y José Antonio Garriga Vela, entre otros.

Antonio Soler: Foto: Jeosm.

El terral, “ese aire cálido que recuerda una estufa encendida a punto de incendiarse”, nubla la mente e impide respirar a veces a los personajes de Sur, entre los que no faltan drogadictos, músicos callejeros, parados crónicos, tarambanas y delincuentes de poca monta, pero también médicos, empresarios, trepas machistas y hasta una beatona que le regala al cura de la parroquia —atractivo, por cierto— 1.800 euros y las joyas de la familia. Por supuesto, a espaldas del marido.

"La mirada compasiva forma parte de la esencia de todo novelista que se precie"

La escena inicial del moribundo cubierto de hormigas podría hacer creer al lector que está ante una novela negra, pero no hay nada de eso en Sur. Soler habla en ella de las siempre complicadas relaciones familiares, de la falta de horizontes, del deseo sexual, del amor y de la infidelidad, de sueños rotos, de vidas frustrantes. No hay mucho optimismo en esta novela. Sí hay amargura y desolación, matizadas con un inteligente sentido del humor.

El escritor responde las preguntas de Zenda con su amabilidad y sencillez habituales:

Está claro que Sur es una novela de madurez, entre otros motivos por su compleja estructura, por la increíble galería de personajes que has creado y por cómo retratas el mundo actual a través de una ciudad. ¿Cuáles serían los antecedentes de esta novela?

—Ya en Las Bailarinas muertas (1996) hay como veinte páginas de acciones simultáneas de muchos personajes, y a mí eso me gustó y, además, entiendo que es como un retrato de la realidad, porque paralelamente al punto en el que centramos nuestra atención están ocurriendo multitud de cosas que nos pueden influir. Es como una especie de gran orquesta funcionando al mismo tiempo. Luego, en El camino de los ingleses (2004) hay algo de eso también, pero, claro, hacer una novela entera en ese plan me parecía muy complicado técnicamente y muy arriesgado. Requería muchos puntos de vista.

Fue precisamente en un viaje a Dublín de los miembros de la Orden del Finnegans, cuando cerca del Trinity College vi una placa metálica en la que se dice que en ese lugar sitúa James Joyce tal episodio de Ulises, y me acuerdo que mirando aquello me dije: – ‘¿Y por qué no? Voy a intentar un retrato de una ciudad, de una colectividad’.

"Me lo he pasado muy bien escribiendo esta novela, me he divertido mucho. Es un juego"

Luego me ayudaron determinadas cosas, como el que una amiga médica me contó lo del tipo que aparece devorado por las hormigas, que fue un caso real. Y, además, las motivaciones del hombre eran las mismas que las de mi personaje, porque se dejó ir por una historia encubierta de homosexualidad. La verdad es que me impactó mucho aquello, y se fue fraguando la idea de la colectividad unida a la del hormiguero. Leí a Edward O. Wilson y sus estudios sobre las hormigas y sobre el ser humano como animal social. Empezó a ensancharse todo y comencé a hilar personajes que podían ser los guías principales de la novela. Por ejemplo, en un viaje en AVE me encontré con un tipo maduro, acompañado por una chica joven, que me inspiraron el personaje del empresario Céspedes y de Carole, la francesa.

Antonio Soler: Foto: Jeosm.

Normalmente, cuando yo empiezo una novela lo tengo todo muy trazado, el argumento y los personajes, pero aquí me era imposible, porque hacer un guion de eso era casi como escribir la novela entera. Así que, con las líneas principales de Céspedes, la doctora Galán, Dioni (el moribundo cubierto de hormigas) y de los dos tipos que van por ahí con la guitarra, que parecen una especie de Quijote y Sancho, ya tenía una serie de ejes alrededor de los cuales iban surgiendo las ramas. Y me lancé a la piscina. A Ismael, el chico que corta con unas tijeras todas las telas que encuentra a su paso, también lo tenía desde el principio.

—¿Has conocido en la vida real a alguien como Ismael, ese tipo “violento y con tendencia al alcoholismo, desequilibrado mental”, como lo describes en el censo?

—Sí, he conocido a un Ismael. Era un chico de 18 o 20 años que, según me contó su madre, un día se dedicó a cortar en triangulitos todo lo que era textil en la casa, desde los vestidos de ella hasta las cortinas del salón. Un chico violento que salía a la calle a ver qué pasaba, en el mal sentido. Tenía desequilibrios de todo tipo y había sido abandonado por el padre.

—La ciudad es protagonista también de la novela. Es Málaga, pero podría ser cualquier otra ciudad de hoy en día.

—Ese era el reto. El mapa de Málaga está muy detallado en algunas zonas, pero la idea es que lo que se cuenta sirva para cualquier otra ciudad, Sevilla, A Coruña o Toulouse, me da igual, porque lo que yo quería era hacer un corte o una disección en una ciudad contemporánea, del siglo XXI, con sus distintos lenguajes, con la gente que se cruza y que parece que se conoce, aunque en realidad no sea así. En cierto modo, ahí está la idea que a mí de niño me impresionó mucho, ya en el colegio, del Diablo Cojuelo, es decir, alguien que llega y levanta los tejados de Madrid y realmente ve quiénes son los otros y con quiénes estamos viviendo. El trabajo del novelista consiste en meterse bajo la piel de sus personajes para saber qué los lleva a actuar de una determinada forma.

—En tu novela hay personajes de casi todos los estratos sociales y algunos andan realmente perdidos. Sin embargo, aunque el desencanto, la mediocridad o la violencia dominen las vidas de muchos de ellos, tu mirada es compasiva, no te cebas en sus desgracias.

"En Sur me he sentido como el director de una gran orquesta: están los solistas, pero no hay que olvidar al de los platillos"

—Esa es la cualidad de un novelista: el comprender, no el justificar. Entender a los demás y por qué hacen lo que hacen. Escribir de los extraños, de los que en principio están lejos de ti, porque si los personajes de tus novelas estuvieran de acuerdo contigo poco conflicto habría ahí. Es un trabajo casi actoral, de método Stanislavski, de observar yo creo que también. Pero aquí no se sabe qué es antes, si el huevo o la gallina, si observo porque escribo o escribo porque observo. Es más bien lo segundo. Yo creo que nací con una mirada de extrañeza hacia el mundo, de no entenderlo muy bien y eso te hace mirarlo con más atención. Me ocurrió desde muy niño, no entendía por qué la gente hacía determinadas cosas, y eso te lleva a mirar y a escuchar. Y yo creo que esa mirada compasiva forma parte de la esencia de todo novelista que se precie.

—Incluso con esa pobre loca de Belita te muestras compasivo. Esa mujer tan beata que le regala al cura 1.800 euros y las joyas de la familia.

—Van a pensar que me he criado en un manicomio, pero también he conocido a una mujer que se parece a Belita. Yo recuerdo que cuando presenté en Barcelona el primer libro de relatos que publiqué, alguien me comentó que escribía de una gente muy extraña. Yo les dije: “Bajad al Raval o a las Ramblas», que entonces no estaban tomadas por los turistas, «y veréis cómo vive mucha gente, quiénes son».

Antonio Soler: Foto: Jeosm.

—En Sur aparecen escritores amigos tuyos.

– Hay mucho de juego en la novela. Menciono a amigos escritores, como a Luis Mateo Díez o Eduardo Lago, y doy títulos de novelas como Romanticismo, aunque no diga que es de Manuel Longares, o Gran Granada, de Justo Navarra, o Ventajas de viajar en tren (de Antonio Orejudo). Hay guiños de todo tipo.

—Te gusta arriesgarte en cada libro y tu nueva novela, por su complejidad y ambición, es casi un doble salto mortal.

—Me parecía que era el momento, porque si no lo hago ahora que llevo 30 años escribiendo y tengo un aprendizaje, cuándo lo voy a hacer. Y si sale mal, hay una cosa llamada papelera y allí irá. Y luego hay algo que es muy importante y que tiene que ver con eso de que no me gusta sentirme un burócrata de la literatura: yo me lo he pasado muy bien escribiendo esta novela, me he divertido mucho. Es un juego.

No he tardado demasiado tiempo en escribirla, un año y un par de meses, pero sí he trabajado cada día, de forma muy intensa, sin perder en ningún momento de vista el lenguaje, la maquinaria de los personajes, cómo tenían que ir apareciendo o desapareciendo. En realidad, tiene mucho eso de director de orquesta y así me he sentido, como el director de una gran orquesta: están los solistas, pero no hay que olvidar al de los platillos.

—El comienzo no puede ser más impactante, con ese moribundo que está siendo devorado por las hormigas.

—Esas hormigas que no paran son como el ser humano, que estamos todos trabajando al mismo tiempo. Te asomas desde un rascacielos y miras hacia abajo y ves una gran organización, aunque parece que cada uno va a lo suyo, pero es todo un conjunto, una gran orquesta que a veces desafina. Todo el mundo trabajando en conexión, aunque parezca que estamos en la época de mayor individualidad.

"Alguna vez he dicho en broma que, si hubiera libro de reclamaciones en la vida, yo lo pediría porque he visto y he sentido cosas que no me gustan un pelo"

Cuando a mí me contaron el caso del hombre moribundo devorado por las hormigas, me pareció espantoso desde el punto de vista humano, y, además, ocurrió tal como se cuenta aquí, que la mujer, médico, quiso hacerse cargo en el hospital del cuerpo de su marido. Una mujer con fortaleza, aunque luego, por dentro, a saber cómo sostenía ese armazón. La mujer sabía por qué había ocurrido todo.

Antonio Soler: Foto: Jeosm.

—Tú fuiste atleta de joven y lo tuviste que dejar por un accidente, y en esta novela el personaje del Atleta, uno de los más interesantes, no cesa de correr, en realidad “para no ir a ninguna parte”. Tiene aspiraciones literarias y escribe un diario: ¿cuánto le has prestado a ese personaje?

—Sí, yo fui atleta, de los 400, como mi personaje. Parte del diario que escribe el Atleta es mío. Eran cosas sueltas que escribí a mano hará treinta años o más. Y como el libro es una especie de mosaico donde yo quería que cupiese todo tipo de voces distintas, cogí aquellos fragmentos míos que podían encajar y les añadí elementos del entorno familiar diferentes. Pero muchas de las preocupaciones o reflexiones sobre el padre eran mías.

—La mayoría de los personajes de Sur están desencantados con la vida que llevan, incluso aquellos que podrían figurar entre los triunfadores, como Céspedes, el empresario, que conoce a una joven francesa en una fiesta y no se le ocurre otra cosa que llevarla en AVE a Madrid y comprarle un reloj por valor de 8.850 euros que acaba en el retrete de un tren.

—Céspedes está llegando a una edad en la que el viaje en tren tiene un cierto sentido, porque él sabe que ya le toca bajarse del tren y quedarse en el andén, parece que tiene que empezar a renunciar a muchas cosas.  Son los últimos disparos del cazador, tirando las salvas.

—Recoges muchos tipos de lenguajes en esta novela, desde el más popular hasta el culto. Y los mensajes de whatsapp que incluyes de vez en cuando no tienen desperdicio. Un ejemplo: “No e podido ir.. el Kbron de mi hermano me ha roto ls pantlones d dporte los a echo pdazos Ablamos.»

Antonio Soler: Foto: Jeosm.

—Es que yo recibo algunos mensajes así escritos y, si a mí me pasa, me imagino que los de los adolescentes serán mucho peores, por la velocidad, porque no les importa o porque lo consideran otro código, en el que no hay que esmerarse. Y, bueno, al final se está creando otro lenguaje, y yo quería recogerlo todo.

—¿No hay demasiada amargura o desolación en esta novela? Me parece que no hay nadie satisfecho con la vida que lleva.

"El sur siempre parece que es un lugar idílico donde todo se va a solucionar, pues no es así."

—Desolación, sí, puede haber, pero es una mirada sobre una realidad … El sur, que siempre parece que es un lugar idílico donde todo se va a solucionar, pues no es así. Sólo es un punto geográfico en el que hay buen clima y la gente a lo mejor, gracias a eso, vive de un modo aparentemente más alegre, pero hay un trasfondo de dureza vital. Yo creo que es una concepción mía personal de la vida. Alguna vez he dicho en broma que, si hubiera libro de reclamaciones en la vida, yo lo pediría porque he visto y he sentido cosas que no me gustan un pelo. Y eso puede que esté en el libro, como una mirada del mundo desde ese punto de vista no demasiado optimista, aunque luego también hay sentido del humor.

Yo diría que es la mirada de un pesimista que intenta pasárselo bien, mi posición vital.

—El motor que mueve muchas veces a tus personajes es el deseo sexual, muy presente en la novela.

—El deseo está en el libro porque en ese afán mío de levantar los tejados, el mirar los deseos sexuales y sensuales de la gente tiene mucho que ver, forma parte del secreto de los demás, y con frecuencia es un secreto muy pujante, en los adolescentes, por ejemplo. El caso de Guille, hijo de Dioni y de la doctora Ana Galán, que sólo piensa en acostarse con una chica aunque acaba de morir su padre. Y en los maduros, como el caso de Céspedes, quieren aprovechar el poco tiempo que les queda.

Esas pulsiones forman parte de la interioridad de la gente y también me interesaba levantar esos tejados, claro.

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